¿¡Qué!? Pensó.
Aquello sobresaltó a Henric. Las personas a las que el joven acababa de hacer referencia, eran indudáblemente sus compañeros.
-¿Y qué ocurrió con esa gente? Preguntó alterado, sin apenas ser capaz de ocultar sus nervios. ¿Sólo usted salió del edificio?
- Si... no, quiero decir, otra gente salió corriendo. No sé que ha pasado, creo que había alguien herido. Deben seguir en el Museo.
La policía se hizo cargo con rapidez y hubo un brevísimo interrogatorio in situ. En cuanto Nathan hizo valer sus credenciales y aparecieron los pasaportes americanos de Brenda y Mina, todos pudieron salir del Museo, tras dar parte de su paradero durante su estancia en Londres, para poder ser llamados a declarar por la mañana.
¿Siguen allí? Pensó Henric. ¿Gente herida? Tengo que acercarme al museo, mis compañeros pueden estar en apuros y necesitar ayuda.
-Gracias por la información caballero. Le respondió escuétamente. Ha... saciado mi curiosidad. Ahora relaje esos nervios que bastante ha tenido.
Henric se despidió cordiálmente, y a continuación enfiló a la salida, tratando de aparentar normalidad a pesar de que tuviera los nervios a flor de piel. Al salir de la calle se encaminó en dirección al museo con aire tranquilo, pero paso apresurado, y una vez se hubo asegurado de que no le seguían, ni le miraban, apretó el paso a un ligero trote para alcanzar el edificio antes.
Vamos compañeros, aguantad...
Las cosas habían sucedido así, con tanta rapidez y vértigo que Mina, incluso ya recuperada de lo que había sido quizás el golpe más estúpido de su vida, aún se sentía mareada al golpear el aire fresco de una Londres fría. Iba colgada del brazo de Brenda -¿o era que la americana colgaba del de ella? No estaba segura-, y en su mente todavía se reproducía la cadena de acontecimientos que los habían conducido hasta allí. No había tenido suficiente sangre fría para pensar en ayudar al hombre que se desangraba. Ni para registrar sus ropas. Ni para nada. Se recordaba a sí misma sostenida y acunada por Brenda, y a sí misma suspendida en una confusión mental inmensa, incapaz de hacer más que echar los brazos a su alrededor y acariciarla para intentar calmar los temblores de la americana. Su padre hubiese estado poco orgulloso de su accionar. Vaya, él lo hubiese hecho tan bien...
Pero ahora la policía había quedado atrás, y estaban fuera de la Biblioteca. Habían conseguido poco, y posiblemente les costaría volver a entrar luego de todo...
- Quizás tengamos algo de suerte, y alguno de los que vio todo reconozca la situación o piense que puede aportar algo - comentó Mina, con la voz baja, negando con la cabeza - Estos definitivamente eran sectarios. Apenas pude entrever qué era lo que decían, pero su actitud... Sus formas, bueno, el cómo nos atacaron. Estamos marcados. Tenemos que andar con más cuidado todavía.
Mina tiene pasaporte británico ;)
Las jóvenes fueron brevemente interrogadas, y pronto dos agentes las acompañaron fuera del Museo, donde se encontraron con Henric que venía a paso vivo, el abrigo desabrochado a pesar del gélido viento que soplaba por las calles. Un policía se interpuso un moneto, antes de que un gesto de Brenda le indicase que le conocían. Cuando los Bobbies se aseguraron de que todos estaban seguros, se despidieron formalmente y volvieron al Museo, del que sacaron en camilla al hombre herido.
Henric apenas lograba llenar de aire sus pulmones a causa de la carrera, y el cuerpo le pedía clemencia, pero al fín había llegado, y se tomó el alto que le hizo el policía como un oásis de aire con el que oxigenar sus órganos, que le quemaban por dentró.
Diooooss... estoy podrido por dentro. Pensó. Demasiados años dedicados al exceso de los artistas.
Acalorado, casi no fue capaz de hablar cuando por una señal de Brenda, le dejaron pasar.
-Arff... ¿Estáis...? ¿Estáis bien? Logró preguntar tratando de qué los policías no escucharan su conversación. Vine... arf... en cuanto me enteré... ¿Qué...? ¿...ha pasado?
- Ha habido un altercado. Gracias a Dios, estas jovencitas americanas de hoy en día son mujeres de armas tomar.
El académico, que también parecía falto de aliento, señaló el oásis de luz que se derramaba sobre la acera al final de la calle, un pub que se saltaba la ley sobre cierra.
- Vayamos a resguardarnos, el viento no tiene compasión con mis pobres huesos. Allí hablaremos tranquilos.
Henric lanzó una mirada al lugar señalado por el escritor.
-¿Seguro? Preguntó. He venido desde una cafetería cercana, mucho más cómoda e íntima para ponernos al corriente, y parece que ambos necesitamos un poco de calma.
El artista miró a las mujeres.
-De armas tomar ¿Eh?. Sonrió. Me lo contaréis en un momento, vamos.
Mina, que había guardado silencio como si no atinase del todo a contar lo sucedido, acabó por sonreír.
- Lo dirá por Brenda, por supuesto. Porque yo soy de esta Madre Patria.
Luego miró a los demás, y movió la cabeza, bajando un poco la voz.
- Mejor que nos quedemos cerca. Es posible que... Quizás, justamente mezclarnos con los clientes de un pub sea lo mejor. Además que, si viene alguien relacionado con esto y tenemos ocasión de escucharle o notarlo, no recalará en una cafetería.
Cogió del brazo a Brenda, para tirar de ella.
- Vamos. Te contaremos... Todo cuando lleguemos allí. Salgamos de la vista de una vez.
Los Investigadores se refugiaron en el más cómodo y tranquilo rincón del pub, donde, tras la primera ronda, nadie les prestó más atención.
El artista se lo tomó con calma. Ya había perdido suficiente resuello como para empezar a andar con prisas de nuevo, y el pub no se iba a mover a ningún sitio. ¿O tal vez sí? En esas circunstancias uno ya no sabía qué esperar de lo que estaban viviendo.
Se sentaron, y Henric pidió algo con lo amenizar la charla. No era un momento de charla agradable y distendida, pero ayudaría a relajar el ambiente, y sobre todo, a pasar por unos parroquianos más del local. Sentarse allí, sin mas, a cuchichear en forma de grupo confabulador no era lo mejor para pasar desapercibidos, y la experiencia les decía que era mejor tener mil ojo ante la gente que los rodeaba.
-¿Y bien?. Preguntó. La curiosidad me come por dentro. Lo que escuché y ví antes de ir a buscaros me asustó. Me alegro de que estéis bien, pero algo me dice que ha ido por poco ¿Me equivoco?
- No, no se equivoca. Me temo que me he confiado demasiado, pensé que Londres era un lugar más seguro. Ha pasado mucho tiempo... - Nathan rezongó por lo bajo mientras daba cuenta de las tostadas con arenques que había pedido. - Al parecer no estaban esperando, señor Larsson. Dos hombres de aspecto árabe, armados. Y habrían dado buena cuenta de mis viejos huesos de no ser por esta señorita...
Henric abrió los ojos de par en par, asustado más que sorprendido por lo que escuchó de boca del escritor.
-¡Que os estaban...! Exclamó, deteniéndo su grito en el acto en cuanto se dió cuenta de que había levantado la voz más de lo aconsejable. ¿Que os estaban esperando? Dijo casi en un susurro cuando volvió a hablar para terminar la frase que había dejado a medias. ¿Cómo? ¿Cómo lo hacen? No es la primera vez que vienen a por nosotros, y siempre nos encuentran a pesar de todas nuestras precauciones.