¿Es qué acaso no puedo tener ni siquiera un minuto de tranquilidad?
Se sentía como aquella vez que una de las vacas se perdió en mitad de una ventisca y salió con su padre a buscarla. El viento le impedía casi avanzar, apenas se veía a tres pasos, y en poco rato había perdido totalmente el sentido de la orientación, se limitaba a caminar detrás de su padre, con su estúpida linterna en la mano, cuya luz era prácticamente inútil. No encontraron al animal, bueno, lo hicieron al cabo de un par de días, cuando el tiempo mejoró, muerto, despeñada en un barranco.
¿Por qué me siento como la maldita vaca?
Ni siquiera pudo contestar a las advertencias que el chico le hacía, seguía teniendo infinitas preguntas ¿qué no me atrapen? ¿quién? ¿qué viene? ¿qué leches he provocado yo? Pero tuvo la sensación de que esas preguntas no llegaron a su destinatario.
Cayó al suelo, sin poder hacer absolutamente nada, sin obtener ni una sola respuesta.