El cabo mayor Miles Quaritch. Una perfecta máquina de matar, que pese a haber alcanzado ya su madurez sigue en perfecta forma física. Mejor aún que cuando era joven, pues cuenta con más experiencia en combate, ante fuego enemigo, que casi cualquier otro hombre a bordo del AURORA. Es un hombre de acción de los pies a la cabeza, disciplinado, implacable y con muy malas pulgas…
Percibes el absoluto cinismo de su visión del mundo, el mismo que le ha conducido a abrazar la vida de mercenario, en cuanto se licenció del servicio en la Armada Colonial. Una vez tuvo implantado el interfaz neural que le permite pilotar un exoesqueleto de combate, se asoció con el técnico de mantenimiento de su unidad y con su paga de licencia se hicieron con un viejo chasis que Ben Sysko reparó con una dedicación encomiable. Ahora era de su propiedad y en el sector privado es donde está la pasta. Quaritch siempre lo ha tenido claro, él sólo sabe combatir en primera línea, donde está el corazón de la contienda, pero es algo que se le da muy bien. Lo ha demostrado. Y puestos a jugarse la vida… que sea por un buen pellizco.
Sin embargo hay algo más. Muy oculto, escondido en el fondo de su psique. Reprimido bajo muchas capas de dureza y bravuconería, de esa violencia con la que Miles reacciona ante sus miedos más primarios…
En su mente se reproduce una y otra vez una escena que parece irreal, aunque la recuerda con una viveza extrema. Una criatura que no debería existir está dando caza a toda su unidad, nadie la ha visto claramente pero las lucecitas de sus registros vitales, compartidas por todo el escuadrón, van apagándose una a una. Y entonces, cuando sólo queda él, dentro de su poderoso exoesqueleto Armaggedon, esa cosa le convierte en su presa. Ve como el sensor de movimiento de su cabina indica algo moviéndose muy deprisa a su espalda, se vuelve disparando de una forma refleja, algo que sólo puedes hacer si la máquina forma parte de tu propio cuerpo, cuando la manejas con impulsos nerviosos en lugar de con mandos. No ve nada, pero sabe que está ahí, puede que en el techo. ¡Eso es, en los conductos de ventilación!
Alza la vista y lo ve caer sobre su cabina, el cristal de la carlinga está blindado, resiste sin problemas el impacto directo de las ráfagas de un rifle de asalto. Pero esta vez se quiebra y una garra afilada se cuela dentro y empieza a desgarrar su carne, su cara. Activa el lanzallamas, a la desesperada, por puro instinto… y parece que el fuego no le gusta a ese monstruo. Huye de nuevo a la oscuridad, dejándole malherido y derrotado. Fue el único superviviente.
Desde entonces odia y teme por igual a los jodidos Genebichos.
Me había dejado este, le sondeásteis cuando estábais en la cámara de crioestasis... ;)
Hannibal Chau, alias Kaiju, es lo que podría definirse como un auténtico tipo duro, un superviviente que ha trabajado durante toda una vida como mercenario para todas las corporaciones que necesitaban contundencia, eficacia, discrección y pocos escrúpulos.
Pese a su brutal e intimidante aspecto, Chau no tiene un pelo de tonto. Por el contrario, es un tipo sorprendentemente astuto y retorcido, casi maquiavélico, capaz de traicionar sin dudarlo a quién haga falta para salir adelante, pero al tiempo dotado de la sutil mezcla de liderazgo e implacable crueldad para conseguir que le sigan otros hombres tan poco recomendables como lo es él mismo.
Percibes en él un tipo de inteligencia escurridiza y primaria, propia de un depredador. Es como un tiburón que sólo mira por su propia conveniencia, brutal, implacable, salvaje y despiadado... pero tremendamente eficaz a su peculiar manera. Sólo es cruel cuando debe serlo para hacerse respetar, nunca de forma gratuita, pues no le gusta malgastar energia ni recursos inutilmente. Pero si debe dar una lección a alguien, se asegura de cometer tal barbaridad que quede en el recuerdo, de modo que todos los que tengan noticia se lo piensen muy mucho antes de volver a provocarle. Así es como ha cimentado su sórdido dominio sobre este sector.
Tuvo suficiente cerebro para darse cuenta de que la vida que llevaba no suele acabar bien, y menos cuando empiezas a hacerte viejo y perder reflejos... y por eso elaboró una cuidadosa estrategia para asentarse en una zona lo bastante remota como para no atraer atenciones indeseadas, pero a la vez rebosante de oportunidades económicas, convirtiéndose en el mayor señor del crimen del Cinturón de Asteroides.
Sin embargo, el gran hombre tiene un punto débil. Un temor que aflora inmediatamente, emanando con fuerza de su psique, primaria y elemental: el temor a perder todo lo que ha construido. Trabajar tanto en un proyecto personal, dedicarle tanto esfuerzo, tiempo y energías, te hace en cierto modo prisionero de todo lo que has logrado. Antes, de joven, Hannibal era impredecible y tan peligroso como una piraña hambrienta. Pero ahora, el pez más grande del estanque no quiere abandonar de ningún modo su cómodo y rentable rinconcito, de modo que él mismo se ha construido su prisión dorada.