Acababas de tumbarte en la cama de ese dormitorio de ensueño que Jo te había reservado, después de un día que había sido largo. Por la mañana el interrogatorio con esa espada cuyo recuerdo era suficiente para erizarte. Por la tarde esa ceremonia que había dejado una runa cerca de tu corazón. Y tras las celebraciones habías terminado por retirarte.
No habías llegado a cerrar los ojos cuando llegó a tus oídos el toque de unos nudillos en tu puerta. Era una llamada suave, tentativa. Casi como si los dedos que la hacían quisieran preguntarte si estabas despierta sin llegar a molestar.
El rosa bañaba mis pupilas haciéndome sentir en una nube de algodón de azúcar pero sin pringarme. Una de esas que contratan para hacer videoclips.
Mis manos cayeron sobre mi pecho ahuecándose para contener la runa del ángel y un suspiro resumió mi día a caballo del cansancio y del ensueño.
Al escuchar los toques en la puerta eché en falta mi música, con ella ni me hubiese enterado de esa llamada y mi corazón podría seguir meciéndome entre las emociones que todavía no había tenido oportunidad de asentar y ya debía esconder.
Un escalofrío subió por mi espalda al incorporarme haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera con el recuerdo de la plata arrancando mis verdades, aquellas que tanto me esforzaba en enterrar que habían pasado a ser mis mentiras.
No fui precisamente rápida al acercarme a la puerta que abrí dirigiendo la mirada ya hacía abajo juzgando esos nudillos tan suaves de manos de niño.
Milton ya comenzaba a girar sobre sí mismo para abandonar tu puerta cuando la abriste y detuvo ese movimiento en seco. Los ojos se le escaparon por un instante a la nueva runa que lucías en la piel que tu traje de Frost dejaba libre, pero enseguida los apartó de ahí para llevarlos a los tuyos.
—Sun-yun —saludó con una inclinación de espalda—. Me gustaría hablar contigo un momento, si te parece bien.
Miró hacia el interior de la habitación por encima de tu hombro y luego por encima del suyo.
—¿Puedo pasar? —preguntó finalmente—. O podemos ir al salón, si te parece más adecuado.
Al no encontrar la carita de Jo, fui rápida a subir los ojos que fueron encontrados a medio camino por los de Carstairs. Me encantaba mi marca del ángel, era más bonita que la de ninguno de los otros nephilims, incluido Carsatirs a juzgar por su mirada.
Mi espalda se inclinó en respuesta, ni más ni menos de lo que él había hecho -Carstairs -le saludé dudando a posteriori si debería haber usado el nombre. ¿Habría omitido mi apellido por no saber cual quería usar? ¿Cual sería el educado? ¿cómo tenía que presentarme en adelante?-.
Ladeé la cabeza en un ángulo estudiado para indicar que pensaba pero no mucho y parecer tan dulce como una tarta de fresas.
- Por supuesto -acepté la charla de buena gana y mientras escuchaba las opciones tiré de la capa para desabrochar los clicks que la mantenían unida al top. Luego adelanté un paso para cerrar la puerta a mi espalda-. ¿Podemos destapar el piano? -ofrecí sitio evitándome decirle que prefería no estar a solas en un dormitorio. Sabía que lo entendería, ya lo había hecho al hablar.
- Te escucho.
Los labios del joven se curvaron con tu aceptación y cuando avanzaste, él dio un paso atrás dejándote espacio para salir.
—Podemos —aseguró, empezando a caminar hacia las escaleras que llevaban al piso inferior—. Pero tendremos que cerrar la puerta para no molestar si alguien duerme. Esto es más pequeño que el Instituto.
Por un momento te pareció que daba vueltas a eso para no entrar en el tema que le había llevado a la puerta de tu dormitorio. Y en esas te guió por una de las puertas del recibidor, que daba a un amplio salón. Al fondo había una extensión más pequeña donde se encontraba el piano. Las sábanas que habías visto cubriendo los muebles al llegar ya habían sido apartadas, incluida la del instrumento.
Milton cerró la puerta del salón una vez pasaste y todavía rumió un poco más antes de girarse hacia ti y empezar a hablar.
—Me gustaría que hablásemos de lo que pasó la otra noche —dijo, con sus ojos tanteando los tuyos. Se mantenía contenido y cortés, pero se le notaban los nervios en la sonrisa—. Quisiera saber lo que significó para ti, si es que significó algo.
Asentí a la cortesía para con los demás de ajustar la puerta. Sin embargo no creía que aquello sirviera de mucho si él tocaba, su musica era capaz de hacer sombra a todo sueño por plácido y profundo que fuera. Era atrayente, hipnotizante, vibrante y exquisita. La mía tampoco estaba nada mal pero no me serviría para levantar a los Herondale de su cama.
La mansión sin las sábanas ganaba glamour, perdía misterio y destrozaba mi corazón por no poder llevarla a instagram, ni a twiter, ni a ninguna red. Un año aquí sería una tortura tan grande que ya jamás podrían conmigo.
Al escuchar el motivo de su visita mis mejillas se ruborizaron aunque apuesto a que no pudo verlo, o eso quiero y quise creer.
Tragué una gota de saliva, lo justo para humedecer mi garganta sin mover la nuez y recta como un palo caminé más allá de él en silencio y me senté en la banqueta.
Inspiré lentamente mientras levantaba la tapa del teclado y acomodaba mis dedos en las blancas.
No lograba poner mi valor en la voz, ¿qué había significado? No tenía otros besos con los qué comparar. No sabía si todos se sentían igual, no sabía si todos los besos te elevaban al universo para luego reducirte a un suspiro. Todavía podía sentir cosquillas en los labios al pensar en ello y a veces quisiera que volviera a hacerlo pero no sabía si había significado más entonces o ahora al saber qué había estado en su cabeza tanto tiempo como en mis tripas.
Junté los labios capturando el interior con una caricia del superior. No sé cuando mis dedos habían empezado a tocar una vieja canción de un americano con tupé.
Milton te siguió un paso por detrás de ti, como si temiera invadir tu espacio pero al mismo tiempo desease orbitar cerca. Sus dedos rozaron la suave silueta del piano avanzar y cuando te sentaste en la banqueta él se quedó a tu lado, intentando mantener el nerviosismo bajo control.
Su cabeza se balanceó con suavidad cuando comenzaron tus primeros acordes y aún tardó algunos segundos en decir algo más, en un tono tenue que se mezclaba con la melodía.
—Podemos fingir que nunca sucedió, si es lo que prefieres —ofreció.
Retrocedió entonces un par de pasos hasta sentarse en la butaca más cercana para observarte desde allí.
Mis párpados cayeron como guillotinas cuyos cuchillos se excedieron y se clavaron en mi corazón con el susurro de Carstairs.
— No, por supuesto que no —pensé y grité todavía muda y en ese momento mis manos se llenaron de peso interrumpiendo abruptamente la melodía incapaces de volver a levantarse de la última nota y la siguiente preparada—. Siénteme —le ofrecí el camino fácil pero aun tardé dos segundos a girar mis ojos a él—.
— Nunca había besado a nadie —confesé con un regusto amargo a plata que no me gustó recordar—.
Abrí los labios para añadir algo más pero se quedó en mi cuello. —Me gustó que lo hicieras. Me gusta que el primero fuera contigo.
Retiré los dedos del teclado pero le compensé devolviéndole mis ojos.
— En-en corea no nos enseñan a hablar de nuestros sentimientos. Yo... —el corazón me latía tan fuerte y tan rápido que no podía ni escuchar mis pensamientos, ni programar mi lengua, ni siquiera oír a mi expadre criticarme—. No quiero olvidarlo.
— ¿Qué... significóparati?
La espalda de Milton se enderezó un poco más con la sorpresa que resultaron tus primeras palabras y por un instante te contempló de una forma distinta, como si de pronto tuviera un prisma diferente ante los ojos. Sus ojos brillaron de una forma agradable y cuando seguiste hablando sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa.
—Los sentimientos tampoco son la especialidad de los nephilim, créeme —bromeó como para quitarte peso de encima, pero enseguida se puso serio de nuevo.
Su mirada viajó al suelo durante un instante y cuando la alzó había en ella una vulnerabilidad que no habías visto antes en él.
—Yo tampoco quiero olvidarlo. Ni tampoco quiero que sea algo momentáneo que pasó una vez.
Se levantó de nuevo y se acercó para agacharse junto a la banqueta en la que estabas sentada. Y desde ahí buscó tu mirada con la suya llena de interrogantes
—Me gustaría que significase el principio de algo —susurró en confesión—. Pero dependo de ti para eso.
La comparación de mi vida con el estilo de los nephilim hizo que sonriera soberbia a pesar de estar escondiéndome en el teclado. Estaba claro que había nacido para esto. Casi toda mi sangre debía ser de la tocada por el ángel, no como Meri-san, ni la mongola esa.
Al recordar a la rajada la maldad me hizo ganar confianza. Me sentía más cómoda siendo harpía que sincera. No quería sentirme tan vulnerable como Carstairs se veía.
Mis mejillas, sin embargo, no parecían enteradas de mis planes y se fueron encendiendo conforme él se acercaba y a punto estuve de verme envuelta en hipo.
Mis ojos querían huir de los suyos, sobrepasados por la vergüenza de aquella caricia tan directa de pupilas pero me sentí hechizada y retenida en él. Tragué saliva para empujar el corazón de vuelta a su sitio e intenté ganar tiempo asintiendo con la cabeza.
— Me gustaría —dije antes de poder maquinar nada—.
Alargé la mano entonces para tocar su mejilla, no sabía porqué, simplemente me atreví, para estar algo más cerca, tal vez.
— Pero... ¿les has escrito a mis padres para pedir su venia? —comenté seria pero después sonreí para tacharlo de broma y mis ojos se escaparon a sus labios en un segundo fugaz que corregí—.
— ¿Y si Nola hubiese aceptado la runa?
Aparté mi mano y me deslicé a un lado para dejarle espacio en la banqueta— Compongámos algo —le pedí—, Milton.
El chico movió su rostro para aumentar el contacto entre tu mano y su mejilla y, con la mención a tus padres, sus ojos se abrieron más en un primer latido para retomar su forma habitual con tu sonrisa en el siguiente.
Sonrió al escuchar su nombre de tus labios y se incorporó para sentarse a tu derecha y sus manos acariciaron las teclas con suavidad.
—Sabes que a partir de ahora debes romper cualquier lazo con tus padres, ¿verdad? —preguntó con un tono que pretendía ser casual, dejar atrás la intensidad del momento anterior al mismo tiempo que resultaba pedagógico—. Sean nephilim o no, no pertenecen a La Clave y son muy tajantes con eso.
Sus dedos se movieron tanteando el inicio de una armonía, dejó que sus pulmones se vaciasen en una respiración larga y tras dedicarte una mirada, empezó a improvisar esperando que le siguieras.
— No iba en serio —aclaré antes de asentir con la cabeza obediente—.
Lo sabía, lo esperaba y a decir verdad ni siquiera consideraba que estuviera rompiendo lazos. Debía amarles cuando eran mi sangre, ahora mi sangre era otra, y mis progenitores también lo serían. Nephilim o no, yo no era hija de unos rajados.
Acomodé los dedos a un milímetro de las teclas, dispuesta a unirme e incapaz de perturbar la musica de Milton. Tenía preguntas, empezaba a tener frío, estaba agotada pero todo ello quedaba en un segundo plano al escucharle tocar. Deberíamos hacerlo en ese club y en cien más.
Los dedos largos y finos de Milton empezaron a deslizarse por las teclas con la facilidad de quien se reencuentra con un viejo amigo. Una melodía empezó a surgir, una que no habías escuchado nunca pero que dejaba un sabor dulce y aterciopelado en la garganta. La música hablaba mejor que esas palabras que a los nephilim les costaba tanto pronunciar como a los coreanos y, de alguna forma, cada una de las notas se te antojaba una caricia suave y lenta. Una burbuja de intimidad parecía formarse alrededor del instrumento, envolviéndoos a los dos en un abrazo hecho de música.
Nop, pero mola :3.
Podría balancearme en las hamacas de esas notas, envolverme en la seda y acariciar el terciopelo para siempre.
Adoraba, admiraba y envidiaba la magia de su musica pero en ese momento me quedaba con lo primero. Sentía el calor en las mejillas advirtiéndome de lo inadecuado de ese momento, y aun así, no hice ningún movimiento para deshacerlo.
Su nombre aun vibraba en mis labios, hinchados por la expectación del beso que ansiaban dentro de la melodía; mis pies se había torcido para encararse manteniendo rodillas y muslos pegados*, estaba siendo coqueta a pesar de no tener público y de saber que sus ojos quedaban lejos de mis pies; mi piel se erizaba con el temor de mi corazón y la cálida suavidad de las caricias de sus notas. Sentía esa electricidad en la punta de mis dedos, la fuerza de un imán que atrae que invita a unirse pero no a pensar.
Escuché, esperando que el instinto -y no la técnica- me diera mi entrada y cuando ésta llegó contuve la respiración. El frío de las teclas contrastó con el calor de mi cuerpo, a pesar de lo helada que me tenía el traje, y las primeras notas me devolvieron el tacto de la mejilla de Milton en la palma de mi mano.
Sonreí, sonrojada y cómoda. Era feliz. ¿Lo era? Podía verme perfectamente en el final de una peli de esas que tanto me gustaban, podía ser el beso en el agua de Freddie y Effy, mi alma tintineaba pero no había hecho nada para merecerlo. Hasta ahora solo conocía la felicidad ligada al éxito, al orgullo, al honor. Pero esto era diferente, era inefable.
Mike me gustaba por su aspecto, por su fama, por su personaje. Pero como mi expadre diría: eso era deseo, interés no amor. Lanzaman me había gustado mucho, por su talento en combate, por su rudeza, por su entrega al deber, pero aquello, podría seguir mi expadre, era admiración, no amor. Carstairs... Milton, me gustaba por todo y por nada. Era noble, dulce, diestro e inteligente; entendía de modales, respetaba mi cultura, entendía lo que decía bajo las palabras que acaba usando y me liberaba de complejos. Estaba segura que hasta me admiraba. Era ese sentimiento que me habían enseñado a evitar, a encontrar solo en historias de libros, comics, series o películas.
Era el significado de las canciones.
Inspiré hondo en la siguiente nota. Estaba jodida. Imili iba a volver a intentar matarme en cuanto se enterara de esto. Pero esperaba que a Amis le pareciera bien, menuda mierda si no.
Al expirar apagué la cabeza para centrarme en la musica, en sus caricias y en el hilo rojo que unía nuestros meñiques.
Solo quedaba esperar que no fuera un scorpior.
*a los japoneses les parece lo más sexy del mundo (exagerando) y al principio de la partida (mi parte xD) ya mezclé culturas diciendo que Sun lo hacía al ver chicos guapos así que sigo con mi irrespetuoso saco asiático xD (aun así tengo entendido que a los coreanos, chinos y taiwaneses también les va la posesilla).
Tus dedos empezaron a moverse libres por el teclado y pudiste sentir a través de la música la sonrisa con la que Milton recibió tu llegada. La melodía que había comenzado tomó vida propia y empezó a ondular reaccionando a tus aportaciones, hasta que dejasteis de ser dos personas tocando juntas, para estar llenos de una música que sencillamente usaba vuestras manos como canal.
Si la primera vez que habías tocado con él habías pensado que te acalorabas, en esta ocasión las sensaciones fueron arrolladoras. Sentías cada poro de tu piel erizándose con el paso de cada nota, en una experiencia que traspasaba el sentido y el tacto para mover toda tu sangre, todo tu espíritu.
Una fina capa de energía dorada empezó a cubrir tu cuerpo, como si una barrera de electricidad estática se formase a tu alrededor. Milton, a tu lado, tocaba con los ojos cerrados y una sonrisa extática, entregado por completo a la música que brotaba directamente de vuestros corazones. Sentías que estabas haciendo «algo», pero toda tú parecías funcionar simplemente por instinto.
Antes de que pudieras temer que esa energía dañase a Milton, la capa se extendió latiendo pulsátil al ritmo de la música, para cubrirlo también a él. Su sonrisa se acentuó con esa caricia chispeante que terminó por alcanzar también al piano, haciendo real una burbuja que un instante atrás sólo parecía estar formada por la música. Os sentías apartados del mundo, flotando en el aire, lejos de Alacante, lejos de Londres, lejos de Corea. Sólos tú, él y la música.
Perdiste la noción del tiempo, arrastrada en el oleaje de la música que os mecía, siendo intérprete e instrumento al mismo tiempo, y para cuando sentiste que la melodía pedía un final, supiste a ciencia cierta que él también lo notaba. Las últimas notas fueron lentas, aterciopeladas y dulces. Esa barrera extraña que habías creado sin querer empezó a retraerse al tiempo que la canción se desvanecía.
Milton no abrió los ojos hasta que el eco de la última nota dejó de reverberar en vuestros cuerpos. Y cuando lo hizo tenía las pupilas tan dilatadas que era difícil diferenciar el iris. Sus labios se entreabrieron despacio, pero no para hablar. En lugar de eso se inclinó hacia ti, recortando la distancia que separaba vuestros rostros, hasta que los unió con los tuyos, como si ese beso fuese el final necesario para aquel momento.
Tirada oculta
Motivo: Sun toca
Dificultad: 6
Tirada (5 dados): 9, 1, 4, 9, 9
Éxitos: 2
Tirada oculta
Motivo: Milton toca (Especialidad)
Dificultad: 5
Tirada (9 dados): 1, 2, 9, 9, 7, 1, 10, 9, 8
Éxitos: 4
Tirada oculta
Motivo: Milt des+vol (Especialidad)
Dificultad: 6
Tirada (9 dados): 7, 3, 8, 7, 6, 9, 1, 9, 1
Éxitos: 4
Tirada oculta
Motivo: Repetir 10 (Especialidad)
Dificultad: 6
Tirada (1 dados): 6
Éxitos: 1
No terminaba de entender lo que me estaba pasando pero no necesitaba hacerlo, no me preocupé por ello, ni siquiera cuando la electricidad que me recorría fue demasiada para contenerla. En otro momento podría haberme asustado pero en ese momento toda yo era melodía y como tal fluía.
Busqué la mejilla de Milton cuando mis cosquillas se extendieron sobre su piel y al verle sin dolor subí la mirada a sus pestañas y sonreí en el mayor aplauso que podía recibir nuestro concierto privado.
Volví a ojear la danza de nuestras manos sobre el teclado, sin observar, sin analizar, sin estudiarnos. Solo era y yo estaba ahí, sin más. No había mundo fuera del manto de musica y suave electricidad dorada.
Y cuando la última nota abandonó mis dedos para quedarse vibrando en mi pecho, necesité abrir los labios para hinchar los pulmones con una paz desconocida para mí. Mis pupilas encontraron las de Milton, buscando con el extremo de sus aros los de él. Eramos ojos sin colores, sin perjuicios ni maldiciones, el sostenido de la última nota ya muda para el resto del mundo. Había algo nuevo en mí y cuando sus labios robaron el aire de los mios, tensé los muslos y me perdí en un suspiro.
Dudaba que existiera en el mundo pieza más bella, ejecución más maravillosa y final más perfecto.