Supervisé cada paso que daba A.B. en la confección de la tortilla, no me fiaba en absoluto ni de que supiera cocinarla para que quedase rica, ni de que no sacara un segundo huevo de detrás de su oreja y lo metiera en la sartén, con cascara incluso.

— ¿Como personas descendientes de demonios y no necesariamente mala gente? Monina, necesitas salir más, o escuchar mejor a nuestras piedras —pensé decepcionada con el rollazo de que los brujos no tuvieran castillos en las estrellas o sus casas sacaran piernas y se fueran a pasear para cambiar de vistas—.

Me encogí de hombros al final, quitándole importancia al asunto, y aparté los ojos de la tortilla tan solo un segundo a riesgo de que la quemara por ello y pasé a mirarla a ella — ¿Has pensado en recogerte el pelo en una trenza de cascada? Si quieres te enseño —cambié de tema como si el nombre de Anbel quemara—. No es como hablar con piedras, pero te quedará bien —sonreí y bajé los ojos a la tortilla en la sartén—.

No era difícil suponer que a esa niña no le habían enseñado a peinarse en su vida, seguramente no tenía hermanas, y seguramente aquellos pelos sobre el rostro hacían que se creyera menos lista cuando solo estaba loca.

—¿De cascada? —repitió, mirándote con una expresión que parecía reflejar que era la primera vez que oía ese término. Aunque al menos parecía saber lo que era una trenza, algo era algo. Sin embargo, enseguida asintió con la cabeza, como si realmente el qué importase menos que el hecho en sí y temiese perdérselo por dudar—. Sí. Sí. Me encantará —añadió, bajando la mirada por un momento.

La tortilla había ido adquiriendo un apetitoso tono dorado y en ese momento Ivy pareció decidir que ya estaba lista porque dobló dos de sus lados como haciendo un pañuelito y la recogió con la espumadera para dejarla en el plato. Entonces apagó el fuego y se volteó hacia ti.

—¿Quieres comer aquí? ¿O vamos al comedor? —Sus ojos se abrieron de repente cuando recordó algo y viajaron hacia el frigorífico. —El zumo. Lo preparo en un momento.

Asentí a sus dudas sobre el término y, por inercia, busqué mi teléfono en el bolsillo para enseñarle alguna foto del peinado pero en cuanto recordé lo que ese lugar le hacia a mi precioso internet cerré los ojos con dolor en el corazón y dejé que mi mano cayera fuera del bolsillo.

Mi duelo no duró demasiado, sabía que podía encontrarlo fuera de esas crueles paredes y como A.B. ya había aceptado supuse que confiaba ciegamente en mi criterio. Hacía bien.

Al abrir los ojos me encontré con esa tortilla que en aspecto no estaba mal, pero a saber si era comestible o era la reencarnación de Aly Ami-son.

— Te espero —respondí primero a lo último—.

Mientras seguía pensando dónde prefería comer. Era raro eso de elegir, yo solía comer en la cocina mientras cocinaba y solo comía en el comedor cuando había que convertir la comida en un acto social. Y ahora, comer en el comedor iba a suponer perder tiempo de libros, pero me apetecía darle un poco de sentido a esa tortilla, comer por comer también era perder el tiempo.

— Vamos al comedor —le dije encontrando excusa en mi dolor de cabeza—. Luego a entrenar y luego te enseño el peinado, o sino mañana a las siete te lo hago.

La joven sacó varias naranjas del frigorífico y un exprimidor eléctrico de un armario y se puso manos a la obra. Mientras iba exprimiendo el zumo, te miraba dubitativa, como si algo en tus palabras no hubiera terminado de convencerla, pero no estuviera segura de querer decirlo en voz alta.

Finalmente, tras varios segundos, hizo una pregunta que su ceño fruncido ya daba una idea de lo poco que le gustaba esa idea.

—¿A-a... A entrenar?

Asentí con fuerza a la pregunta de A.B. y mi cabeza protestó aumentando el dolor por unos segundos. — Con lanzaman —aclaré con tono de recordatorio—. Pero voy yo sola, no te preocupes —tu quédate a comer huevos.—.

Busqué mi bolso con la mano para sacar los palillos y al encontrarme sin él presupuse que era una señal de que no debería comerme eso.

— ¿Dónde tenéis los palillos?

El alivio se reflejó de inmediato en el rostro de Ivy en cuanto la excusaste de acompañarte a una sala que no parecía pisar muy a menudo.

Estaba vertiendo el zumo en dos vasos altos cuando llegó tu siguiente pregunta y con ella te miró sorprendida por un instante antes de negar con la cabeza.

—No tenemos —dijo, haciendo un gesto con la mano hacia un cajón—. Sólo tenedores y eso. Pero si los vas a necesitar los pondremos en la lista de la compra para que tengas otros días.

Negué con la cabeza a la propuesta de A.B. a saber qué palillos compraban... Seguro que de los chinos, baratos y astillados. — Tengo en mi habitación —expliqué y me acerqué para coger un vaso y el plato para llevarlo al comedor—. Nunca salgo sin unos palillos y una cámara mínimo en el bolso. No llevo demasiado en Londres y aun no me he acostumbrado a eso de comer comer con tenedor lo que no es tarta.

— ¿Me puedes coger uno? —pregunté poniendo ya mi cuerpo orientado a ir al comedor— Y dos servilletas, si te va bien.

—¿Tarta? —repitió Ivy en voz baja, como si hubiera algo incomprensible en tus palabras. Sin embargo, no añadió más y simplemente asintió con la cabeza mientras se encaminaba ya hacia el cajón de los cubiertos—. Claro.

Unos segundos después ya estabais las dos en el comedor, sentadas en uno de los extremos de la larga mesa. Ivy dio un pequeño sorbito de su zumo y luego te miró, al parecer expectante por el momento en que probases la tortilla.

Sentada en el comedor, con comida solo para mi y A.B. observándome como público y chef, me sentí grande, importante, con el poder de decidir si el resto de su día iba a ser bueno o malo. Me sentí como debía sentirse Ami-son todos los días, incluso pude imaginar que aquello rozaba mi sueño de descansar en la cima de mi obra. Me sentí reina en los ojos de esa chica y me quitó el recelo a su comida.

Cogí el tenedor y corté un pedacito de tortilla como si fuera la punta de un pastel y me la llevé a la boca intentando que no cayera de la superficie del tenedor.

— Está rica —decidí darle un buen día aunque aquello no había quien lo tragara, gracias a dios solo había metido un huevo—.

Busqué el zumo y bebí un sorbo diminuto para que me durase toda la tortilla. Menuda tortura me esperaba para no cabrear a la loca de los fantasmas —Perdona A.B., tienías razón, si que tengo hambre, ¿puedes mirar si hay un poco de pan inglés en la cocina? —intenté librarme de ella para buscar como deshacerme de ese huevo crudo pero imposiblemente dorado.

La espalda de Ivy se relajó con tu sentencia, de la que no pareció dudar ni por un instante y bebió un sorbo más largo de zumo sin quitarte el ojo de encima. Pero con tu petición asintió repetidamente con la cabeza.

—¡Claro! Enseguida vuelvo —dijo mientras se levantaba y se dirigía a la cocina, dejándote sola por unos segundos en los que la oíste trastear, seguramente en busca del pan.

Mantuve la boca cerrada y quieta tras una sonrisa mientras A.B. seguía en el comedor no fuera a darse la vuelta de golpe y me pillara haciéndole ascos a la comida. Pero en cuanto desapareció, saqué la lengua y me la limpié con la servilleta. Prefería el gusto a papel que a huevo pasado.

Busqué entonces dónde deshacerme de la tortilla pero temía dejara en algún jarrón y no poder volver a por ella antes de que alguien la encontrara y A.B. se enterara. Si tan solo hubiese traído mi bolso como siempre...

Solté un suspiro y empecé a romper la tortilla para desgranarla en migas que pueden quedar, aunque eran demasiadas como para que colara así que finalmente cogí algunas de ellas y las guardé en mi bolsillo.

Un par de minutos después apareció Ivy de vuelta con un platito en el que traía tres rebanadas de pan de molde recién cortado. Lo dejó sobre la mesa cerca de ti y se sentó de nuevo en el mismo lugar. No se te escapó cómo sus ojos viajaban hacia tu plato y sonreía tenuemente antes de volver a levantarlos hacia ti.

Cogió el vaso de zumo y le dio algunas vueltas entre las manos antes de llevárselo a los labios para dar un pequeño sorbo. Cuando lo dejó de nuevo sobre la mesa carraspeó con suavidad antes de hablar.

—¿Y has pensado cada cuánto quieres que entrenemos? —preguntó, con sus ojos oscuros sobre ti.

— Qué mona, gracias—deseé con todas mis fuerzas que ese pan pudiera comerse, no por hambre, sino para bajar pronto el telón y poder irme a entrenar con un poco menos de dolor de cabeza.

Por el mimetismo que activaba como piloto automático cuando mi mente estaba muy lejos del coñazo de la realidad cogí el vaso cuando ella lo hizo, pero a diferencia de ella, me salté el ritual del té japonés y bebí directamente un sorbo. Las vitaminas de la naranja me irían bien.

— Cada día —respondí tomándome su pregunta como una prueba—. Pero después de entrenar mejor. Cuando acabe con lanzaman puedo ir a buscarte y entrenamos, luego cenamos.

No tardaste en terminar de comer lo que pudiste de aquello que la nephilim había llamado tortilla y que más bien sabía a cartón azucarado y tras una breve despedida y la promesa de una trenza antes de cenar, Ivy se alejó por un pasillo y tú por otro, en busca de otras ocupaciones.

FIN