Aquella mañana habías decidido que tu carrera matutina te llevaría hasta el lago Lyn. Era un buen paseo, pero correr al aire libre resultaba sin duda más satisfactorio que hacerlo entre el tráfico de Londres. Amber no había querido acompañarte. Estaba, en sus propias palabras, derrengada después de haber ido contigo el día anterior y se había quedado en su cuarto haciendo unos planos de alguna movida que se te escapaba.
Así, ya estabas dando la vuelta alrededor del lago cuando tus ojos descubrieron una figura sentada en el borde del embarcadero, con los pies metidos en el agua. Al acercarte distinguiste que se trataba del brujo que os había acompañado a Alacante y que parecía estar comprometido con esperar a que estuvierais listos antes de regresar a Londres. Se había arremangado las perneras del pantalón de su traje y no parecía haber advertido tu presencia.
Entrenar en Alacante estaba bien... Normalmente. Sin embargo era demasiado frecuente encontrarme con gente con la que me apetecía poco hablar. Y por aquel entonces yo me creía que los que vivían allí estaban menos acostumbrados a combates de verdad, con demonios y todo eso. Así pues echaba la culpa de mi ventaja a ese modo de vida, sin pensar que el continuo entrenamiento con alguien como Gareth fuera la causa principal.
En cualquier caso, había veces que me apetecía entrenar fuera de allí, como aquella mañana. Correr era un buen calentamiento, sobre todo porque podía poner el piloto automático y no pensar en nada.
Cuando al llegar al lago de Lyn vi que había alguien solo allí en el embarcadero me pareció raro. Y más raro aún me pareció al ver de quién se trataba.
Mi primera idea fue seguir con mi vida y largarme de allí. Sin embargo darme cuenta de que no había notado que estaba, bueno... La verdad es que daba ganas de quedarme mirando. Me dije a mí mismo que era por ver a un Brujo en su hábitat natural, más o menos, por aprender y buscar puntos débiles... Pero yo mismo no tardé en decirme que eso de espiar entre los árboles así, sin decir nada, era demasiado rara y marica para mí.
Al final solucioné las cosas como solía hacer. Invoqué la lanza en mi mano y me preparé para lanzársela directamente al hombro. Daba por hecho que se daría cuenta antes de ser atravesado... Pero medir su tiempo de reacción sí era estudiarlo. Algo era algo, después de todo.
Por un momento pensaste que el brujo finalmente no se había dado cuenta de la presencia de tu lanza, acercándose a toda velocidad hacia su cuerpo. No hubo un respingo en su postura, ni tampoco se giró o intentó apartarse.
Pero, en el mismo segundo en que el filo debería haber atravesado su hombro, de repente el arma se detuvo en el aire, como si la inercia o la fuerza de la gravedad no fuesen con ella. Te diste cuenta de que Verbius movía sus dedos rápido y apenas un instante después la lanza había cambiado su sentido, aunque no su dirección, y regresaba directa hacia ti, a la misma velocidad con que la habías lanzado.
Al ver cómo la lanza se detenía en el aire negué con la cabeza. Trucos de brujo, claro, eso era precisamente lo que quería ver. Lo que no esperaba era que el arma volviese a mi de aquella manera. De inmediato reccioné, colocándome de lado. Estaba dispuesto a intentar cogerla al vuelo según viniera y, si no, dejarla correr.
La clave estaba, por supuesto, en los dedos. Eso sí era una aprendizaje. Aunque a lo mejor precisamente quería quedarse con nosotros. Aún así...
Me quedé mirando de lejos. Esta vez no era algo gay, ni mucho menos. Sin embargo no aguanté demasiado antes de dar un paso al frente y alzar la voz.
—Si no tienes nada que hacer en Idris a lo mejor es porque no es ciudad para Brujos.
Tras pronunciar aquellas palabras me di cuenta de que Gareth no las habría aprobado. Pero no hablaba en nombre de la Clave, ni nada, ni tampoco decía nada muy claro. ¿No?
No te costó ningún esfuerzo agarrar la lanza cuando pasaba por tu lado. Tus dedos se aferraron al asta con naturalidad y su inercia apenas te hizo dar un pequeño paso hacia atrás antes de recuperar tu posición.
Incluso desde donde estabas escuchaste la risa que tus palabras provocaron en el brujo antes de que girase un poco su postura, para poder mirarte.
—Tal vez tú deberías volver a la Academia y aprender algo de geografía si crees que Idris es una ciudad. —Su tono era burlón, sin que pareciese haber hecho ningún tipo de aprecio al desdén de tus palabras—. Y es curioso que me digas eso justo al lado de un lago que es venenoso para los nephilim —de nuevo pronunciaba esa palabra con el desprecio que habías escuchado antes—, pero no para nosotros.
Hizo una pausa y terminó de girarse, con un brillo divertido en su mirada. Casi podía parecer que esa discusión contigo había sido lo más emocionante que le había pasado en días.
—Deberías hablar con tu mentor —señaló entonces, con una sonrisilla que parecía indicar que callaba más de lo que decía—. Es él quien me quiere aquí.
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Me encogí de hombros cuando dijo la mierda esa de Idris. Vale, quizá me había expresado mal, pero no se me daba tan bien como a otros hacer discursos molones. ¿A Gareth le habría pasado? Desde luego que no. Pero seguro que algún memo como el italiano habría hecho algo mucho peor.
Con lo del lago, sin embargo, es verdad que me pilló un poco.
—Es venenoso para que no olvidemos nuestro cometido —dije sacando algo de pecho—. No podemos perder el tiempo flipando con visiones e historias: tenemos mucho por lo que luchar. Vosotros, en cambio... —Me encogí de hombros sin llegar a terminar la frase.
—Tú también deberías hablar con tu mentor —enuncié acto seguido, antes de hacer como que me daba cuenta en ese momento de algo—. Ah, no, que no puedes. Que no tenéis ni idea de dónde está. Es curioso que a la vez que los nuestros aparecen los vuestros desaparezcan.
Mientras respondías al asunto del lago, el brujo se puso en pie con parsimonia y empezó a caminar por el embarcadero en tu dirección. Sus pies mojados iban dejando huellas sobre la madera y cuando esta se terminó y empezó a pisar el césped de la llanura no pareció importarle lo más mínimo.
Para cuando llegó a un par de metros de tu altura sus labios esbozaban una sonrisa de medio lado.
—Más que curioso, a mí me parece orquestado —comentó, con un encogimiento de hombros—. Habrá que ver a quién le resulta más conveniente.
Te estudió por un momento, con un brillo desafiante en sus ojos y luego hizo un leve gesto hacia el aire.
—Ahora no tienes a tu amiguita para defenderte... —señaló, provocador—. Pensaba que ibas siempre pegado a sus faldas.
Llevé la cabeza a un lado, sintiendo cómo se estiraba mi cuello, mientras el brujo hablaba. Eran movimientos de calentamiento, como si me preparase para el combate, pero en algo tenía razón: parecía orquestado. Sus siguientes palabras me hicieron dibujar una sonrisa. La verdad es que no me sentía en peligro. Un brujo como este no iba a matar un nephilim, y menos aquí.
—Ahora no tengo a mi amiga para contenerme —dije como si aquello fuera algo que temer—. Y no. A ella no le gusta la caza —dije ensanchando la sonrisa. Sin embargo no llegué a hacer mucho más antes de retomar lo otro.
—Por lo pronto a ti este tinglado te ha hecho Brujo Supremo de Londres y representante de los tuyos aquí—le dije alzando las cejas y abriendo los ojos, como si eso debiera impresionarme—. Parece bastante conveniente, ¿no?
Tus palabras sobre Amber hicieron que la sonrisa de Verbius se afilase. Pero con la poco sutil mención a la conveniencia de lo sucedido para él, directamente emitió una breve carcajada.
—Ah, nephilim —pronunció, en el mismo tono en el que un mundano podría decir «niños»—. Tan arrogantes, creyendo que lo saben todo... Cuando son incapaces de ver más allá de sus propios y enormes ombligos.
No se molestó en explicar mejor sus palabras y enseguida enarcó una ceja antes de lanzar otro desafío.
—¿Contenerte? Claro, la necesitas para que te tire de la correa. Eso tiene sentido, desde luego. Rabia descontrolada, puedo sentirla latiendo en tus venas. He visto muchos como tú. Tan rápido como ascienden, caen de nuevo. Y siempre mueren jóvenes.
En el momento en que me llamó nephlilim de esa forma apreté los labios. La verdad es que no era por cabreo, sino más por costumbre. Las cosas se habían suavizado bastante desde que tenía la presencia de Amber en una parte de mí como constante. En parte era extraño, pero lo cierto es que molaba bastante.
Cuando siguió hablando di por hecho que se había quedado sin qué decir de verdad. Sólo quería meterse conmigo, a lo mejor estaba tan aburrido que quería divertirse cabreándome. Pero no conocía a ese nuevo yo. Sonreí de medio lado con sus últimas palabras y me encogí de hombros.
—Como si eso me preocupara —dije—. Mejor morir joven llevándome a cien por delante, que vivir con miedo y llevarme a diez. Yo no he visto tantos como tú —enuncié alzando un poco la barbilla—. Tenéis la puta manía de esconderos. Supongo que por eso ni siquiera vosotros tenéis ni idea de quién os putea. ¿Da miedo asomar la cabeza para investigar de verdad?
El brujo esbozó una sonrisa de medio lado con tu respuesta. Parecía divertirse con ese tira y afloja, midiéndote con la mirada apenas a un paso de ti.
—Eso es porque no hay muchos como yo —dijo, alzando la barbilla con altivez—. Ninguno tal vez. Pero no espero que un nephilim efímero y vanidoso pueda comprenderlo.
Miró alrededor un breve instante para luego hacer un gesto elevando la palma de la mano hacia arriba.
—¿Acaso no eres capaz de ver lo que tienes delante de las narices? No me parece que vosotros tengáis mucha idea de quién os está jodiendo a pesar de toda esa investigación que decís hacer.
Alcé una ceja cuando empezó a hablar, y más aún cuando siguió. Y luego yo era el vanidoso, había que joderse. Un momento más tarde, sin embargo, le presté más atención cuando criticó nuestra forma de investigar. Mandaba huevos que lo dijera siendo él uno de los que nos había puesto piedras en el camino.
—Tenemos idea —dije alzando un poco la barbilla antes de enumerar—. Una bruja hace de casera de una nephilim perdida y unos meses más tarde le mandan a otra. Una medio seelie cría a otro. Está claro por dónde van los tiros —dije refiriéndome a los malditos subterráneos. No dije que uno de los nuestros era quien había mandado a Melissa a Londres, claro. Alguien de la sangre de Valentine, que recurría a una bruja y ni siquiera figuraba en los libros estaba lejos de ser uno de los nuestros. Aunque fue entonces cuando se me encendió una puta bombilla que tendría que habérseme encendido antes, pero no dije nada al respecto. En lugar de eso seguí enumerando mentalmente subterráneos que sabían de más o estaban en el ajo, como la vampira aquella.
—He encontrado a alguien que sabe cosas —reconocí, quizá hablando de más—, pero los Acuerdos no me dejan hacer lo necesario para que hable.
La mirada de Verbius se volvió burlona con tu enumeración, como si la considerase de lo más ingenua. Sin embargo, cuando mencionaste los Acuerdos la comisura de sus labios se torció en un breve rictus.
—Oh, qué pena para ti —dijo con sorna, sin molestarse en fingir lástima—. ¿Los nephilim mayores no te dejan pasarte los Acuerdos por el arco del triunfo? Qué injusto, ¿verdad?
Su mirada se afiló entonces cuando siguió hablando.
—Ten cuidado, niño. No eres el primero que empieza hablando así. Y los anteriores no terminaron muy bien.
Te mantuvo la mirada antes de echar los hombros hacia atrás y empezar a girar sobre sí mismo. Sin embargo, detuvo ese movimiento para añadir algo más.
—Tal vez deberías plantearte cómo se perdieron esos nephilim. O por qué nadie ha denunciado la desaparición de ningún crío nephilim. O desde cuándo os dedicáis a esparcir vuestro semen angelical por el mundo sin orden ni concierto. —Sus labios esbozaron media sonrisa y te guiñó un ojo—. Pero ten cuidado, las mentes demasiado cerradas pueden explotar ante la verdad.
Cambié el peso de postura, incómodo, cuando el tío empezó preguntando eso. No era lo que había querido decir, y debía saberlo. Pero claro, sólo quería joder. Apreté los dientes y lo miré a los ojos con aquella especie de advertencia. ¿Que los anteriores no habían terminado bien? Bueno, en primer lugar, los anteriores eran gilipollas, tanto Círculo y tanta leche. Y para seguir... No era lo mismo. Pero ¿qué iba a saber él?
Al ver que se daba la vuelta para marcharse estuve a punto de lanzarle otra pulla, pero volvió a hablar. Escuché lo que decía y la verdad es que me jodía reconocerlo, pero no eran tonterías. Bien mirado podía relacionarse con lo que Amber y yo estábamos buscando, y la primera vez que habíamos encontrado algo de provecho. Finalmente, con aquel guiño de ojo, hice un gesto con la lanza.
—Eh —dije sin rodeos—. Si sabes más de lo que has dicho, habla. Déjate de historias, ¿cuál es esa verdad tan terrible? ¿Que hay nephilims que también follan? ¿Que llegan a hacerlo con Subterráneos? Venga, no me jodas. Puedo vivir con eso.
Con los labios apretados volví a cambiar el peso de pierna.
—¿Por qué cojones os empeñáis en no colaborar? ¿Qué narices tenéis que esconder?
El brujo sonrió y negó despacio con la cabeza, como si tus preguntas le divirtiesen sobremanera.
—A lo mejor estás preguntando al revés. Quizá deberías plantearte por qué cojones íbamos a querer colaborar con quienes se sienten superiores a nosotros, incluso a pesar de los Acuerdos.
Bajó un poco la barbilla, manteniéndote la mirada.
—Los hijos de Lilith resolvemos nuestros asuntos. Haced vosotros lo mismo y dejad de intentar salpicar a los demás.
Lo primero que dijo el soberbio este no me significó demasiado, aunque mientras lo decía le mantuve la mirada. Nosotros nos sentíamos superiores a ellos, sí, pero es que lo éramos. Negarlo era una estupidez. Podía entender que de entre todos los subterráneos los Brujos podían ser los más subiditos, aunque sólo fuera por un tema de poder, pero ellos no tenían al Ángel de su parte.
En cualquier caso, con lo que añadió después alcé una ceja con escepticismo. Ya no hacía nada por retenerle, desde luego, pero una cosa era eso y otra dejarle tener la última palabra.
—Los hijos de Lilith dais cobijo y educáis en la ignorancia a nephilims sin avisarnos. Así es como resolvéis vuestros asuntos, y así es como se convierten en los nuestros.
Tus palabras provocaron que una sonora carcajada brotase de la garganta del brujo, vibrante y divertida. Te miró con condescendencia, como si fueras un cachorro tropezándose con sus propias patas, y negó con la cabeza mientras hablaba de nuevo.
—Eres tan corto de miras que incluso resultas gracioso —respondió, metiendo las manos en los bolsillos—. Está claro que el cerebro lo pone la zanahoria en vuestra relación.
El brujo se alejó tras esas palabras, con las manos en los bolsillos y los pies descalzos, en dirección al lago maldito para los nephilim.
Desde donde estaba pudiste ver cómo Verbius empezaba a desnudarse, dejando su ropa en un montón en el embarcadero. Su cuerpo era fibroso, más delgado que el de Stuart o Derian, pero hermoso sin duda. Cuando se quitó los pantalones una cola de color púrpura ondeó a su espalda. Terminaba con forma de punta de lanza, como las de los diablos o los dragones mundanos.
Ya desnudo se tomó un instante para mirar al lago antes de lanzarse a él de cabeza, haciendo que la superficie de espejo pareciese romperse en miles de cristalitos. No parecía importarle lo más mínimo tenerte de público para su espectáculo de exhibicionismo y ni siquiera te pareció que se girase para ver si seguías allí o ya te habías marchado.
Estuve a punto de responder a las palabras del brujo, enfadado. La verdad es que sabía que en parte tenía razón en lo último que había dicho, pero eso no le daba ningún derecho a nada. Además, tampoco es que yo fuese retrasado, ni nada, es que Amber era excepcionalmente lista. Igual que yo ponía el músculo en nuestra unión. No tenía nada de malo.
Pero todo lo que pudiera decir sonaba a justificación, y pasaba de contestar de una forma que pareciera darle la razón. De modo que me quedé callado, negando con la cabeza, y dejé que se marchase. Capullo engreído y gilipollas.
Incluso me pensé ir detrás de él tras algunos segundos... Cuando empezó a quitarse la ropa. Eso sí me dejó impactado. Ya no tenía ganas de seguirle, pero la verdad es que cuando pareció que iba a continuar desnudándose tampoco de marcharme. Apreté los dientes, justificándome a mí mismo que lo que estaba era vigilando, y critiqué mentalmente su ascendencia demoníaca en cuanto vi aquella cola... Pero no me fui. No al menos de momento. La verdad es que esperé hasta que se tiró al lago y algunos segundos más, momento en que decidí que era momento de seguir corriendo, esperando quitarme con el cansancio cuanto antes esa imagen de la cabeza. Más me valía, porque sino tenía la sensación de que iba a perseguirme bastante tiempo.