Alacante, domingo 6 de Junio de 2014, 19.00h.
Los días en Idris llegaron finalmente a su fin y aquel último la mayoría de los nephilim del Instituto de Londres lo dedicaron a hacer las maletas y despedirse. La casa de los Blackwell era un hervidero de buenos deseos y promesas de contacto frecuente, mientras que en la mansión de los Herondale la principal preocupación de Gareth y Deirdre era asegurarse de que Melissa y Sun-yun estarían bien viviendo solas en Alacante. Les dieron muchos consejos, e incluso fueron ellos quienes se encargaron de organizar su estadía en la Academia, en la que vivirían mientras durase su instrucción, al igual que lo haría también Jo después del verano, en cuanto cumpliese doce años.
A las siete de la tarde habían quedado en reunirse en la llanura Brocelind con Verbius Lamond, quien abriría un portal para que el grupo pudiera regresar al enclave de Londres. Y allí estaban todos puntuales. El matrimonio Herondale, junto con Alice y la pequeña Jo, aunque la mayor de las dos hermanas había manifestado su intención de regresar pronto a Idris para quedarse. Amber y Émille, que parecían haber acompasado sus movimientos y miradas desde que se habían convertido en parabatai. Milton, que había sido el primero en recoger su equipaje y había entretenido el resto de su día con el piano de la sala de música. Incluso Melissa y Sun-yun estaban allí, ya que viajarían a recoger sus cosas para regresar después a Idris. Ella Blackthorn también había acudido, con la intención de ayudarlas y asegurarse de que las dos volvían sanas y salvas a través del Portal.
El que ahora era el Gran Brujo de Londres no se entretuvo saludando a los nephilim. Cuando le pareció que ya estaban todos allí sacó las manos de los bolsillos y unas chispas azules empezaron a brotar de sus dedos. Ante él empezó a formarse un pequeño rectángulo añil que fue creciendo a medida que él movía las manos, hasta que de nuevo una superficie dorada de marcos azules fue tan grande como para permitir holgadamente el paso de una persona.
Verbius se apartó y cerró los ojos un instante durante el que esa superficie se onduló y cambió, mostrando el cielo gris de Londres sobre un lugar que todos reconocieron como el patio del Instituto. Podían vislumbrar la entrada al castillo y uno tras otros los nephilim pasaron primero, quedando el brujo para el final.
El jardín del Instituto era más grande de lo que podría parecer posible viendo el solar por fuera. No parecía que nadie se dedicase a mantener el jardín cuidado. Algunas flores silvestres salpicaban el manto de césped crecido de forma descuidada. Algunos muros a medio derruir aparecían cubiertos de enredaderas y aquí y allá se podían ver bancos de piedra enmohecidos. El cielo estaba gris y nublado. No llovía, pero el ambiente era húmedo, muy distinto al clima primaveral de Idris que habían dejado atrás apenas unos segundos antes.
Un escalofrío erizó los poros de los brazos de todos los presentes y no parecía provocado únicamente por la diferencia de temperatura. Una sensación funesta, un presentimiento lúgubre, atenazó en un nudo las gargantas de los nephilim en cuanto pusieron un pie en el patio. Estaban junto a la puerta que les llevaría hacia el interior del castillo y la hoja oscilaba movida por el viento en un golpeteo que parecía poner ritmo a ese temor atávico que hacía el silencio más pesado.
De repente un grito desgarrado que parecía provenir del mismo edificio rompió en pedazos ese silencio y fue la señal para que todos se apresurasen a entrar en el Instituto. No tardaron en encontrar el primer cadáver, en el pasillo que llevaba al vestíbulo. Reconocieron a Stuart por el rubio de sus cabellos, ya que su pecho había sido abierto en canal y su cara parecía haber sido quemada hasta quedar ennegrecida y con las facciones desdibujadas. También los bordes de la herida en su torso estaban quemados dejando la piel oscura y quebradiza. Todo el suelo bajo el cuerpo estaba lleno de sangre y los charcos granates, aún frescos, continuaban hasta el vestíbulo.
Fue allí donde detuvieron la carrera en seco. La imagen hizo contener la respiración a más de uno y más de dos y el olor metálico se clavó en sus cerebros, insidioso y punzante, hasta que sus paladares parecían retener el sabor ferroso de la sangre. Y es que gruesos regueros carmesíes parecían brotar de la misma piedra de las paredes, deslizándose hasta el suelo, como si la sangre de los nephilim se derramase a través de la roca.
Desde el suelo los ojos abiertos de Derian miraban hacia el techo, pero su cabeza había sido cercenada y su cuerpo se encontraba algunos metros más allá, desmadejado en un charco de sangre. Más cerca de la puerta abierta que llevaba a la calle había otro cuerpo, completamente quemado hasta el punto de que era imposible reconocer a Scott en él.
Pero entre tanta muerte, quedaba alguien con vida. En el centro del vestíbulo había una figura de rodillas, justo delante de la escalinata. Ivy, más pálida que nunca, tenía el rostro alzado y los ojos completamente en blanco. Sus labios estaban entreabiertos y de sus ojos y nariz brotaban regueros granates que caían por su barbilla, manchando su ropa sin que ella pareciese notarlo, sumida en un profundo trance como estaba.
Una ondulación plateada pareció extenderse por el aire, naciendo en un lugar cercano a la puerta donde Sun-yun creyó percibir una presencia que le resultaba familiar. Fue apenas un instante antes de que esas ondas alcanzasen el techo y el tañido de una campana resonase en el lugar. Sus ecos tardaron en desaparecer y cuando lo hicieron, se dieron cuenta de que Ivy estaba murmurando algo que Émille ya había oído antes.
Sangre y muerte para los nephilim. La piedra sangra y llora. El rojo y el negro. Han llegado ya. Sangre y muerte para los nephilim. El libro. ¿Dónde está el libro? Los herederos han despertado. Es tarde. La sangre teñirá sus hojas y se derramará sobre la piedra. Las paredes están llenas de almas.
La voz de la muchacha se iba alzando a medida que seguía hablando, sin que pareciese en absoluto consciente de la presencia de los recién llegados.
¿Dónde está? ¿Dónde está? Grita. ¡Grita! ¡¿Dónde está?! ¡Es tarde! ¡Tarde! ¡Sangre y muerte para los nephilim! ¡Sangre y muerte para los nephilim! ¡SANGRE Y MUERTE PARA LOS NEPHILIM!
En el patio, en un rincón resguardado por dos paredes que formaban una esquina, la estatua de un ángel contemplaba con sus ojos eternamente vacíos un banco de piedra y de ellos manaban lágrimas de sangre, frescas y rojas.