Después del revuelo de las ceremonias habías podido comprobar que Alice no pasaba mucho tiempo en la mansión Herondale. La rubia desaparecía temprano por la mañana y no daba señales de vida en todo el día, hasta la hora de la cena, en que sí se dignaba a compartir ese rato con su familia y los invitados que estaban allí instalados. Pero después de la cena volvía a desaparecer hasta bien entrada la noche, o eso podías suponer ya que no la habías visto regresar, quizá ni siquiera estuviera durmiendo allí.
Sin embargo, aquella mañana al entrar en la cocina de la mansión pudiste ver a la rubia que ahora era parte de tu familia, de pie junto a la isla sobre la que tenía un libro de aspecto antiguo. Mordisqueaba una tostada y tenía una taza de café humeante. Apenas estaba amaneciendo en el exterior y Alice no se había molestado en sentarse.
Iba vestida con unos pantalones y una chaqueta negros que parecían cómodos sin asemejarse a un chándal y por una vez había cambiado los tacones por zapatos planos de aspecto deportivo, completamente negros. Su melena estaba recogida en una cola alta. Ni siquiera te dedicó más que un rápido vistazo desdeñoso antes de volver a poner su mirada en las páginas amarillentas del libro.
Lo había conseguido, al fin había dado con Amis. No sabía cuantas mañanas había intentado despertarme a tiempo de verla, ni cuantas noches había trasnochado más de lo recomendable para mi piel para recibir la misma frustración.
Pero hoy era el día en el que nuestras melenas coincidirían, el día en que acabaría mi ritual de ingreso a la familia.
Solo de verla mi corazón dio un vuelco, estaba nerviosa, tan nerviosa que antes de entrar en la cocina repasé mi pelo trenzado en diadema, el maquillaje, y el vestido blanco hueso de corte nautico en el reflejo de algún cuadro con el que no me fijé.
— Es tu deber, Sun —me consciencié empujándome a entrar perfecta, elegante y sofisticada como ella para recibir...nada—. Será puta — me indigné en clandestinidad —.
— Buenos días Alis, estás preciosa —saludé camino del armariete del pan para prepararme tostadas francesas—.
Sentía la boca pastosa y las tripas tan cerradas que ninguna de las tostadas iba a entrarme por más que las preparara.
Por suerte me habían educado como a una dama y como tal, yo nunca sudaba, ni entrenando.
— Yo... —empecé buscando su proximidad— ¿Puedo comentarte algo?
Alice recibió tu cumplido con indiferencia, como si toda su actitud respondiese un «por supuesto» que sus labios no necesitaban pronunciar. Tan sólo una de sus cejas se elevó un poco sin que su mirada se apartase del libro, al menos hasta que te acercaste a ella. Entonces levantó los ojos con una mueca de hastío frunciendo la comisura de sus labios.
—Sea lo que sea, la respuesta es no —dijo con frío desdén, poniendo la mano sobre la página que leía—. Y no vamos a ser amigas.
Se llevó la tostada a la boca para darle un bocado más y apartó su mirada de ti, con obvia intención de seguir ignorándote.
Su papel era tan exquisito que casi parecía haber sido educada por mi ex-padre en vez de por el suyo; seguro que ella tenía tanta sangre Gi como yo Herondale, se notaba. Me mordí las mejillas por dentro para no estirar una pequeña risa con la idea de que Alis fuera una monada de mundana.
—¡No quiero ser tu amiga! —flipé como si acabara de llamarme maricona— Eso sería antinatural—explique arrugando la nariz, estaba claro que no entendía nada. O se creía que yo no lo hacía—. Pero eres mayor que yo así que...—me asqueé en un suspiro antes de seguir— Juro traerte honra —dije arrastrando las palabras—. Y serte útil en cuanto necesites.
Los ojos de Alice volvieron a ti con desgana cuando seguiste hablando, apartándose del libro despacio, como si les costase renunciar a él sólo para mirarte a ti. Sus labios se apretaron cuando aseguraste que aquello era antinatural, pero no fue hasta que terminaste de hablar que terminó de mirarte como si estuvieras tarada.
—Ya... Entiendo —dijo entonces, con el tono que se podría emplear con un loco—. Pues mira, ahora mismo puedes serme muy útil. —Hizo una brevísima pausa y respondió a una pregunta que no te había dejado tiempo de hacer—. Callándote y dejándome en paz. Tengo cosas más importantes que hacer que escuchar tus tonterías de mundana.
¡Lo entendía! Aquello fue un gran alivio, al menos mi hermana mayor no sería una retrasada que bastante había tenído que soportar con Aly Ami-son.
— ¡Sí! —asentí con una reverencia menos inclinada de lo que yo hubiese exigido a los gemelos.
Y tras ello me fui con una gran sonrisa. Había salido genial. Era una hermana menor cojonuda.