Sólo una milésima de segundo me planteé hacer caso a la petición de Amber, y fue por puro instinto, por oír la voz de mi amiga llamarme. Pero había un instinto aún más fuerte: el de marcharme de allí.
Sabía lo que venía detrás de detenerme. Hablar. Y si había algo que no quería era hablar. Estaba siendo un buen día y de repente todo se iba a la mierda, una cosa detrás de otra. Y todo por culpa de Milton y Sun Yun. Putos chinos.
Me alejé tan rápido como pude, sin molestarme en cerrar la puerta detrás de mí. Quería huir, pero no reventarle la cara a Amber de un portazo. No respondí a sus palabras. Con los labios apretados me fui como creo que no me había ido nunca. ¿Seguía enfadado? Puede, más con los dos causantes de todo esto que con los demás. Pero sobre todo tenía una inseguridad tan grande como no recordaba haber sentido nunca. Caminaba sin rumbo pensado y al mismo tiempo lo hacía en dirección a mi habitación, dispuesto a encerrarme hasta quién sabía cuándo.
No habían pasado más que unos segundos desde que te habías encerrado en tu cuarto cuando Amber llegó a la puerta y empezó a golpear en ella.
—Émille, vamos, abre —decía entre llamada y llamada—. Te he visto entrar ahí. Sal y hablemos, haz el favor.
En cuanto llegué a mi cuarto y cerré la puerta sentí como si algo dentro de mí se cerrase también. No era capaz de racionalizarlo, pero estaba totalmente angustiado. Di una patada a la silla sin tener cuidado de cómo ni de cuánta fuerza usaba y al momento supe que aquello me pasaría factura. Apreté los puños y la garganta para no gritar, y entonces oí a Amber llamar a la puerta.
Mis ojos fueron hacia allí. No pensé en salir, pasaba de que cualquiera me viera así. O, directamente, de que me viera. Pensándolo bien me sentía como si ahora que Amber había dicho eso todos pudieran ver a través de mí si salía de mi cuarto aún más de lo que podía ver yo. Y no me gustaba.
Empecé a respirar más rápido sin siquiera darme cuenta. ¿Qué había que hablar? Nada. Demasiado habíamos hablado ya. De hecho toda esta mierda había comenzado por hablar demasiado. Y cuando quise darme cuenta estaba sentado en la cama, con la cara húmeda y más enfadado aún conmigo por haber caído en la mariconada de estar llorando.
En el fondo quise contestar a Amber, pero no me atreví a alzar la voz. No me encontraba bien. No me reconocía en mí mismo, pero lo único que quería era salir a pagar lo que estaba pasando con el primer demonio que encontrase. Y ya que para salir había que pasar por todo el castillo, lo único que el cuerpo me pedía era hacerse un ovillo en la cama, pero estaba demasiado inquieto para eso.
—No hay nada que hablar —dije al fin, aunque ni idea de cómo salió en ese momento mi voz—. Ya tengo claro lo que piensas de mí.
—¡Venga ya! —exclamó la chica al otro lado de la puerta—. ¿Recuerdas que has sido tú el que ha llegado llamándome puta? —Hizo una breve pausa y cambió de estrategia—. ¿De verdad quieres que hablemos esto a gritos en el pasillo? ¡Déjame entrar!
Entonces viste cómo el picaporte se movía y un instante después la puerta se abría, dando paso a Amber, que se metió dentro y la cerró tras de sí. Se movió en el sitio, como si no estuviera segura sobre si acercarse donde estabas o quedarse cerca de la puerta, pero finalmente decidió acercarse y se quedó a un par de pasos de ti. Te miró en silencio durante un segundo y después su expresión se volvió seria, sin rastro del enfado que habías visto antes en ella, llenándose de algo más profundo, aunque sería difícil definir si era tristeza o decepción.
—A lo mejor nos hemos precipitado. ¿Quieres que lo cancelemos todo? —preguntó sin rodeos, escrutándote con sus ojos verdes.
Mi mandíbula se volvió a apretar cuando escuché desde el otro lado de la puerta que yo había empezado todo aquello. No, claro que no, habían sido los putos chinos con sus putas mierdas los que lo había hecho. Había que joderse, de verdad. Pero esa idea se cortó en el mismo momento en que la angustia dio paso al miedo cuando Amber dijo eso de hablar a gritos. Ni siquiera lo había pensado.
Joder, no quería que pasara. Pero tampoco parecía dispuesta a quedarse fuera. Y aunque en mí nació el impulso de bloquear la puerta, al final el único que se quedó bloqueado fui yo.
Me costó mirar a Amber. O más bien me costó dejar que me viera llorando. Pero ahí estaba, frente a mí. Aparté la mirada hacia la pared, dándole la espalda, y usé mi propia manga para secar mi cara.
Al escucharla hablar tardé un par de segundos en saber de qué hablaba. Centrado como estaba en lo mío ni siquiera era capaz de mirar hacia el frente, hacia lo que teníamos al día siguiente.
Me sorprendió y me sentó como una patada que hablase de cancelarlo. Y no tardé en comprender que, si hasta el momento Amber había tenido alguna sospecha de la mierda que había dicho en su laboratorio, con todo esto iba a pensarlo más. Vamos, que iba a estar convencida. De inmediato, ciego por la idea, achaqué a eso que hablase de dejarlo todo. Joder, qué prisa se había dado.
No sabía qué decir. Por un lado no estaba dispuesto a reconocer lo que ya no sabía cómo excusar. Por otro no me salían las palabras para negarlo. Y aún así no era capaz de dejar de revolverme en mi cabeza y en mis palabras, como un animal acorralado que se niega a no presentar batalla.
—Si yo creyese que te van las tías —dije, sin reconocer nada, sino más bien acusándola de no sabía muy bien ni qué— no te diría de cancelarlo.
En realidad aquello era mentira. Si yo de verdad hubiera creído en aquel entonces que a alguien le gustaban los de su mismo sexo probablemente lo habría repudiado por completo.
—Y no te lo digo por eso —respondió Amber frunciendo el ceño y acercándose un paso más—. Eso me da igual. Lo digo porque una tía que conoces desde hace un par de semanas te cuenta mierdas de mí y lo que haces es venir a llamarme puta a la cara en lugar de preguntarme primero. Y porque te dedicas a contarle a esa misma tía las cosas que yo te cuento a ti en privado.
Y con esas palabras se dejó caer sentada en el borde de la cama.
—Que te gusten los tíos me la suda. Podemos seguir fingiendo que no lo sabemos si es lo que quieres —ofreció, haciendo un gesto con la mano sin mirarte—. Pero ya no sé si confías en mí o de qué va esta mierda.
La respuesta de Amber, desde el principio, me descolocó. Y le habría pedido explicaciones, pero ya me las dio ella sin que yo hiciera nada. Mejor, porque en ese momento casi se me había olvidado hasta cómo hablar.
Cuando escuché los motivos de que me dijera eso quise protestar, pero la verdad es que no supe cómo. Explicado así la verdad es que era como bastante una mierda lo que había hecho. Sí, ella se había liado con un puto subterráneo, y eso me costaría asumirlo. Y más cuando hablaba de ello sin arrepentimiento, como si se pudiera repetir cualquier día de estos. Pero es verdad que contado así lo que yo había hecho no quedaba muy bonito.
No tardé en empezar a justificarme en mi cabeza. La verdad es que si Amber me lo hubiera contado, como se suponía que tendría que hacer, esto no habría pasado. Pero me interrumpí al ver que se sentaba en la cama. ¿La cosa iba a ir para largo? No estaba preparado para algo así. No estaba preparado para eso.
Su forma de seguir, sin embargo, me hizo continuar callado. Yo me encaminé despacio hacia la puerta, pero en lugar de abrirla y salir me di la vuelta, apoyé la espalda y me deslicé hasta quedar sentado en el suelo.
Me quedé mirando al frente, sin saber qué decir. Cada vez que le daba vueltas me daban ganas de negar que me gustasen los tíos, pero llegados a ese punto no creía que Amber se lo fuese a creer. Así que no iba a gastar fuerzas luchando contra una pared. Sin embargo sí me quedé pensando en lo que había dicho de la confianza y todo eso.
Había dejado de llorar. Estar acompañado cortaba bastante el rollo en cuanto a eso, la verdad. Mejor. Poco a poco mi mirada se volvió difusa en los bordes y mi pensamiento se fue haciendo menos concreto. Ya no sabía ni qué pensaba, ni qué no, sólo que estaba frustrado por mí, enfadado con los chinos y que me sentía mal por Amber. Era consciente de que la había cagado, aunque no me costase reconocerlo. Y no me costaba reconocer el momento exacto: había sido al escuchar a la pirada. De lo otro que Amber había dicho no tenía ni idea de qué hablaba, pero también era sobre la puta china, así que que le dieran por culo.
El tiempo empezó a pasar hasta que perdí la cuenta. Mi respiración se había ido calmando junto a mí y aunque no había llegado a volver a hablar ni a mirar a Amber sí era consciente de su presencia.
No sé cuánto tiempo había pasado cuando me moví, arrastrándome por el suelo. Apoyé la espalda en la cama,y el hombro derecho en su pierna izquierda. Miraba al frente, como ella, porque por el momento no estaba preparado para más, pero era algo. Y en ese momento emití un suspiro que, si me hubiera parado a pensarlo, probablemente me habría parecido el más largo de mi vida.
Amber permaneció en silencio tras esas palabras. Te siguió con la mirada cuando te moviste hacia la puerta, pero después se quedó mirando al suelo hasta que volviste a moverte. Tu suspiro tuvo su eco en su pecho, apenas un instante después y tras un par de segundos apoyó su mano en tu hombro y lo apretó suavemente.
—¿Nos dejamos de mierdas? —propuso, con un tono que parecía indicar que su racionalidad se había impuesto sobre los últimos resquicios de cabreo que aún quedaban chispeando en sus ojos.
Al notar la mano de Amber en mi hombro entendí que el momento estaba llegando a su fin. Que de verdad el silencio estaba acabando e iba a tocar volver a una realidad que no me gustaba ni un pelo. Una en la que mi mejor amiga creía que era un asqueroso bujarra. Me llevé una mano a la cara, sin llegar a mirarla, y con su pregunta bajé los ojos hasta el suelo.
¿Dejarnos de mierdas? Era lo mejor. Pero la primera mierda era que creyese eso, y no parecía que fuese a dejar de hacerlo.
Aquellos minutos habían servido para pensar, un poco al menos. Entre toda la tristeza y todo lo demás había habido espacio para sacar algunas conclusiones. No estaba preparado para pedir perdón por haberla llamado puta, al menos por el momento, pero sí había podido analizar un poco más las cosas.
—Me ha hecho el lío —dije—. Estaba enfadado con ella por otras mierdas, gritándole y eso, y me trató de palurdo por no saberlo. Me cegué.
Al poner esas palabras en voz alta el enfado que sentía hacia la china fue enfriándose. No calmándose, sino volviéndose como hielo. Una cosa era lo que pasase entre ella y yo, pero empezaba a estar convencido de que había metido a Amber en medio a propósito. Y eso no me molaba nada.
Amber asintió despacio, encontrando en tus palabras la disculpa que no había, y después se encogió de hombros.
—Es lista y manipuladora —dijo, sin que pareciese que trataba de insultarla, sino simplemente poniendo en voz alta los resultados de un análisis realizado—. Se hace la tonta, pero siempre intenta meter el dedo donde duele. Me di cuenta el día de la fiesta esa que dio en su cuarto. —Entonces te miró desde arriba—. Está loca por ti y se muere de celos por lo de mañana. Lleva toda la semana intentando picarme, pero yo paso de sus chorradas, así que ha ido a por ti.
Me costó dejar de lado muchas de las cosas que había sobre la mesa y dejarlas bajo la cama. Lo que había dicho Amber en el taller y lo que la había traído hasta aquí seguía latiendo en mis sienes, pero no me sentía capaz de pensar en eso. O más bien una y otra vez mi cabeza volvía, pero no se atrevía a quedarse en ese tema más que un par de segundos. ¿De verdad era tan descarado mirando a Ethan? Joder... En ese momento hasta me alegré un poco de que hubiera desaparecido.
Escuché a mi amiga y volví a liberar el aire de mis pulmones. No entendía por qué decía eso de que la pirada estaba loca por mí, pero llegados a ese punto me creía cualquier cosa. Pero más como una obsesión de chalada que como cualquier otra cosa. Y lo de los celos... Joder, había que ser estúpida. Si de verdad quería algo conmigo tendría más opciones con Amber de parabatai.
—Es una puta niñata y una gilipollas —dije aportando una visión menos analítica. Entonces me levanté un poco, lo justo para sentarme en la cama primero y tumbarme después, todo sin llegar a mirar a los ojos a Amber. No sabía cómo me sentía con respecto a ella, ni si lo que había dicho cambiaba lo del día siguiente. Tenía mucho que pensar, la verdad.
—Bueno —enuncié mirando al techo. Ni a mí me gustaba lo que estaba a punto de decir, pero parecía la mejor manera de hacer las paces. Y si Amber estaba dispuesta a aceptar lo que decía, bueno... Yo no sabía si podría aceptar lo suyo, pero más valía saber a qué me estaba atando antes de firmar—, cuéntame lo del —puto— subterráneo ese.
Tu amiga —o la que había sido tu amiga hasta unos minutos atrás— se encogió de hombros, mostrando así su acuerdo por las lindezas que le dedicaste a Sun-yun.
Y después con tu petición te miró con cierto recelo, como si temiese que tu interés llegase con segundas, para finalmente emitir un pequeño resoplido y empezar a hablar.
—Se llama Chris, es un hombre lobo —dijo, llevando la mano hacia su frente para frotarla con dos dedos, como solía hacer cuando algo la preocupaba—, está en la misma manada que Dana. Nos hemos enrollado tres o cuatro veces. —Se encogió de nuevo de hombros—. No hay mucho más que contar. Es un tío muy majo. Te lo puedo presentar si quieres conocerlo.
Al oír que el puto subterráneo tenía nombre y todo —cosa que ya era de esperar— me molesté un poco. Y sí, en parte era porque no me hubiera dicho nada, pero había más, algo difícil de localizar y para lo que no tenía demasiadas fuerzas.
Vi su gesto de preocupación, y no supe muy bien si era por estar liada con un puto subterráneo, aunque no parecía que le molestase, por lo que a mí me pudiera parecer o por esa chorrada de que estaban desapareciendo hombres lobos. Joder, ya podrían haber empezado por ese.
Seguí escuchando. Tres o cuatro veces eran más que el otro día me di un lote con un chico, pero desde luego menos que novio. Y que alguien como ella no supiera exactamente el número de veces hacía pensar que no era tan importante. Eso último me tranquilizó.
Pensé en lo de conocerlo, y me cerré en banda de inmediato. Pasando, pasando mucho. Apreté los labios y empecé a negar con la cabeza, aunque ese gesto se quedó a medias, como si sólo hubiera mirado hacia la pared. Joder, pensándolo bien iba a tocar sí o sí cuando nos hiciéramos parabatais, al menos si de verdad eran colegas. Eso no me gustaba demasiado de la parte de unirnos. En el lado bueno ella siempre había hablado de ver mundo, así que si la cosa se ponía complicada nos piraríamos y listo. Y si no le gustaba que se quedase, vinculados acabaría siguiéndome tarde o temprano.
—A la vuelta —comenté sin evitar del todo que fuera a regañadientes. Lo evitaría el tiempo que pudiera, claro. Pero estaba claro que no era el momento de ponerme cazurro—. Cuando seamos parabatais.
Con tu respuesta los labios de Amber se curvaron en la primera sonrisa desde que habías entrado airado en el taller. Dio un par de palmadas en tu pierna y se puso de pie.
—A la vuelta —confirmó, al parecer dispuesta a dejar el asunto, al menos por el momento. Dudó por un par de segundos, pero finalmente empezó a caminar hacia la puerta.
—Todavía tengo que preparar algunas cosas para el viaje, pero si quieres que comamos o que hablemos, estaré en el taller o en mi cuarto —ofreció, con intención de dejarte solo.