La cotilla esta hasta tenía que venir a verme el moco, mandaba huevos. Estuve a punto de frotarme la cara con el puño de la manga pero yendo de blanco no quise hacer un destrozo con el maquillaje, ni al mismo.
— ¡Estoy tranquila! —le espeté a Meli-chan enfada y nada tranquila en el barrido de cabeza hacía Imil.
Me congelé un segundo insegura de que mi cuerpo siguiera entero y con la sangre dentro después de lo que le había gritado pero las palabras me quemaban en la garganta y eso era malo, malo para mí. Estaba en ese punto de alienación en el que podía cagarme en mí misma y medir el arrepentimiento futuro pero no alcanzaba a tirar de las riendas de mi ser.
— No estoy llorando, ni nada así. Por si no lo has notado aquí hay mucho polvo —repliqué todavía en pie de guerra y una mirada se desvió fugaz a Meri-san—. Podría haber venido antes y limpiar.
Fruncí el ceño cuando me acusó de ser mala estudiante y mi corazón dio un vuelco al escuchar que él mismo me había metido en la cama. Flaqueaba.
— ¡Y una mierda! —resumí defendiéndome de él y de su puto hechizo de tela verde. Eso era lo que vendía: mierda. Era un homicida había visto en sus ojos, lo había sentido en los huesos y se había clavado en mi corazón. — No había ni una runa de esas ni en la espada, ¡ni en el pescado!
La puta loca parecía dispuesta a no dejarme marchar, pero ya le podían dar por culo. No había quién se creyese que no estaba llorando y, más aún, tampoco me creía ya que no estuviera fingiendo. Al escuchar sus palabras, aún así, me detuve para mirarla. Ni zorra de qué decía del pescado, pero si iba a seguir mintiendo al menos tendría que esperar hasta que me marcharse.
—Antes de llevarte te vendé la puta muñeca para que no te desangraras —le dije—. Y luego te hice una iratze justo al lado. —Hice un gesto con la cabeza, señalando el lugar donde habría quedado la marca—. Ahí.
Alcé entonces una mano para que apareciera en ella la espada que solía usar, dejando que se vieran las tres runas de la hoja.
—Rápida, precisa y certera —enumeré—. Si no sabes lo que hacen ya es tu puto problema, haberte esforzado un poco más en lugar de estar buscándote otros para que te entrenen. Y si vas a echarme mierda, al menos que no sea tan fácil demostrar que te lo inventas.
Miré a Meri-chan con la confesión de Imil puntualizando con las cejas un "¿ves?" y aunque me creía con el control de mi expresión probablemente ella solo me vio como una uva pocha con una arruga más.
Al ver aparecer la espada retrocedí medio paso y mientras él hablaba disimulé otro medio dejando a la pelirroja algo más cerca de él que yo. Más fácil de llegarle.
— Sé perfectamente todas las runas. Y sé que puedo dibujarle una ahora y decirte que lleva toda la vida ahí. ¿Nos crees borderline? Y no fue en ese examen, ni en ningún combate que te justifique. Fue después, lo sabes muy bien.
Señalé hacia la derecha — Por si te has perdido ahí está la puerta—le invité a seguir yéndose sin amabilidad alguna y fallando la dirección de la puerta sin enterarme—.
El grito de Sun-yun resonó en el mausoleo y apreté los ojos instintivamente. Mi rostro recuperó pronto el estado normal aunque empezaba a encontrarme un poco agobiada de estar allí con ese mal ambiente que había creado. No pensé que aquello tuviera fácil arreglo pero desde luego tampoco creía que Sun-yun pudiera reaccionar así.
Tras las palabras de Émille, lo escuché con atención. Parecía que por fin iba a sacar algo a la luz. Al principio no comprendía nada, y luego no es que lo comprendiera todo, pero al menos entendí que hubo un combate —cómo no, tratándose de Émille—.
Cuando me sugirió que no creyera a la coreana, desvié mi mirada a la chica, viendo de pleno cómo su expresión enfadada iba evolucionando. De nuevo volví a no entender nada cuando dijo aquello del pescado y, al girarme hacia Émille, parecía que él tampoco. Empezaba a sentir como si me encontrara ante una partida de tenis, pero por lo menos había conseguido que hablaran entre ellos.
Dejé que Sun-yun volviera a responder y en seguida volví a retomar mi nefasto papel como conciliadora.
—Vamos a ver si lo entiendo... ¿Émille te hirió intentando con esa runas hacerte el daño justo para no matarte... —dije mirando primero a la chica, con los ojos muy abiertos, para luego desviarlos hasta el chico, incrédula —...y luego tú la curaste? — Dejé esa pregunta en el aire unos segundos, pero antes de que alguien me respondiera me hablé a mí misma—. No entiendo nada. ¿Estabais entrenando?
No entendía nada, de verdad. Aunque mi cabeza hizo un esfuerzo por comprender la situación. Empezaba a creer que: la disputa había empezado en un entrenamiento; Émille atacó a Sun-yun y la hirió lo justo y suficiente como para no matarla; Sun-yun se cabreó y pidió a Milton que la entrenara... Aunque ahí tenía dudas de si realmente era así; Émille se cabreó y...
No me cuadraba nada.
De la respuesta de la loca entendí una cosa: que iba a seguir mintiendo, adaptando la realidad a lo que había en su cabeza. Dijera lo que dijera no conocía las runas de las armas, sólo aquellos con el poder de enlazarlas a uno mismo lo hacíamos. Y yo no tenía ninguna necesidad de dibujar a posteriori una en la espada sin saber ni que me iban a encerrar aquí. Como fuese, al ver que decía lo de la puerta y señalaba para otra parte confirmé que era, simplemente, gilipollas.
Y de lo que dijo la cotilla entendí también algo. Que daba igual que le advirtiera, seguiría creyéndose las mentiras de esa chalada. Además estaba claro que solo seguía queriendo enterarse. El enfado en realidad se la soplaba, porque ya le había dicho que no era por eso y seguía dándole al tema.
De modo que tras escuchar las preguntas de la pelirroja decidí que aquello no servía de nada.
—Que os den —dije a modo de despedida, volviendo a encaminarme hacia la puerta.
Cuando subiste las escaleras en busca de la salida te diste cuenta de que la puerta estaba cerrada, sí, pero no con llave, sino con una runa de protección.
Meli-chan era un ruido constante de agua, de ese que resulta molesto cuando desentona con alguna gota pero que es fácil de volver a obviar fundiéndolo con el entorno.
Pero con la última intervención me cogió fuera de máscara y enarqué una ceja crítica a su resumen. No solo no se había enterado de nada, sino que lo había dicho todo al revés. Impresionante.
Mantuve el silencio cuando Imil se largó por dónde le daba la gana. Volvería, seguro, ese camino no le llevaba a ninguna parte. Pero era todo un lujo dejar de verle la cara. Necesitaba serenarme antes de que se dieran cuenta de que tenía ganas de llorar.
— No sabes escuchar —pagó Meri-chan mi cabreo—. Eres la peor cotilla que he conocido, en la uni se te comerían viva, tía.
Lo siento, no tenía la escena marcada y no contaba entonces con que me tocaba.
Mi paciencia estaba llegando a un límite importante. A parte de no entender nada de lo que había pasado realmente entre ellos, se estaban comportando como críos. Aunque ya me daba igual entender más o menos. La cuestión es que Émille había atacado a Sun-yun y cada vez más entendía por qué, aunque el chico no debería haber llegado a ese extremo.
Cuando la coreana me dijo aquello, abrí los ojos sorprendida. Sabía que era rara, pero ahora me había dado cuenta de que era una falsa de cuidado. ¿Cómo me podía hablar de aquella forma? Tenía algo de esperanza en ella. Pensé que era una chica inteligente y educada. Sobre todo educada. Pero ya había hecho un par de comentarios que no me cuadraban con el significado de ese segundo adjetivo.
Dejé que Émille siguiera yendo hacia la puerta. Yo no iba a salir de allí por ahora, así que si quería salir tendría que hacerlo por su propio pie. Sin embargo, sí me dirigí hacia Sun-yun. No es que tuviera muchas ganas de contestarle. Ni siquiera de dirigirle la palabra después de aquello, pero me había cabreado y no dejaría que me humillara de aquella forma en vano.
—No sé quién te has creído que eres para hablarme así —sentencié con una expresión muy seria en mi rostro —. Sólo intentaba ayudar, pero veo que sois imposibles de tratar —continué decepcionada y enfadada.
—Si faltas el respeto de esa forma a los demás entiendo que se cabreen contigo —dije finalmente a la coreana. Aunque las palabras me parecieron muy duras dichas en voz alta, sentí que debía decirlo.
Sin embargo, entonces sí me giré de nuevo hacia Émille. No quería que pensara, en absoluto, que le daba la razón por sus actos.
—Aunque tampoco hace falta atravesar a alguien con una lanza, aunque sea «rápida, precisa y certera» —dije notablemente irritada.
Me llené de aire, lentamente, como si cogiera carrerilla antes de mirar a la Morgenstern con altivez rubia.
Con un gesto rápido e inconsciente que no pensó en el maquillaje me sequé las pestañas y luego sonreí a la pobre niña que no sabía crecer.
— Soy Sun-yun Herondale, he sobrevivido la uni, en Corea y en Londres. No tengo que creerme nadie más para hablarte como te he hablado, basta con ser yo.
Respiré de nuevo enviando el aire al corazón para que calmara sus heridas.
— Dices que intentabas ayudar, pero no has hecho nada para ello. Querías enterarte de porqué he dejado de estar babeando por él, no has hecho nada más que preguntar eso. Si de verdad querías ayudar déjame decirte que encerrar a dos personas creando una tensión innecesaria que añadir a la existente no es buena idea. La próxima vez prueba a suavizar las cosas antes.
Callé para poner la oreja en dónde se había ido el otro.
— Te he contado lo que ha pasado. Pero has dejado que él te haga el lío porqué no quieres ayudar, quieres tener la razón e intentas encajar lo que decimos en la historia que tu misma te has montado.
Pesqué con un dedo la goma que mantenía perfecta una de mis trenzas y tiré de ella para liberar el pelo.
— Me has hecho daño, Morgenstern. ¿Quién te crees que eres tu para jugar así con nosotros? Deberías mirarte a ti misma antes de decir que comprendes porqué alguien desearía arrancarme la vida, a lo mejor encuentras una viga en tu ojo.
Arranqué el elástico de la otra trenza y guardé ambos en mi muñeca. Aguardando los tres segundos que sostenían el drama antes de dirigirme hacia la puerta, por el camino correcto.
En cuanto llegué a la puerta y vi aquella runa fruncí el ceño. No sabía que Melissa supiera hacer aquello, eso estaba bien. Un punto para ella. Sin embargo, si lo que quería era retenernos, había sido una idiota: una runa de esas no resistía un golpe bien dado. Un punto en contra. De hecho no tardé en darme cuenta de lo que eso implicaba. Y eso significaba al menos diez o cien puntos negativos. En otras palabras, que había sido estúpida.
Volví a bajar las escaleras tras unos segundos. Ni siquiera me molesté en intentar abrir. Y no llegué a bajar todas las de la estancia en la que antes nos encontrábamos, sólo las justas para hablarle.
—Eres gilipollas —enuncié hacia la pelirroja—. Has cerrado por dentro con una runa que no puedes deshacer, de manera que la única forma que tienes de salir es la misma que nosotros: romper la puerta. Vamos, que acabas de joder tu cripta de gratis. Un aplauso para ti, has sido la hostia de lista.
Me giré hacia Sun-yun, ya cansada de todo y arrepentida por haber confiado en que esos dos serían mínimamente maduros para afrontar sus problemas. La escuché y comprendí, pero no compartí ni una palabra de lo que me decía.
—Desde luego, qué manía con lo de que sólo he hecho esto para cotillear —comenté tras un suspiro antes de continuar —. Estáis obsesionados. Tanto que se os nubla la mente. Pero ya me da igual. Yo ya lo he intentado y si no ponéis de vuestra parte... —dije modelando mi voz para que llegara a ambos lados de la sala donde se encontraban ese par —Igual tienes razón — Miré a Émille —. Puede que tampoco nos volvamos a ver después de este tiempo en Alacante.
Anduve unos pasos lentos y cortos en silencio. Estaba pensando en lo que había pretendido y en lo mal que había salido. Nunca en mi vida me había encontrado con una reacción así. O por lo menos no con esa intensidad.
—Viéndoos y conociéndoos un poco más estoy segurísima de que no hubiera conseguido nada mejor hablándoos por separado antes. Con vuestro enorme orgullo —«de mierda» pensé — ni siquiera hubiera tenido una oportunidad de reuniros.
Cuando Émille me recordó lo que había hecho antes en la puerta me dirigí hacia él. Tampoco es que me hubiera salido espectacular, así que estaba segura de que se podría salir de allí fácilmente.
—Tú mismo —señalé la puerta con una mano—. Seguro que te mueres de ganas de usar esa lanza de nuevo. Y no es mi cripta —dije enfatizando ese «no» aumentando el tono de mi voz —. Por mí como si la destrozas entera.
En realidad preferiría que Émille respetara el lugar para poder investigar en él si había algo realmente interesante. Pero en ese momento estaba demasiado decaída. Ya no pensaba con claridad. Lo único que quería era salir de allí.
¿Meli-chan había hecho una runa para cambiar la puerta de sitio? ¡coño!
Me enrojecieron las manos de la envidia. ¿Por qué coño yo no sabía hacer eso? Seguro que Imil le había enseñado un par más de cosas que a mí, el muy cretino...
— ¡No la llames así! — grité volviendo de mi excursión. No fue para defenderla, fue por el placer de llevarle la contraria hasta en respirar.
Lo de romper la cripta me horrorizó y aquel horror hizo que un mohín y unas cejas arrugadas buscaran a Mel-chan.
— No lo entiendo —pronuncié esas tres palabras juntas por primera vez en mi vida—. ¿Es que ninguno de los dos respeta a los ancestros? ¿la historia? ¿el arte?
La runa se rompió al primer golpe perdiendo su brillo y, aunque la puerta quedó algo magullada, no sería difícil de arreglar después, si alguno de los tres quería hacerlo.
Tras gritos, lágrimas y reproches cada uno se fue por su lado. Lejos de conseguir el propósito de Melissa con aquella reunión, los ánimos se habían caldeado aún más e incluso ella se fue de allí enfadada con los otros dos. Parecía que las relaciones entre el trío de nephilim serían tensas, al menos durante una buena temporada.