La mansión Ravenscar se alzaba ante ti. Regia, alta, imponente. Hubo un tiempo en que ese fue tu hogar y algo en tu interior vibraba en sintonía con aquellas paredes de ladrillo. Había sido un hogar recio, duro como sus muros, pero había sido tu hogar.
No sabías si tus padres esperaban que pasaras por allí antes de regresar a Londres. No habías vuelto a verlos desde tu ceremonia. Pero finalmente habías decidido acudir a la casa familiar, simplemente habías escogido el momento que te pareció apropiado a ti, no el que te marcaran ellos.
Amber, que ahora era mucho más que tu amiga, se había ofrecido a acompañarte, pero finalmente entre ambos habíais acordado que sería mejor que fueses tú solo.
Así que ahí estabas, delante de la puerta, decidiendo si entrar o darte media vuelta y largarte.
En los días que llevaba allí había evitado pasar por cerca de mi casa. A veces había sido algo consciente y otras no tanto, pero en cualquier caso aquella era la primera vez en mucho tiempo que ponía un pie cerca.
En cuanto la vi me detuve unos segundos, tentado de darme la vuelta. No era la casa lo que había estado evitando, claro, sino a quienes estaban dentro. Desde el día de la ceremonia no los había vuelto a ver, y ni siquiera sabía cómo se habían tomado el asunto del apellido mientras nos inscribíamos las runas. Pensándolo ahora, al menos no había pronunciado también el de Amber. Seguro que eso se lo habrían tomado como si señalara que un Blackwell podría estar a la altura de un Ravenscar de cara a todos, gritándolo como si tal cosa.
Al final solté todo el aire de mis pulmones y di el paso que me llevaba directamente hacia la puerta principal. En lugar de entrar directamente llamé. ¿Me apetecía enfrentarme a ellos? No, desde luego. Pero menos me apetecía pensar que no había hecho lo que debía. No quería decepcionarlos, y sabía que con aquella ceremonia lo había hecho. Pero Amber era la persona ideal, me lo había demostrado incluso el día antes de dar aquel paso, después de que le gritase de todo.
Pensándolo bien creo que aquella visita a mis padres era como una última oportunidad no sólo de que me aceptaran a mí, sino también a ella. Aunque por supuesto Amber no dejaba de ser una parte de mí, después de todo.
Eran pocas las familias de nephilim que tenían servicio en Alacante en los tiempos modernos. La época en la que era frecuente tener como sirvientes a mundanos con la Visión hacía tiempo que había quedado atrás y, poco a poco, esa tradición se había ido perdiendo.
Sin embargo, los Ravenscar seguían aferrándose a ella, como una muestra más del estatus que aseguraban iba adherido a su apellido. Y así, al llamar a la puerta, Émille se encontró de cara con Norris, uno de los tres sirvientes que mantenían la mansión a punto.
El chico iba tan impecablemente vestido como siempre y si le sorprendió ver allí a Émille, no lo manifestó en su expresión, que parecía esculpida en piedra. Era alto, rubio y tan atractivo que fácilmente se le podría haber confundido con uno de los que llevaban la sangre del ángel en sus venas. Pero, salvo su capacidad para ver más allá del velo que ocultaba el mundo de las sombras de ojos mundanos, el chico no había manifestado ningún otro don.
—Señorito Émille —saludó, dando un paso hacia atrás y abriendo la puerta en ese movimiento para dejarte pasar—. Sus padres están en la sala de entrenamiento. ¿Desea que le prepare su dormitorio?
Al abrirse la puerta y ver directamente a Norris dibujé una sonrisa de medio lado. La verdad, seguir teniendo humanos con la Visión como sirvientes estaba claro que no era otra cosa más que estatus. Mi estancia en Londres me había ayudado a entenderlo. ¿Qué se suponía que iba a ver un humano en nuestra casa para necesitar un don así? Nada. Pero bueno, tampoco era su culpa.
—Norris —lo saludé, pasando directamente a mi casa. Bueno, a la de mis padres—. No hará falta, no me quedaré tanto. Pero gracias.
Saber que mis padres estaban en la sala de entrenamiento era algo bueno. A lo mejor podíamos hablar con las armas antes que con las palabras: se me daba mejor. De modo que emprendí el camino hacia allí, sacando la estela para hacerme un par de runas sin dejar de caminar.
La sala de entrenamiento era un pequeño gimnasio anexo a la casa, en la parte trasera del edificio. Cuando Émille entró lo primero que vio fue a su padre caer con un fuerte golpe, a un par de metros de sus pies. Su madre, lo contemplaba desde lo alto, encaramada a una de las vigas que sostenían el techo. Jean Ravenscar se levantó de inmediato, un instante antes de que ella cayese también en el mismo lugar donde había estado tendido un momento atrás, con la rodilla por delante.
Por un momento pareció que iban a seguir, ignorando la presencia de su hijo allí, pero en lugar de eso Andrea Lalique se puso en pie grácilmente y lo miró.
—Émille. Llegas varios días tarde, se te ha enfriado la comida.
Ver a mi padre caer al suelo fue más satisfactorio de lo que pensaba. Sólo lo superaría si hubiera sido yo quien lo hubiera hecho. La verdad es que no sé ni cuántas horas habría pasado en esa sala. Probablemente si a día de hoy era tan bueno en combate era porque había empezado a entrenar antes que la mayoría aquí, en casa.
Al escuchar el comentario de mi madre fue inevitable sonreír. Quizá si desde el principio nos hubiéramos encontrado aquí las cosas habrían sido distintas. O a lo mejor tenía que ver con que desde que habíamos hecho la ceremonia me encontraba de mejor humor.
—No tenía hambre —dije encogiéndome de hombros mientras me preparaba para lo que pudiera pasar. Sabían lo que podía hacer hacía un tiempo, pero tenía guardada alguna sorpresa. Como lo que Gareth me había enseñado, por ejemplo.
Runas: desvío y oportunidad.
Hago Aumento de habilidad 1.
Jean Ravenscar se sacudió un polvo inexistente de los pantalones antes de acercarse también a su hijo. Su mirada era fría y taladrante, como siempre, y ni siquiera un mechón fuera de su lugar en sus cabellos era suficiente para que su porte fuese menos imponente.
—¿Y bien? —preguntó al frenar sus pasos—. ¿Dónde has dejado a esa Blackwell?
Al notar la mirada de mi padre aparté los ojos de mi madre para llevarlos hacia él. Parte de madurar era conseguir sostenerle la mirada. No intentaba ser desafiante, pero sabía que antes de irme de casa ni de eso era capaz. La verdad es que en muchos entrenamientos con Gareth, sobre todo al principio, había pensado en mi padre, e incluso alguna vez me había planteado por qué no podía parecerse más mi padre a él. Sin embargo con el tiempo había entendido que eran cosas muy distintas. Además, probablemente Gareth con Alice tampoco se portase como se portaba conmigo.
—En el taller, preparando algo que cambiará las cosas —dije sin especificar más. Sin embargo me envalentoné y me vine arriba. Hablaba serio, como si no tuviera ninguna duda de lo que decía—. Es la próxima Henry Branwell. Pronto todos la conocerán.
La verdad es que pensándolo bien quizá estaba diciendo precisamente eso a ellos para demostrarles que no era una don nadie cualquiera. De nuevo estaba, como un crío, haciendo justo lo que no quería hacer. Pero ya era tarde para echarme atrás.
Aumento de habilidad 2.
Al escucharte cantar alabanzas para tu amiga, Andrea Lalique no se cortó al poner los ojos en blanco con un gesto que su hijo había heredado inconscientemente de ella.
—Ya es tarde para que intentes vendérnosla, Émille —repuso, cruzándose de brazos en un gesto lento mientras clavaba su mirada sobre ti y un tono que sabía a reproche—. Ya has hecho lo que has querido sin contar con nadie, como siempre.
Una pausa, breve, y cambió de tema para aludir a la noche de tu ceremonia.
—¿Y ahora has decidido dejar de hacer la pataleta y recuperar el apellido de tu padre?
Al ver la actitud que tomaba mi madre cambié el peso a la otra pierna, y luego de vuelta a la primera. Sí, estaba incómodo. Y si sus primeras palabras me molestaron las siguientes empezaron a enfadarme un poco. ¿Sin contar con nadie? Se refería a sin contar con ellos, pero había contado con mucha otra gente. Cuando me fui de casa no era consciente de hasta qué punto me era importante su apoyo, pero ahora sabía que antes dependía totalmente de él. Y que ahora había contado con el de Amber, para empezar, con el de Gareth y el de otros. Y lo más importante, que lo había hecho porque a mí me había dado la gana, porque no necesitaba pedirles permiso para todo.
Con su pregunta puse los ojos en blanco y levanté la mano mostrando el anillo.
—No lo había perdido —dije, aunque la verdad es que cuando me marché mi plan era llamarme Lalique para siempre. Y hasta hace dos días también, qué cojones. Pero a mí me había parecido guay el gesto que había tenido en la ceremonia y esperaba que sirviera para reconciliarnos. Que hablase de ello así hacía que quisiera llevar la contraria a mi madre—. Sólo quería saber quién era yo, además de vuestro hijo.
En ese momento hice una breve pausa.
—Y no necesito venderos nada —Con cualquier otro probablemente habría dicho «una mierda», pero mis padres aún me imponían cierto respeto—. Os digo lo que hay. Sois vosotros los que habéis perdido la oportunidad de conocerla y opinar antes.
Volvía a cambiar el peso de pierna.
—Ya no tenéis que darme lecciones. Os pareceré un niñato, pero me he ido, he aprendido a vivir por mi cuenta como nephilim y he vuelto. —Casi saqué pecho entonces—. Y no voy a pedir disculpas por nada de eso. Aceptadlo, o no lo aceptéis, pero es lo que hay.
—¿Perdido? —repitió tu padre con seriedad—. No. Claro que no lo habías perdido. Lo habías abandonado deliberadamente.
Tras esa matización te recorrió de arriba a abajo, con cierto escepticismo cuando aseguraste que querías encontrarte a ti mismo. Sin embargo, decidió dejar ese punto de lado para detenerse más en lo siguiente que dijiste.
—¿Y cuándo se supone que hemos tenido esa oportunidad? Ni siquiera nos avisaste de que venías a Alacante, mucho menos nos contaste tus planes con ella. —Negó con la cabeza, con la mirada clavada, autoritaria, sobre ti—. No, Émille. Deja de intentar culpar a los demás de tus malas acciones. Asume tus actos y sus consecuencias. Si no eres un niñato deja de decirlo y empieza a demostrarlo de una vez.
Al escuchar la puntualización de mi padre no torcí el gesto. Y la verdad es que lo hice porque aún me imponía. Para mí eso demostraba que no había entendido nada, pero tampoco esperaba que llegase a hacerlo. ¿Era demasiado pedir que lo respetasen? Seguro. Pero al menos podían ignorarlo.
Si no me largué de inmediato fue por no darles la razón en que eso era una pataleta, y todo lo demás. Porque no lo interpretasen como que era algo de crío. Aunque bien mirado, hiciera lo que hiciera probablemente sería visto así. Todo salvo una disculpa, y no iba a disculparme.
—No tengo que avisaros de las cosas para que os enteréis —enuncié en respuesta a sus palabras—. ¿Qué pasa, importa más que lo cuente yo a lo que haga o lo que me pase? —Miré un momento a mi padre a los ojos—. Nos vimos antes de la ceremonia y sabíais lo que iba a hacer. Tuvisteis la oportunidad. Os invitamos a comer con su familia. Tuvisteis la oportunidad. ¿Os pareció mal lo otro? Cojonudo. —Al momento me arrepentí de haber usado esa palabra—. Podéis estar ofendidos, pero no negar la realidad. Habéis podido escribirme tanto como yo a vosotros, pero no os ha dado la gana.
—Tsk. —Tu madre chasqueó la lengua con la palabrota, mirándote con el ceño fruncido—. Esa lengua. ¿O es que también has perdido los modales junto al apellido de tu padre?
Después negó con la cabeza.
—Sólo dices tonterías. Cuando llegaste ya habías tomado tu decisión. Lo correcto habría sido que lo hubiéramos sabido por ti y con tiempo, no el mismo día y porque nos cruzamos contigo de casualidad. Deja de excusarte, escucha a tu padre. Sabes que has obrado mal y sólo intentas justificar lo injustificable. —Entonces su mirada se volvió aún más fría sobre ti—. ¿A eso has venido? ¿A intentar esquivar tus culpas con excusas infantiles dignas de un adolescente?
En cuanto mi madre me reprendió una parte de mí aceptó la riña con sumisión. La otra, en cambio, seguía queriendo demostrar que no era el mismo que se había ido, aunque a lo mejor no lo estaba haciendo del mejor modo. Y al volver a mentar lo del apellido apreté los dientes por no contestar.
Acto seguido, cuando zanjó todo lo que decía achacándolo a tonterías, me quedé sin argumentos. Y la verdad es que me costaba no aceptar lo que decían. De hecho era consciente de que quizá no había obrado tan bien como mi orgullo me decía. Sin embargo hubo algo en lo que dijo que me fastidió. No me creía que mi tío no les hubiera avisado, la verdad, o que se hubieran enterado antes por rumores a partir de los padres de Amber.
—He venido a veros y no hablar de culpas, pero da igual —dije. Entonces la miré, aunque no fui capaz de pedirle explicaciones con mis ojos en los suyos—. Vosotros también podíais haberme escrito.
Tu madre volvió a poner los ojos en blanco al escucharte.
—Tu cabezonería te está haciendo entrar en bucle, como siempre —respondió a tus palabras con seguridad—. Nosotros seguimos aquí, como siempre. El que tenía noticias importantes que dar eras tú. Pero no vale la pena seguir discutiendo sobre algo que ya sabes muy bien.
Parecía dar por zanjada la discusión con esa frase pues tras mantenerte la mirada, empezó a caminar hacia la puerta.
—Pediré a Norris que prepare café. —Se giró un poco para echarte un vistazo—. ¿O ahora tomas té a las cinco?