A Piers le despertó en su cama los gritos de la horda que se acercaba a Green Arrow. Se asomó a la ventana y estuvo a punto de que un proyectil le impactara. La mansión estaba bajo asedio de un ejército. Salió corriendo, avisando a los demás por la escalera mientras él llegaba hasta la planta baja y abría la puerta para examinar la batalla, casi de manera instintiva, como mandaba su código militar para examinar la situación. Era una acción imprudente y desesperada como si estuviera él mismo en el fragor de aquella batalla que ocurría ante sus ojos. No fue hasta que vio quiénes eran los combatientes cuando se dio cuenta de que nada de aquello podía ser real.
Un ejército a pie, armados con lanzas y espada, vestidos de manera salvaje y con estandartes que no conocía, corría por la colina hasta donde él estaba. Pero lo que había cerrado a su espalda no era Green Arrow sino una fortaleza medieval. Y a sus flancos y a caballo, un ejército menor pero más equipado se disponía a defender el castillo del asedio.
Aún sin entender qué hacer en medio de una guerra que no podía estar sucediendo, oyó un enorme cuerno de batalla venir de las mismas almenas del castillo. Era un sonido espeluznante pero el efecto en las tropas invasoras fue aún peor.
Muchas retrocedían o se paralizaban ante aquel sonido mientras otros intentanaba arengar a las tropas:
- ¡Vamos, avanzad, avanzad, podemos derrotarle!
Los gritos que venían del campo de batalla apenas eran inteligibles y Piers Knight los identificó rápidamente como algún dialecto escocés.
Tienes hasta el miércoles 14 para postear.
El murmullo había vuelto aquella noche. El coro de voces justo en la periferia, creciendo, definiéndose apenas, delimitando los contornos de la oscuridad, y luego creciendo...
¿Creciendo?
Algo era distinto. Las otras veces, en el sueño, las voces perdían consistencia. Se alejaban, se iban desperdigando por los bordes, se perdían. Pero esta vez no, esta vez se concretaban. Tomaban cuerpo, se hacían sólidas.
No, no en realidad. Se las oía más claramente, pero seguían lejos. Notaba el susurro como algo áspero contra la piel, algo que rascase y tironease, pero siempre lejos, siempre alejándose. Las voces, empero, cada vez eran más claras. ¿Cómo era posible, si no las sentía acercarse?
Entonces se dio cuenta.
Las oigo porque vienen de dentro.
Piers despertó, y el clamor de las voces lo llenaba todo. Por un momento, pensó que seguía dormido. Pero pronto el torrente de sensaciones del mundo de la vigilia le golpeó. El taco áspero y apelmazado de la lana del colchón. El olor al moho viejo de la piedra y al acre de leña quemándose. El frío viscoso del lino de su camisón, pegado a su piel por el sudor. El creciente temor del aire.
Las voces siguen. Pero ya no vienen de él. En su lugar las oye claramente desde fuera, y estas sí que siente que se acercan. Piers camina hasta la ventana y asoma. El viento frío le eriza el vello del pecho y los brazos, pero inmediatamente deja de sentirlo. Algo silba en el aire en su dirección y su cuerpo, por instinto, sin pensar, se inclina hacia un lado. Oye un golpe seco y un crujido. Algo ha impactado contra la ventana.
Y entonces entiende.
Entiende por qué las voces de su sueño sonaban cada vez más claras. Entiende por qué ha vivido con la impresión de estar de prestado, entiende por qué cada nueva acometida, cada nueva encamisada, cada nueva caminata en la noche agarrado a un fusil.
El miedo, como un viejo amigo que camina junto a él. El miedo atroz de la primera batalla, del que huyes en cuanto calas la bayoneta y te lanzas a matar. El miedo del que empiezas a huir corriendo en la primera carga, en la primera vez que burlas la muerte, y del que ya no dejarás de escapar hacia adelante, sea transitando los caminos de la sangre, el alcohol o los malos sueños, el resto de tu vida. Ese miedo que creaba coros de voces en sus noches.
Ese miedo que por fin le ha encontrado y le ha puesto donde siempre perteneció y nunca quiso estar. En la batalla.
Has tardado, viejo amigo. Pero aquí estamos. Donde se verá de qué estás hecho realmente. Llevas preguntándotelo toda la vida, convenciéndote con cada día después de la primera vez que viste tu propia sangre desde fuera. Pues aquí estás. Donde se resuelven todas las preguntas. A ver qué haces.
Y de pronto el frío ya no importa.
El fuego corre por sus venas. Le da alas a sus músculos dormidos mientras baja los escalones de dos en dos. Para cuando llega a la puerta y la abre de un empellón, de va subiendo por el pecho. Le hace encoger y estirar los dedos, le manda picores en las yemas y hace que los músculos de sus brazos se tensen, ansiando un arma.
Le mantiene caliente, ardiendo, subiendo por la garganta con un gusto entre amargo y rancio cuando ve al enorme grupo de escoceses... ¿son escoceses? Sí, deben de serlo. Su acento les delata. El shock debería helarle los miembros al verles venir hacia él, vestido apenas y desarmado, y sin embargo, no hay espacio para el frío. Sólo para el fuego en su boca, en su pecho, en su bajo vientre.
Siempre has querido esto, ¿no es así?.
Los jinetes cierran filas a sus costados, y sus ojos comienzan a buscar un arma. Cualquier cosa que pueda usar como arma. La mayoría de gente que ve lleva armas toscas. Espadas, lanzas, hachas. No el rifle o el sable con el que está acostumbrado a luchar. Pero eso no importa. Tiene algo más.
Tiene el fuego.
La locura le roe la mente. Enfrentado con esta gente extraña, con este mundo que no puede existir, con este tiempo que pasó hace siglos, Piers sólo puede responder al nivel más básico, más elemental. La primera respuesta con la que nacemos y nos acompaña desde que tenemos consciencia. La respuesta que cualquier soldado de cualquier tiempo y lugar conoce. Hay quienes huyen y hay quienes luchan. Y si eres de los que huyen, no estás hecho para este lugar.
Mientras busca con que armarse, su mente perdida en un espiral que le empuja hacia el mismo centro del campo aún a sabiendas de que pronto será un baño de sangre, suena un cuerno. Un sonido profundo, que hace tremolar el aire a su alrededor y se aferra a él.
Y el frío vuelve.
El clamor del cuerno llena el aire. El aire tiembla, y Piers, sin que sea consciente, tiembla con él. El fuego que le llenaba la cabeza del fragor de la batalla se desvanece, como si se hubiera consumido en ausencia de nada más que quemar. Como la campana de una iglesia repicando a difuntos, el sonido fúnebre llenó sus oídos, y el rumor de su propia sangre en los oídos le ensordeció.
El medo volvió a tener voz. Y volvió a tener cuerpo. Si no cuerpo, al menos manifestación física. Las últimas notas del cuerno volvieron a recordarle lo que es ver la muerte venir, y no saber si podrás esquivarla antes de que te agarre.
No era el único que lo sintió. Los invasores se detenían, perdido el ímpetu. Se miraban, esperando a que alguien hiciera algo. Algunos gemían de puro terror. Algunos, los que tenían más presencia de ánimo, intentaban animarlas combatir.
Habían perdido el ímpetu. Si había un momento para huir, era este. Salir corriendo, otra vez. Hacia el castillo. Hacia las almenas, quizás. Volver a correr del miedo.
O podía ser el momento para otra cosa. Algo totalmente distinto. Algo que probablemente terminase con él tendido en un charco de su propia sangre.
Y este era el lugar donde todo, siempre, se decide. Donde siempre vuelves una vez que has estado. El lugar que yace contigo entre tú y tu mujer en la cama por la noche. El lugar en el que ves jugar a tus hijos si entrecierras los ojos. El lugar que destierras de tu mente con la disciplina y el tesón, si eres un auténtico hombre.
El lugar del que sabes que no puedes escapar por más que corras.
Visto así, realmente sólo hay una cosa que uno pueda hacer.
Agarrando lo primero que tuviese a mano, sin importar que fuese, Piers agitó su brazo en dirección a los jinetes y empezó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones, tratando de hacerse oír.
¿A que estáis esperando, una invitación dela Reina? ¡Miradlos! ¡Han perdido las ganas de luchar! ¡Han perdido el valor! ¡No dejéis que lo recuperen y el día es vuestro! ¿A qué estáis esperando, estúpidos hijos de puta? ¡¡ATACAD!!¡AHORA!
Y sin esperar respuesta, el soldado se lanza hacia adelante, bramando para acallar el corro de voces de sus sueños con el sonido de la carne al romperse y los huesos al astillarse. Los suyos o los de los demás. Poco importa. El sonido, el confort, la redención, siempre es la misma.
La guerra nunca cambia. Nunca. En ningún lugar.
La verdad es que estoy totalmente out mentalmente, con el cansancio que llevo me da que ni me estoy enterando de bien de la situación, pero bueno. No me lo tengas en cuenta si me ha salido algo raro, no doy más de mi.
Piers avanza combatiendo como el soldado que fue, arremetiendo contra los soldados escoceses que han penetrado en el mismo corazón de Inglaterra para atacar un único castillo. Un castillo con menos hombres pero mejor preparados y que cuentan con la ayuda de un cuerno escalofriante que vuelve a infundir terror en todos los atacantes.
Piers pelea con espada, de manera salvaje, casi animal, blandiendo su arma contra unos y otros y tragando la sangre que sale expulsada del cuerpo de sus víctimas.
Tras él, las tropas se han desperdigado, no ve a ningún inglés alrededor de Mothcry salvo a su dueño. Un hombre en una imponente armadura negra que espera, cuerno en mano, y a caballo, a que la batalla se decida.
Piers cree recordar esa imagen... ¿Quién es el Señor de Mothcry? Pero no tiene tiempo a detenerse mucho porque los escoceses que quedan siguen intentando derribarle para llegar a él.
El post es magnífico y perfectamente coherente. El único problema (grande) que veo es que Piers ha escogido el bando equivocado... Veremos qué consecuencias le puede traer eso.
De momento, buena elección, tu parámetro es físico. Tira 1d10 y si sacas menos de tus habilidades, continúas. con vida.
Tienes hasta antes del jueves a las 14 para tirar.
Motivo: Tirada (físicos)
Tirada: 1d10
Dificultad: 8-
Resultado: 6 (Exito)
Piers es derribado por dos guerreros escoceses que le tiran al suelo pero no cesa en dar golpes con la espada y pelear con uñas y dientes. Durante un instante solo ve sangre y cuando vuelve a levantarse, pareciera que todo el escenario hubiera cambiado.
Ahora en el campo de batalla hay una enorme carpa. Sigue siendo de noche pero la temperatura ha cambiado. Sobre una enorme fogata hay un caldero que van sirviendo un guiso a un centenar de prisioneros. Piers reconoce entre ellos a algunos de los hombres con los que ha combatido.
Sin entender a qué se debe ese extraño ritual, o qué hace allí, aún noqueado, escucha a su espalda a dos hombres escondidos sobre la colina.
- Ahí están nuestros hermanos. Comiéndose a sus propios hijos tras tener que cocinarlos ellos mismos
- Es monstruoso... tanta crueldad por parte del Conde Sangriento no puede ser de este mundo...
- Si no lo hacían, el Conde Sangriento ejecutaría a todos los miembros de su familia...
- Juro por todos ellos que acabaré con él aunque nunca vuelva a ver mi verde Escocia.
Piers no puede seguir oyendo porque entonces algo le toca en la espalda y al girarse ve al Caballero de Negra Armadura. Y siente que ni toda la guerra ni todo ese festín de horror es comparable al terror que siente al ver a esa silueta monstruosa de acero.
Grita y al hacerlo, despierta en su cama.
Empapado en sudor.
Pero vivo.
Enhoranuena. Has sobrevivido a la Fase de Vivos y Muertos.