Había caído la noche. La oscuridad absoluta se había apoderado de la cueva y de los alrededores. No se oía más ruido que el oleaje del mar. De la casa ya no se escuchaba ruido alguno, pues era bastante probable que todos los invitados se hubiesen ido a acostar.
Tu estómago rugía de apetito, pues no habías tomado nada desde el almuerzo. También sentías ganas de orinar, y el frío y la humedad te estaban calando hasta los huesos. No era la mejor noche de tu vida, eso era cierto.
Traté de ponerme capas de ropa, una encima de la otra, a ver si así conseguía eliminar algo del frío y la humedad. En cuanto amaneciese ligeramente, antes de que los inquilinos se pusiesen en pie, pensaba levantarme e ir a por algo de comida a la casa, tratando de ser lo más sigiloso posible.
Te había parecido percibir un ligero ruido proveniente de la casa.
Pero... Si hasta ti había llegado como un liviano sonido, en la casa debía de haber sonado con furia. ¿Un portazo quizás?