En el piso de arriba se había armado la de Dios es cristo. El ruido era ensordecedor. Eso nos venía bien. La verdad es que cuanto más entretenidos estuviesen arriba, más tiempo nos daría a nosotros a llevar a cabo nuestro plan.
Lo vi entrar a hurtadillas en la cocina. Su demacrado rostro tenía algo que me volvía loca. Desde el primer momento había creído que hasta mataría por él, y allí estaba, cumpliendo con sus designios.
-Cariño- me dijo, con su jovial voz, alegre y sonriente como siempre- Lo estás haciendo muy bien. Ya sabes qué es lo siguiente, ¿no?
-Sí, lo sé- le dije, lista para entrar en acción. Vi la bolsa que llevaba en la mano derecha- ¿Estás seguro de que todo saldrá bien?
-Completamente- me respondió, mientras extraía una jeringuilla de la bolsa y la preparaba- No te va a doler nada, y ya sabes qué es lo que tienes que hacer después.
-Sí, lo sé, lo sé- estaba intranquila. Era necesario para fingir mi muerte, pero tenía miedo a no volver a despertar- Es que me da miedo a que salga mal.
-Lo tengo todo bajo control- me dijo, mientras me inyectaba la sustancia. Lo último que recuerdo es el desplomarme sobre sus brazos y sentirme recogida y llevada a otro lugar. Pero luego perdí la consciencia y ya no recordaba nada más.