Amber abría y cerraba las manos mientras esperaba a que los Hermanos Silenciosos terminasen de dibujar los círculos de fuego. La chica estaba nerviosa y sus ojos mostraban una mirada expectante. Sin embargo, cuando se retiraron y los dejaron solos tomó aire despacio con ellos cerrados y al abrirlos parecían completamente centrados.
Miraba a Émille desde su posición, lejos pero, al mismo tiempo, como si los dos estuviesen solos en el mundo, arropados por el fuego que sellaría su unión. Empezaron a caminar al unísono y se reunieron en el centro del círculo más grande. Perfectamente sincronizada con el que pronto sería su parabatai, levantó la mano izquierda hasta enfrentar su dorso con el de la mano de Émille. Sus pupilas totalmente prendidas de las de su amigo.
—No me ruegues que te deje, o que vuelva después hacia ti, o que me aparte de ti —empezó a recitar el juramento a la vez que él—. Adonde vayas, yo iré. Y donde tú vivas yo viviré. Tu gente será mi gente, y tu Dios será mi Dios.
—Donde tú mueras, yo moriré. Y allí seré enterrado. El Ángel será mi testigo y aún más hasta que la muerte nos separe a ti, y a mí —un leve gesto de sus párpados al ver la variación que había improvisado su amigo y una sonrisa creciente y sincera al escuchar cómo abrazaba su apellido.
Después sacó la estela y su mano se movió con seguridad al deslizarse por la piel de Émille, dejando tras ella el símbolo de su unión. La runa de los Parabatai.
Se apartó tras terminar el dibujo y bajó la cremallera de la parte superior de su uniforme, dejando que cayese después por sus hombros para dejar su torso tan sólo cubierto por un sujetador negro. No hubo dolor en su rostro al recibir su runa, tan sólo una exultante felicidad.
Y cuando Émille terminó de trazar el dibujo en el pecho de Amber, las dos runas se iluminaron con un brillo plateado que reflejaba el titilar de las llamas. Duró apenas un segundo, pero en ese instante el enlace entre ambos fue completo y sus emociones se entremezclaron.
Sus brazos rodearon la cintura de Émille cuando la abrazó y mientras los círculos de fuego empezaban a apagarse a su alrededor, antes de que los allegados de ambos se acercasen a felicitarlos, el mundo pareció detenerse para los dos, en un vínculo más fuerte que cualquier cosa que hubieran experimentado nunca antes.
Me encontraba en medio de conocidos y desconocidos mientras observaba cómo empezaba la ceremonia. Mi respiración se entrecortó cuando vi a una de las criaturas apartando a Amber de Émille, a quien miré esperando que reaccionara o que al menos estuviera atento. Sin embargo, cuando vi que en su rostro se dibujaba una sonrisa, me relajé lo suficiente como para permanecer quieta donde me encontraba.
La imagen de las dos criaturas dejando el rastro de llamas en su camino me impresionó. Sentí el calor del fuego en mis mejillas a pesar de encontrarme en lo que consideraba una distancia prudencial.
Cuando se detuvieron comprendí que habían dibujado tres círculos y a partir de entonces ya empecé a prestar más atención a los protagonistas de la ceremonia. Me emocionó verlos cada uno en su círculo y el no saber qué ocurriría después de cada movimiento todavía acentuaba más esa emoción.
Vi a Émille muy diferente. Así como relacionaba la presencia y expresión de Amber con su persona, me sorprendieron las primeras reacciones del chico. Miré en dirección a donde él se había quedado un largo instante mirando, intentando comprender a quién saludó y luego volví a observar el escenario principal.
Una parte del chico, desde mi punto de vista, recobró la normalidad cuando atravesó el fuego del círculo que lo rodeaba. Fue entonces cuando todo se empezó a poner más interesante todavía y a pesar de que se me estaban secando los ojos mis parpadeos fueron a toda velocidad para no perderme ningún detalle.
Y finalmente, con ese cálido abrazo entre los dos nephilim, no pude evitar emocionarme, haciendo que esa lágrima que contuvo Émille fluyera por mi mejilla sin importarme, en ese momento, que alguien pudiera pensar que soy débil. Sin poderlo evitar, me imaginé a mí en la posición de Amber. Y... a Alan en la posición de Émille.
Sonreí a pesar de esa imagen fugaz. Curiosamente no me dolió pensarlo. En otra ocasión yo también me hubiera aguantado las lágrimas, pero estaba muy sensible después de todo lo que me había pasado. Y por suerte, esta vez fue una lágrima surgida de la alegría, provocada por un suceso positivo.
Me quedé en mi posición y esperé a que la primera multitud diera la enhorabuena antes. Prefería esperar a secarme las lágrimas y luego acercarme a felicitarlos. Otra cosa no, pero no quería que Émille se riera de mí.
Al recibir la runa más cerca del corazón que Anbel se mescló la satisfacción de mi cultura con aquella sensación inefable de acabar de dar el paso más importante de mi vida con recompensa inmediata. Me sentía mejorada, dopada o algo mejor -pues esto no parecía que fuera a desaparecer después de un examen- había algo simplemente evolucionado en mí, superior.
Me había perdido tanto al no crecer con ese extra en mí. ¡Tanto! Podía comprender muchísimo mejor la actitud de Amis, no conmigo, con todos. Coño, después de esto yo también me pasaría la vida con la permanente hecha.
La inmediatez con la que nos hicieron bajar del escenario no me sorprendió, había pasado por dos graduaciones en las que la entrega del título había durado mucho menos y pasaba de darle la mano a esa momia, bastante había tenido con sentirle tan cerca para la runa.
Una vez abajo, acepté las palabras de Carstairs con una inclinación de cabeza, sonreí a Jo contándole más de lo que ninguno de los presentes entendería y luego incliné la espalda para saludar a Herondale padre. Al ver la caja que llevaba en las manos recé a ángeles y demonios para que fuera para mí y para que fuera la estela de la que Carstairs me había hablado. Me mantuve con aire guay pero por dentro ya había juntado las manos y repetido "porfa, porfa" como mil veces.
Le agradecí el regalo con educada formalidad y pregunté si era para abrir en ese momento o más tarde. En corea hubiese sabido que debía guardarlo cerrado hasta mi habitación pero Jo me había enseñado otro proceder y además... ya no era una Gi.
- An-nyeong Gi Dae-Hyun, Gi Mi-cha!
Me sentía tan realizada en aquel momento que ni me fijé ni juzgué que Meri-san también hubiese recibido su estela de mi familia. Era un cachorro abandonado. Qué más daba.
Seguí sonriendo y correspondiendo las palabras de quienes se acercaban hasta que la luz se atenuó para convertirse en la más romántica de todas. No necesitaba verlo, aunque lo hice, para saber que la boda había empezado, y aunque me daba igual, me molestó, me dolió justo en la herida que me atravesaba el cuerpo.
Busqué la mano de Carstairs en la penumbra, solo con la mía, intentando que ni mi cuerpo ni mis ojos delataran mi atrevimiento. Y de encontrarla la apreté para que él sostuviera mi corazón mientras el fuego bailaba para arropar dos almas en una, en el más bello y eterno vinculo que jamás conocerían, y que, al menos uno de ellos, no merecía.
Había tanta belleza en ese ritual que por un momento olvidé quien lo protagonizaba, mis mejillas no se encendieron ante la desnudez de los torsos mientras se grababan esos originales anillos de boda, e incluso, aunque siempre lo negaría, una lagrima se unió a mi maquillaje.
Milton tan sólo dedicó una mirada de reojo a Sun-yun al sentir su mano, pero entrelazó los dedos con los suyos mientras una pequeña sonrisa se instalaba en sus labios.
Una vez terminaron todas las ceremonias llegó el momento de la celebración. Algunos de los asistentes se marcharon en el revuelo, como los Ravenscar, pero otros que no habían estado llegaron y durante las siguientes horas el Salón de los Acuerdos recibió lo más parecido a una fiesta.
Había sido un día emocionante y lleno de tensión y, finalmente, cada uno terminó recogiéndose por su lado. A los nephilim de Londres todavía les quedaban cinco días para disfrutar de Idris antes de que unos regresasen para quedarse en el Instituto y otras comenzasen su instrucción en la Academia, y todos, cada uno en su medida, ya empezaban a planificar cómo los pasarían.
Mientras tanto, lejos, a kilómetros de distancia, un pequeño gato negro de ojos azules terminaba de lavarse escondido de la lluvia debajo de un coche en Fleet St. Se desperezó y con cierta parsimonia salió de allí para empezar a caminar pegado a la pared, mezclándose con las sombras, hasta perder de vista los restos de la iglesia de All-Hallows-The-Less.