Owen sonrió a aquel brindis y agradeció el gesto de aquellos que se habían unido a la celebración o lo habían felicitado. Aunque mi mujer dice que será un niño estoy seguro que será una niña, y le pondré su nombre: Yvette.
Al momento escuchó hablar a Frederick y se arrepintió de haber dicho aquello último. Su sonrisa desapareció al estallar aquella breve burbuja de familiaridad y se vió sumido otra vez en la situación.
Se exasperó por el hecho de que Sean volviese a intentar dirigir su atención hacia un gramófono que había estado tan expuesto al servicio como a todos los babibenes de los invitados antes de la cena. Aún así la última parte de lo que dijo sí le pareció interesante. Veo muy interesante la opción de quedar en el salón todos esta noche. Juntos hemos de estar más seguros por pura lógica. Eso sí, podríamos hacer dos grupos y que los hombres se cacherarn entre ellos y las mujeres entre ellas. El tiempo parece que empeora y si se fuese la luz, bueno, preferiría saber que nadie va a aprovechar para envenenarme o clavarme un cuchillo por la espalda. Pensó durante un momento en todo lo dicho hasta ahora acusaciones, acusaciones y más acusaciones Todos querían salvar su culo, como era lógico, y para ello lanzaban acusaciones a diestro y siniestro. Así que el propio miedo hacía que los propios "inocentes"(al menos de estos crímenes) enmascaran al o los culpables. Miró al escritor ¿Como vamos a aislar a nadie si todos desconfían de todos?
El día tocó a su fin.
Un día intenso, en que los huéspedes de la casa han estado sometidos a una gran presión, por saberse rodeados de asesinos, por intuir que existen extrañas maquinaciones que no controlan, por saber sus vidas en peligro y por estar aislados sin poder escapar de aquella isla, por culpa del temporal y la mala leche de los dueños de la casa.
Las sospechas han ido recayendo en unos y otros. Una idea surgió, la de encerrar al que les pareciese más culpable, pero finalmente no fructificó. Aunque, a pesar de ello, todos tenían un candidato, o varios, en mente. Cada cual pensó en algún momento en quién de entre todos los habitantes de la mansión podría resultar más culpable. Pero la mayoría se guardó esta opinión.
Sea como fuere, tras una cena frugal, pues la mayoría no tenía mucho apetito, la mayoría comenzó a dirigirse hacia las habitaciones pero, en ese instante algo sucedió. Algo que nadie esperaba en aquellas horas de relativa calma. Según parece, el corazón del mayordomo dijo basta.
Alfred Dyle tiró una bandeja al suelo. Se tambaleó y se agarró a una cortina para evitar desplomarse. La mano derecha agarró su pecho, a la altura del corazón. Los ojos vidriosos, el sudor frío, la guadaña pendiendo sobre su cabeza.
Vanos fueron los intentos del doctor y la enfermera por aferrar a la vida al buen mayordomo. Finalmente, expiró ante las miradas atónitas de los presentes.
- Le ha fallado el corazón. - Sentenció el doctor, con la camisa desabrochada y el cuerpo sudoroso, por haber intentado practicar un masaje cardíaco en el suelo del salón. Sin éxito.
Las miradas eran un mar de dudas, de horror y de suspicacias. Finalmente resolvieron colocar el cuerpo en un lugar apropiado y, a pesar de los pesares, esperar a mañana para saber qué hacer.
Escena cerrada.