Accedes a la Sala del piano, directamente desde tu habitación.
La soledad y quietud te envuelve. Ante un instrumento como ese, lamentas no saber arrancar una sola nota coherente al teclado, aunque por otra parte tampoco sería una buena idea, dadas las horas que son.
Accedes a la Sala del piano. La fastuosidad de la sala es envolvente, tus pasos, ensordecidos por el pasillo alfombrado, resuenan una vez accedes a esta sala de impecable embaldosado.
Ante un instrumento como ese, lamentas no saber arrancar una sola nota coherente al teclado, aunque por otra parte tampoco sería una buena idea, dadas las horas que son.
Te encuentras allí con Wesley Barrow, que parece que te estaba esperando.
Hace acto de presencia en la sala del Piano Sally Miles.
Podéis charlar.
La joven viuda realizó su paseo nocturno, con timidez y miedo. Sabía que alguien le recriminaría aquello sin duda al día siguiente, aunque fuera la primera vez que ella accediera a ir a una reunión así. Prefería hablar las cosas a la cara. El problema es que la mayoría de gente parecía disfrutar más diciendo cosas importantes en las veladas nocturnas que durante el día.
- Hola. - Su voz, además de ser baja dadas las horas que eran, denotaba timidez, que le solía aparecer cuando se encuentra incómoda. Reunirse a solas con un hombre de noche no era bien visto, ni siquiera por ella misma.
Cuando aparece en la sala del piano Wesley se encuentra sentado al lado de este acariciando las teclas pero solo superficialmente, sin intención ninguna de que suenen. La mira a los ojos y se incorpora, realizando un saludo con la cabeza y una media sonrisa. Va vestido de la misma manera que durante el día y su rostro está aparentemente cansado comparado con la jovialidad del primer día.
- Buenas noches, señora. - Se dirige a ella, tratándola con el respeto que cree que merece y con el fin de que se sienta mejor. - Perdone el atrevimiento de citarla aquí, a estas horas, pero sentía que era importante verme con usted. - La mira de arriba a abajo de manera analítica. - Veo en usted dos características que no abundan aquí... Sensatez y humildad. Me pareció apremiante que se estableciese, al menos un contacto. - Propone elocuente encogiéndose de hombros.
El joven habló con modales exquisitos y excusándose por las circunstancias. Sin embargo, la joven viuda había escarmentado ya suficientemente en la vida con su marido maltratador como para dejarse llevar por las palabras educadas y los halagos de un hombre.
Allí no había ido, ninguno de los dos, a tener una conversación banal o a un cortejo, o al menos ella esperaba que no. Así que su timidez de antes se vio transformada en dudas y en un tono que no llegaba a ser brusco, pero sí prudente. - Primero de todo. Quiero dejarle claro que yo prefiero hacer las cosas de día y a la vista de todos, y que si he venido es porque asumo que será algo importante que no se atreve a hacer pública ante gente de la que no se fía. - La americana en realidad no sabía si quiera si Barrow se fiaba de ella o no, aunque si no era así, no tendría mucho sentido una reunión de estas características. La propia Sally no habría acudido si no hubiese visto en el joven algo que le diera confianza de que al menos no le atacaría nada más encontrarse a solas con ella.
Sally recordaba también que le había increpado que hablara sobre lo que dijo el día anterior de que hablaba con los muertos pero que él mismo no había vuelto a tratar el asunto a pesar de que ella pensaba que era un tema del que deberían saber más. Y quizá fuera eso lo que motivaba a Wesley a llevarle ahí, para decirle cosas sobre ese asunto que no se atrevía a decir a nadie más. Pero ella quería ir al grano, aunque eso le hiciese parecer fría. Estaba muriendo gente, y eso restaba importancia a los protocolos y etiquetas. - ¿Quería usted decirme algo?
- Admiro su honestidad. - Responde escueto y respetuoso a la señorita Miles. - Pero la desconfianza que siento por tanta gente aquí, hace que mida mis palabras en público. Supongo que eso es ser precavido. - Se deja de rodeos y formalidades, pues la mujer no parece muy por la labor. Sin embargo, no se muestra muy apresurado.
- Su nombre ha sido mencionado desde el más allá, con una gran desconfianza... Antes de creer las palabras de un difunto como el Doctor o el señor Von Baach, prefiero hablar con usted. ¿Entiende que no quiera mencionar esto en público? Es por su bien. - Dice agachando la cabeza un poco. - ¿Tuvo algún tipo de contacto con estos o se lo están inventando?
Las palabras de Barrow le pillaron por sorpresa. La joven creía que estaba allí porque éste creía en ella, pero parecía lo contrario. Por fortuna, el joven parecía prudente y tenía la delicadeza de pedir su opinión sobre el asunto. - ¿El doctor y el señor Von Bach hablan mal de mí? Ignoro por qué puede ser eso, desde luego porque haya les haya hecho yo algo no es, sin contar con el hecho de confiar en el escritor el día de hoy. Esta es la primera reunión nocturna a la que asisto, probablemente la última, como le he dicho no me gusta conspirar y he asistido solo porque creía que usted no quería arriesgarse la vida para comentar algo importante. - La paciencia de la joven, a pesar de ser grande, comenzó a quebrarse - Si su pregunta es si niego contacto anterior con ellos distinto al trato diario y en público, lo niego encarecidamente. Si quiere saber por qué ellos desconfían de mí, no creo que ni yo sepa como responder a eso.
Sally sentía que había arriesgado su vida asistiendo a una reunión nocturna, pues al día siguiente esos eran los primeros temas que los demás sacaban a la luz, más que preocuparse por los asesinos. Pero ya era tarde para hacer nada. - Sin embargo, a pesar de las razones por las que me ha llamado usted creo, aunque luego ni siquiera se haya molestado en volver a tratarlo en público cuando yo misma se lo pregunté, que realmente habla con los que han caído. Y le devolveré el voto de confianza con un secreto, que usted podrá divulgar mañana a quien quiera si es su voluntad. - Quizá hasta era posible que Barrow hubiera concertado esa reunión para presionarle - Ocurren cosas extrañas aquí, por eso no dudé demasiado en que usted podría decir la verdad sobre los difuntos. Yo también siento cosas que cualquiera podría llamar extrañas y que no he comentado hasta ahora primero porque podrían no creerme y segundo porque es información delicada que podría ponernos a los que no somos asesinos en un aprieto.
La joven tomó asiento, hasta ese momento estaba de pie, pero su historia era larga y su interlocutor difícil. Si no aborreciera la bebida por el daño que su marido le hacía cuando bebía, se hubiera tomado un trago en ese momento. - Puedo saber quienes son los negritos investigando por las noches. Sé que yo misma no lo soy y Cavanough, al que investigué ayer, tampoco. Esta misma noche noche tengo pensado investigar a Schuls después de esta reunión, para ver si lo es o no, ya que el que de día atacara sin mucho sentido al cura para luego votar a otra persona me ha parecido como poco extraño. Por desgracia, que alguien no sea negrito no indica culpabilidad, pues yo sé muy bien lo que no soy, pero visto como ha ido Cavanough contra el doctor no me fiaría mucho de su palabra ahora en adelante, menos sabiendo que no es un negrito. Por desgracia, si digo estas cosas en público podrían servir para que no me maten los asesinos por la noche pero serviría para que encontraran mejor a las víctimas que buscan. Yo no quiero que eso pase, pues no creo que sea muy beneficioso para nadie que "nuestros anfitriones" se salgan con la suya... pero la decisión de divulgar lo que le he dicho está en sus manos. También si lo cree conveniente puede decir lo que dice que el doctor y Von Bach le han dicho acerca de mí, me perjudique o no la información sería una hipócrita si ahora hiciera caso contrario a lo que yo misma defiendo de poner todas las cartas boca arriba y en público para que el resto juzgue. Hacer las cosas por "el bien" de alguien como usted mismo dice puede resultar peligroso, es mejor hacerlas por el bien de todos que por las de alguien en concreto.
No sabía si la persona que había requerido de su presencia en aquel lugar estaría más seguro aún de sus sospechas iniciales sobre ella que le habían llevado a citarla. Tampoco le importó demasiado, y miró al hombre encogiéndose de hombros, como preguntándole si tenía algo más que decir. Ella no tenía inconveniente en seguir hablando o no habría asistido en mitad de la noche con un desconocido que le podría haber tendido una emboscada.
La confianza con la que la señora Miles niega esos chismorreo de inframundo arranca una especie de sonrisa a Wesley. - No me esperaba menos, señora... - A punto estaba de decir que confiaba en su palabra, pero dejó a esta seguir hablando, hasta que le reveló una habilidad muy útil, y sin duda solamente propia de alguien del bando correcto. Se lleva una mano a la barbilla, sorprendido, pero asiente y asume sus palabras. - Vaya... - Se nota que Wesley siente la contundencia de sus palabras y no se pronuncia hasta que esta termina de hablar.
- Lamento no haber respondido en su momento a su pregunta, pero aún me estaba acostumbrando este nuevo estado y al ritmo de la conversación. - Trata de disculparse, aún sabiendo que no se deja a una dama sin una respuesta. - Puede considerar cualquier tipo de sospecha fundada por las palabras de esos dos hombres eliminada. Entiendo su prudencia al no haber comentado su capacidad en público, y creo que, hasta cierto punto yo debería haber sido así de cauto. - Admite con tristeza. - Sus deducciones sobre Cavanough coinciden con las mías. Hasta los difuntos lo dicen: necio y bocazas, pero no el asesino. - Sonríe cómplice por unos instantes. - Tomo la decisión, señorita Miles, de no revelar a nadie lo que puede hacer ni lo que han dicho de usted el violador y el Doctor. - Se acerca un poco más a ella, enseñando las palmas de las manos, mostrándose inofensivo. Ofrece entonces su mano, por si esta quisiese estrecharla, y de este modo besarla, tratándola como la dama que es, pese a que no sean ninguno muy dados a formalismos. - Admiro su empaque y, si me permite decirlo, su belleza. Sus secretos están a salvo conmigo.
Wesley dijo aceptar sus argumentos y confiar en su palabra. Sally no pudo decir si era verdad o solo quería complacerla cortesmente. Ella había dicho lo que pensaba y no iba a cambiarlo para agradar a nadie.
Luego le tendió la mano como se solía hacer para saludar a las damas y calló en la cuenta de que se había dejado llevar por la calurosa e incierta situación y olvidado las normas de etiqueta que ella misma solía respetar. Su cara se sonrojó un poco por su descuido y por las palabras del joven referentes a su belleza y le dio la mano a Barrow. - Me alegra que diga que pensamos igual en algunas cosas. Por desgracia, si bien es cierto que Cavanaugh podría no ser un asesino y solo un necio yo tampoco descartaría la otra posibilidad por si acaso. Por desgracia, aunque eso me perjudique a mí misma, los negritos son los únicos que cuentan con mi entera confianza.
No había descubierto aún a ninguno en sus investigaciones, y cada vez quedaban menos. No obstante eran los únicos de los que ella podía saber de qué pie cojeaban realmente. Esperó a que el joven besara su mano como creía que iba a hacer, si es que lo hacía, antes de volver a hablar. - Yo también admiro su valentía al decir ante todos que hablaba con los muertos y a su vez su discreción al querer contrastar las cosas antes de lanzar acusaciones. Me hubiera gustado conocerle en una situación más normal a ésta.
Ella era más de decir las cosas abiertamente, pero quizá a veces lo mejor era ser precavidos antes de poner a otras personas en peligro. Por eso mismo no había comentado hasta ahora lo que podía hacer.
Sin dudarlo posa los labios en la mano que Sally le tiende. Da un beso cortés, pero no evita dejar estos durante dos largos segundos. Al levantar la cabeza la mira a los ojos y sonríe tranquilo. Cae en la cuenta de que no soltó su mano, sus labios forman una mueca de inocente sorpresa y la deja libre. Inclina la cabeza hacia ella. - Si usted me dice que no descarte al señor Cavanough, tenga por seguro que lo haré. - Responde a sentencia de esta sobre el galés. Niega con la cabeza y entre casi imperceptibles risas a la afirmación sobre su valor.
- Pues en el momento de decirlo, realmente me tembló el pulso. No quise aceptar que era verdad hasta ver los cuerpos. Fue como si se hiciese realidad al pronunciarlo. En cierto modo, me liberó. - Sonríe con tristeza al escucharla decir esa última frase. - La mayor de las lástimas, señora Mil... ¿Me permite llamarla por su nombre? Soy de origen humilde y, la verdad, creo que desperdiciar el nombre de uno en pos de un formalismo, es, una mierda. - Razona sonriente matizando las últimas palabras, tachándose de persona de a pie y no un estirado de esa mansión. Duda un momento y niega con la mano. - Perdone, es que tiendo a coger confianza rápidamente, y me cuesta trazar la línea entre maleducado e informal. Aún así, creo que aún tenemos unos minutos, ¿no? - Pregunta esperanzado. La mira detenidamente a los ojos y finalmente se anima a preguntar. - ¿Cuales son sus planes cuando deje esta mansión? A mi parecer es algo que debemos tener claro, como objetivo, para no volvernos locos el tiempo que estemos aquí.
La noche se alarga y la prudencia y buenas costumbres, a parte del cansancio, hace que la reunión toque a su fin.
Os despedís cortesmente y esperáis que mañana sea un día propicio, pero por esta noche es suficiente y cada cual se retira a su cuarto.
Reunión cerrada.