Amaneció una nueva mañana en la Mansión de la Isla del Negro.
El sol radiante entraba por todas las ventanas de la casa y un cierto aire de esperanza sacudió los corazones de aquellos que se despertaron aquel nuevo día. Pues no fueron todos.
Algunos se dieron cuenta al bajar, pero la mayoría se enteraron por el vocerío descontrolado de Owen, clamando desde la cocina la palabra - ¡Asesinos! - Mientras sostenía el cuerpo de Yvette en sus brazos. En el brazo de la sirvienta aún había clavada una jeriguilla, el contenido de la cual había sido vaciado completamente al torrente sanguíneo.
Entre la confusión, alguien reparó en que Jacqueline Dupont no había bajado de su habitación. Cuando fueron a comprobar su estado, se la encontraron aún en su cama. Muerta. A juzgar por la marca del cuello, estrangulada de forma similar a otras de las muertes antes acontecidas en la casa.
En el comedor no habían roto ninguna otra figura ni habían dejado ningún otro poema.
Mirando por la ventana, alguien vio como la canoa motorizada se acercaba a la Isla. Por fin. Finalmente podrían salir de aquel infierno los que aún seguían con vida.
Podéis postear los que aún estáis vivos.
A los muertos os dejo leer esta escena, por aquello de contemplar el final de la historia.
El sol que ingresó a través de la ventana de la habitación n° 4 acarició el rostro de Margaret, insinuando la promesa de que el mal tiempo había acabado por fin. Si el Señor aún se apiadaba de sus almas, la barca regresaría hoy a buscarlos y la pesadilla habría llegado a su fin. Le inquietaba la idea de que uno o dos asesinos pudieran regresar a tierra con ellos pero su deseo de volver junto a su esposo y sus niños era más poderoso que el decoro y el buen proceder. Sin dudarlo, ella aceptaría que los culpables de los horrores vividos quedaran libres con tal de volver a ver a los suyos.
Se vistió a toda prisa y acomodó su equipaje sin poner demasiado cuidado. Quería ser la primera que subiera al bote cuando este arribara al muelle. Una vez que sus cosas estuvieron ordenadas, salió de la habitación para reunirse con los demás.
Al salir pudo escuchar los gritos desgarrados de Owen y el alma se le cayó al piso. Se apresuró para reunirse con él y ver qué era lo que lo había perturbado de aquella manera. En sus brazos yacía sin vida Yvette, que había sido envenenada. Margaret negó con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra. ¿Quién? ¿Cuando?
Se debatía entre aquellas cuestiones cuando reparó en que la señora Dupont no se encontraba entre los que se habían reunido allí, para presenciar la congoja del señor Cray. Al ir a buscarla y ver que también había muerto, el horror comenzó a tomar forma en su cabeza. Siguió los pasos de los demás hacia el salón, en busca de las estatuillas. No había ninguna rota, no había cita del poema. La certeza la golpeó
-No puede ser... yo... yo creía en Yvette. Realmente creía en ella. Y la señora Dupont... oh, por Dios! -exclamó acongojada-. Anoche descubrí a una mujer sensata y profunda. Le ofrecí mi amistad y... oh, no puede ser.
Pero lo que más conmocionó a Margaret fue tener la seguridad de que ella había estado marcada. Que una de esas estatuillas cuya razón de ser no había podido dilucidar estaba destinada a ella. Que ella, Margaret Beddingfled era uno de los objetivos del cerebro que había orquestado todo aquello y que su cabeza hubiera tenido que caer si no hubiera existido alguien lo suficientemente desconfiado como para no creer en la sirvienta... o quien fuera en realidad.
Agobiada por los descubrimientos se sentó junto a la ventana, perdiendo su vista en el mar. Por ello vio cuando la barca comenzaba a acercarse al muelle, lista para sacarlos de allí. Tal como era su intención, buscó sus maletas y se dispuso a esperar la llegada. Iba a ser la primera en subir, después de todo.
Ha sido un placer poder jugar esta partida. Felicitaciones a quienes llegamos al final! :D
Cuando pudo dejar de gritar Owen llevó el cuerpo frío de Yvette a la cama, donde la dejó tendida, la espalda del sicario escondió a los demás como este cerraba sus ojos y le arrancaba aquella grotesca jeringuilla lanzándola con rábia contra la pared. El interior de la habitación que habían compartido asemejaba a los ojos de los demás supervivientes a un fortín, con una cama recostada contra la ventana, tapándola, y los muebles unos encima de otros.
El asesino había vuelto a actuar y él no había podido impedirselo, el porque la sirviente había salido a la cocina se le escapaba, así como no se le escapó el hecho de que la señorita Dupont no hubiese bajado. Aquello solo podía significar una cosa que al momento todos comprobaron. También estaba muerta. Recordó a Penny señalandola momentos antes de su final ¿marcándola como presa?¿como cómplice?¿como objeto de una nueva posesión? Y ninguna estatuilla se había roto...¿Quizas alguna de aquellos negritos tenía sus propias armas y había eleminado a todos los que no lo eran curándose en salud?¿matando así a Yvett? Nada tenía sentido y si Owen tenía una sola cosa cierta era que en parte estaban vivos gracias a la sirvienta, como mínimo él. Y eso jamás se le olvidaría.
No asintió para nada ante las afirmaciones de Margaret, tampoco le preguntó cuando había conocido en profundiad a la señorita Dupont si había pasado practicamente toda la noche reunida con él, Yvette y Elisabeth. Solo respondió ante el aviso de la llegada de la barcaza.
Cuando estaban todos fuera miró hacia aquella casa y comentó a los demás. Deberíamos reducirla a cenizas Dijo no como opinión, sino como propuesta para que esto no se repita; para que no nos encierren a todos en algún manicomio, la carcel o en el lugar más oscuro. Todos eran sospechosos y todos "habían matado" como mínimo en el pasado, si dejaban aquel lugar así no tardarían en surgir investigaciones, les harían preguntas y, ante una realidad imposible, todos inventarían cosas.
**
Una vez arriba de la embarcación, dirigiéndose ya hacia el pueblo, no podía dejar de mirar fascinado aquel maldito islote. Había sobrevivido, vería a su mujer y su hija, porque Owen estaba seguro de que sería una niña. Aún así, el frío contacto de la Luguer a través de la chaqueta le había recordado quién era. Había intentado ganarse la vida honradamente en una tienda y había recibido siete disparos. Había intentado seguir ganandose la vida con esfuerzo, con el sudor de su frente, y ello le había conducido hasta aquel lugar del que aún no podía creerse haber escapado.
No, Owen no podía permitirse estar solo y sin recursos, ya jamás se sentiría a salvo. Y si no iba a estar a salvo él elegiría como ponerse en peligro. Haría un par de llamadas, daría la noticia de la muerte de Predatore y sus enemigos sabrían antes que su propia gente que la organización del italiano ahora era débil. Aquella sería su puerta de entrada, volvería a ganar dinero y nunca le faltaría nada a su familia, y incluso si él moría cuidarían de ellos. Owen ni tan siquiera se había dado cuenta de que jugaba entre sus manos con el silenciador hasta que este emitió un silvido, casi el sonido de una flauta, cuando el vieno del mar traspasó a través del fino agujero del cilindro metálico.
**si los demás están de acuerdo:
Owen había visto construir una casa como aquella misma desde los cimientos, había estado en la cocina, había visto las lámparas y todas aquellas cortinas. Reduciría aquel edificio monstruoso a una montaña de fuego. Llevaba aún la Luguer y...hurgó en su bolsillo... 50 dólares, esa había sido una buena propina. Le mostraría ambas cosas -el billete y la pistola- al conductor de la barcaza, si era un hombre inteligente sabría que decir cuando le preguntasen por el estado de la casa cuando el llegó a buscarlos.
**sinó nada de lo anterior habrá sucedido
La noche había sido un infierno para él, encerrado en su cuarto, pensando en como Penny murió sin que él pudiese hacer nada por mucho que lo hubiese intentado. Ir a esa isla fue un error, y lo sabía. La avaricia y soberbia de ambos los llevó hasta ahí, y eso había causado que se separasen. Wesley siente que no tiene fuerzas para afrontar otro día, y va a abandonar su cuarto, esta vez perfectamente arreglado, listo para encontrarse incluso con su muerte si es necesario. Sin embargo, los gritos sobre los asesinos le dieron esperanza y fuerzas. Sale corriendo de su cuarto, para encontrarse los cuerpos de Dupont e Yvette.
- Esas dos putas... Lo dije desde el principio. Por esa deslenguada he perdido a Penny. - Es lo único que dice a Owen y a Elisabeth. Les da la espalda y empieza a caminar airado, directamente hacia la barca motorizada que se escuchaba. - Haced lo que queráis con esas estatuillas. Llevároslas al infierno si lo deseáis. Yo me voy. No ha sido un placer. - Se despide de este modo Wesley mientras abandona la casa, aún dispuesto a responder a quien se dirija a él.
Martin Crowden bajó esa mañana, para conmocionarse de nuevo por las últimas muertes de aquella maldita mansión.
Al ver la barcaza, no pudo pensar en otra cosa que en huir, en salir de allí. Esa isla y esa casa eran un agujero de terror en el mundo, y no podía seguir allí más tiempo.
En su cabeza estaba muy confundido. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo voy a vivir con este cuerpo?
Martin no tenía nada que le atara a este mundo. De hecho, ni siquiera ya tenía un cuerpo que fuera suyo realmente. ¿Qué quería Martin realmente? Solo una cosa. Descansar. Y, de paso, devolver este cuerpo al alma del reverendo, que había quedado atrapado al otro lado. ¿Y cómo revertir el cambio? La vuelta al mundo le traería la posibilidad de adentrarse en el ocultismo para volver a estar entre las almas que yacen en paz, y permitir volver al reverendo a su cuerpo, a su esencia, a su vida.
Con este pensamiento abandonó la isla.
Owen, yo estoy totalmente de acuerdo.
Por mi parte también, cuantos menos recuerdos queden de esa casa, mejor.
Ya estaba toda la tarea hecha. Todo había terminado.
Cuando Erasmo contempló la figura de Yvette, no pudo evitar arrugar la nariz, algo contrariado, pues no debía de haber sido así el final de aquella mujer. Sin embargo, se alegró al ver que Dupont no bajaba.
Claro que no, pensó el hombre. Yo mismo me he encargado de eso.
Cuando vio que la barca se aproximaba por el horizonte, contempló cómo los demás visitantes de la casa recogían sus cosas, y se marchaban de allí cuanto antes para evitar estar dentro del horror mismo. Erasmo se limitó a sonreír de manera ladeada, y sacó del bolsillo del pantalón su cuerda con nudos. Bufó por la nariz, riendo un poco, y, con todas las fuerzas que tenía, lanzó el instrumento hacia el mar, dejando que la marea se lo llevara hacia donde le placiera. Su trabajo ahí había terminado, y había tratado de hacerlo lo mejor posible.
Con su escaso equipaje, anduvo por el pequeño muelle de madera, y se sentó junto a los demás para despedir a aquella casa.
—Usted calle— dije, mirando a Wesley, sin poder evitar ser yo misma dentro de aquel cuerpo extraño—. No ha sido más que un títere a manos de su hermana, quien, por cierto, era una mala pécora— añadí, arrugando la nariz de Erasmo—. Si no hubiera caído en las votaciones, me habría encargado de ella esta misma noche— aseguré—. Sin embargo, la gente fue sensata, y pude encargarme del último vestigio de mal de la casa— miré a Barrow de forma fría—. Perdió su valor por las armas de mujer que Penny tenía. Fue su encubridor siempre. No nos hizo ningún caso allá donde los muertos. No es nadie, ni sirve para nada— casi escupí esas palabras—. Debería de buscarse otra mujer para hacer todo lo que le dice, y obedecer como si fuera un perro. No es más que eso.
Con la nariz alta, pensando que Erasmo jamás se hubiera enfrentado a alguien de tal manera, fue hacia el bote, y se dispuso a pensar cuál sería su siguiente destino.
Con el día, aparecieron dos cadáveres más. No negaré que de algún modo, me lamenté de haber visto el cuerpo sin vida de Yvette, pero tras atar cabos me di cuenta de lo equivocados que habíamos estado todo este tiempo. Gracioso que aquella loca que había montado todo aquello hubiese sido salvada por mi. Estaba claro que a partir de ahora, sería mejor si no me involucraba en asuntos de terceros, al menos de forma activa. No estoy hecha para ayudar. Nunca lo estuve, y esta ha sido la prueba definitiva.
Al ver que se acercaba por fín la barcaza que ya daba por inexistente, fui a recoger mi equipaje, reuniéndome después con el resto en el exterior, una vez allí, Owen tuvo la mejor idea que se le hubiese podido ocurrir a cualquiera. Quemar aquel lugar, dejar únicamente sus cenizas. Al final parecía que nosotros eramos los que habíamos cometido el crimen perfecto.
Subí a la barcaza con el resto, y me senté mientras miraba el horizonte.
No había tomado tantas notas como me hubiese gustado, pero en mi cabeza había suficientes recuerdos como para completar la crónica de lo allí ocurrido. Omitiría detalles, y adornaría otros hechos, claro, pero nadie podría contradecirme, pues aquellos que ahora eran cenizas serían los que serían las víctimas con las que se ensañaría mi estilográfica.
Finalmente, la pesadilla había acabado. O por lo menos así lo sintieron los huéspedes que habían llegado con vida a aquel embarcadero donde atracaba la canoa motorizada que habría de sacarlos de allí. Recogieron sus cosas y las trasladaron al embarcadero. El marinero les saludaba a todos con afabilidad, aunque al ver los rostros descompuestos de los que aparecían ante su embarcación, prefirió no hacer preguntas inoportunas y limitarse a su trabajo.
La propuesta de Owen fue acogida con asentimientos por el grupo así que, una vez todos se habían retirado, él mismo se encargó de prender diferentes fuegos por la casa y salió de ella cuando el humo comenzaba a convertir el ambiente en irrespirable.
Una vez todos en la barcaza, Owen habló con el marinero, conminando a éste que guardara silencio por lo allí visto.
Llevaba aún la Luguer y...hurgó en su bolsillo... 50 dólares, esa había sido una buena propina. Le mostraría ambas cosas -el billete y la pistola- al conductor de la barcaza, si era un hombre inteligente sabría que decir cuando le preguntasen por el estado de la casa cuando el llegó a buscarlos.
A lo cual el hombre asintió, cogiendo el dinero que le ofrecía.
Ver arder aquella casa mientras la canoa se alejaba era una imagen catártica para aquellos que allí habían sufrido lo indecible y una especie de acto de justicia para los que habían perdido la vida allí dentro.
De repente, primero Owen y luego los demás por indicación de éste, vieron en uno de los balcones superiores un movimiento que nada tenía que ver con el fuego. Era Yvette Mercier, maldiciendo a los que marchaban de la Isla del Negro con los pocos minutos que, ahora sí, sabía que le quedaban de vida.
Hablaba en frances y profería mil y un insultos que, de recopilarse, formarían una buena y cuidadosa antología de términos ofensivos en lengua gala. Al final, comenzó a reír con una histeria demasiado rayana a la locura como para poder distinguirla de ésta.
Las llamas crecían a sus espaldas con una voracidad implacable. La "sirvienta" miró unos instantes hacia atrás y, cuando el avance del fuego era ya incuestionable. Se subió de pié a la baranda y, con la mirada fija en el horizonte, dio un paso adelante, arrojándose al vacío. Casi al instante, las llamas invadieron el balcón lamiendo cada recoveco de éste, como si buscaran a su huida presa. Entonces el piso superior se desmoronó y la imponente mansión se vino abajo.