Ohhh... Por fin. Una palabra más y creo que hubiese volado la cabeza de ese ser minúsculo e ignorante. Me quito el tocado del cabello sin poder evitar arrancar un pequeño mechón. Necesito tranquilizarme. Saca de la maleta la botella de ginebra y el tabaco. Se sirve un vaso y un cigarrillo. Ahora toca comportarse, Jacques, me digo. Conocerás a los anfitriones y esos puede que si estén el mundo del cine. Se quita el cigarrillo de la boca y lo apaga. Decido que ponerme. El vestido de gasa rojo con los tirabuzones sueltos.
Tras el día agotador, lleno de emociones y misterios, cuando llegas a la habitación y cierras la puerta a tus espaldas, una imagen ronda tu mente, la de el mayordomo, Alfred Dyle, y su subordinada, Eleanor Morstan, cuchicheando tras hacerse los encontradizos, contra toda norma de etiqueta y moral. - Ya podrían haber sido más discretos. - Pensaste contrariada.
Tras el incómodo encuentro con el señor Cavanough frente a tu habitación, te diriges escaleras arriba y encaras el pasillo, vigilando que nadie te vea y sin hacer más ruido que el estrictamente necesario.
Llegas frente a la habitación de la señora Dupont, con la intención de pegar la oreja a la puerta. Lamentablemente, no oyes nada, ya sea por el grosor de la puerta o porque nada ruidoso sucede en su interior.
Tú no tenías porqué saberlo, pero escuchar en las puertas no puede hacerse si no es con un rol determinado y que no posees. La única manera que tienes, como huésped estándar, de enterarte qué pasa en una habitación es entrando en ella.
Como no eras conocedor de este detalle, si quieres cambiar el destino de tu Paseo Nocturno, te permito hacerlo por esta vez. Un cambio de destino que puede ser, si así lo deseas, el interior de la habitación de la señora Dupont (si la puerta no está cerrada con llave), u otro lugar de la casa.
Contengo la repiración. Con aire digno me dirijo a la cama donde me siento y respiro profundamente varias veces. ¿Es esto una broma? ¿Nos invitan y luego esto? No me lo puedo creer... Con la mano temblorosa me enciendo un cigarrillo. Lentamente voy sorbiendo el humo mientras intento ordenar mis ideas. Lo primero de todo es quitarme esto de encima, pienso mirándome al espejo y viéndome aún el raso y los brillantes. ¿A quién pretendo engañar? Ya no soy la que era. Ahora chicas como Margarita Cansino, o Rita Hayworth como se hace llamar, me han quitado el trono. Pienso dejandome llevar porla angustia y la autocompasión.
De repente, la ceniza cae al suelo y mi mente vuelve a dónde estaba. Abro la maleta, y saco el camisón y la bata de raso junto con la botella de ginebra. Me sirvo una copa y la bebo tranquilamente mientras me cambio. Guardo bien el vestido en el armario, y me pongo detrás de la puerta a escuchar si hay pasos.
Si hay alguien de paseo espero poder oirlo. Pienso mientras me dispongo a salir hacia la biblioteca.
Martin no escuchó nada al otro lado de la puerta de la habitación de la señorita Dupont, así que decidió dirigirse hacia esa misteriosa reunión en la biblioteca sobre la que había hablado el señor Cavanough.
Ok, lo tendré en cuenta de aquí en adelante.
No me arriesgo a entrar y que no haya nadie. Prefiero pasarme por la biblioteca.
Agotada por las tensiones del día, cuando llegas a la habitación y cierras la puerta a tus espaldas, una imagen ronda tu mente, la Penny Barrow y su hermano, Wesley Barrow, haciéndose crípticos gestos mutuamente, contra toda norma de etiqueta y moral.
Por la mañana al despertar, algo te llama la atención. Algo que antes no estaba ahí. Sobre una repisa, un cuadro de medio metro de lado descansa con intención de ser bien visible. El cuadro no contiene ningún dibujo o paisaje, contiene el texto de una canción infantil popular.
Y así sucedió que estabas en el cuerpo de Jacqueline Dupont. Recordabas perfectamente tu vida anterior, tu paso por la Laguna, tus anhelos asesinos frustrados... pero también los recuerdos de Jacqueline te asaltaron sin remedio, siendo tu cabeza una amalgama de vivencias que se hacía difícil discernir y ubicar en el tiempo. Por ello necesitabas poner en orden tus ideas antes de saber qué hacer.
Si no me he equivocado en nada, debes tener acceso a los días y noches que no habías tenido tiempo de disfrutar y convendría que hicieras una lectura de todo ello. Es mucho material, así que si prefieres hacer una lectura superficial, por mí no hay problema, pero deberías poder hacerte a la idea, más o menos, de por dónde estamos.
Una buena noticia: conservas los roles de Frederick y de Jacqueline. Por tanto, puedes ejercer de psicópata las noches de los turnos pares (esto es mañana, o sea, el siguiente Turno) y de Asesino a Sueldo todas las noches (incluso esta que acaba de comenzar). Sí, lo sé, todo un regalo para el bueno de Frederick.
¡Suerte!
Además de todos los recuerdos, hay una imagen que te golpea incesantemente la memoria cuando vuelves a tu habitación. La de Sally Miles haciendo gestos a Wesley Barrow, contra toda norma de etiqueta y moral.
Si bien el día ha estado plagado de emociones, no se te ha escapado cómo Wesley le hacía gestos indecorosos al párroco durante el almuerzo.
En el momento en que finalizaba la noche y sabías que pronto recibirías la llamada par regresar a la Laguna, un sentimiento poderoso te embargó. Algo que podría clasificarse de instinto, o de fuerza sobrenatural, te impulsó a ir a la habitación de Jacqueline Dupont, la actriz.
Cuando llegaste allí, viste la perturbación que habías podido observar en la misma Laguna, cuando había almas en tránsito. Allí viste como el alma del cuerpo de Jacqueline, un arma deforme y terrorífica, era succionada por el torbellino, dejando el cuerpo de Jacques, como le gustaba que la llamasen, sin huésped.
Entonces lo viste claro. Si aquel cuerpo no tenía huésped, era tu oportunidad. Y así lo hiciste. Entraste en el cuerpo y lo asumiste como tuyo.
La experiencia fue muy dura. Nada más entrar, comenzaron a asaltarte recuerdos y experiencias tanto de Jacqueline como de otra persona. Esa otra persona era Frederick Von Baach y sus recuerdos era horripilantes. De alguna manera, Frederick había habitado este cuerpo antes que lo hicieras tú y había impregnado el mismo de su esencia y personalidad.
Viste entonces que Jacqueline no era más que una Asesina a Sueldo, como tú misma, pero de Frederick comprobaste que era un Psicópata. Ansioso de provocar muertes bajo su mano que pudieran ampliar su ya de por sí nutrido historial.
Es más, algo dentro de los recuerdos de Frederick, ahora de Jacqueline, te impulsaba a actuar esta noche, por tu cuenta y riesgo. Y así, con esa determinación que, sin ser completamente tuya, te movía en estos instantes, saliste de la habitación armada con un formidable cuchillo de carnicero.
Con la posesión recibes las memorias tanto de Jacqueline como de Frederick.
Por tanto, debes poder encontrar las escenas de los días y noches que te has perdido por estar en la laguna. Te aconsejo una lectura de todo ello, aunque sea somera, para ponerte al día.
Consternada, regresas a tu habitación a meditar lo sucedido y pensar qué hacer esta noche.
Cuando entraste en la habitación de la actriz americana, la pulcritud se hizo patente. A pesar de los modales presentados en sociedad el primer día, saltaba a la vista que guardaba un perfeccionamiento exquisito en todo lo relacionado con el orden y la limpieza de su habitación.
Y aquí se encontraba ella, acicalándose y buscando imperfecciones en su ropa y en su piel, antes de salir por la puerta y dejarte en la más absoluta soledad de su cuarto.
Según parece, los habitantes de esta casa gustan de pasear por ahí en plena noche.
Jacqueline regresa a su habitación, satisfecha por lo productivo de la reunión mantenida, pero agotada por todo lo acontecido durante tan largo día, y ya serían cinco, con mañana.
No tarda en ir a dormir y conciliar el sueño, un rato al menos.
Tras unas cuantas horas de placentero descanso, Jacqueline se despierta, se levanta y se viste. Levanta el colchón y de allí debajo saca un bate de baseball. Muy americano.
Lo sopesa. Asiente con seguridad y sale de la habitación.
Jacques regresa a su habitación, nerviosa y atribulada. Vuelve a guardar el bate bajo la cama, se desviste para dormir y, como puede, trata de conciliar el sueño.
Erasmo entra en la habitación de Jacqueline, con el sigilo de un gato. Ve a la asesina durmiendo plácidamente en su cama de satén. Una mueca de asco recorre su rostro y, como hiciera otras veces, salta sobre ella y, aprovechando la sorpresa y el sueño, le pasa la soga por el cuello y comienza a apretar como si no hubiera un mañana.
Pronto, el conocido efecto tiene lugar. La sangre no llega al cerebro y el aire no llega a los pulmones. Jaqueline trata de debatirse, pero nada puede hacer ante la firme presa de Erasmo. No tarda más de veinte segundos en dejar de patalear, aunque él aguanta el estrangulamiento durante minuto y medio, por lo menos.
Finalmente, da el trabajo por acabado y regresa a su habitación, con la camisa empapada en sudor.
Sin sabe ni como, conciliaste el sueño, pero no fue si no para tener un despertar brusco, desagradable y terrorífico. Alguien había saltado sobre tu espalda, como cabalgándote, había pasado una indolente soga por tu cuello y había comenzado a apretar sin misericordia.
Te hubiera gustado gritar, pero no podías. Pataleabas, pero la presa que te tenía hecha era demasiado letal.
No pudiste más que, finalmente, aceptar tu destino, que ya conocías de antemano. La muerte llegó veloz.