Este edificio estaba tapado con andamios y mantos y aún no se podía ver nada de lo que había tras ellos. Shakonya había tenido que habilitar ocho edificios para convertirlos en Gimnasios Pokémon, pero por lo que se veía, aún no estaban abiertos a los nuevos entrenadores de la nueva región.
Quedaba un poco y tenían que esperar.
Al llegar al gimnasio Wilhelm pareció sorprendido ¿Cuánto tiempo van a tardar abriendo esto! pensó pero no dijo nada en voz alta. A parte de mirar a Ariadne.
—Mejor vamos al mercado —el chico no quería rendirse pero comenzaba a comprender que podían buscar todo el día sin tener ningún resultado así que debían ser más creativos.
El chico tomo al Rookidee en brazos, ya que este se veía cansado y aburrido de caminar.
—Pronto tendremos otro combate chico. Calmate.
Voy al Mercado (34).
Este gimnasio se encontraba en el mismo estado de obras que el anterior. Ariadne se quedó mirándolo, perpleja.
—¿E-Estarán todos a-así...? —preguntó en voz alta.
Se hizo una nota mental de preguntarle a sus padres cuando los viera, a ver si ellos sabían algo. Observó al Rokidee de Wilhelm con una pequeña sonrisa en sus labios. Le recordaba mucho a su Gible, parecía que a ambos les habían tocando pokémon de naturaleza inquieta y vivaz. Aquello le parecía bien, aunque su tiburón a veces se ponía demasiado hiperactivo para los frágiles nervios de ella...
Asintió al muchacho y marchó en dirección hacia el mercado. «Espero que cuando lleguemos no esté todo en construcción también...», se dijo, montándose ella sola en su cabeza una película sobre una realidad alternativa a la que habían entrado sin querer y en la que todo iba a estar en ruinas o a medio construir.
Me desplazo al Mercado (34).
El invernadero es un lugar extraño donde elementos cotidianos como las estanterías o las mesas parecen fundirse con la naturaleza. No es extraño ver como pequeñas plantas nacen de una pared con poco o ningún sentido, o en mitad del suelo molestando al paso más que cualquier otra cosa. Los pokémon corretean de forma libre de un lado para otro como si se encontrasen en un hábitat salvaje.
Llama en especial la cantidad de árboles frutales y bayas que se pueden encontrar en este mágico lugar, que pareciese que a la vuelta de cada esquina una mismísima deidad pokémon se fuese a cruzar con uno.
El lugar se reparte en una gran estancia principal donde se pueden encontrar la mayoría de árboles del lugar, y unas cuantas habitaciones más pequeñas que parecen estar escarbadas en la propia tierra. Finalmente, una escalea acaba por conducir a la zona superior y al aire libre, donde se encuentra una especie de planicie con algunos árboles y plantas que requieren más luz, en medio del cual se encuentra el tatami para los combates.
Llama en especial la atención un cenador ubicado cerca de la esquina del tatami, que parece estar dispuesto para picnics y comidas, junto a un diminuto reguero de agua que no llega a ser un riachuelo, pues no tiene ni un dedo de profundidad.