Partida Rol por web

La residencia Skelter es una bonita casa de dos plantas, de fachada blanca y tejados rojizos. Cuenta con su propio muro perimetral de color beige, un pequeño jardín delantero anexado a la puerta de entrada y un patio trasero algo más espacioso, lugar en el que se encuentra la caseta de Jojo y donde el Furfrou pasa la mayoría del tiempo, así como un pequeño jardín de flores blancas llamadas estrellas de Belén, cuidadas por la madre de Ariadne. 

El interior del hogar es espacioso y de diseño moderno. En la primera planta encontramos el salón, la cocina y el baño principal. La sala de estar es la que más espacio ocupa, contando con un cómodo sofá negro capaz de darle asiento a 4 personas, un par de sillones a juego y una televisión de gran tamaño. Hay sendas cristaleras a cada extremo de esta zona, una que da al frontal de la casa y otra al patio trasero. La cocina fue renovada al estilo americano y ahora podría decirse que forma parte del ya descrito salón, situada al fondo del área, cercana al patio trasero. Finalmente, el baño principal contiene lavabo, retrete y una confortable bañera.

En el segundo piso se encuentra la habitación de matrimonio, la habitación de Ariadne, un baño auxiliar y un trastero. En el lado frontal izquierdo está la habitación de los progenitores de la joven, que cuenta con una amplia cama, dos mesillas de noche, un armario empotrado, su propia televisión y un ampio ventanal que da a la calle. La habitación de Ari ocupa el lado frontal derecho, entre sus pertenencias la muchacha disfruta de un escritorio, un ordenador de sobremesa con periféricos y tableta gráfica, un armario empotrado idéntico al de sus padres, además de una cama y un balcón que también da a la calle. En el lateral trasero izquierdo está el baño auxiliar, un simple retrete y lavabo en espacio reducido para cuando no se desea bajar al baño del piso de abajo o este está ocupado. Para rematar, en el lateral trasero derecho se encuentra el trastero, una habitación desocupada de menor tamaño en comparación con la del matrimonio o la hija, que al no darle un uso mejor, se dedicó al almacenamiento de enseres de miscelánea, como por ejemplo las bicicletas utilizadas por la familia.

El hogar despide un agradable aroma floral se pise la habitación que se pise. El suelo es de tarima oscura, perfecto para caminar descalzo o en calcetines. Se pueden hallar por toda la casa recuerdos y otra parafernalia, como fotografías de la familia, souvenirs de otras regiones y similares.

La primera luz del día asomó por el horizonte y no dudó un momento a la hora de colarse con premeditación entre las cortinas a medio correr de la habitación de Ariadne, deslizándose lenta pero inexorablemente hasta alcanzar el rostro de la joven, llevándola a retorcerse con pereza un par de veces hasta finalmente abrir los ojos con lentitud y desgana.

Las pronunciadas ojeras que adornaban los párpados inferiores de la adolescente eran testamento de lo tarde que se había ido a dormir la noche anterior, puesto que se quedó hasta las tantas haciendo streaming de sus partidas online. El motivo por el que se había despertado instintivamente al alba y el motivo por el que le costó dormir aquella noche y, por ende, jugó hasta no poder contener el agotamiento era uno y el mismo: había llegado el día en el que tenía cita en el laboratorio pokémon para recoger a su nuevo compañero y responsabilidad.

Decir que estaba nerviosa sería un eufemismo de categoría. En primera instancia no había querido tener su propio pokémon, ella ya tenía más que suficiente con Jojo, después de todo. Pero tras mucha insistencia por parte de sus padres, que le argumentaron una y otra vez que el Furfrou era la mascota familiar y ella necesitaba ocuparse de un pokémon propio, la mansa personalidad de la pelivioleta no necesitó mucho más para rendirse y acceder a los deseos de sus progenitores. 

Pero ahora que recuperaba la consciencia en el alba de tan fatídico día, Ariadne podría jurar que el corazón se le iba a salir del pecho. Ni siquiera se había movido de cama, con la vista todavía borrosa y perdida en un punto inexacto del techo, mas su pulso ya alcanzaba los dígitos triples. «¿Y si el profesor me entrega un pokémon terrorífico? ¿Y si no puedo cuidar de él...? ¿Y si...? ¿Y si...? ¡¿Y si me entrega un pokémon de tipo bicho?!», barajó, alimentando todavía más su ansiedad.

Se incorporó de pronto, como un resorte. Sintió la terrible tentación de fingir estar enferma, llamar al laboratorio, indicarles que se encontraba indispuesta y cancelar la convocatoria. No obstante, tras unos minutos de frenética lucha interna, Ari optó por no poner en práctica ese plan. Además de que no le agradaba mentir, sabía perfectamente que sus padres la pillarían de inmediato y se sentirían decepcionados, por no mencionar que la obligarían a ir en otro momento. 

No, no había salida a la vista. Mejor rematar el asunto cuanto antes.

Se levantó con lentitud y se estiró. Le dolía la cabeza; no debería de haber trasnochado tanto. Bostezó y marchó con parsimonia al baño auxiliar. La casa se mantenía en silencio, era más que probable que sus padres se hubieran marchado ya. Le parecía recordar que tenían que recoger un cargamento de mercancía esa mañana.

Entró al baño, llevó a cabo sus necesidades y se aseó, tratando de disimular lo máximo posible que había descansado más bien poco. Se cepilló el cabello distraídamente y retornó a su habitación. Sacó del armario sus ropajes habituales, así como un nuevo añadido: un cinturón que le habían regalado sus padres, listo para llevar pokéballs de una forma cómoda y accesible. Se recogió el pelo en un moño bajo y agarró sus pertenencias: teléfono móvil y cartera, así como su mochila de Eevee, que a su vez contenía un cuaderno de dibujo, un estuche repleto de material de ilustración y una novela de terror que la muchacha tenía a medias.

Bajó al piso de abajo y no tardó en comprobar que, efectivamente, estaba sola. Sin pena ni gloria se preparó un bol de cereales que devoró sentada en el sofá mientras veía la tele-poké-tienda. Ni siquiera prestó atención a la pantalla, pero el silencio absoluto la incomodaba, necesitaba escuchar algo de fondo.

Al acabar con su desayuno fregó el bol y la cuchara, acto seguido se lavó los dientes en el baño principal.

—Supongo que... debería de ir saliendo... —murmuró con la mirada gacha.

A un paupérrimo ritmo que casi hacía parecer que Ariadne calzaba botas de plomo, la joven se echó la mochila a la espalda y abandonó su hogar, cerrando la puerta tras de sí. No sabía qué le deparaba el día, pero honestamente no deseaba descubrirlo, aunque no le quedaba más remedio que hacerlo.