4º día del Herrero. Mes del Doncel. Año 242 D.D.
Quinta hora de la tarde.
Lugar: Aposentos del Maestre Debian.
Urthen apenas tuvo que esperar un momento ante la puerta de los aposentos del maestre de los Tully, mientras uno de los guardias que la custodiaban entraba para avisar de su presencia.
Ya en el interior se encontró con el hombre que estaba buscando, sentado a un escritorio bajo la ventana, escribiendo algún documento en un pergamino. Al verlo lo contempló con expresión tranquila y recogió despacio los útiles de escritura mientras hablaba.
—Buenas tardes, lord Urthen. No esperaba veros aquí. Pasad, poneos cómodo —invitó, haciendo un gesto hacia otra mesa con dos butacas, una jarra de agua y un platillo con uvas y queso—. ¿Hay algo que queráis consultarme?
Aunque no tuvo que esperar mucho, lo hizo pacientemente, agradeciendo a los guardias cuando estos le dejaron pasar eventualmente.
Acostumbrado a las particulares costumbres de la maestre Hazzea, Urthen entró lentamente, dándole tiempo al hombre para notar su presencia. Viendo que escribía, se mantuvo en silencio esperando a que terminara a una distancia prudente para no tener siquiera posibilidad de leer, pero agradeció con una sonrisa al ver que este recogía sus útiles para ponerle pausa a sus tareas y así poder atender su visita.
Buenas tardes, maestre Debian. Muchas gracias - dijo mientras se acercaba a la mesa para sentarse en una de las butacas - Lamento mucho molestaros. Puedo esperar si queréis. - le ofreció, preocupado de haberle importunado.
El anciano terminó de recoger y dejó secante encima del pergamino para absorber el exceso de tinta. Luego se acercó para sentarse en la otra butaca junto al muchacho.
—No, no os preocupéis, no me molestáis. Estaba adelantando trabajo, pero estoy disponible para charlar con vos.
Sirvió un vaso con agua para él y otro para Urthen, luego le acercó el platillo con las viandas.
—Servíos, sois joven y los jóvenes necesitáis estar bien alimentados. —Cogió una uva y se la metió en la boca para masticarla unos segundos. Luego se llevó su vaso a los labios y bebió un pequeño sorbo—. Decidme, ¿qué necesitáis de mí?
Urthen agradeció su disposición con una sonrisa, y recibiendo el vaso de agua, bebió un muy breve sorbo. No quería ser maleducado, pero lo cierto era que tenía el apetito del todo cerrado. Así que, cuando el hombre le acercó las viandas, se limitó a solo tomar una uva y llevársela a la boca. Suficiente para ser cortés con su oferta.
Le agradezco, maestre. Por vuestro tiempo y por vuestra amable atención. - sonrió levemente, antes de continuar - Esperaba poder recurrir a vos tanto como erudito como testigo. - anunció, mirándolo a los ojos - Tengo entendido que vos habéis sido el mediador de las negociaciones de mi boda, y esperaba que pudierais explicarme a qué condiciones han llegado. - un poco más serio continuó - Al mismo tiempo, he escuchado muchas versiones de lo ocurrido, y sé que vos sois un testigo imparcial. Confío en que podaís darme una visión sincera y precisa de lo acontecido en aquella reunión.
Al escuchar el motivo que había llevado a Urthen a sus aposentos el maestre Debian asintió.
—Por supuesto —le dijo—. Sois el primer interesado en conocer dichos acuerdos. Aunque he de decir que me sorprende que recurráis a mí para ello.
Después de eso se puso en pie para tomar varios pergaminos. Los extendió sobre la mesa antes de volver a sentarse, y de echar un vistazo Urthen podría notar que estaban llenos de palabras sin sentido. Las letras parecían mezclarse sin ningún tipo de criterio, y mientras que algunas palabras parecían demasiado cortas, otras parecían demasiado largas.
—En la reunión se trataron cuatro temas principales, lord Urthen —explicó—. La seguridad de los caminos, la liberación de Ser Guileon Vance, las condiciones de vuestro matrimonio... Y finalmente, qué medidas se tomarían para que este no suponga una amenaza para Lady Harriet. Si queréis, hablaremos sólo de lo que os afecta de manera directa —expuso.
Ya sentado de nuevo le dio un breve trago de agua antes de proseguir. Todo en aquel hombre, desde su caminar hasta sus gestos o su tono de voz, era calmado. Y no parecía que fuese solamente por su edad.
—En cuanto a la seguridad de los caminos, habéis de saber que últimamente los ataques a nobles y a mercaderes poderosos ha aumentado en la Tierra de los Ríos —dijo—. No es algo de lo que Lady Harriet se sienta orgullosa, de modo que ha decidido tomar cartas en el asunto. De ahora en adelante vuestra Casa, así como todas las demás, cederán una proporción de hombres a una milicia que crearemos específicamente para garantizar la seguridad en los caminos. La proporción exacta aún debe ser calculada. Me entrevistaré con los comandantes y con los puestos de guardia actuales para determinarla. También habrá otras medidas económicas y militares, pero no quiero aburriros. Sin embargo, sí debéis saber que una parte de vuestros hombres ya no os servirá a vos —dijo, y se quedó mirándolo un instante por si tuviera alguna pregunta.
Aprovechó ese momento para volver a beber.
—Respecto a la liberación de Ser Guileon, creo que ninguna de las cosas dichas en la reunión afectan directamente a vuestro matrimonio. Sin embargo, en los otros puntos, sólo hablamos de lo relativo a vos y a vuestra prometida.
»A pesar de la sugerencia de vuestra padre de que sólo heredaseis la mitad de lo que poseen los Haffer a día de hoy, o de la posterior idea de él de que heredaseis la mitad de la mitad, y el título de Lord pasase a vuestro hermano, convirtiéndose él en vuestro vasallo, finalmente heredareis todo, título incluido —aseguró—. Formaréis una nueva Casa junto a lady Bessa y tanto vos como vuestros hijos y vuestro hermano cambiaréis vuestro apellido y vuestro blasón. Supongo que mañana nos comunicarán cuál será el definitivo. Lord Lyonell también se ha comprometido a que si tiene nuevos hijos, sean del matrimonio que sean, estos llevarán dicho apellido, y serán vuestros vasallos. —Algo en la mirada del hombre parecía señalar lo que no estaba diciendo: «No los de los Tully».
Hizo una breve pausa, tomando aire y llevando la vista a los documentos.
—Respecto a las medidas para garantizar la paz, vuestro padre se negó en redondo a ceder nada o tener cualquier muestra de buena voluntad, de modo que no hay nada por su parte que vayáis a perder o ceder —dijo—. Según vuestro padre ni Lady Harriet ni yo mismo vemos bien la situación, y es una suerte para los Tully contar con un vasallo que nos supere en número, en tierras y en poder económico. —Hizo una pausa, dejando que el chico pensase en las consecuencias de aquello—. Según él debemos dejar la hipocresía y como solución nos da la oportunidad de —Puso un dedo sobre una parte concreta del pergamino— casar a Ser Clarinthe con Ser Guileon Vance, cuyo matrimonio había exigido poder vetar a cambio de su liberación. Por qué vuestro padre querría vetar el matrimonio de un hombre libre que no es su pupilo, para mí sigue siendo una incógnita.
»Además de eso —prosiguió—, Lady Morna nos ha ofrecido que alguno de nuestros comandantes forme parte de vuestro ejército. Yo propuse adicionalmente que vuestros hijos sean educados en Aguasdulces, siguiendo el camino de la caballería bajo el manto de Ser Clarinthe, a lo que ninguno puso ninguna pega. Se estableció que los detalles exactos serían discutidos entre los maestres de las diferentes Casas.
Llegados a ese punto, el maestre miró a lord Urthen.
—Si me permitís un apunte, mi lord —le dijo—. No se ha dicho explícitamente, pero podéis tener por seguro que la Casa Haffer ya no cuenta con el favor de los Tully. Podéis olvidar los acuerdos comerciales preferentes de los que disponíais hasta el momento, y no estoy seguro de si Lady Harriet querrá tomar alguna otra medida. Los Haffer habéis crecido gracias a vuestro trabajo duro, sí, pero también al favor de vuestra Señora. Lo que hoy hemos recibido es rebeldía, insultos directos y descaro. No os lo digo para que temáis. Esto no es una guerra. Pero debéis ser consciente de la situación en la que nacerá vuestra propia Casa.
Quería recurrir a la fuente más fidedigna, maestre. La completa imparcialidad es imposible para cualquier hombre, pero vos sois lo más cercano a ella en este caso. - le explicó con una suave sonrisa mientras el hombre se ponía de pie para tomar pergaminos. No entendía absolutamente nada de lo que se suponía estuviera escrito o garabateado en ellos, pero suponía que aquel código tendría sentido para el sabio hombre.
Mientras esperaba a escuchar sobre la reunión, el primogénito Haffer sentía la boca seca por los nervios, así que, discretamente, bebía agua ocasionalmente intentando sosegarse. No quería delatar su estado de ánimo, por supuesto, pero era difícil no mostrar ansiedad cuando su futuro se reducía a aquella negociación que ya sabía dolorosamente fallida.
No pronunció palabra alguna mientras el hombre hablaba, aunque no era necesario. Entendía las miradas de este, la gravedad del asunto, y se lo hacía saber al maestre con la seriedad de su expresión y el ceño fruncido que marcaba su mirada. Por lo que el maestre contaba, a su padre lo único que le faltaba había sido escupirle en la cara a los Tully. No solo le había dicho que ya no rendiría vasallaje a ellos, sino que se había negado a cualquier muestra de buena voluntad, los había llamado idiotas, había intentado hacerlos pasar por tontos con una aseveración ridícula, y de paso les había dicho que debían estar agradecidos. A los Tully. Los Tully, nada menos.
Y la guinda de la tarta: su padre no había dicho nada, absolutamente nada, a que se llevaran a sus hijos. No es que hubiese intentado ofrecer algo más sin resultado, o que al menos hubiera dicho que no le gustaba la idea, es que no se había quejado siquiera. Le había importado tan poco, que hasta había dejado los detalles para después.
Para ese entonces, lord Urthen ya se había pasado la mano por la cara, y ahora masajeaba el puente de su nariz, intentando darle sentido a lo que había ocurrido en aquella reunión. Sin embargo, tan pronto el maestre se dirigió a él directamente, su mirada subió hasta él con absoluta atención y respeto por su opinión. Las noticias que le dio, sin embargo, fueron solo peores. No solo se iba a casar con una casa sin dinero, sino que ahora la suya cortaría sus ingresos de golpe. Podían salir adelante, sí, pero sería nadar contra la corriente. No era cosa fácil.
Me gustaría ofreceros mis más sinceras disculpas, maestre Debian, por el reprochable comportamiento de Lord Lyonell. Le escribiré personalmente a Lady Harriet, pero hasta entonces le agradecería que le extendiera mis disculpas también a ella como a Ser Clarinthe, en caso de que no pudiera concertar yo una reunión con esta última para el mismo cometido. - dejando salir un breve suspiro, continuó - Por supuesto, os agradezco también vuestra claridad, apuntes y consejos. No los pasaré por alto, y en estos precisos momentos en que más necesito de ellos, no habría mayor tesoro que pudierais ofrecerme. - añadió, mirándolo a los ojos. Tras aquello, apretando los labios, miró un momento hacia un lado, meditativo, llevándose una mano a las costillas. Luego de unos segundos, o un par de minutos, su mirada volvió al maestre.
¿Existe alguna posibilidad de renegociación, maestre Debian? ¿De anular los resultados de aquella reunión y conseguir un tratado más favorable para las tres casas involucradas? - preguntó, viéndose encerrado en un callejón sin salida para la casa que tanto había jurado proteger.
El maestre no había dado respuesta a lo que lord Urthen había dicho sobre la imparcialidad. Había continuado con lo que estaba haciendo y diciendo con esa misma calma, sin hacer ningún comentario al respecto.
Para cuando el muchacho le contestó, el hombre pareció prestarle total atención. Hubo un momento, sin embargo, en que le hizo un gesto con la mano para frenarle.
—Disculpadme —le dijo, antes de estirar el brazo para tomar un trozo de pergamino vacío. Cogió también la pluma, la mojó en el tintero, y realizó una breve anotación en aquel lenguaje que el chico no comprendía, haciéndole un gesto para que continuara.
Después, cuando acabó de hablar, levantó la vista del pergamino para mirarle a él.
—Son cuatro Casas las implicadas, mi lord —le recordó—. Cinco, si contamos la nueva vuestra.
Aclarado aquello hizo una pausa.
—Mucho me temo que aunque renegociásemos cualquier asunto de los tratados no sería tan sencillo como anular una reunión, milord —aseguró después—. Lady Harriet estaba preocupada por vuestra boda, por lo que podía suponer, pero todo eran las cautas sospechas de un buen soberano. Vuestro padre ha confirmado muchas de ellas. Yo mismo les aconsejé tener un gesto de buena voluntad como primera iniciativa, que esas fueran las primeras noticias que Lady Harriet recibiera. Proponerlo ellos, en lugar de esperar a que su Señora tuviera que exigir.
Una vez más volvió a dejar un largo silencio para que el chico valorase sus palabras.
—No debéis conocer mucho a Lady Harriet dada vuestra edad, mi lord —dijo—, pero no es alguien que se deje llevar por el orgullo o las inquinas personales. Si considera que algo es lo mejor para la Tierra de los Ríos —levantó las cejas antes de hacer una aclaración—, para la Tierra de los Ríos, ni siquiera para su Casa... Lo hará, piense lo que piense de los demás. Vuestra boda con Ser Clarinthe no dejó de ser una opción cuando ella se sintió menospreciada al enterarse de vuestro enlace con lady Bessa, por poneros un ejemplo. Pero anoche, vuestro padre prohibió a Ser Clarinthe desposarse con Ser Guileon, hablando de que él no se lo permitiría —Hizo una pausa, dejando que el chico asentase la gravedad de aquel hecho—. Le dijo que estaría metiendo a la serpiente en su alcoba. —El hombre volvió a hacer una pausa antes de proseguir, explicándole por qué ese punto era importante—. Incluso se ofreció a sí mismo como marido. También le dijo que casarse con Ser Guileon sería lo mismo que suicidarse. Esta mañana, en cambio, Lord Haffer hablaba de él como el matrimonio perfecto, enumerando sus virtudes.
»Lady Harriet tiene motivos suficientes para acusar a vuestro padre de conspirar contra ella, mi lord. Ese sólo es uno de ellos. Si esperáis que sea posible renegociar en igualdad de condiciones... Mucho me temo que ese tiempo ya pasó. Y al igual que Ser Guileon ha tenido que pagar con su pupilaje las consecuencias de las decisiones de su familia durante la guerra, vos tendréis que pagar las de vuestro padre durante la paz. Sean las pactadas, o sean otras, si efectivamente nos volviéramos a reunir. Lamento tener que deciros que las cosas no podrán suavizarse, al menos mientras vuestro padre sea Señor de Puño del Río.
Disculpadme, estais en lo cierto - reconoció avergonzado ante su error. Por su poca participación en lo que más le urgía no había considerado a los Vance, aunque sin duda tenían un rol crucial en al menos uno de los puntos preocupantes de esa reunión. Y sobre su nueva casa... en realidad, ni siquiera quería contarla.
Una vez más, escuchó en silencio, intentando absorber tan rápidamente como podía toda la información que le daba el maestre. No le era fácil, como nunca le había sido fácil aprender cosas nuevas, pero cuando lo observaba como una situación con la que lidiar podía encontrarle un poco del dinamismo que le hacía falta para poder abarcarlo más eficazmente.
Quiso pensar que su padre sinceramente no había considerado a los Tully como algo realista, y que había sido un error sincero. Sin embargo, oír que Lord Haffer se creía con el derecho de decretar las acciones de una Tully y prohibirle algo, más aún fuera de su tierra, lo desconcertó. Más tarde, oír como Ser Guileon pasaba de serpiente en la alcoba a un marido ejemplar, y luego su mismo padre se ofrecía, estuvieron cerca de dejarlo derechamente boquiabierto. Como su padre había salido vivo de esa reunión empezaba a ser el verdadero misterio.
Sin embargo, no todo estaba perdido. Le pareció entender que el maestre mostraba posibilidad de negociación, siempre y cuando los Tully se vieran compensados por la ofensa. Una negociación que podría revertir, al menos en parte, la condena a la que su padre lo había sometido.
Echó de menos a Valder. Él era quien sabía persuadir, negociar, quien sabría tratar esta situación como merecía. De seguro, si algún día había reunión, tendría que llevarlo a él para que se encargara de esa parte del trato. O bueno, entre ambos, combinando su conocimiento y la persuasión de este. Quizás eso era lo que tendría que haber sabido hacer su padre, delegar en quienes sabían, en vez de entretenerse en tonterías.
Otro problema era la última fras del maestre. Su honor le impedía tomar cualquier medida drástica contra su padre, así como el cariño que sentía por él, y también le prohibía conspirar para obligarlo a dejar el puesto de Lord por sorpresa y contra su voluntad. Pero quizás esas no eran las únicas dos opciones.
No esperaría negociar en igualdad de condiciones, maestre. Entiendo la ofensa sobre la Casa que representáis, y comprendo que siquiera aspirar a algo así ya es imposible y que significaría un insulto por su propia cuenta. - le hizo saber, manteniendo una expresión seria - Yo también quiero lo mejor para la Tierra de los Ríos. Quiero paz y cooperación entre nuestras Casas, la misma que hasta ahora Lady Harriet ha sido generosa de concedernos con su liderazgo, el cual estaría honrado de continuar siguiendo hasta el fin de mis días. Tenéis razón en que soy joven y desconozco a vuestra señora, pero no las oportunidades que ha cernido sobre Puño del Río y su gente, de las que he sido testigo durante toda mi vida y que no dudaría en apreciar ni por un momento. - tomándose una breve pausa, continuó - Sé que de renegociar habrá un precio que pagar por las afrentas de mi padre, y por supuesto, una deuda de gratitud de mi parte, que más aumentaría si no presentara aquellas acusaciones contra mi padre. - lo miró a los ojos - Sus acciones han sido vergonzosas y deshonrosas, indudablemente, pero hablan más de un hombre cuyo estado mental no está en su punto álgido más que de un traidor. Os confieso, maestre, que mis preocupaciones sobre él no han hecho más que empeorar con el pasar de los días, y que hoy de la peor manera las he encontrado justificadas. - suspiró, apretando ligeramente los labios.
Con un suspiro, bajo la mirada a su vaso de agua, del que bebió una vez más.
Mas no sé que hacer, maestre Debian. Me gustaría pedirle consejo a la maestre Hazzea, pero mi propio padre la ha destituido de su cargo en uno de sus arrebatos. Como bien habréis notado en las negociaciones, no solo está ofendiendo la casa de Lady Harriet, sino que condenando la nuestra. O las nuestras, si queréis incluir la nueva, que sin duda sufrirá el mismo destino frente a las condiciones que enfrenta. - tomió otro sorbo de agua - ¿De que forma podría destituir a mi padre, ofrecerle el descanso y cuidados que necesita, mientras me encargo yo de la administración de nuestra casa? Quiero hablar con él, ofrecerle la oportunidad de dar un paso al lado de forma discreta, donde ni Lady Harriet ni yo tengamos que preocuparnos de ningún escándalo que pueda generar conflictos diplomáticos entre Casas de la Tierra de los Ríos, y así poder preocuparme de pagar según negociemos las ofensas cometidas y conseguir su bendición para mi enlace. Sé que es difícil, y que los eventos ocurridos no han sentado un buen precedente, pero si pudieráis darme vuestro consejo estoy seguro de que podríamos renovar la relación entre nuestras Casas de la mejor forma posible.
El hombre escuchó con la misma expresión tranquila toda la exposición del muchacho, anotando algo en un par de momentos determinados. Cuando Urthen terminó de hablar, lo miró, serio, pero comprensivo al mismo tiempo.
—Sin duda vuestro padre no os ha dejado en una buena posición, mi lord. Y su salud mental no parece demasiado estable, como bien decís. Estoy en conocimiento de lo que ha pasado con vuestra maestre, pues estaba delante cuando vuestro padre la destituyó.
Se quedó en un silencio reflexivo durante algunos instantes y bebió un sorbo de agua antes de continuar.
—No hay un procedimiento establecido para esto que me pedís, pues valorar la cordura de un Lord es un asunto delicado. Sin embargo sí ha habido casos en la historia, precedentes similares. En esos casos el Lord o la Lady en cuestión fueron retirados a una torre en la que recibir el cuidado necesario sin interponerse en el futuro de su legado. —El hombre había adquirido cierto tono pedagogo al explicar aquello al muchacho—. Veréis. Lady Harriet o al Rey son los únicos que podrían quitar el título a vuestro padre, pero de hacerlo él podría convocar a sus vasallos y aliados y levantarse en armas contra su Señora. Los Tully no quieren otra guerra, ahora que la Tierra de los Ríos se está recuperando de una. Otra cosa sería que vuestro padre no pudiera hacer ese llamamiento, por estar reposando en una torre incomunicada.
»Si vos pudierais garantizar que Lord Lyonell no tendrá la oportunidad de envenenar los oídos de sus vasallos y banderizos contra los Tully, seguramente Lady Harriet estaría dispuesta a allanaros el camino para que vos os convirtierais en Lord Haffer y poder así abordar los asuntos de vuestra Casa con sensatez. Otra cuestión sería si vos consiguierais que vuestro padre os cediese su título en vida. En ese caso no sería necesaria la intervención de Lady Tully.
La idea de someter a su padre a un encierro indefinido hasta el día de su muerte no le era en absoluto agradable. Sabía que, a pesar de lo que pudieran renegociar, quizás las condiciones no serían muchísimo mejores pues tendría que arrastrarse por el suelo y rogar por la bondad de Lady Harriet. No sabía hasta que punto podría recuperar sus tierras, su futura familia, o tantas otras cosas... pero sí tenía claro algo. Más allá de sus propias pérdidas o ganancias, o las de sus hijos, esto evitaría la muerte de cientos de personas, por hambre o por guerra. Permitiría que su Casa subsistiera, en vez de ser vencidos más temprano que tarde a manos de los Tully de una u otra forma. Era la única oportunidad, la única posibilidad que tenía de congraciarse con Lady Harriet, y pensaba tomarla.
Si su padre tenía algo del honor que les había inculcado, ni siquiera tendrían que discutirlo, o pedírselo. Firmaría. Quería creer que ese hombre, el que conocía, aún estaba ahí detrás de la sombra del borracho pusilánime en que se había convertido.
Nada dista más de mis deseos que entrar en otra guerra y perder vidas de hombres inocentes defendiendo la insensatez de aquel que debió protegerlos - le aseguró prontamente - La preocupación de Lady Harriet es la mía también, y me ocuparé personalmente de que mi padre no tenga oportunidad de permitir que sus delirios le ganen enemigos a nuestra señora. Sin embargo, antes de involucrarla y darle más problemas de los que mi Casa ya le ha dado, me gustaría intentar evitárselos a toda costa por medio de conseguir yo mismo solucionar este asunto. - concluyó, determinado. Le habían enseñado que la proactividad para solucionar problemas, especialmente si los habías ocasionado tú o alguien a tu cargo, era buena señal. Lo que pensara el maestre, o la Tully, al respecto, era un misterio.
¿Que bastaría para que me cediese el título en vida, maestre? ¿Puedo preparar el documento y pedirle que lo firme, o debe ser escrito en su totalidad de su puño y letra? ¿Que debe especificar? ¿Cuantos de ellos debe firmar? - preguntó curioso, pues había muchas cosas que no entendía de aquellos asuntos. Sabía que a veces se necesitaban distintas copias para enviar por cuervo o mensajero a distintos lugares, pero no sabía si este sería el caso, o si simplemente el maestre lo vería y luego comunicaría la noticia - Debo traer el acuerdo enseguida a vos, ¿no es así?
El hombre observó con atención cómo Urthen se mostraba voluntarioso y decidido. Tomó una uva y se la metió en la boca, para masticarla despacio antes de responder.
—Podéis preparar vos el documento, o puedo hacerlo yo mismo, o cualquier maestre. Vuestro padre tendría que firmar dos copias, una que permanecerá en Aguasdulces y otra que podréis conservar vos, pero vais a necesitar una de dos cosas. O bien la firma de dos testigos que presencien la firma del contrato y atestigüen que vuestro padre estaba en uso de sus facultades en el momento de la firma. O bien la firma de un maestre que ratifique el acuerdo, presente en el momento de la firma.
Hizo una pausa para beber un sorbo de agua.
—Si obtenéis el documento, traédmelo esta misma noche. Aunque sea tarde estaré despierto. Si necesitáis que os asista en el momento de la firma, hacedme llamar y acudiré.
Lo contempló con seriedad y estiró una mano arrugada para darle un par de palmaditas suaves en el dorso de la del chico, dándole ánimos.
—Ánimo, muchacho. Imagino que estáis pasando un amargo trago en la víspera de vuestra boda, pero tenéis la oportunidad de tomar el timón del barco antes de que se vaya a pique. No todo el mundo tiene esa suerte.
Urthen escuchó atento a las instrucciones del hombre. Dudaba de conseguir dos testigos, así que la mejor opción, dada la hora además y los compromisos que aún tenía durante la noche, era llamar al maestre. Lamentaba, por supuesto, tener que molestarlo a una hora tardía, pero entendía que no tenía mucha más opción y esperaba que el anciano lo entendiera también.
Fue recién cuando recibió aquellas suaves palmaditas del hombre en su mano que una leve sonrisa, aunque apesadumbrada, se dibujó en la comisura de los labios del chico.
Y no os podéis imaginar cuanto la agradezco, maestre. Solo espero que sea suficiente. - respiró profundo.
Tras pedirle que por favor redactara él algunas copias, y decirle que prefería llamarlo cuando fuera ocasión de firmar, le agradeció efusivamente por su cuantiosa ayuda y marchó, dispuesto a hacer lo necesario por ayudar a su Casa.
Aquí se acaban las conversaciones.
Pasamos a: Capítulo 6: Enlace.