Los guardias trajeron a Ser Alana y a la maestre Hazzea con escasos minutos de diferencia entre ambas. Y allí se encontraron las dos, en la sala de audiencias de Fuerte Floresta, donde Lady Harriet hizo un gesto de asentimiento a Lady Morna, dándole permiso así para proceder.
Morna asintió, en silencio, en un agradecimiento mudo a las palabras de Lady Harriet, incapaz de pronunciar en ese instante mayor palabra.
Cuando se abrió la puerta y por ella entraron Ser Alana y Hazzea, Morna las enfrentó, con la máscara deshecha que era su rostro. Se acercó, tras el asentimiento de Lady Harriet, y sin mediar palabra se abrazó a Areza. A su hermana, sollozando contra su hombro, separándose y tomándola de las manos- Debo irme, Hazzea. No vamos a volver a vernos. Jamás.-determinó, con las mejillas anegadas en lágrimas - No podré cumplir mi palabra. Y es... Todo es culpa mia. Pídele disculpas a Lord Urthen de mi parte. Y pídele... Pídele a mi hija que me perdone. Vela por ella, por favor. No me preguntes... No puedo. Sólo... Dale sensatez, Hazzea. Y coloca por mí el pañuelo que entregué a Esthal como prenda, en el torneo, cuando lo entierren, en su cripta. Por favor...- determinó, implorante, llevándose el dorso de la mano, a las mejillas, tratando infructuosamente de secarlas, antes de respirar hondo, tratando de aplacarse, de serenarse.
- Ser Alana.-dijo, con toda la entereza que fue capaz de emplear- Te encomiendo un último servicio. Uno al que puedes negarte, si hay algo importante que te ate aquí. Algo que no puedas perder.-advirtió- Necesito que me acompañes. Lejos. Muy lejos. Para no volver. -determinó, irguiéndose, permitiéndose, en aquel instante, ser una última vez, la señora de Fuerte Floresta- Necesito tu apoyo, y tu protección. Por el resto de días que me queden viva.
La maestre Hazzea entró con paso renqueante en la estancia donde la Señora Tully se encontraba, haciendo la reverencia que por posición y respeto le correspondía hacer, siendo extremadamente correcta en aquel ambiente donde comprendía, había pirañas en los ríos, y Lady Harriet era el ejemplar más hermoso, figurativamente hablando, y con los dientes más afilados.
Apenas pudo decir nada cuando su hermana, aquella preciosa criatura que había llevado la casa Hawick de manera magistral durante años, se dirigió a ella, abrazándola con todo el amor del mundo y el rostro mostrando un evidente malestar, provocando que Hazzea se preocupase y la mirara con una tristeza casi infinita, sorprendida por las revelaciones.
La mirada de la maestre quedó ingravida por unos instantes, no moviéndose ni un ápice las pupilas de su sitio -... ¿Qué habéis hecho Morna?... - no quería pensar qué trampas le habían tejido a su hermana para que la determinación fuera marcharse lejos de allí, abandonarlo todo, la casa, a su hija e incluso ella misma -... ¿No existen maneras de arreglar los desastres que hayan acontecido?... - preguntó de manera prudente sin querer tensar demasiados los hilos en aquella sala, estaba claro que en la justicia de Lady Harriet, que era una muy subjetiva, lo mejor era no llevarle la contraria, a no ser que se deseara acabar como su propio hermano.
- Lord Urthen podrá entender muchas cosas, es un joven tranquilo y reflexivo.... - comenzó a darle una calma a su hermana para que se tranquilizara, le dolía verla así -... Vuestra hija siempre os amará porque le disteis la vida, yo personalmente hablaré con ella y velaré..., como siempre ha sido.... - miró a Morna a los ojos y sabría su hermana que si eso estaba en sus posibilidades, así sería -...Y no dudéis que Lord Esthal descansará eternamente con vuestro pañuelo... Ambos siempre unidos, a pesar de los errores que hayan surgido.... - fue Hazzea quien limpió el rostro de Morna con infinito cariño, a pesar de que sus uñas, siempre con sustancias de por medio, dieran un poquito de asco.
Aquella despedida quizás diera paso a explicaciones, estaba claro que la maestre las necesitaba, así como esperaba que algo más se cuajara en esa sala, lady Harriet no solía perder el tiempo con la gente, si pedía su audiencia delante de ella, no era para observar una despedida, si no por algo más...
Al entrar en aquella sala Ser Alana repasó el lugar con los ojos, deteniéndolos un instante más en la mujer que presidía el sitio. Ella llevaba puesta su armadura completa, aunque la vaina de la espada estaba vacía. Era evidente que la obligaban a ir desarmada.
La mujer permaneció a varios pasos mientras Lady Morna hablaba con su hermana. Estaba erguida, cuadrada, y con la vista mirando a un punto cercano, pero no a ellas dos directamente. Luego, cuando Lady Morna se dirigió a ella Ser Alana sí la miró. Su entrecejo se arrugó un poco, pero no tardó en contestar con determinación.
—Lo que me ata aquí, mi Lady, sois vos —le dijo—. Hace años os di mi palabra, y mi palabra mantengo. Iré adonde sea necesario para protegeros y serviros. —Bajó un poco la cabeza en señal de respeto—. Mi vida y mi espada son vuestras.
Morna negó con el rostro- No hay otro camino. No hay manera. No para mí. -aseguró, ante la pregunta de Areza. Se dejó secar las lágrimas- Lo he hecho por ella. Por Bessa. Es lo mejor.-añadió, sin especificar, apretando una última vez sus manos añejas entre las propias- Confío en ti, Areza. Te confío lo que más quiero en la vida.-susurró, antes de separarse, seguramente para siempre, de ella.
La señora de Fuerte Floresta se acercaba entonces a Ser Alana, colocándose frente a ella. La respuesta de su maestra de armas, de aquella mujer que había jurado servirla, la hizo asentir, con el brillo orgulloso que había caracterizado siempre su mirada, empañado pero presente. Seguiría siendo su señora, la señora de Fuerte Floresta ante sus ojos, en ese instante y siempre, y Morna encontró en ese hecho un consuelo difícil de describir.
Un consuelo que la llevaba a apoyar una mano sobre la mejilla de Ser Alana, invitándola a alzar su rostro, para contemplarla, detenidamente, durante un instante, tras el cual besó la comisura de sus labios, sentida, rota, abatida, triste, agradecida. Se separaba, acto seguido, y dedicaba una última mirada a Areza. Su hermana, su familia. Quería memorizar su rostro, su mirada, su expresión. Deseó poder mirar por última vez a su hija, y sintió que se le cerraba de nuevo la garganta, pero queriendo salvar su alma del desconsuelo, se dijo que la vería. Cada vez que se mirase a un espejo, ahí estaría. Porque Bessa era su mismo reflejo hermoso.
Finalmente, Lady Morna se dio la vuelta. Enfrentando a su destino y a Lady Harriet, erguida y deshecha, pero con la certeza de que aquello era lo indicado.
No le dejaba nada claro sobre los sucesos acontecidos, así como los tratos que había hecho su hermana para llegar al punto de tener que abandonar su hogar, su posición y a su propia hija, pero si algo tenía claro la maestre, es que aquello era un acto de amor, un sacrificio para que Fuerte Floresta siguiera siendo el sitio digno de antaño. La rueda del tiempo seguía girando, a pesar de que las personas que debían custodiar una creencia, ideología o lugar fueran cediendo el testigo a generaciones venideras.
- Ya sabéis lady Morna que las poesías siempre han elevado el alma y pueden ser un consuelo... Os animo a que nunca renunciéis a los escritos y sus lecturas para haceros sentir mejor.... - le dijo la maestre con pena en la mirada, pero comprendiendo que las elecciones dadas eran necesarias para la continuidad de la casa Hawick -...Lady Bessa estará bien atendida, tiene raíces fuertes y sabrá dirigir el feudo con la templanza y los valores que fueron aprendidos gracias a sus padres y maestre... Todo volverá a su cauce, como debe ser, como cada capítulo que recoge las historias de los señores de Poniente, a veces hay caídas y otras levantamientos, pero al final de todo, debe imperar el equilibrio en la zona de los Ríos, dirigiendo la Casa a la que se rinde vasallaje y desapareciendo aquellas que no supieron estar a la altura o traicionaron la confianza de sus señores... El inicio y el fin, todos somos al final fichas de un juego, cada cual debe mantener su posición para ganar la partida o de lo contrario, ésta se pierde.... - Mirada a Ser Alana -.... Vuestro honor será recordado en los escritos, así como el fiel cumplimiento de vuestra palabra... Cuidad a vuestra Señora y os ruego que le recordéis, que de todos los errores cometidos, siempre hubieron infinidad de aciertos.... - determinó la maestre, que a pesar de ser objetiva en sus comentarios, en su mirar se determinaba el dolor que le causaba aquella separación, pero ser maestre no siempre podía hacer cambiar el curso del destino.
La despedida llegó a su fin y Lady Harriet habló.
—Está hecho pues. —Miró hacia los soldados—. Escoltad a Lady Morna y Ser Alana para que hagan el equipaje. El maestre Debian preparará mientras tanto el documento que otorgará el título de Lady Hawick a lady Bessa. —Luego miró a Hazzea—. Que la maestre no hable con nadie hasta que yo lo diga.
Tras dar sus órdenes los guardias se movilizaron para cumplirlas. A la maestre Hazzea la llevaron a una estancia vacía y a las dos mujeres que iban a dejar la fortaleza las acompañaron hasta que tuvieron todo listo para partir. Llegaba el momento de que nueva savia corriese bajo la corteza de Fuerte Floresta.