Partida Rol por web

4º día del Doncel. Mes del Doncel. Año 242 D.D. 

Lugar: Pérgola en los jardines.

Daba zancadas por el jardín cuando se topó con Ser Clarinthe. Al contemplar la figura de la muchacha, Guileon chasqueó la lengua, remangándose con cierta dificultad el jubón. Rata traicionera pensó el muchacho a forma de saludo. O tal vez rata cobarde decidió, pero en cambio dijo.

—Ser —el saludo fue formal, serio— Me han llegado noticias inquietantes, pero en este mar de rumores que nos rodea, es difícil saber a qué darle credibilidad. ¿Ha aprobado ya Lady Harriet mi boda con lady Bessa?

Ser Clarinthe seguía portando la misma cota de malla rojiza, y caminaba con la mano en el pomo de la espada. Al ver a Guileon acercarse sus ojos se estrecharon, incandescentes, destilando una ira mal contenida. Su rostro enrojeció por el enfado, haciendo que sus pecas destacasen más de lo normal. En un primer momento ni siquiera pareció escuchar sus palabras: directamente le lanzó un puñetazo a la mandíbula. 

—Si vuelves a dejarme mal delante de mi madre te cortaré la cabeza y se la echaré a comer a las ratas —amenazó, con todos los músculos en tensión y la mano todavía apretada en un puño. 

El impulso del golpe estuvo a punto de derribarlo. Se limpió la sangre con el dorso de la mano, y el resto lo escupió a un costado. No, aquel no había sido un buen comienzo. Volvió a erguirse frente a Ser Clarinthe, clavándole la mirada, sin saber si era el efecto del cuerpo entero o la furia que sentía la muchacha lo que aportaba una tonalidad carmesí a sus ojos encedidos.

—¿Ha sido con el brazo bueno, Ser? Mi madre golpea más duro que vos —mintió el muchacho mientras se llevaba la mano a la mejilla.

Las provocaciones de Guileon surtieron el efecto esperado y la chica se encendió aún más. Su puño volvió a salir disparado, esta vez hacia la nariz del joven, que escuchó un crujido cuando el hueso se partió y una punzada de dolor lo cegó por un instante. De inmediato sintió la sangre empezar a manar profusamente por sus fosas nasales.

—Puedo seguir hasta hacerte una cara nueva, maldito fantoche. 

«Puñetero demonio colorado» pensó el muchacho mientras se llevaba ambas manos a la cara, con las rodillas flexionadas. «Sí, rota» determinó tras una breve inspección. Tras unos momentos de improperios a media voz y bastante jadeo, Guileon se incorporó nuevamente.

—Bueno, eso no estaría tan mal. Así sería más sencillo escapar de este condenado lugar —mientras decía aquello se apresuró en alzar una mano en un claro gesto de rendición, mientras con la otra continuaba apretándose la nariz.

—Al menos no tendré de que preocuparme durante el próximo torneo. Siempre es más fácil cuando vas con la nariz rota de antemano —agregó el muchacho con una media sonrisa tan colorada como los cabellos de Tully, antes de ponerse serio nuevamente.

—Estaba de buen humor por vuestra intervención en la amenaza de casamiento —dijo encogiéndose de hombros y escupiendo sangre cada dos palabras— Cuando estoy de buen humor, hago tonterías —añadió mientras se sonaba fuerte la nariz, cerrando los ojos a causa del dolor— Pero ya he aprendido la lección.

«Jodida trucha colorada».

—Ahora que te lo has sacado del cuerpo, me gustaría reiteraros mi amable pregunta. ¿Ha aprobado ya Lady Harriet mi boda con lady Bessa?

La chica siguió observando a Guileon durante un instante con los puños levantados, preparada para lanzar otro golpe. Pero él no parecía preparado para presentar batalla, ni física ni dialéctica. De modo que relajó su postura y le dejó hablar, mirándole con la barbilla algo levantada.

No respondió a sus tonterías. Quizá esperase a que él terminara para darle algún corte. Sin embargo, con su pregunta final, a ella pareció quitársele todo el ánimo de seguir por ese camino.

—¿Tu boda con...? —preguntó, antes de negar con la cabeza—. No sé cómo puedes ser tan tonto.

»No va a haber una boda entre tú y Bessa, Guileon. Mi madre escogerá con quien te cases, y jamás será con ella. Pero he cumplido el trato. Tampoco será conmigo.

Quizo reír, pero en cambio todo lo que consiguió fue una lluvia de sangre sobre su jubón y el suelo.

—Ya veo. ¿Ya se manejan nombres para la afortunada? —inquirió con exasperación— Bessa espera mi hijo. O hija. ¿Es que hay mejores candidatos? —tenía unas ganas atroces de arrancarse la nariz— Piénsalo. Si sale niña, le pondré Clarinthe.

Ser Clarinthe rió al ver y escuchar a Guileon, pero el chico no tuvo claro si era por lo que le pasó al reír él o por sus palabras.

—Mucho me temo que no serás tú quien escoja el nombre de tu hija —le dijo, y de verdad pareció por un momento que había en ella cierta lástima—. Pero bueno, le transmitiré tu deseo a la madre —aseguró con una media sonrisa.

»En cuanto a las candidatas... Creo que hablaban de la hija de la panadera de Aguasdulces —comentó—. Ya la conocerás, tiene los pechos como dos hogazas de pan. Eso, o esa cría Mallister con la que te llevas tan bien. Le encantará tu nariz torcida.

Si Tully deseaba ver a Guileon derrotado, sus palabras hicieron mella donde sus puños fallaron. El muchacho arrugó el ceño, aunque era algo difícil de percibir en su rostro cubierto de sangre.

—Esto es una puta mierda. El padre de Lord Urthen se carga al de la novia, el señorito dice unas palabras y es ahora el nuevo Lord de Puño del Río. Y a mí me denostan por... ¿por qué, exactamente? —preguntó con los ojos desorbitados, intentando enfocarlos en la guerrera.

Era un espectáculo bastante lastimoso verle allí, sosteniendo su nariz con el rostro cubierto de sangre y sin ninguna esperanza, pero más lastimero fue el tono de su voz al añadir.

—¿En verdad no me vas a ayudar?

Los ojos de Ser Clarinthe evitaron durante un momento mirar a Guileon cuando este habló de Lord Lyonell. Un momento después se encogió de hombros. Aunque antes de que respondiera él ya estaba suplicando, y ella se llevó una mano al pomo de la espada y la sacó unos centímetros de la vaina.

—Como no acabe con tu sufrimiento... —le dijo. Estaba claro que las emociones no eran su fuerte.

»Mira. Yo sólo sé que tu madre ha hecho algo muy grave, y que tú no le has caído en gracia a la mía. Ni un poco. Y te lo has buscado. Así que no esperes que te case con quien tú digas.

»Si te sirve de algo —añadió tras una pausa—, acabo de tirar a Lord Urthen al estanque. Tendrías que haberlo visto. Parecía una de esas truchas coloradas de su escudo.

Guileon ni siquiera sonrió ante la visión de Urthen chapoteando en el estanque. De hecho dudaba seriamente de ser capaz de reír jamás.

—Acaba —le pidió Guileon con tranquilidad— De Ser a Ser, te lo pido. Puedes argumentar que te ataqué. Con la reputación que me han forjado, nadie pondrá en duda tu palabra. Además, ya a nadie le importará.

Los ojos de obsidiana eran el único rasgo de Guileon que se podía distinguir con facilidad, y estos estaban clavados en el rostro de Ser Clarinthe.

La caballera rodó los ojos ostensiblemente y luego negó con la cabeza. 

—¿Pero por qué eres tan idiota? —preguntó, sin que estuviese claro del todo si se lo preguntaba a él o a ella misma—. Si te mato mi madre es capaz de tenerme arando los campos un año entero. Y no, gracias, ya he tenido suficiente de los «castigos de Lady Harriet». 

»¿Y todo este drama es por una chica? Espabila un poco, hay cosas mucho más importantes en la vida. No eres un carpintero que pueda dedicarse a hacer muebles y follar con la panadera mientras se dedican a parir cachorros. Eres un noble y puede que no tengas nada en la sesera, pero tu apellido es tan valioso como tu simiente. Usa la cabeza por una vez, no paras de desaprovechar oportunidades de mejorar tu vida y tu posición. Como sigas así terminarás encerrado en una torre mientras alguna lady te ordeña de tanto en cuando para que le hagas un heredero.

Inspiró hondo al ver que la mujer no complacía sus deseos.

—Perdón, pero, ¿qué es exactamente lo que me queda? «Familia, deber, honor» recitó con sorna. Me lo han quitado todo. Mi apellido no vale nada, el último de una casa que pronto se extinguirá. Mi madre me desprecia, no conoceré a mi hijo, y mi honor ya se encuentra por los suelos —hablaba de manera resignada, más para sí que para Clarinthe.

—De hecho, me sorprende que vuestra madre no termine con mi vida, eso de dejar falsos herederos sueltos por ahí es una receta para el desastre. Y sino, que le pregunten a los Fuegoscuro —se detuvo durante unos instantes, entornando los ojos— O tal vez sea precisamente ese su plan. Simplemente me llevarán hasta Aguasdulces y allí algún asesino hará de las suyas. 

Dejó caer ambos brazos a los costados, permitiendo a la sangre de su nariz manar libremente.

—No es «sólo una chica». Me crié junto a ella. Catorce años, Tully. Es más de lo que muchos nobles llevan de casados. Pero no espero que me comprendas. Como os dije en alguna ocasión, el único beso que conocéis es el de la espada. Tú no tienes corazón.

Ser Clarinthe escuchó el discurso de Guileon con una ceja alzada, esperando a que se cansase de hablar antes de hacer nada. Para ese momento ella suspiró antes de contestar.

—¿Qué es lo que te queda? —preguntó, antes de repetir—. ¿Qué es lo que te queda? Te queda más de lo que te mereces, Guileon. Catorce años son los que compartiste con Bessa, sí, pero no creo que fornicaseis por aquel entonces. Y de todas formas, ¿qué más da? Sigue siendo una chica. Hay más. Más años convivirás con tu esposa, sea quien sea, si no te ganas que te mate antes con esa estúpida lengua tuya.

Entonces hizo una pausa.

—Sé que ni siquiera sabes lo que significa ser caballero. Pero el honor se gana cada día. Piérdelo, y podrás volver a conseguirlo. Claro que para eso tienes que dejar de lamentarte y lloriquear y empezar a actuar. Y no hablo de secuestrar a Bessa, sino de comportarte como lo que se supone que eres.

»No sé qué planes tiene mi madre para ti. Pero sí sé que no es tan idiota como para dejar falsos herederos sueltos por ahí. Y que nunca la he visto matar a alguien inocente. Tú muy inocente no eres... —dijo intentando bromear—. Pero aunque sea a base de comportarte como un crío, das el pego.

»Y es cierto, no me he enamorado nunca —añadió después—. Pero me alegro si eso iba a convertirme en una idiota como tú. Aunque eso no quiere decir que no ame. Amo a mi pueblo.

Guileon se quedó mirándola durante unos instantes. Por la mente del muchacho pasaron decenas de respuestas mordaces. Había sido la propia Tully quien, cuando por fin había asumido la responsabilidad de ser el líder de Casa que su madre buscaba, se había opuesto a su unión. Que era tan rápida para juzgar como con la espada. Que no tenía derecho a hablar de asuntos que desconocía. Que su madre era la viva encarnación del Padre en Poniente. Que lamentaba el día en que le había dirigido la palabra. Sin embargo, tan sólo se encogió de hombros. La mente del joven caballero funcionaba como de costumbre, pero algo había cambiado. Había perdido la voluntad de luchar.

Por un instante los ojos del muchacho recorrieron las inmediaciones de la pérgola en busca de una copa de vino que llevarse a la cabeza, llamando al juego de silencio. Pero entonces ni siquiera eso tenía gracia. En cambio, se limitó a decir, mientras retrocedía sobre sus pasos.

—Descuida. Nunca te pasará.

Mientras Ser Guileon la miraba, Ser Clarinthe mantuvo sus ojos en los de él. Y cuando el chico empezó a mirar alrededor ella suspiró, exasperada. Al ver que retrocedía y pronunciaba aquellas palabras, ella se dio la vuelta.

—Y tú nunca madurarás.

Esas palabras fueron toda su despedida, mientras ambos se marchaban hacia lugares opuestos del castillo.