4º día del Doncel. Mes del Doncel. Año 242 D.D.
Lugar: Pasarela junto a las almenas.
Mawney acababa de salir del salón de audiencias en el que su vida entera había dado un giro completo. Estaba pasando por una de las pasarelas que unían las torres cuando escuchó a alguien chistar desde una de las arcadas. Y allí estaba Areesa, con ropa discreta, y una sonrisa en los labios.
—Ney, no quería irme sin despedirme, pero vaya que me ha costado encontrarte. Está todo lleno de soldados.
-¡Preciosa! Por los siete infiernos, contigo quería yo hablar. ¿Ya os vais? Ya, entiendo. Sí, mucho mejor.
La llevó a un lado sombreado, discreto, y la abrazó y besó con una pasión inusual. La acercó a su cuerpo y sus dedos ágiles recorrieron su espalda y su cabello, recreándose en la sensación. Cuando finalmente se separó de ella, sonreía. Una sonrisa afilada, estrecha y dura.
-Areesa, he de decirte algo. Importante. Me voy también. A Aguasclaras. Soy el nuevo consejero. Y os necesitaré. No exactamente ahora, cuando sea, trabajaréis para mí. Si puedes, traslada la Hermandad cerca, mantendréis vuestra libertad, y vuestro código, claro está, no requiero exclusividad, pero si que me tengas en cuenta. ¡Quiero tener el primer lugar, en realidad!
El cuerpo de Areesa se pegó al de Mawney durante aquel beso. Él pudo notar cómo las manos de ella recorrían su espalda, colándose por dentro de la ropa con la destreza de una ladrona. Y cuando él la separó para seguir hablando ella dejó los dedos sobre el hueso de la cadera de él. Los ojos oscuros de Areesa parecían un poco tristes, probablemente porque anticipaba que aquello sería una nueva despedida.
Sin embargo, en cuanto el chico empezó a hablar, sus pupilas se tiñeron de interés.
—¿A Aguasdulces? —preguntó asombrada—. ¿Con los refinados? ¿Pero cómo lo has conseguido? —dijo con una sonrisa sincera. Sin embargo, esta desapareció al darse cuenta de algo—. Pero, Ney... Allí es fácil que te descubran. No es como esto, que venías disfrazado a esconderte entre nobles que sólo querían beber y follar. Tarde o temprano allí alguien sabrá que no eres un... —Hizo un gesto con la mano, como si no encontrara la palabra—. Como te apellides.
»¿Estás seguro de que es buena idea?
Juguetendo con los mechones del cabello que asomaban bajo el pañuelo rojo de la muchacha, la sonrisa de Mawney se amplió cuando Areesa empezó a responder también sonriente. Pero cambió como ella cuando se dio cuenta de los riesgos.
Asintió, al mismo tiempo que se encogía de hombros.
-Ya, pero no he tenido elección. La Tully es muy astuta. No me extraña que haya acaparado todo el poder que tiene, no sólo es una excelente espada. También tiene una cabeza sobre los hombros. El caso es que la alternativa a decirle la verdad era mi ejecución inmediata. Y me ha preguntado directamente quién soy. Y a quién le debo lealtad. Se lo he dicho, y entonces me ha dicho que si quiero servir a Lady Gianna debo irme con ella. Y Gianna ganará, y yo también.
Levantó las manos, vencido.
-Es peligroso, lo sé, y por eso le he pedido poder contrataros cuando os necesite. Porque estoy seguro de que Morna irá por mi cuello. Areesa, sé que tampoco estaría a salvo en Nueva Esperanza, no más que en Aguasdulces.
Volvió a besarla, esta vez de modo más rápido, pero se entretuvo en mordisquear su labio, como a ella le gustaba hacerle a él.
-¿Lo harás, preciosa, me ayudarás cuando os necesite? Susurró cosquilleando junto a su oreja.
La muchacha emitió un sonido ronroneante cuando Mawney le susurró junto a la oreja. Sus dedos traviesos se marcaron más en la piel de su espalda y cuando lo miró se repasó los labios con la punta de la lengua.
—Sabes que sí, Ney. Siempre vas a poder contar conmigo. —Su sonrisa se ladeó, traviesa—. Siempre que tengas oro suficiente, claro —bromeó, pero luego se lo tomó más en serio—. Ahora me tienen en cuenta en la Hermandad, podré convencerlos para llevarme a unos cuantos por esa zona.
Se apretó más contra él, hasta que el calor de ambos se mezcló, y se puso de puntillas para acariciar suavemente su cuello con la nariz.
—Creo que podría encontrarle el gusto a colarme en tu habitación refinada en tu nuevo castillo refinado —susurró, dejando que su aliento acariciase la piel de Mawney—. Será arriesgado, pero eso lo hará también más divertido, ¿no?
-Claro que habrá oro de por medio, de eso ya me he asegurado. - Se separó lo justo para mirarla y guiñarle un ojo, y luego se apretó a ella y continuó con tono travieso- Me alegra oír que estarás cerca... Siempre tendrás un sitio a mi lado en mi habitación, sea refinada o sea el último cuarto de la posada del Hombre Arrodillado, Areesa...
Siguió susurrando también. Se estaba empezando a poner hambriento, era algo que la mujer sabía cómo conseguir. Acarició de modo sinuoso sus nalgas, siguió rodeando su cintura con ambas manos, y las subió lentamente hasta detenerse en sus pechos, que abarcó para acabar pellizcándolos con suavidad.
-¿Qué tal ahora...? ¿Es demasiado precipitado para tu partida, o puedes dedicarme un poco de tiempo...? Aquí mismo... Vamos, ven...
Se movió aferrado a ella llevándola hacia la parte más oscura del lugar, y la empujó contra la piedra del muro empezando a levantar su falda, mirándola a los ojos esperando ver en ellos su mismo deseo.
Las caricias de Mawney hicieron que un jadeo escapase de los labios de Areesa. La chica se dejó llevar hacia la pared con una risita como toda respuesta y, en cuanto él la miró, sosteniendo ya su falda, la asesina asintió con la cabeza, sus ojos oscurecidos por el deseo y la expectación.
Las manos se perdieron entre la ropa de ambos y mientras él buscaba bajo la tela, ella deshacía los nudos de sus pantalones. Sus cuerpos se encontraron con la familiaridad de dos viejos amigos y la urgencia por el lugar público en el que estaban, creando una burbuja en la que era sencillo sentir que sólo eran ellos dos, al menos por un rato.