Daphne se plantó con nerviosismo frente a la comisaría con una carpeta bien apretada bajo el brazo a la vez que se arrebujaba con firmeza la bufanda sobre la cara. Era una mañana fría en New York y las bocanadas de vapor que salían de las tapas de las alcantarillas atestiguaban la crudeza del invierno que se avecinaba. Sin decidirse a avanzar observó las puertas entreabiertas al final de las escaleras tras las que ya se veían bastantes agentes trabajando o conversando mientras su mirada se fijaba en un mural de la estatua de la estatua de la libertad que alguien había pintado en uno de los muros del edificio. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver la figura de Lady Liberty, un escalofrío que no era provocado por el frío ni por la calavera que habían pintado sobre su rostro.
Su mente viajó meses atrás, al interior de la estatua de la libertad, cuando aquella loca, la conocida de Drea —creía recordar que su nombre era Gabbi— les había encerrado como parte del plan de Erik en su papel de Ghostface. Por un momento sintió que el pánico comenzaba a embargarle de nuevo y podía sentir el pánico haciendo latir su corazón ¿De verdad iba a hacer esto ahora? se preguntó. ¿De verdad iba a ponerse de nuevo en la mira de los asesinos y enmascarados?
No habían sido unos meses fáciles. El hecho de que Erik se hubiese entregado ayudaba, pero aún el miedo la perseguía por todos lados. Erik había tenido una multitud de gente que había seguido sus pasos y sus palabras finales seguro no habían convencido a todos aquellos que solo buscaban una excusa para dejar salir sus más bajas pasiones. Las sesiones con la terapeuta también ayudaban, pero el hecho de que no pudiese contarle toda la verdad a esta hacía que el tratamiento no fuera tan efectivo como tenía que hacer parecer. Sabía que no podía decir la verdad, la seguridad de Lara y quizás de todos los demás dependía de eso. Pero ya no quería sentir más miedo, impotencia y lo único que creía poder remediarlo era…
—Oiga señorita, de verdad necesitamos pasar.
La voz ruda del trabajador de la municipalidad la hizo volver a la realidad. El hombre llevaba un carro con aquellos retoños de árboles que estaban plantando por toda la ciudad bajo la orden de la nueva alcaldesa. La madre de Drea realmente tenía buenas ideas, había que reconocerlo.
—Oh sí, lo lamento —dijo, saliendo de la acera y subiendo un par de escalones. Mientras lo hacía su mente voló hacia Drea… se preguntó si estaría bien. La había acompañado un par de veces a ver a Erik y a su hermano a la prisión, aún cuando seguía sin saber que veía ella en él no la iba a dejar sola durante ese tiempo. Menos en aquellas circunstancias. En parte había sido durante esas visitas cuando había terminado de tomar la decisión que la tenía ahora a las puertas de la comisaría.
Volvió a detenerse y abrió la carpeta para mirar los papeles que llevaba dentro. Realmente ya sabía que toda la información que necesitaba estaba ahí, lo venía preparando hace semanas, juntando información, datos, testimonios, todo lo que fuese necesario.
Soltó un bufido hacía si misma, era plenamente consciente de lo que estaba haciendo: demorando el momento de la verdad. Se preguntó qué pensarían de esto Renata y Scott, ¿Qué pensarían ellos de lo que iba a hacer? Quería pensar que estarían de acuerdo, pero no podía evitar estar nerviosa antes de dar aquel paso. Quizás luego se los diría, Scott seguramente se los diría, sabía bien cuál era su actitud con los policías, Renata… Tendría que preguntarle luego, después de todo quería pasar a ver cómo seguía ella de su recuperación. Claro, tendría que encontrarse con Nichole si quería ver a Scott, pero ya no era tan terrible como antes, él había sido una buena influencia para ella después de todo. Además debía agradecerle por la carta que me había dado su tío, el fiscal.
Seguro que Nichole sí la apoyaría. No la había visto mucho después de lo acontecido en el museo, pero seguro ella sí aprobaría sus actos. Era lo justo después de todo.
No pudo evitar pensar que si le dieran un dólar por cada vez que el último año estuvo de acuerdo con Nichole… tendría tres o cuatro dólares, lo cual no era mucho pero aún así era gracioso que ocurriera tantas veces.
Un poco más relajada rió para sus adentros, debía dejar de pensar en memes y acabar con lo que había venido a hacer. Cerró la carpeta con determinación y terminó de subir las escaleras. Al menos en su cabeza, porque en la práctica no había avanzado ni medio escalón, sino todo lo contrario.
—Espero que no vayas a hacer lo que yo creo que quieres hacer ¿verdad?
La voz de Lara, con ese tono de resolución que había conseguido después de lo que había pasado con su hermano, la hizo pegar un brinco. Volteó lentamente con la culpa escrita en letras rojas en sus heladas mejillas, agradeció estar llevando la bufanda. Mindy, detrás de ella, estaba de brazos cruzados, seguramente disfrutando de la situación. Era cierto que poco a poco iban llevándose mejor, pero debía ser difícil para ella perdonarla aún del todo. Lara puso los brazos en jarra y volvió a arremeter.
—¿Entonces? ¿Piensas devolverte y huir? ¿Con lo que nos costó convencerte? Ven… será mejor que te llevemos nosotras. Mindy, ¡tú por la izquierda y yo por la derecha!
Daphne de pronto se vió arrastrada escaleras arriba por sus amigas hasta la puerta de la comisaría, las que se abrieron automáticamente frente a ellas. El calor de la calefacción de la comisaría las envolvió inmediatamente junto con el aroma a café caliente dándoles la bienvenida. Algunos agentes las miraron con curiosidad, casi parecía que las dos rubias acababan de hacer un arresto ciudadano.
Daphne, avergonzada —bendita fuera la bufanda otra vez—, se soltó con cuidado. En el fondo le gustaba que Lara hubiera encontrado su fuerza interior y que con Mindy hubieran podido forjar una amistad sana al fin por lo que no iba a luchar contra esas explosiones de desición. Tomó aire y asintió y, muy rígida, caminó hasta la recepción. Dónde el agente de policía apenas la miró al llegar.
—Hola —dijo tan mecánicamente que el recuerdo de Megan estaría orgullosa—, mi nombre es Daphne Pride, yo…
—¿Praid? —preguntó el hombre revisando el panel de un ordenador, levantó una ceja y volvió a mirarla, cogió la identificación que Daphne le entregó y la leyó—, ah, claro, Pride… Viene usted a la entrevista para el departamento de criminalística. Tiene suerte, el instructor está atrasado. Por el pasillo de la derecha, última oficina a mano izquierda. Éxito. Espere.. no puede entrar sin esta tarjeta, tome. Puede retirar su identificación cuando se marche.
Daphne agradeció y volvió con sus amigas. Mindy tenía una taza de café que había retirado de la máquina y se la entregó con brusquedad, por un leve momento recordó el asunto en la cafetería de la universidad, el evento de las tazas de café voladoras, Mindy debía haberlo recordado también porque se le subieron los colores al rostro. Daphne pensó por un instante en Jack y, en consecuencia, en todos los que habían quedado atrás: Danno, José, Steve, Aarón, Anthony, Dorcus, Larson, Lilly, Emily y Sidney. Esperaba honrar sus memorias con esta decisión, sobre todo a Sidney.
A todos menos a Jack… y Elsie. Ellos dos podían pudrirse en el infierno si es que existía uno.
—Bien… Deseadme suerte —dijo apretando la carpeta contra el pecho. Se alejó por el pasillo y volvió a despedirse de ellas desde lejos antes de entrar en la sala donde los postulantes al departamento de criminalística de la policía de New York estaban esperando para realizar la prueba de ingreso. Buscó un asiento vacío y dejó su carpeta sobre la mesa, acomodando el currículum, las cartas de recomendación de sus profesores y del doctor Cox y todas las notas que pensó podría necesitar en ese momento. Estaba lista.
Sonrió. Esta vez no sería solo una espectadora, no volvería a ser una víctima nunca más.
Gracias a todos por los momentos.