-¡¡Te gané! Jiji juju- Dije dejando el mando de la consola a un lado.
No era buen jugador, pero había que reconocer que Renata era pésima jugando al Super Smash Bros. Y eso que tenia tiempo para jugar. Es lo que tiene el no poder andar debido a que te han clavado unos ojos de muñeco en las piernas.
-Luego a la noche te echaré la revancha- dije levantándome de su lado y dándola un beso en la frente. Era la hora de ir a trabajar, y el puesto de perritos calientes no se iba a abrir solo.
Estaba siempre que podía en casa de Renata, ayudándola a cuidar a Juancho y a hacer las cosas que ella no podía en ese estado, como lavar su ropa interior, rascarla la espalda hasta quedase dormida o ducharse tranquilamente. En ciertas cosas me dio la sensación de que abusaba de mi, pero… no podía resistirme a esa carita tan mona.
Todo siguió bastante bien, tras la noche en el museo. La gente empezó a hacer su vida de nuevo. Mantuve el trato con todos lo que podía. Los dolores de cabeza desaparecieron, pero nunca se fue esa sensación de que había hecho algo malo, y no sabía el qué, en realidad. En cierta ocasión le conté algo a Drea, puso una cara rarísima, empezó a tartamudear… Pero solo conseguí un “Es mejor que no lo sepas”. Quizá por eso mismo intenté ayudar en lo posible a todos, siempre que el tiempo me lo permitía.
Holmes quiso ser poli o algo así. La hice prometer que no iría a por los negros, pero lo que más la sorprendió era que ahora, cada vez que la veía, gritaba “¡La pasma!”, en tono de broma. Acompañé un par de veces a Lara a ver a su hermano, junto con Mindy. Incluso un día Lara nos llevó a casa de sus padres donde pude conocerlos. Un trío realmente extraño. Me abstuve de preguntar quién era la madre, aunque seguramente fuera la rubia manca con prótesis a lo Ash Williams en Evil Dead. Tenía buen cuerpo, mala ostia y una habilidad tremenda para las artes marciales para tener solo una mano.
Hablé un par de veces con Klaudia y… ya no nos necesitábamos, en realidad. Eso no quería decir que no fuéramos amigos, pero… la cosa se enfrió. Quizá… era una relación de conveniencia. Demasiado de conveniencia.
Para quien si tenía algo especial por lo que vivir a tope era Nichole.
Juguemos a Elige tu aventura ¿Quién elegirá la opción A? ¿Quién la B?
Opcion A
NIkki era mi chica. Con todas las palabras. Ahora sí. Atrás quedaron el memo de Steve y ese pringao de Jack. No me malentendáis, no me hacía feliz sus muertes, y menos la de Steve. Pero quizá se juntaron alrededor de la chica que no les convenía. Y lo pagaron caro.
Porque ese torbellino pelirrojo me había demostrado muchas cosas. Desde le dia que la salvé de que la atracaran en aquel callejón hasta el día de hoy. Estaba realmente frustrado cuando no podíamos demostrarnos nada delante de la gente.
Dicen que el amor es ciego.
Alguien diría también que mientras no fuera negro no pasaría nada. Yo añado que el amor no se puede esconder. Quizá los padres de Nikki no fueran demasiado atentos conmigo, pero… hey, no era un cualquiera. Además me acababa de sacar la carrera de Veterinaria mientras Nikki se “reencontraba” con su tío. Eso hizo que tuviera alguna aspiración mayor en la vida y salir del gueto.
Eso, y no depender de Nichole, desde luego. Quizá, con el tiempo, engatusaría a Drea para que me ayudara a poner un centro veterinario en el propio Angelika Center. Al lado de los cines y justo después de la tienda de chuches.
De momento el barco y los Martinis gratis del crucero, me hacían disfrutar de mi chica hasta sentir que me iba a explotar el corazón. Sin escondernos. En definitiva, era feliz. Tenía todo lo que quería justo a mi lado.
Y en mi interior, solo yo.
Opcion B
Me sentía aliviado. Libre, sin duda.
Como una hoja arrancada de un puto libro en el que hay escritas cosas horribles. Puede que no encajara en el bonito mundo de Nichole. Pero así era yo. No podía cambiar de un día para otro, al igual que no podía cambiar el color de mi piel.
Me miraba al espejo todos los días, tal y como lo hago ahora. Y sonreía al mirarme. No había nadie más escondido en ninguna parte de mi interior. Yo era Scott y el otro ya no estaba. Eso era algo por lo que alegrarse.
Eso y poder recorrer la piel de Nichole a diario. Cada línea de su cuerpo. Notando como cada arteria vibraba al ritmo de sus jadeos y de su corazón. Notando la tensión del pelo de la pelirroja, su aroma después de la ducha, o algo tan simple como la fragilidad de sus brazos al rodear mi cuerpo.
-No tardes, cariño.- Dijo Nichole, desde el otro lado de la puerta.
Sabía que iba vestida con un picardías rosa de satén. Eso me hizo sonreír y mirar a mi reflejo en el espejo.
-Enseguida voy…- Grité al otro lado de la puerta del baño.
Saque la cuchilla de afeitar del cajón, y me toqué la ligera barba incipiente del mentón. Miré la cuchilla con atención, y suspiré. No sabía si hacerlo ahora o después, pero pronto tendría que hacerlo. La odiaba con todas mis fuerzas. A lo mejor era el mejor momento para quitármela de una vez ya.
Sonreí una vez más a mi reflejo, entornado los ojos y terminando la frase en tan solo un leve susurro.
-… señorita Bloomer.-