En cuanto Mira se despertó, sintió un dolor punzante en el estómago. Al mirar las sábanas, pudo comprobar que ya era una auténtica mujer. Había sangrado por primera vez. ¡Tenía que ser justo hoy! ¡El día de la fiesta!
Aquella sensación provocó un terrible nerviosismo en ella, y comprendió que no se veía capaz de articular dos palabras seguidas. Es como si se hubiese vuelto tartamuda*.
*Tendrás que narrarlo en cuanto te levantes, tu personaje ha sufrido un percance para todo el día y ahora eres tartamuda.
Los primeros rayos del sol entraron por la ventana y comenzaron a entibiar la helada alcoba de la más pequeña de las hijas del señor, Mira no abriría, eso sí, los ojos sino hasta que el sueño en el cual estaba comenzara a esfumarse incluso de sus recuerdos... porque serían borrados por los retorcijones que comenzaron, la verdad es que desde hace días había comenzado a sentirse extraña, a pesar de su inocencia, se daba cuenta de que algo estaba cambiando.
Se levantó angustiada, sentada en la cama y luego saltó de ella para ver las marcas de sangre en su camisa, en sus sábanas, incluso en sus piernas. La impresión fue poderosa, por un momento pensó que estaba enferma, y de hecho, aún lo seguía pensando, pero luego se dio cuenta que debió ser "eso"... aquello de lo que hablaban las mujeres, de aquello que le dijeron que la volvería una mujer.
Pero si ella no quería ser mujer, ¡no quería! ... comenzó a llorar en un rincón, sin comprender mucho lo que estaba pasando y resistiéndose la idea de ser mujer. La podrían casar... la podrían usar, no quería...
No era momento de ponerse a llorar. Los invitados llegarían pronto y puede que alguno de ellos pudiera salvar a su padre. Los caballeros salvaban doncellas y reyes, puede que también salvaran a su padre. No era un rey pero era algo parecido. Si no le buscaría una corona decente y le nombraría rey por cinco minutos para que su caballero andante le salvara. Igual Viserys tenía na corona para prestarles.
Se secó las lágrimas y llamó a sus doncellas, que la arreglaron y vistieron con premura. Las joyas y demás ya se las pondría después de comer y antes de que llegasen los invitados, ahora era momento de hablar con el maestre. Igual él sabía qué eran los "Antiguos dioses". Su hermana había dicho algo de arcianos. Igual eran duendes o algo así, como los que le contaban de niña. ¿Los duendes curan lores?
Tenía que preguntar al maestre y si no intentaría hablar con algún caballero andante.
Respiró un momento y salió hacia la torre.
- Mira... ¿estas? - su voz se dulcificó mientras tocaba dos veces a la puerta de su hermana pequeña.
Me temo que no, se ha marchado de su habitación.
Miró por la ventana para ver a los que fueran llegando. Igual alguno le servía.
Juntos en los jardines están Lenia y Astrid junto a Ser Tyler, Ser Bernard y Ser Galbart
Alyra se está dirigiendo a los establos
En la puerta principal están: los soldados, Marvin Curton junto a un caballero recién llegado.
Salió en dirección a las habitaciones de invitados, buscando encontrar al príncipe dorniense.
Sería lo más seguro.
Desconoces en qué habitación se aloja, y además, Oberyn está out ahora mismo, te lo digo por si prefieres ir a otro sitio.
Mira se encontraba a salvo en su habitación. Un refugio de miradas, de juicios e intenciones. ¿Y si nadie me echase de menos? ¿Y si pudiese quedarme aquí? Se ilusionó con esa idea, aunque de sobra sabía que su obligación era para con su padre y debería acudir al gran comedor junto a sus hermanas sin posibilidad alguna de eludir esa responsabilidad.
La cama que tantos sueños había arropado era hoy un foco de repulsa. Había sido testigo de ese horrible despertar en el día menos apropiado. Si eso era crecer, ¡no le agradaba en absoluto! Así que no. No se tendió en la cama. Tampoco había nadie allí que pudiese juzgar su comportamiento, así que, sintiéndose libre de actuar a su gusto, se sentó en el suelo de la habitación y sonrió levemente.
Separó los dedos de sus manos, apoyadas suavemente sobre la alfombra, mientras observaba como se deslizaba entre ellos una incipiente hierba que creció un palmo de altura tiñendo así la estancia de un verde optimista. Respiró profundamente ese frescor y poco a poco se estiró por completo acomodando su espalda en tan frondoso lecho. Su mirada recorrió el techo sin ningún interés aparente hasta que vio una mariposa. Bien era cierto que no era la más hermosa que había visto, pero en su corazón todos los seres mágicos eran especiales, y sin duda esta criatura lo era.
Tu estómago está empezando a rugir, así que ya va siendo hora de comer algo.
El rugido de un dragón la arrancó de su ensimismamiento. Frunció el ceño y posó sus manos sobre el estómago. Había desaparecido el verdor de su habitación así como la comodidad que había sentido. ¡Ahora estaba hambrienta! Lo suficiente como para tomar la decisión de salir de su refugio. Sería magnífico que los seres del bosque le hubiesen dejado fruta fresca en la repisa de la ventana, pero no era así.
Se sentó y suspiró. La polilla seguía en el techo. Miró un instante alrededor, cerciorándose de que no hubiese alguien más, aunque, ¿quién podía haber?
-Tú... podrías ayudarme. ¿Por qué no me sigues y me indicas si se acerca alguien con malas intenciones? Los seres mágicos podéis detectar los malos espíritus, ¿no es así? -esperó unos segundos antes de continuar, los justos para decidir que quien calla otorga-. De acuerdo, yo a cambio te traeré comida.
Asintió algo aliviada. No sabía si la polilla la seguiría al comedor, ni si se colocaría cerca de alguien, o en el techo, alineada sobre la cabeza de algún lobo con piel de cordero, pero ahí había lanzado la propuesta, y a cambio no le importaba regresar con una pieza de fruta a su habitación.
Se levantó y sacudió su precioso vestido, se arregló el cabello y salió de su dormitorio dejando entreabierta la puerta para que pudiese salir su nueva amiga. Se dirigía al gran comedor. Esperaba hallar allí a sus padres o sus hermanas.
[Salgo hacia el Recibidor]
Sonrió al guardia que quedó custodiando la puerta y se aseguró de que ésta quedaba bien cerrada.
Se hallaba en la privacidad de su habitación. Sus hombros cayeron como si hubiese soportado un gran peso durante mucho tiempo. Exhaló soltando la tensión acumulada mientras se dirigía directamente al baño.
El día no traía más que disgustos y era momento de ocuparse del suyo propio. Qué fastidio y en qué mal momento había llegado la nada esperada visita!
En el laboratorio había sentido un gran dolor en el vientre y ahora debía comprobar que todo estaba correctamente, pues el aseo era importante y todavía lo era más que su tedioso estado siguiese pasando desapercibido.
No sabía con qué regularidad había que vigilar estas cosas, por ello mismo prefería ser constante.
Había algo más que flotaba en el ambiente igual que el fantasma que se aparecía las noches de luna llena, mas no se trataba de una imagen sino de una realidad impalpable que no por ello podía ser menos peligrosa.,
Buscó un espejo y lo cogió entre sus manos como quien cuidadosamente sostiene algo delicado entre ellas. Poco a poco lo fue inclinando y su rostro fue reflejándose en él. Primero la barbilla, luego sus labios, su nariz, sus ojos... Finalmente su rostro por completo con su cabello rubio, tan distinto del de sus hermanas. El mismo rostro que había visto tantas veces y que ahora le turbaba pues bien podía creer que el suyo como el de la imagen del libro del maestre.
Rápidamente lo apartó. No quería leer ese cuento, prefería otros que ya conocía y que tenían un desenlace feliz. No le costó apartar ese pensamiento de su mente, pues había otros de mayor importancia y urgencia, como la vida y la muerte. La vida de su padre, y la muerte de Fiona.
Una vez lista, salió de la habitación para dirigirse con el soldado a la reunión que su madre había dispuesto.
[Si nada lo impide salgo hacia el Septo]