Alester no estaba teniendo su mejor día, por eso agradeció poder retirarse a sus aposentos para descansar y poner en orden sus pensamientos. Volver a ver a los Risefeller fue una agradable sorpresa, siempre le había caído bien esa familia. Buenos soldados, leales compañeros.
Pero ese reencuentro se había visto turbado por la presencia de la Víbora y del bastardo. Qué hacían ahí ambos era algo que se escapaba de toda lógica. ¿A qué jugaban los Vaelys, trayendo al enemigo de los Lannister a su propia casa? Por no hablar de los rumores que hablaban de la presencia del Targaryen. Todo eso lo tendría que haber hablado con Caelus, pero el viejo ni siquiera se había dignado a aparecer por los jardines tras el almuerzo, donde Alester lo había citado esa mañana.
Su único aliado en la Fortaleza estaba desaparecido y no parecía mover un dedo por él. Estaba solo.
Pero no solo eso lo acongojaba. Había algo más, algo que no había sentido en mucho tiempo. Y todo había empezado después de verla a ella. Ese sentimiento, que debería llenarlo de alegría y animarlo aún más a seguir con su primer plan para conseguir el título de Señor de la Fortaleza de Sangre, se había visto, no obstante, turbado. Pues al instante Alester supo que no era correspondido.
Y por todo eso necesitaba pasar un rato en sus aposentos. Demasiadas emociones en tan corto plazo y muchas de ellas inesperadas. Pero no parecía que Ser Marbrand fuera a tener la paz que tanto anhelaba. Pues nada más pasar la puerta, una temible visión lo acosó.
Alester no creía en lo sobrenatural, en la magia, en los muertos en vida, en los fantasmas. Todo eso eran cuentos absurdos, por eso había pensado que Anna Arryn bien estaba loca o bien era una mujer demasiado impresionable. Y por eso había desechado al instante los rumores sobre el fantasma de los Vaelys en cuanto los escuchó.
Y por eso, cuando vio en sus aposentos a… a lo que fuera eso, lo invadió un miedo que nunca, ni en los momentos previos a la batalla, había sentido. Se echó hacia atrás un paso, cerrando de golpe la puerta con su espalda y no pudo moverse más. El pavor lo paralizó, ni sus brazos, ni sus piernas, ni su voz respondían a sus deseos. Quería abrir la puerta, dar la vuelta por donde había venido y salir corriendo. Pero no podía. Quería gritar, aunque la Fortaleza entera lo escuchara y lo tacharan de cobarde. Pero no podía.
Como se acaba el tiempo para postear, he dado por hecho que el fantasma está en la habitación.
Si lo he entendido mal, lo cambio en el siguiente turno :)
No, el fantasma no estaba en sus aposentos. Eso había sentido Alester cuando entró en la habitación, pero ese rostro lo había vislumbrado a través de la ventana, justo en el momento en el que un rayo iluminaba el cielo oscuro.
Apenas un segundo duró esa visión, pero al caballero de Marcaceniza le parecieron horas. Se quedó unos minutos más petrificado en el lugar, hasta que volvió a fijarse en el cielo y se convenció de que no había nada. Se frotó los ojos, respiró hondo y dio un paso al frente. ¿Había visto de verdad un fantasma? ¿Era el vino, que, mezclado con los rumores que había escuchado, le jugaba malas pasadas? No podía ser, se había contenido bastante y, al final, había tomado agua. Ni en sus peores borracheras había imaginado tales cosas.
Pero ¿de qué otra forma podría explicarse lo que habían presenciado sus ojos? ¿Cansancio? No, en absoluto, había pasado un día bastante relajado, dentro de lo que cabía. ¿Una ilusión óptica producida por los relámpagos? No, había visto al fantasma claramente. Tenía su rostro grabado en las retinas. Sin embargo, y por contradictorio que parezca, se negaba a creer en su existencia. A pesar de haberlo visto con sus propios ojos, de haber temido por su vida, se negaba a creer que los fantasmas existieran. Era imposible, simplemente imposible.
Alester se sentó a los pies de su cama y se cubrió la cara con las manos. Aún le temblaban.
No sabía a quién acudir. Debería de haber sido capaz de hablar con Caelus, pero estaba completamente ilocalizable. Cualquiera de los caballeros con los que pudiera conversar se burlarían de él y lo tacharían de loco. Y ni se le pasaba por la cabeza comentárselo a una de las damas Vaelys. Solo le quedaba una opción. Necesitaba ayuda de alguien sereno, discreto y que escuchara atentamente. Un representante de los Siete. No sabía si podía confiar en el Septón después de lo que había escuchado de él, pero ya que su único familiar estaba desaparecido, era su mejor opción. Y, de paso, podría intentar averiguar algo más sobre él.
Evitó mirar hacia atrás cuando se dirigió a la puerta. No quería ser acosado de nuevo por esa espantosa visión. Con paso acelerado y los nervios a flor de piel, se dirigió al Septo de la Fortaleza.
Al septo de los dioses.