Los nervios de la fiesta y la presión que Lady Myriah ejercía sobre ella, provocaron que Ginevra no durmiera precisamente bien esa noche. Por ese motivo, en cuanto se despertó sintió un fuerte dolor. No podía creérselo. ¡Hoy no! Un terrible dolor de ciática*, prácticamente la dejaba en cama. Haciendo un esfuerzo pudo levantarse, pero eso no evitó que al andar cojeara y tuviera que ir mucho más lento.
¡Hoy no! Eso era lo único en lo que podía pensar.
*Tu personaje ha sufrido un percance para todo el día y tendrás que narrar de forma consecuente a ello.
La noche estuvo marcada por el elusivo sueño. Todas las impresiones vividas no la dejaban dormir. Se sentía culpable incluso consigo misma: su plan había sido huir en la noche, tras haber hablado con Evan.
Pero... ¿de verdad se habría ido con ella?
Escuchó los rumores. Los desdeñaba como rumores. Pero no los creía. No del todo. Tabitha quizá si viera a alguien, porque era la que más feroz se oponía al matrimonio. Si solo escapara ella. Si solo sedujera a alguien, y huyera...
No, no podía aun. Mira estaría en peligro. Y sus amigos. No olvidaba ni un momento la amenaza que era aquel maldito bastardo. Lo intrigosa que podría ser Astrid. Y si había un envenenador, cuando podría tardar este antes de alargar sus garras a Sebastián y Rhys, si no lo había hecho ya.
Los dejaría a salvo, se convenció a sí misma. A salvo. Y entonces podría partir.
Tenía muy revueltas las ideas. Aquel amor que había enterrado bajo la rabia volvía a amenazar con aflorar. Amenazar. Si se dejaba atrapar de nuevo, su peor temor volvería a cumplirse. Envejer y morir allí, sola.
Recordó la familia que estuvo a punto de formar, hace dos años. En aquel entonces había llenado de lágrimas su almohada. Ahora sus ojos estaban secos. Pero antes podía dormir sin importar lo duro del día. Ahora, quedaba con los ojos abiertos en plena oscuridad. En la tortuosa oscuridad.
Era una buena posición la ofrecida. Y le permitiría estar cerca de él. Su corazón lo había implorado tanto... pero jamás podrían volver a estar juntos. No así. E incluso en el más enloquecido mundo donde pudieran casarse y estar juntos ante todos como marido y mujer, habría que pasar antes por el cadáver de su señora tía. No, imposible. Aun le dolía la mirada que le dirigió, una mirada que intentaba convencerse era de simple curiosidad, pero no podía de dejar de sentir que había leído a través de ella.
Al despertar lo primero que notó fue un entumecimiento en la pierna. Intentó estirarse, pero un dolor punzante la encogió sobre sí misma, haciéndola quedar en una posición fetal que le dolió aun más.
Con mucho esfuerzo se sentó en la cama. Intentó masajear su pierna. Apretaba los dientes para no hacer ruido y contener un gemido de dolor.
¡Hoy no!
Caminó con lentitud, tratando de ser silenciosa. Había mucho que hacer. Tenía muchos pendientes. Y no podía guardar cama cuando aquel barco llamado Fortaleza de Sangre se estaba hundiendo, con tantos que le importaban adentro. Estaba cerca de la libertad, solo tenía que aguantar un día más. Intentó convencerse de ello. No sabía como, pero confiaba que los dioses la ayudarían. Solo un día más...
Durante unos instantes, Gwen no distinguía si seguía soñando o ya estaba despierta. Ella creía que apenas habían pasados unos segundos desde que trató de abrir los ojos en primera instancia, sin embargo pasó mas tiempo. Minutos, largos minutos hasta que consiguió abrir los ojos y pudo ver que la luz que entraba por la habitación era real.
A medida que sus pupilas se acostumbraban a la iluminación ambiental, iba olvidando el sueño que había tenido, el que le había impedido despertarse con normalidad.
Se incorporó sobre su lecho y buscó con la mirada a su jefa y compañera de habitación, mirando primero hacia su cama. Ginevra ya no estaba, lo cual le hizo apurarse y pensar que llegaría tarde para atender a los quehaceres de la primera hora de la mañana. Se levantó escopetada, se cambió de ropa y apenas se peinó con los dedos y se acicaló como bien pudo, para ir corriendo a las cocinas e incorporarse rápidamente al trabajo.
Gwen Ríos sale de la habitación y se dirige a las cocinas.
Daba igual cuánto se esforzara Sloth, nada daba resultado. Sloth llegó más rápido que nunca a la alcoba de Ginevra. Era posible que estuviera allí, encerrada, o que sufriera de algún dolor y quisiera descansar. Sloth tenía alguna esperanza de encontrarla ahí, aunque no demasiada. La esperanza es lo último que se pierde, dicen los sabios. Pero esos sabios han vivido siempre una vida espléndida y no tienen motivos para perderla. Lo único que nunca pierde Sloth son las ganas de esforzarse más y más, aunque no quede esperanza.
Cuando llegó a la puerta, golpeó. Nada. Y golpeó. Nada. Y siguió golpeando. Y aún nada. Nervioso, abrió la puerta y vio que el dormitorio estaba vacío. ¿Dónde estaba Ginevra? Sloth se llevó las manos a la cabeza mientras se lo preguntaba. Caelus ha llegado a ella. Es tan lista. Pero Caelus también lo es y sabe que Ginevra y Sloth desconfiaban de él. Y ahora… Sus propios pensamientos lo horrorizaban. Pero no se dejó llevar más por ellos-. ¡No, Sloth! –se gritó a sí mismo-. Si le hubiera pasado algo a Ginevra, Sloth se habría enterado. Los Vaelys se habrían enterado; todo el servicio se habría enterado. Caelus no sabe nada aún. Sloth tiene que tranquilizarse.
Y se tranquilizó. A lo mejor Ginevra estaba con algún invitado y nadie había coincidido con ella. ¡A lo mejor ya la habían encontrado y Sloth no se había enterado!
Sloth llegó a la conclusión de que lo mejor era avisar a la señora de la casa. Ella sabría qué hacer. A lo mejor incluso ella sabría decirle a Sloth dónde estaba el ama de llaves. Pero ¿dónde estaría la señora de la casa? Era la hora de la comida, así que supuso que en el Gran Comedor con el resto de invitados.
Al Gran Comedor.
tras recuperarse de los acontecimientos, se decide a continuar trabajando para que la fiesta continue, por lo que despues de un cambio de ropas y arreglarse levemente frente al espejo, Gwen decide salir ya afrontar la realidad nuevamente.