Calandra se encogió de hombros e hizo un mohín.
-Supongo que no haría daño. Pero tienes que meter a esos desharrapados tuyos en vereda, ¿no? Hacer que aprendan a chillar en condiciones.
-Entre ensayo y ensayo puedo tocar algunos palos -dijo Marcus sonriendo-. Si oigo algo te lo diré.
Calandra le devolvió una gran sonrisa y le dio una palmada en el brazo.
-Muchas gracias, Marcus. Escucha, ahora tengo que irme. ¿Sabes qué más tengo que cazar? ¡A la mismísima muerte! Cuídate, ¿eh?
-Cuéntame una buena historia. Eso da para una canción -dijo Marcus a modo de despedida.
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