7 de noviembre de 1984 - 13:01
Cuando Shyam llegó al Terciopelo a la hora convenida con Van Doren, Rose lo esperaba en la puerta como un perro haría con su amo. Al verlo, sus ojos se abrieron con gran sorpresa y Shyam comprobó que le ocurría lo mismo que a aquellos que lo miraban por primera vez. Su belleza era tal que no podía pasar desapercibido. Estaba encantada: no podía ser de otro modo.
-¿Andy? ¿Shyam? -Rose dejó escapar una risita-. Oh, la jefa se equivocaba... Sí eres algo especial.
Al reconocer su expresión el sidhe dejó de andar, quedándose inmóvil frente a la puerta con la duda impresa en el rostro. Por lo general no le agradaba hacer alarde de su encanto frente a los mortales, todo lo contrario que cuando se encontraba en la sociedad feérica. Con aquel caso en concreto no supo a qué atenerse, descubriendo sentimientos contradictorios que enfrentaban la simpatía de Rose con las órdenes de Van Doren. Se mordió la lengua y llevó la diestra a la empuñadura de la espada, meditando qué decir a continuación. Reparó en que le había llamado por su nombre changeling, de modo que debía haber sido la propia madame quien la había Encantado, quizá para explicarle la sangre que llevaba en las venas.
El Fiona se pasó una mano por los rizos dorados. Dio gracias por no llevar la armadura, pues la impresión habría sido mayor. Aunque aquel día tanto su semblante mortal como feérico iban más arreglados que de costumbre para contentar la petición de Van Doren.
-Ah... Gracias -respondió con una sonrisa tan encantadora como estúpida. Carraspeó, llevándose el puño cerrado a la boca, y adoptó una pose erguida y seria, mucho más propia de un caballero. Entonces extendió los brazos en cruz e hizo una elegante reverencia, llevándose la diestra al pecho-. Mi Lady: Shyam ap Fiona a vuestro servicio -se presentó con voz grave y teatral.
De inmediato se incorporó, sonriente, y acortó la distancia con dos zancadas para pasar una mano por su espalda y guiarla al interior. Tampoco se podían quedar en el umbral de charla.
-Imagino que ya te habrán explicado un poco de que va esto.
Rose puso un pie delante de otro y realizó una reverencia nada deslucida para ser una ajena a la corte.
-Mi señor, se presenta Rose ap Morrison del Reino del Terciopelo Rojo y los Látigos Cantarines.
Una de las empleadas que iba de un lado a otro les dirigió una mirada extrañada desde la distancia. Rose le devolvió una altiva. Se dejó llevar por Shyam y le pasó el brazo por la espalda a su vez como si fueran dos novios paseando.
-Sí, la mujer araña me ha dado un adelanto, pero como estaba un poco pesada he preferido que me lo explicase después. Lo que se ha ahorrado era decirme que eras tan guapo...
-Ni. Rose ni Morrison -corrigió-. Ap es para los hombres y, por dios, espero que tú no lo seas.
Aunque lo dijo pensando más en todo el círculo homosexual que le rodeaba, se dio cuenta tarde de que también parecía una súplica con dobles intenciones. Más si se le añadía la forma en que caminaban el uno junto al otro. Siguió con la mirada a la empleada que pasaba por allí y bajó el brazo ante la súbita aparición del rostro de Van Doren en su mente. De repente se fijó en la cantidad de telarañas que allí podría haber, custodiadas por diminutas arañas espía que podían estar corriendo en aquel mismo momento al despacho de la pooka. Quizá la propia Madame estuviese oculta en algún rincón observando con sus diminutos ojos negros. De repente empezó a sentirse mal, como si caminase por un bosque oscuro lleno de ojos brillantes
-Creo que eso es porque tiene miedo de que te robe -comentó preocupado, dirigiendo la mirada hacia las esquinas superiores del hall. Se inclinó ligeramente para susurrarle al oído-. O que quieras fugarte conmigo, que no sería la primera vez que me pasa. Y a veces no sé decir que no, sobre todo a las chicas guapas.
Y ahí estaba otra vez haciendo de las suyas. No podía evitarlo. Llevaba tanto tiempo recibiendo comentarios por parte del público gay y mordiéndose la lengua cada vez que se cruzaba con una chica bonita que le era imposible ignorar las atenciones de Rose, y qué mejor manera que sacando al Fiona galante y apasionado que tanto se molestaba en ocultar.
-No, ya no -respondió Rose con aire inocente-. Hacen una barbaridad los médicos, ¿sabes? Te lo cortan todo y te ponen tetas y hasta pareces una chica de verdad. No te lo habrías imaginado, ¿eh?
Rose le guiñó un ojo. Shyam había visto travestis, drags y transexuales en el Castro y o le habían hecho un trabajo divino o le estaba tomando el pelo. La Kinain se estremeció cuando le susurró al oído.
-Si quieres fugarte conmigo tómame, soy tuya. No puedo negarte nada. Ráptame y que no me encuentren nunca. Eres tan guapo... -Rose alargó la mano hacia su mejilla, pero dudó-. ¿Puedo tocarte?
Se le hizo un nudo en el estómago ante la pregunta sin saber muy bien el origen de esta.
-Puedes. No muerdo ni me voy a evaporar. Tampoco contagio.
La chica le pasó la palma por la mejilla sin dejar de mirarlo a los ojos. Sonrió y subió los dedos hasta las orejas, rozando la punta con las yemas.
-Puedo tocarlas. Están ahí, son de verdad... Es increíble. Eres de verdad, ¿no? No te vas a evaporar, me lo has dicho... ¿Me lo prometes?
El sidhe se rió y tomó una mano entre las suyas, besándola con suavidad.
-Te lo prometo, mi Lady -aseguró, soltándola después para quitarse la chaqueta- No me voy a ir de aquí ni voy a desaparecer, al menos hasta que dejes de estar Encantada. Entonces volverás a verme como ayer.
Rose se estremeció cuando Shyam le besó la mano. Se apretó contra el Fiona como si tuviese frío y ahogó un gemido cuando le dijo que dejaría de estar Encantada algún día.
-¡Entonces no quiero dejar de estar así nunca! ¿No algún hechizo de hadas que me haga veros como sois para siempre? No podré vivir tranquila sin poder verte de este modo todo el tiempo.
Shyam se sobrecogió cuando Rose fue a refugiarse junto a él, enternecido por sus súplicas. Apretó los labios sin saber muy bien qué decir o hacer, y finalmente se decantó por un gesto amable y no demasiado personal. Le acarició los mechones cobrizos mientras pensaba en el excesivo gasto de Glamour que conllevaría mantenerla Encantada tanto tiempo, y en lo extraño que sería el día en que lo olvidase.
-No, me temo que no -dijo con tristeza-. Pero no te preocupes, se te pasará. Cuando dejes de estar Encantada las cosas irán mejor.
-Debería hacer como que trabajo -comentó, ignorando totalmente la pregunta de Rose. Sujetó la chaqueta en alto-. ¿Dónde puedo dejar esto?
Rose arrugó el gesto, pero no dijo nada. Le cogió la chaqueta.
-Yo te la llevo al ropero. Eh... Shyam. Estaría bien salir un poco esta noche, si no tienes plan. Hay un par de pelis que estaría bien ver o simplemente pasear...
Shyam la miró, serio. En sus pupilas se advertía el deseo tanto como la duda, pero supo mantener la cabeza fría y guardarse las ganas para sí. Suspiró, mirando alrededor por si había alguien cerca y localizando un sofá donde sentarse. La guió, de nuevo con una mano en su espalda.
-Rose, escucha -dijo, bajando la voz-. Me encantaría ir al cine, pasear a tu lado y mantenerte Encantada más tiempo. Pero le di mi palabra a Van Doren que no te daría esperanzas, aunque seas lo que más deseo en este momento, porque te aprecia muchísimo. Eres joven, encantadora y preciosa -Le acarició la mejilla con ternura, muriéndose por prolongarla más-, pero no tienes ni idea de dónde te estás metiendo ni del riesgo que corres sólo pasando una noche conmigo. Deberías encapricharte de un atractivo ejecutivo con un brillante futuro, no de mí, Rose.
Una sombra de ira pasó tras los ojos de Rose, pero al parpadear se fue con rapidez. La Kinain sonrió.
-Claro. Sí, tienes razón. No t-tendría que haber dicho nada. Sólo estaba soñando despierta. -Se encogió de hombros y se levantó apresuradamente, huyendo de sus manos-. La jefa tiene razón, sí, sí. Hum... ¿sabes qué? Los dos deberíamos trabajar. Yo tengo... -Rose señaló a su espalda-. Dos habitaciones. Por limpiar. He de irme. Hablamos luego, quizá.
-Vale -dijo rápidamente, levantándose a la vez que lo hacía ella.
Hizo ademán de tocarla, pero su mano acabó formando un puño en el aire. Se dio la vuelta antes de añadir algo que revocase todo lo anteriormente, un pensamiento que a cada paso se hacía más y más persistente. Sentía la cabeza embotada, saturada por las responsabilidades y las pocas ganas de quedarse en aquel lugar. Pero era trabajo y conforme los años pasaban más ataduras se ponía. El Shyam de hacía cinco años, sin embargo, no habría dudado un solo instante antes de hacer la mochila y caminar hacia el siguiente destino.