Calandra cogió la espada y la dejó caer al suelo sin ninguna ceremonia. Sacó unas cuantas servilletas de papel del servilletero y envolvió el dedo con ellas.
-¿No te he dicho que tengas cuidado? -dijo, envolviendo el dedo de Craig con los suyos para hacer presión-. Madre mía. Tienes mucha suerte de que sea el marica más duro de la costa oeste. Cualquier otro ya se habría desmayado. ¿Te duele mucho?
Craig sonrió con aire idiota.
-No, no me duele. Ahora no, al menos. He sido un tonto. No pensaba que fuese a hacerme daño de verdad, como nadie lo ve... Pero estás muy mono cuando te preocupas por mí.
-Pues más te vale que no me tenga que preocupar mucho -farfulló, inclinándose con mucho interés sobre la mano de Craig para que no se notara que se estaba sonrojando-. ¿Qué tal está tu madre?
-Bien, bien... Bueno, ya te imaginas cómo es, pero la señora Van Doren ayudó bastante cuando le dijo que me dejase a mi aire. Todavía suele murmurar por lo bajo cuando salgo para estar contigo... o cuando salgo en general, y el otro día me pidió llorando que no me contagiara de sida. -Craig sonrió con tristeza-. Todo lo bien que puede estar, supongo.
-¿Oh? Vaya, ya contaba con una invitación para Navidad. Oh, bueno, qué se le va a hacer. Si te hace pasar un mal rato me lo dices, ¿eh? Que al juego del turbante pueden jugar dos. ¿De dónde los saca, de todos modos? ¡Oh! ¿Crees que me lo diría? Me encantaría tener uno igualito al que llevaba cuando la vi.
Calandra no tenía demasiada sabiduría que aportar respecto a como tratar con familias, así que se volvió hacia la barra e insultó al camarero, que aún no les había traído su pedido.
-No, no, déjalo estar. Se le pasará antes o después, siempre que no le diga que eres un hombre mariposa y que tienes una espada que corta un montón. Es como es, pero un día se dará cuenta de lo maravilloso que eres y te aceptará como mi novio. -Craig se ruborizó al decir esto; Calandra no era el único que se alteraba pelando la pava.
Calandra sonrió con tristeza y apretó la mano herida de Craig entre las suyas. En la pausa que siguió se le llenaron los ojos de lágrimas. Cómo le hubiera gustado llevarle a la Mansión, cuando Silveth y todos los demás seguían vivos.
-Sabes, tenía una amiga que siempre me decía que andaba detrás de los más piezas, y que iba a acabar muy mal. Le habría gustado mucho conocerte. Se llamaba Bernardette...
Craig frunció del ceño.
-Cal, ¿estás llorando? Oh... -El humano se sentó a su lado y le pasó el brazo por los hombros-. ¿Qué le pasó... a tu amiga?
Calandra suspiró y se limpió las lágrimas teatralmente con el dedo índice. Apoyó la cabeza en el hombro de Craig y puso su mejor mirada de diva nostálgica mirando al horizonte.
-Ah, bueno. Es una historia un poco larga. Empieza con un vestido de satén y la polla más gorda del área de la Bahía. Verás...
Y levantando una mano en el aire para gesticular, Calandra empezó su relato.