Lunes, 19 de noviembre de 1984 - 17:45
Había oscurecido cuando Shyam llegó a casa y en el aire flotaba un aroma dulce y cálido. Rose había tenido el valor de aventurarse a usar el horno para hacer galletas.
-Tenías un poco de harina y azúcar en la despensa -dijo la kinain cuando llegó, con una sonrisa entre pícara y avergonzada-. La cena de ayer estaba muy buena y me acordaba de una receta que solía hacer mi madre, la de mentira. Bueno, a medias. Han quedado un poco duras. Demasiado. Pero con leche seguro que están buenas.
El olor a comida le trajo un vago recuerdo a la mente que no llegó a distinguir, pero le dejó un regusto agradable que le hizo sonreír al cruzar la puerta. El apartamento con Rose tenía un toque diferente y mucho más íntimo, aun rondando por allí Nadim.
-Lo siento. Nadim es el cocinitas normalmente -excusó. Todavía tenía la ropa húmeda del chaparrón y el frío pegado a los huesos. Quería irse a la ducha, tirar los problemas por el desagüe e imaginar que no tenía otra responsabilidad más allá de tirarse largo en el sofá-. Estarán buenísimas. Como tú. Oye, dame cinco minutos que me ha caído todo el chaparrón encima. Me ducho y soy todo tuyo, ¿de acuerdo?
Se acercó para darle un beso tierno, pasando la mano tras su nuca, antes de salir corriendo por el pasillo haciendo tramos a la pata coja para quitarse las deportivas. Regresó un poco más tarde de lo previsto con un pantalón de deporte y una toalla sobre los hombros para que el pelo no le chorrease por la espalda. Fue directo a la nevera para calentar algo de leche y probar las galletas de Rose.
-¿Te has aburrido mucho?
Rose trató de retenerlo consigo pero al final le dejó ir a la ducha. Le esperó enfurruñada en broma hasta que se le iluminó la cara con una sonrisa cuando lo vio llegar.
-Sí. Mucho. He salido a dar una vuelta y todo, de lo que me aburría. ¿Por qué no me llevas contigo mañana a hacer lo que quiera que sea que hagas? Si me dejas otro día sola, me van a salir champiñones en las piernas...
Esperó a que se sirviera leche y se sentara en el sillón para pegarse a él como una lapa. Le puso las piernas sobre las suyas. Tenía los pies descalzos y las uñas pintadas de rojo desconchado, de un tono muy parecido al de Van Doren. Shyam se metió una galleta en la boca. No estaba tan mal como ella decía. Ni siquiera necesitaban leche para ablandarse.
Él dejó que se acomodara a su gusto, encantado de que lo hiciera.
-Están buenas, mentirosa -bromeó, dándole a probar si quería poniendo la otra mano debajo para que no gotease-. ¿Y no prefieres ir al cine? O a cenar. Podemos ir a cenar más tarde, conozco un italiano muy bueno cerca de aquí.
Las cosas estaban revueltas, y estando la quimera aquella suelta por ahí no le hacía la menor gracia llevarse a Rose. Además todavía estaba pendiente el otro asunto. La contempló unos segundos. No tenía ganas de estropearle aquel momento, pero tarde o temprano llegaría la hora en que debería afrontar los hechos.
-No lo digo porque no quiera que vengas. Es que... Bueno, suele estar Van Doren. -Porque no, nombrarla como 'madre' no le salía y no le saldría como algo natural ni en mil años.
Rose hizo un mohín.
-Ah. Sí. Esa. No sabía que fuerais tan amigos...
Shyam mojó otra galleta mientras pensaba cómo responder a eso.
-Bueno. La conozco desde que tuve la Crisálida cuando era un mocoso. A ella, a Eddie, y a unos cuantos más. Son buena gente debajo de la fachada, y siempre que han podido me han echado un cable. Sobre todo ahora que me he quedado sin trabajo y nadie quiere contratarme -comentó con amargura-. Pero bueno, esos son mis problemas. ¿Tú qué vas a hacer con los tuyos?
-Ah, Eddie, el tipo que no se sabe seguro si es mi padre... -comentó en tono casual-. Pues la verdad, no lo sé. Tampoco tengo trabajo, supongo. No me queda mucho del dinero que me dio Eddie Castle. Podría ayudarte a pagar el alquiler y a comprar algo de comida, al menos este mes. Luego pues no sé. Tampoco es que me preocupe mucho. Al final siempre voy tirando.
Shyam torció el morro. Apoyó el brazo en el respaldo y se giró hacia ella después de dejar el vaso de leche en la mesa, sujetando sus piernas con el brazo restante.
-Sabes que puedes quedarte aquí tanto como quieras -dijo con dulzura-. Y sabes que no me refería a eso. Algún día Van Doren aparecerá por esa puerta y no vas a poder hacer como si no existiera.
-Pero ese día no tiene por qué ser hoy. Ni mañana. Ni esta semana. No quiero que sea nunca, no... No quiero, Shyam -murmuró Rose apoyando la cabeza en su hombro y hablando hacia el cuello-. La verdad es que no sé si estoy enfadada con ella aún. Creo que sólo estoy triste. Tiene narices. Cuando no sabía que era mi madre llegué a imaginarme que sí lo era. Extraño, ¿verdad? Y estúpido. Ella cuidaba de mí, se preocupaba de que todo fuese bien. La admiraba, sabes. Quería... quería ser como ella.
Pero de repente resulta que me ha traicionado, que me ha mentido todo el tiempo. No debía haberme abandonado cuando era niña y tampoco debía haberme mentido durante meses. Creo que siempre lo sospeché o quise que fuera así, pero me resistía a creerlo porque... porque es más bonito pensar que no te han engañado, supongo.
El sidhe la rodeó con los brazos y le besó el pelo mientras una de sus manos jugueteaba con un mechón suelto.
-Lo sé, pequeña... Sé que te duele -dijo, estrechándola un momento contra su pecho-. Pero todos cometemos grandes errores en nuestra vida. De verdad creo que intentaba allanar el terreno para decírtelo. Y, después de todo, te buscó y trató de darte un hogar. Quizá tarde, pero se dio cuenta de su error.
-Sí, lo sé -admitió Rose-. ¿Soy muy mala por querer hacerle la puñeta un poco más? Al menos hasta que crea que es suficiente...
Shyam soltó una sonora carcajada.
-No. No lo eres. Pero no es un buen momento para ninguno de nosotros, así que no la hagas esperar demasiado, ¿vale? -dijo, tocándole la nariz con el índice.
-Está bien. Podría intentar hablar con ella mañana -respondió ella, traviesa-. ¿Y tú? ¿Vas a ser malo conmigo hoy también?
-¿Malo? ¿Cómo que malo? -preguntó con fingida sorpresa agarrando sus piernas con el brazo para buscarle las cosquillas-. Tú no me has visto siendo malo de verdad.
Rose soltó un gritito y se aferró a su cuello en un intento de mantener el equilibrio.
-¡Pues enséñamelo! -exclamó riendo.
-No sabes lo que me estás pidiendo... -dijo en un susurro grave, dejando atrás el tono divertido para revelar algo más profundo.
Por un instante la miró con fijeza, sosteniéndola firmemente junto a su cuerpo con una delicadeza inusitada. Los ojos del Fiona ardían como llamar color esmeralda delatando un anhelo difícil de expresar, esa pasión innata que recorría las venas de los de su casta. Una expresión pura del amor carnal.
-Tú lo has querido.
Sonrió, socarrón, tumbándola del todo sobre el sofá, y salvó la distancia entre ellos con un beso intenso de los que prometían mucho más y no en vano.
Shyam descubrió que Rose temblaba entre sus brazos. No parecía asustada ni nerviosa, sino emocionada. Insistió en que todo estaba bien y que no se le ocurriera parar. Temblaba como una niña que encuentra el regalo que deseaba bajo el árbol de Navidad. Como una joven que recibe el amor de un hombre tan hermoso como era Shyam, con el cosquilleo del Glamour en los labios y el olor de los cuentos de hadas.
El sidhe no quería ponerla en peligro más de lo que se atrevía, así que utilizó un sustituto mágico para crear las sensaciones que necesitaba para complacerla. Pudo embriagarse a sí mismo de la misma manera y disfrutar de las sensaciones compartidas, reales porque así querían. Rose se estiró sobre el sofá, jadeando, con las mejillas arreboladas y los ojos limpios. Le abrazaba con fuerza, como si temiera que fuese a escapar si no lo hacía. Y sonreía.
Shyam durmió aquella noche tan a gusto que no recordaba la última vez que eso había sucedido, estrechando a Rose en sus brazos sumido en una felicidad absoluta. Había problemas, sí. La quimera seguía suelta, no tenía trabajo, el Barón había muerto y el feudo se hallaba en un estado lamentable. Eran cosas que a uno podían robarle fácilmente el sueño. Pero después de acariciar el cielo junto aquella mujer, compartiendo más que un simple encuentro carnal, quedaba poco en el mundo que tuviese importancia más allá de ese momento. Se sentía joven y capaz. Se sentía enamorado.
A la mañana siguiente insistió en llevarla a desayunar antes de acompañarla hasta el Terciopelo para que arreglase las cosas con Van Doren. No dejó de besarla y bromear, contagiado por una felicidad que le causaba mariposas en el estómago, como si tuviese de nuevo quince alocados años. Al llegar se dieron cuenta de que el local estaba cerrado, y el coche de Eddie se encontraba aparcado frente a la casa. Unas preguntas a los vecinos fueron suficientes para comprobar que, según sospechaba el sidhe, ambos se habían ido de allí a casa del redcap, de modo que la acompañó hasta allí sin muchos problemas.