-Lo que puedes hacer es dejar de tocarme las tetas o te voy a cortar las manos, para empezar. Y no, puedo encargarme yo sola.
Van Doren se puso el bolso sobre las rodillas y sacó una pequeña agenda donde guardaba el número de Shyam antes de descolgar el teléfono de nuevo.
-Voy a ver dónde está la pesada de tu hija.
Van Doren habló con Shyam, que le dijo que Rose había estado en su casa hacía un par de horas. Se habían dado un tiempo hasta decidir qué hacer con su relación y ella se había ido. El sidhe se ofreció salir a buscarla si no aparecía en unas horas, para cuando se hiciera de noche, y colgó. Sonaba algo triste y cansado, pero era normal teniendo en cuenta cómo habían sido los últimos días para todos.
Cuando la pooka colgó, descubrió que Eddie se había quedado dormido sobre su rodilla. Estaba muy sereno y hasta mono sin la continua expresión de fastidio que le arrugaba y envejecía el rostro. Así aparentaba de veras los veinticinco o veintiocho años que tenía su cascarón mortal en lugar de los treinta y siete que calzaba según su permiso de conducir. Muy mono, sí, hasta que Van Doren se percató de que le estaba babeando la falda.
Van Doren sonrió. La estampa le pareció muy bonita hasta que notó la humedad en la rodilla y se dio cuenta de que Eddie la estaba llenando de babas. Gracias a eso se le ocurrió vengarse con una pequeña broma.
La pooka se levantó de la cama con cuidado, colocando la cabeza de Eddie en la almohada, y buscó una caja debajo de la cama. Cuando vivían juntos guardaban sus tratos ahí, y no le sorprendió encontrársela. De la caja sacó una cuerda roja y suave que ató con sumo cuidado alrededor de las muñecas y de los pies del redcap. Los nudos estaban los suficiente holgados para no presionar la piel, pero no tanto como para que pudiera sacar las manos por ellos. También ató una cuerda de cada una de las extremidades a la estructura de la cama en caso de que quisiera ponerse en pie.
Cuando se sintió satisfecha con su trabajo se fue a la cocina a preparar unos sandwiches de mermelada con crema de cacahuetes.
Cuando Van Doren estaba cortando los sandwiches cuando oyó la voz de Eddie desde la habitación.
-¡Muy gracioso, Anne! Debería darte vergüenza hacerle esto a un enfermo convaleciente. Ahora ven y suéltame.
El redcap estaba igual que como lo había dejado; no había hecho por liberarse; esperaba a que viniese a hacerlo ella. Resopló al verla llegar y la miró ceñudo, sin atisbo alguno de su calma como durmiente.
-Si el caballero tiene alguna queja debería trasmitírsela al decano del hospital. Yo solo soy una enfermera estoy siguiendo instrucciones de su médico.
Van Doren ignoró sus peticiones y se sentó a su lado apoyando una bandeja sobre las piernas. En ella traía dos sandwiches: uno normal de un solo piso, y otro de cuatro excesivamente untado, tanto que la mezcla del cacahuete y la mermelada goteaba hasta abajo.
-Mira lo que le he traído, abra la boca.
Eddie la miró severamente.
-Te he dicho que intento perder peso. Además, si eres una enfermera, ¿dónde está la cofia? ¿Y la faldita corta? ¿No me vas a dar eso, al menos? -Abrió la boca bien grande; ahí cabía el sandwich de cuatro pisos entero y quizá la mano de Van Doren. Antes de que pudiera acercarle el sandwich, dijo-. Como algo de mermelada acabe en la colcha, verás. Te va a doler el culo una semana.
-Le recuerdo que no está en posición de amenazar, señor Castle...
Van Doren soltó el sandwich antes de que Eddie cerrase la boca alrededor de él y apartó la mano con rapidez.
-Otro enfermo me machó el uniforme y hasta mañana por la mañana no me dan uno nuevo.
Eddie masticó lo mejor que pudo y engulló como un ganso. Restos de mermelada y crema de cacahuete resbalaron por su barbilla.
-Servilleta -dijo aún terminando de deglutir la mitad del sandwich-. Si vomito otra vez y estoy atado, ¿qué vas a hacer?
-Un mago no revela sus trucos...
Van Doren le limpió los restos de la barbilla y los labios con una servilleta y sonrió.
-¿Tiene sed?
-O sea, que ni puta idea. Genial. Ahora me siento mucho más seguro -gruñó-. Dame un vaso de agua, anda.
Van Doren le llevó el vaso y cuidó de él el resto de la tarde. Le puso la televisión y le cubrió con una manta cuando tuvo frío, e incluso le leyó un par de encuestas de una revista de belleza y moda que había descubierto en su bolso... Por supuesto todas dieron resultados extravagantes, porque en realidad se las estaba inventando.
También le leyó la sección de economía de varios periódicos que se habían acumulado en su puerta. Eddie descubrió, de boca de Van Doren, que había estallado la Tercera Guerra Mundial mientras había estado en el hospital, y que Inglaterra pertenecía ahora al Tercer Mundo. Ah, y las acciones de las empresas de bastoncillos del oído se estaban disparando. También le recomendó invertir encarecidamente.
A pesar de todo (y con todo quiero decir "a pesar de estar atado"), Eddie no se podía quejar de no estar entretenido.