La calavera volvió a repetir el gesto dirigiéndole una sonrisa ósea.
Damara respiró profundamente y se acercó como le pedía. Aunque su gesto era cauteloso, la curiosidad que sentía tiraba de ella. Apoyó las manos en el mostrador, preparándose para apartarse rápidamente en caso necesario; el corazón le palpitaba con fuerza.
Según se acercaba, la sluagh sintió que la tos empeoraba y perdía las fuerzas en los brazos y las piernas. La quimera alargó las manos y dejó caer la mandíbula. La boca se abrió hasta límites insospechados, y cualquiera podría decir que intentaba tragarse a Damara entera.
Damara se llevó una mano al pecho, retrocediendo entre toses hasta dar con la espalda contra una de las estanterías. Miró a su alrededor llena de pánico y echó mano a uno de los libros que habían intentado morder a Gaia, lanzándolo hacia la quimera. Cuando el libro impactó en hueso, curiosamente, no se sintió menos asustada, sino a la inversa.
Motivo: Tirarle libros a Ghost Rider
Dificultad: 1
Tirada (3 dados, se repiten 10s): 8, 8, 1
Éxitos: 2, Éxito
El libro impactó en el pecho de la quimera, o el lugar donde debería estar. Aquello hizo que se replegase sobre sí misma como un calamar asustado. Sin emitir un sonido, la quimera esquelética se retiró hacia la puerta y pasó por debajo de ella convirtiéndose en humo. Al aparecer al otro lado del cristal, recuperó la forma. Golpeó la puerta con una mano huesuda y abrió la boca en una mueca inexpresiva, sólo sonriente. Damara imaginaba que no sería la primera vez que se toparía con ella. Sabía dónde trabajaba.
Al escucharla toser y luego lanzar el libro, Gaia volvió la cabeza.
-¿Qué pasa? -La muchacha se levantó y se acercó a la sluagh. Le acarició la espalda y miró en derredor en busca de algo líquido que darle. Como siempre, Purnima había provisto a su hermana de té. Gaia se apresuró en servirle un vaso para que se aclarase la garganta-. Sí que estás mal. ¿Por qué no te tumbas un rato? Si no se te pasa podemos ir al médico...
-No pasa nada, no pasa nada, ya estoy mejor... -dijo poniéndole una mano en el hombro para tranquilizarla, aunque ella misma sentía el ritmo del corazón tan fuerte que las sienes le palpitaban. Miró al reloj de soslayo. En cuanto Purnima volviese de almorzar, sabía a dónde tenía que ir.