Era un día particularmente lento. Asquerosamente, irremediablemente lento. No es que normalmente hiciera mucho para que se le pasara rápido, con el caos de los críos ya le bastaba y le sobraba, pero es que el reloj ni siquiera parecía pasar. Fijó su vista en las agujas del reloj por varios minutos, y entonces se dio cuenta de algo muy peculiar - Espera, ¿el segundero tampoco se mueve? - frunció el ceño por un momento antes de darse cuenta de que había sido su propio aburrimiento el que había detenido el tiempo, y anulando el efecto tan pronto se dio cuenta, respiró pesadamente con una sonrisa tonta mientras negaba. Eso explicaba por qué sentía que había pasado más horas de las que tenía su jornada sin avanzar ni un par de minutos.
Decidió dejar su puesto en la recepción - igual rara vez se aparecía alguien - y fue a buscar a su tocapelotas favorito a la hermandad. Esperó a que el chico de las muletas saliera y unas minutos más tarde, cuando iba a hacerlo Vincent y su compañero de cuarto ya se había ido, le tomó por el abrazo y lo volvió a entrar a su habitación.
¿Adónde vas tan pronto? - preguntó con una sonrisa ladeada y mirada depredadora.