No había otra opción, aquella pared vertical que se elevaba ante ellos tenía que ser escalada; por lo que los Millonarios que tenían las ganas de seguir subiendo, por algún motivo, decidieron ponerse manos a la obra y subir; usando los restos de la sede del V.F.D. los Millonarios inventaron un pequeño equipo de escalada. Atando a los zapatos tenedores, cuchillos, clavos, cualquier cosa para tener una mejor adherencia a la pared, comenzaron a escalar.
Por desgracia no había otro lugar por el que subir que no fuera por la cascada congelada, por lo que usando un candelabro, Dennise golpeaba el hielo de encima para comprobar si era seguro clavar ahí sus botas de alpinista improvisadas y así comenzar la nueva ascensión.
Motivo: 1Dennise 2Reginald 3Rene
Tirada: 1d3
Resultado: 1
Llegasteis a un saliente a un metro de la cima, y tras asomar vuestras cabezas sobre este, en la cima de la montaña pudisteis ver al Conde Olaf, a las dos mujeres con el rostro empolvado, al hombre con ganchos en vez de manos y aquella persona de género indeterminado. Parecían estar hablando de algo en particular, y no era algo agradable. En el centro de la planicie que era la Cumbre del Monte Tensión, se encontraba el vehículo del Conde Olaf y unas cuantas tiendas de campaña con los logos del V.F.D.
-¿Cómo que lo has perdido?. ¡Estaba amordazado y atado cual momia!. -Gritaba el Conde Olaf a la persona de género indeterminado- ¿Se escapó hacia la Sede del V.F.D. dices?. ¡Jamás lo podremos atrapar ahí; estará lleno de voluntarios!.
Aquella persona que ahora pudisteis reconocer como la que se hacía pasar por la Enfermera Lucafont, tenía un rostro inexpresivo, realmente parecía no entender lo que estaba ocurriendo a su alrededor, como si nada de eso fuera consigo. Acto seguido sin decir nada, se acercó a una de las tiendas, y tras coger una mochila se largó del lugar mientras el Conde Olaf aún seguía lanzando improperios contra él/ella mientras le exigía que diera la vuelta inmediatamente.
-Genial... primero el otro* y ahora este...
El hombre con ganchos en vez de manos replicó a Olaf que "el otro" no se había ido voluntariamente, sino que tratando de recuperar el libro "Necronomicón" para Olaf, los leones lo atacaron y lo asesinaron brutalmente. Algo que El Conde Olaf pareció ignorar adrede y continuar con su pataleta contra la deserción del secuaz de género indeterminado.
el otro* : Haciendo referencia al Hombre Calvo con Gran Nariz.
Reginald podía resultar tonto, pero a veces tenía la inspiración del buen juicio.
En este caso, su naturaleza le habría hecho salir de su escondite y decirle al conde: "¡Señor Conde! Leí que había muerto. Me dio mucha pena no poder asistir al funeral, porque estaba hospitalizado, pero me alegra verle con vida", por suerte para todos, una repentina inspiración afectó a Reginald haciéndole detenerse en su escondite en lugar de salir de cháchara.
Miró a sus acompañantes desconcertado y no hizo ningún ruido por lo que pudiera pasar.
"no estaría mal dedicarme a esto cuando este viaje acabe" pensó Dennise tras agarrarse a la saliente, con los pulmones gritando de indignación ante el aire frío que habitaba dentro de ellos, o la garganta rasgada por la agitación, madre de Dios, que cansada era esa vida.
Bajo la cabeza, deposito la frente sobre la superficie y luego se escondio con el resto.
Escuchando la conversación del conde Olaf y sus esbirros se entero de un par de cosas.... entre ellas que la enfermera lucafont no era confiable.. y la sospecha de que de seguro ella iba a buscar al resto de millonarios.
se llevo un dedo a los labios como gesto de mantener la boca cerrada, mirando a los otros dos.
Motivo: veamos que hay por casa
Tirada: 1d20
Resultado: 4
Me tapé la boca para ahogar un grito. ¿Cómo era posible que estuviese vivo por dios? Nuestras pesadillas no tenían fin. - ¿ómo puede ser? - pregunté a mis compañeros casi en un susurro
Las Mujeres con los rostros empolvados habían terminado de hacer la hoguera para cocinar el desayuno, mientras el Conde Olaf indignado las criticaba a causa de que apenas había fuego.
—Pero claro que hay fuego, un gran incendio —dijo una profunda y baja voz, y todos se volvieron para ver quién había llegado.
Tener un aura amenazante es como tener una comadreja como mascota, ya que raramente conoces a alguien que tenga una, y cuando lo haces te dan ganas de esconderte debajo de la mesa de café. Un aura amenazante no es más que una clara sensación de maldad que acompaña la llegada de alguna persona, y muy pocas personas son lo bastante malvadas como para producir una fuerte aura amenazante. El Conde Olaf, por ejemplo, tenía un aura amenazante que los Millonarios habían sentido desde el momento en que lo conocieron, pero un gran número de personas nunca pareció darse cuenta de que había un villano a su alrededor, incluso cuando Olaf se encontraba justo al lado de ellos con un brillo maligno en sus ojos. Pero cuando los dos visitantes llegaron al pico más alto de las Montañas Mortmain, su aura amenazante era inconfundible.
Esmé Miseria se estremeció dentro de su traje para nieve. Los miembros del grupo de Olaf —todos excepto el Hombre con Ganchos en vez de Manos, quien estaba muy ocupado pescando salmones, teniendo así la suerte de pasar por alto la llegada de los visitantes— miraron hacia abajo, al suelo cubierto de nieve, en lugar de echarles un vistazo más a fondo a los visitantes. El conde Olaf parecía un poco nervioso cuando el hombre, la mujer, y su aura amenazante se acercaban más y más. Y hasta yo, después de tanto tiempo, aún puedo sentir su aura amenazante tan fuerte con sólo escribir acerca de estas dos personas, a quienes no me atrevo a nombrar, y en su lugar me referiré a ellos de la misma forma a la que todos los que se atreven a referirse a ellos se refieren a ellos, como “el hombre con barba pero sin pelo” y “la mujer con pelo pero sin barba”.
—Es un placer verte, Olaf —continuó la profunda voz, y los Millonarios se dieron cuenta de que la voz pertenecía a la mujer de aspecto siniestro. Ella estaba vestida con un traje hecho de un tejido extraño de color azul que era muy brillante, decorado con dos grandes hombreras, una en cada hombro. Ella estaba arrastrando un deslizador de madera —una palabra que aquí significa “un trineo lo suficientemente grande como para llevar a varias personas”— que hacía un
chirriante extraño sonido contra el frío suelo—. Estaba preocupada de que las autoridades te hubieran capturado.
—Te ves bien —dijo el hombre con barba pero sin pelo. Iba vestido de forma idéntica a la mujer con pelo pero sin barba, pero su voz era muy ronca, como si hubiera estado gritando durante horas y casi no pudiera hablar—. Ha pasado mucho tiempo desde que nuestros ojos se cruzaron por última vez —el hombre le dio a Olaf una sonrisa que la hacía parecer aún más fría en la cima de la montaña, y luego se detuvo y ayudó a la mujer a apoyar el deslizador en la roca. Los Millonarios pudieron ver que el deslizador estaba pintado con la familiar imagen de un ojo, y tenía un par de largas correas de cuero, presumiblemente utilizadas para dirigirlo.
Motivo: Rene
Tirada: 1d20
Resultado: 8
Motivo: Reginald
Tirada: 1d20
Resultado: 19
El Conde Olaf tosió ligeramente en su mano, que es algo que la gente suele hacer cuando no sabe qué decir.
—Hola —dijo, un poco nervioso—, ¿Le he oído decir algo acerca de un incendio?
El hombre con barba pero sin pelo y la mujer con pelo pero sin barba se miraron entre sí y comenzaron a reír. —¿No te has dado cuenta —dijo la mujer—, de que no hay mosquitos de nieve alrededor?
—Ya nos habíamos dado cuenta —dijo Esmé—. Pensé que tal vez los mosquitos de nieve ya no eran in.
—No seas ridícula, Esmé —dijo el hombre con barba pero sin pelo. Tomó la mano de Esmé y la besó, los Millonarios pudieron ver que la Sexta Asesora Financiera temblaba—. Los mosquitos no están por los alrededores ya que pueden oler el humo.
—Yo no huelo nada —dijo Hugo que había salido de la tienda en la que estaba compartiendo con los otros 2 Freaks.
—Bueno, si fueras un diminuto insecto, podrías olerlo —respondió la mujer con pelo pero sin barba—. Si fueras un mosquito de nieve, podrías oler el humo de la sede en llamas de V.F.D.
—Te hicimos un favor, Olaf —dijo el hombre—. Quemamos todo el lugar.
He oído muchas cosas acerca de esos Millonarios que tienes por ahí desperdigados. Han causado muchos problemas, casi tantos como los Baudelaire —El hombre sin pelo pero con barba miró a Olaf y a su grupo—. Pero sabemos cómo resolver los problemas, ¿verdad? El fuego puede resolver cualquier problema en el mundo.
Se echó a reír, y la mujer con pelo pero sin barba se rió con él. Nerviosamente, el Conde Olaf se echó a reír también, y luego miró a su grupo hasta que se echaron a reír con él, y los Millonarios se encontraron rodeados por altos villanos riéndose.
—Oh, fue maravilloso —dijo la mujer con pelo pero sin barba—. Primero quemamos la cocina. Luego quemamos el
comedor. Después quemamos la sala, luego el centro de disfraces, la sala de cine y los establos. Luego pasamos al gimnasio y al centro de entrenamiento, al garaje y los seis laboratorios. Quemamos los dormitorios y las aulas, el salón social, el teatro y la sala de música, así como el museo y la heladería. Entonces quemamos las salas de ensayo y los centros de prueba y la piscina, que fue muy difícil de quemar. Entonces quemamos todos los baños, y, finalmente, quemamos la biblioteca de V.F.D. ayer por la noche. Esa fue mi parte favorita... cientos y cientos y cientos de libros, todos reducidos a cenizas para que nadie pueda leerlos. ¡Debiste haber estado allí, Olaf! Cada mañana iniciábamos un incendio y cada noche lo celebramos con una botella de vino y con algunos títeres para dedos. Hemos estado usando estos trajes a prueba de fuego durante casi un mes. Ha sido un tiempo maravilloso.
—¿Por qué queman todo gradualmente? —preguntó el Conde Olaf—. Cada vez que yo quemo algo lo hago a la primera vez.
—No podríamos haber incendiado la sede de una vez —dijo el hombre con barba, pero sin pelo—. Alguien podría habernos visto. Recuerda que donde hay humo hay fuego.
—Pero si quemaron la sede habitación por habitación —dijo Esmé—. ¿No escaparon todos los voluntarios?
—Ellos ya se habían ido —dijo el hombre, y se rascó la cabeza donde el cabello debió haber estado—. La sede entera estaba desierta. Como si supieran que íbamos a venir. Pero bueno, no se pueden ganar todas.
—Tal vez encontremos a algunos de ellos cuando vayamos a incendiar el carnaval —dijo la mujer, con su profunda, profunda voz.
—¿El carnaval? —preguntó Olaf nerviosamente.
—Sí —dijo la mujer, y se rascó en el lugar donde su barba debió haber estado, si tuviera—. Ahí hay una pieza muy importante de evidencia de V.F.D. escondida en una figurita que venden en el Carnaval Caligari, por lo que tenemos que ir a incendiarlo.
—Ya quemé el lugar —dijo el Conde Olaf.
—¿Todo el lugar? —la mujer dijo con sorpresa.
—Todo el lugar —dijo Olaf, dándole una sonrisa nerviosa.
—Felicitaciones —dijo, haciendo casi un ronroneo—. Eres mejor de lo que pensaba, Olaf —el Conde Olaf pareció aliviado, como si no hubiera estado seguro de si la mujer iba a felicitarlo o darle unas patadas.
—Bueno, es todo por el bien común —dijo Olaf.
—Como recompensa —dijo la mujer—, tengo un regalo para ti, Olaf —Los Millonarios vieron como la mujer metió la mano en el bolsillo de su brillante traje y sacó una pila de hojas de papel, atadas con una cuerda gruesa. El papel parecía muy viejo y gastado, como si hubiera pasado por muchas manos diferentes con el paso del tiempo, oculto en una serie de compartimentos secretos, y tal vez dividido en distintas pilas, viajando alrededor de una ciudad sobre carruajes tirados por caballos, y luego puestos nuevamente juntos a medianoche en la trastienda de una librería disfrazada de un café disfrazado de tienda de artículos deportivos. Los ojos del Conde Olaf se hicieron muy amplios y muy brillantes, y tomó los papeles con sus sucias manos, como si se tratara de la fortuna de todos esos Millonarios.
—¡El expediente Snicket! —dijo en susurros.
—Todo está aquí —dijo la mujer—. Cada carta, cada mapa y todas las fotografías del único expediente que podría meternos a todos en la cárcel.
—Está completo, a excepción de la página trece, por supuesto —dijo el hombre—. Sabemos que uno de los Millonarios consiguió robar esa página del Hospital Heimlich.
El Conde Olaf tomó el expediente y lo acercó a su pecho como si fuera un bebé recién nacido, aunque no era del tipo de persona que trataría con mucha amabilidad a un bebé recién nacido.
—Este es el regalo más maravilloso del mundo —dijo—. Lo leeré en este momento.
—Todos vamos a leerlo juntos —dijo la mujer con pelo pero sin barba—. Contiene todos los secretos que debemos
saber.
—Eso no importa ahora —dijo el Conde Olaf con impaciencia—. Entremos a mi tienda y leamos el expediente —comenzó a caminar hacia la tienda, pero se detuvo y miró a su grupo, que estaban empezando a seguirlo—. Ustedes se quedarán aquí —dijo—. Hay secretos en este expediente que no quiero que conozcan.
Los dos siniestros visitantes se echaron a reír, y siguieron al Conde Olaf y a Esmé al interior de la tienda de cerrando las solapas detrás de ellos. Los Millonarios observaban en silencio junto a Hugo, Colette, Kevin, y las dos mujeres empolvadas, esperando a que el aura amenazante desapareciera.
—¿Quiénes eran esas personas? —preguntó el Hombre con Ganchos en vez de Manos, y todos se volvieron para ver que había regresado de su expedición de pesca. Cuatro salmones colgaban de cada uno de sus ganchos, goteando agua de la Corriente Afligida.
—No lo sé —dijo una de las mujeres empolvadas—,pero me pusieron muy nerviosa.
Pareciendo que ya no tenían nada más que ofrecer, aquella pequeña comitiva de Millonarios decidieron volver a bajar usando aquellos aparejos de montaña improvisados, a fin de cuentas, lo único que sabían era que el peligro acechaba más cerca de lo que parecía, además de los nuevos y formidables enemigos que ahí habían.
Siendo el último en bajar, notas como los Exploradores de Nieve llegaron a la cima del Monte Tensión, y aunque no logras ver a Carmelita ni a Bruce entre ellos, sí reconoces a algunos de esos crios que se sentaron junto a vosotros en la hoguera a escuchar vuestras historias, a sufrir por la historia de Carmelita y a decir en voz alta el lema de los Exploradores de Nieve.
Fue entonces cuando el hombre con barba y sin pelo que salió de la tienda, para soplar una especie de silbato que no hizo sonido alguno; al menos para los oídos de Reginald Coleson; pero sí para una bandada de águilas que salieron de las cuevas cercanas que había esparcidas por el Monte Tensión, y revoloteando alrededor de la cima, estas se abalanzaron sobre el suelo, donde estaban los niños.
Agarrando con sus afiladas garras los extremos de una red bien oculta en el suelo a causa de la nieve que los Millonarios ni los Exploradores de la Nieve notaron, levantaron la red atrapando a un gran grupo de niños asustados en ella. En ese momento salió el Conde Olaf de su tienda.
-Al parecer... tenemos nuevos reclutas...
Por desgracia Reginald no pudo escuchar más pues se quedaba muy atrás y continuó su descenso.