Partida Rol por web

Nadia lloraba. Lloraba por la vida perdida de aquella niña. Lloraba por el miserable de Butler. Lloraba por el suicida de Nate. En realidad, lloraba por todos los que estaban allí. Era un llanto silencioso pero infinito mientras rodeaba su vientre con sus manos. Cogió el móvil de forma automática y se quedó mirándolo hasta que Wallace se le acercó. Quería gritarle que él las había abandonado a ellas, pero en lugar de eso asintió. Hasta que escuchó a Vanessa. Se acercó a Gustave limpiándose las lágrimas e intentando reunir valor para seguir luchando - Voy con usted -

Wallace se zafó de Vanessa mientras le decía que se adelantaran mientras él se quedaba vigilando al recién descubierto señor Stewart. Vanessa no miró atrás ni contestó al rechazo de Wallace, no tenía tiempo de eso, tenía que llegar a la torre si quería ver quien era el señor Dark. Sir Gustave y Nadia se fueron juntos siguiendo una de las corazonadas del escritor, unas corazonadas que normalmente eran acertadas.

Esperó a que se fueran y les dejaran solos antes de meditar seriamente en lo que quería hacer. Había escuchado, visto y sentido demasiado, más de lo que había podido asimilar y, en todo este tiempo, la espada de Damocles pendía sobre su cabeza agarrado a una fina cuerda que, a cada tic tact del reloj, se iba aflojando. No sabía cuánto tiempo le quedaba, puede que minutos, horas, o la arena ya se hubiera consumido.

Hannah.- Se acomodó en el suelo, sentándose con las piernas cruzadas lo máximo que su elasticidad le permitiera. No le miraba a los ojos, no era capaz de alzar la cabeza más allá de sus desgastados zapatos que tantas aventuras había vivido con él, de casino en casino.- Ella todavía puede salvarse, pero sé que apenas tengo tiempo.- Tenía la boca seca, necesitando un buen vaso de agua, pasándose la lengua por los resecos labios y carraspeando la garganta, pensando bien en lo que quería pedirle, una locura que ni a él mismo se le ocurriría, pero la desesperación ganaba a la razón.

No quiero… No.- Negó mientras las lágrimas volvían a inundarle, atragantando las palabras que era incapaz de formular. Se incorporó levemente para quedarse de rodillas antes de inclinar el cuerpo a modo de súplica, tocando la frente en el frio suelo.- Tengo que matar a alguien para salvar su vida. Por favor, déjeme matarle.

El mayordomo seguía llorando sin levantar la vista y sin  hacer caso de la petición desesperada de Wallace, una que le había costado hacer, una que le dolía en el alma al ser tan contraria a su carácter. Las manos del mayordomo temblaron frenéticamente mientras las bajaba poco a poco dejando al descubierto una mirada vacía de todo menos de una inmensa tristeza. Los ojos del señor Stewart se cruzaron con los de Wallace y el jugador pudo ver en ellos algo que no pensaba que pudiera ver nunca, empatía y comprensión, una corriente de comprensión entre ellos, el entendimiento entre dos padres que se han enfrentado a decisiones difíciles para mantener con vida a sus hijos.

Los ojos del mayordomo fueron de Wallace hacía el cuchillo arrojadizo que le había quitado Vanessa, el mismo con el que había intentado matarles apenas unos momentos antes. Carraspeó y mirando al suelo empezó a hablar como si estuviera solo, como si estuviera verbalizando sus pensamientos en lugar de estar hablando con Wallace.

"No hemos sido buenas personas. Ni siquiera fuímos buenos padres, pero Claire era lo mejor que hemos tenido, lo único bueno que hemos hecho en esta vida. Mi mujer y yo nos encargábamos de matar a viejos millonarios para poder robarles, ella era la doncella, yo el mayordomo y en poco tiempo nos ganábamos su confianza. Ella era especialmente buena en ello, más de uno se murió en cuanto les mostró parte de sus encantos, a ella eso le excitaba mucho, que murieran por verla desnuda, la hacía sentir deseada y halagada....." Miró a Wallace como si fuera una cáscara vacía antes de seguir "No diré que no lo merezca, que no lo hayamos merecido, pero Claire no, Claire siempre fue una buena niña, un ángel nacido de demonios y ahora se ha ido, ese animal se la ha llevado. " Entonces sonrió y empezó a reír con una risa burlona antes de decirle a Wallace "Matarme? Yo ya estoy muerto enclenque trozo de basura, pero tendrás los huevos de hacerlo? Tendrás huevos de salvar a la puta de Hannah? Apuesto que no, siempre has sido un cobarde. Tus compañeros están a unas habitaciones de distancia, no te atreverás. Cobarde de mierda. Solo deseo que tu hija sufra, se lo merece, lleva tus genes."

Sabía que el mayordomo tenía razón, sólo hacía falta verle un día en toda su vida para conocer al pobre de Wallace, cobarde, mal marido y padre que no había podido hacer nada para evitar caer en las garras de las tragaperras, llevándose a quien fuera por medio.

Pero no supo si fueron justamente sus últimas palabras o saber que el próximo audio sería de su pequeña gritando lo que le hirvió la sangre. Wallace no era Wallace, miraba la escena desde un segundo plano perdido completamente en la infinita locura que no podía controlar. Frente a sus ojos pasaban miles de escenas, recuerdos de épocas mejores donde el sol brillaba en lo mas alto del cielo.

Hannah, como mi madre.

¿Te gusta pequeña? A papi también.

Es preciosa.

Esa primera vez donde sus ojos se llenaron de lágrimas al verla, tan pequeña y frágil como una preciosa muñeca. Levantó el puño y él acercó su dedo, un primer contacto fuerte, sincero y esporádico de lo que sería el comienzo de un profundo amor paternal.

Papá, colúmpiame!

Ten cuidado, no corras.

¡Más alto, más alto!

Horas de parques ahora vacíos, de peticiones para estar más tiempo, de querer chuches o jugar con otros niños mientras esperaba en un banco sin quitarle ojo, contagiándose de aquella amplia sonrisa que iluminaba su día aunque, él por dentro, estuviera consumiéndose poco a poco.

Te quiero papá.

La última vez que la vio antes de que todo se derrumbara, esa última vez de ser fuerte, de fotografiar el recuerdo en su retina por si no podría ver esa dulce sonrisa y los ojos de su madre reflejados en su mirada.

Una última vez…

Cuando quiso darse cuenta, Wallace soltó un grito gutural y se precipitó para coger el cuchillo arrojadizo. ¿Lo había visto antes? Puede que no, pero necesitaba algo para matarle. Sí, ese era su único objetivo en esta casa, poner fin a una vida para salvar a otra, fuera lo que conllevara luego su hazaña.

No pensó, ni siquiera reaccionó. Como un animal herido sólo actuaba, queriendo verle muerto.

Cuando quiso darse cuenta, Wallace soltó un grito gutural y se precipitó para coger el cuchillo arrojadizo mientras el mayordomo reía enloquecido, como si aquello no fuera posible, como si aquel alfeñique y cobarde despojo de hombre no pudiera tener arrestos para hacer lo que un hombre haría, al menos si era digno de llamarse así. Wallace se lanzó sobre él apenás incapaz de ver nada más allá de la película de sangre que inyectaba sus ojos, matar, verlo muerto, acallar sus burlas y salvar su hija.

El mayordomo lo miraba sin dar crédito y aunque había dicho que no se defendería, la cercanía de la muerte es capaz de hacer cambiar de opinión a un hombre. Alzó los brazos intentando parar la primera cuchillada y lo consiguió en parte, evitando que le diera en un órgano vital pero dejándose alcanzar en el brazo izquierdo, provocando un alarido de dolor y de pánico, el grito de un hombre que afronta a la muerte aferrándose a la vida.

El forcejeo entre ambos hombres apenás duró lo que dura un parpadeó. El mayordomo intentó meter los dedos en los ojos de Wallace, arañándole la cara mientras Wallace hundía el cuchillo una y otra vez en su cuerpo mientras la sangre le salpicaba dándole el aspecto de un demonio saliendo del Hades. Las fuerzas del mayordomo le abandonaron conforme la mancha de sangre se hacía mayor bajo él, la chispa de la vida se apagó de los ojos mientras Wallace seguía acuchillándole, pagando sus frustraciones y pecados con aquel hombre. Lo único que pudo sacarle de su estado de frenesí fue escuchar la voz de Dark, una voz que anunciaba una muerte pero no la que el había traído a la casa.

Un infausto paladín intentó

matar al demonio malvado.

El sexto negrito se quedó

como una brocheta ensartado.

Nunca se había imaginado que era tan fácil matar a alguien. El cuchillo se clavaba en su cuerpo, desgarrando piel y músculos con tanta rapidez que ni siquiera necesitó hacer acopio de toda su fuerza, como si fuera papel bajo sus manos. La sangre salpicaba sus manos, incluso algunas gotas volaron hacia sus mejillas, corriéndose a causa del sudor y las lágrimas que había vertido en todo ese tiempo, pero aun así no se detuvo.

Gritaba a cada puñalada, pensando que ahora estarían en paz y podría salvar a su pequeña, dándose cuenta de lo que había hecho mucho después de que el mayordomo dejara de respirar.

Se notaba agotado, jadeando por el sobre esfuerzo mientras miraba el cuerpo sin vida del hombre, asimilando que acababa de convertirse en un asesino. ¿Acaso no sabía que tenía que hacerlo? Ese era el trato, su apuesta eterna. Matar o morir, ser asesino o víctima.

Se apartó del cuerpo notando una arcada subir por su garganta, arrastrándose unos centímetros para vomitar en un lado. ¿Qué he hecho? – La bilis no expiaba su culpa, ni siquiera el mensaje que ni quiso escuchar, creyendo que se refería a su asesinato a sangre fría.

Pasó la manga de la chaqueta por sus labios una vez terminó de vomitar, tirando el cuchillo ensangrentado para que se deslizara por el suelo, lejos de él. No iba a huir, ni siquiera tenía intención de escapar, era consciente de lo que tenía que hacer y de sus actos, asumiendo la culpa incluso antes de que el resto de “negritos” lo vieran.

Remordido por la conciencia, simplemente gateó hasta la pared más cercana para sentarse, apoyando la espalda en los fríos ladrillos y dejando que sus ojos se cerraran, respirando lentamente.

Abrumado, agotado, como un limón al que le habían quitado todo el jugo así se sentía Wallace mientras respiraba cansinamente apoyado contra la pared. Lo había hecho, había pagado el precio en sangre por la vida de Hannah, un precio que esperaba que cubriera la deuda contraída en aquella partida de cartas.

A su derecha pudo escuchar pasos, los pasos de Gustave y de Nadia seguramente, pero abrir los ojos era afrontar la vergüenza de lo que había hecho. Debería explicarse? Debería dejar que ellos tomaran la iniciativa? Como explicar lo que había pasado sin hacerle parecer un asesino a sangre fría?

Inspirar y espirar, despacio, muy despacio, tal vez si no abría los ojos sus compañeros no le preguntarían nada, tal vez le dejaran en paz, tal vez, porque en el fondo sabía que aunque había ganado la vida de su hija se seguía sintiendo igual de perdedor que siempre.

Los pasos cautelosos de Sir Gustave y Nadia se acercaron a un Wallace que seguía ajeno a todo, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en la pared, los ojos cerrados y en la cara una expresión de intenso cansancio, como un juguete roto al que han quitado las pilas cuando un niño se ha cansado de él.

Nadia fue la primera en asomarse a la habitación y lo que vio le revolvió las tripas. El mayordomo, o lo que quedaba de él, había fallecido y su cuerpo estaba cubierto de las cuchilladas que le había asestado Wallace, lo que estaba claro es que Wallace no había escatimado en heridas y que el mayordomo se había defendido a tenor de los arañazos en la cara del joven jugador. El cuchillo que había intentado lanzar el mayordomo minutos antes parecía ser el arma del crimen, un Wallace ileso  a pesar de las salpicaduras de sangre el ejecutor y el mayordomo la víctima, todo estaba claro salvo el motivo, el motivo por el que un hombre físicamente débil incurre en un acto tan malvado.

Sir Gustave atrajó la atención de Nadia y retrocedieron hacia la cercana habitación del mayordomo. Allí no había nada que hacer y ya fuera por repulsión por el crimen, respeto por el muerto o para dar a Wallace unos momentos para reponerse se fueron en silencio dejando a Wallace sumido en sus pensamientos.

Esperaba que alguno de los presentes les dijera algo. "Estás equivocado", "eres un psicópata", "yo también lo habría hecho" o cualquier frase del estilo sólo para no sentirse tan solo ante su indiferencia.
No tenía nada más que hacer. Salir de la isla? Aunque su cuerpo lo hiciera ya no quedaba nada y, posiblemente, se entregaría a la policía. Dark los había llevado ahí por asesinar a personas y, ahora que realmente sus manos estaban manchadas de sangre, quería pagar por sus pecados.

Wallace seguía sentado con la espalda apoyada en la pared cobrando consciencia de lo que había hecho, de como se había transformado en asesino para salvar lo único inocente que quedaba en su vida, la pequeña Hannah que tendría una mejor vida de la que él le podría haber dado. No había conseguido ganarle la apuesta a Dark y darle una mejor vida pero al menos no había perdido del todo, lo único que había perdido eran las ganas de seguir jugando, Dark le había dado en un día una lección que ni todas las terapias del mundo le hubieran podido dar, pero era una lección que no hubiera deseado aprender, al menos no así y que probablemente no le serviría para nada.

Estaba pensando en ello cuando la voz de Dark le vino a recordar lo que había hecho, pero no era en su cabeza, era la voz de Dark que venía distorsionada como siempre a través de los conductos de ventilación, anunciando a la casa lo que había hecho, algo que salvo Vanessa que había salido de la casa ya todos sabían.

Cinco negritos quedaban pero uno de ellos se enfadó

creyendo salvar a su hija una  vida segó

pobre muchacho asustado que mis mentiras se creyó

cuatro son los que ahora quedan, y a su pequeña condenó

Antes de que se cortara el sonido pudo escuchar como el sonido de una motosierra resonaba, recién arrancada por la mano de Dark

Estaba perdido en los ojos del mayordomo, mirando al infinito de sus pupilas dilatadas sin pensar en nada. Podría decirse que estaba calmado, aquél que esperaba a que el minutero del reloj avanzara para llegar a su destino final completamente derrotado. Así le recordarían, un cobarde perdido entre las luces de neón y las monedas que acabó solo, posiblemente loco y desamparado en una isla que posiblemente sería su tumba o su cárcel.

Ni siquiera le salía pedirle perdón al cadáver. No lo sentía, no tenía una mínima pizca de arrepentimiento en su sangre al saber que el fin había justificado los cruentos medios, una sociopatía que no reconocía y, en cierta forma, le asustaba. En esto me has convertido.

Colocó una mano sobre su rodilla flexionada mientras seguía sumergido en el olvido cuando escuchó de nuevo la voz de aquél que todo comenzó y terminó con una simple orden. Al principio era un eco lejano a la que no le prestó importancia. Todos estaban condenados de una manera u otra y comprobó que aquella voz sólo relataba lo que ya sabía.

Pero había algo distinto, un mensaje que sabía que era para él y que, a medida que proseguía, descubría el engaño al que había sido sometido.

No, no la había salvado. Ni a él, ni a Hannah, ni a ninguno de los presentes. Todo ha sido una mentira.

No podía creerlo. De nuevo ese miedo atenazador que había soportado durante largas horas al saber que quedaba menos para condenar a su pequeña se hacía latente, apretándole la garganta con tanta fuerza que casi le costaba respirar. ¿Qué había hecho? Se sentía una marioneta al compás de su titiritero, bailando a su son mientras movía los hilos desde el tercer plano de la habitación.

No prestó atención a la motosierra, cegado completamente con la desesperación. Se levantó de un salto con una localización clara, una lucha que el detective pidió y, ahora, sería la suya.

Todo había sido en vano y su hija estaba condenada, por su culpa, como siempre, si algo se torcía en su vida nunca conseguía arreglarlo aunque había veces que sí, como cuando ganaba un poco en el casino para perderlo todo minutos después, incapaz de parar, condenado a perder una y otra vez como en aquella película de Bill Murray y el día de la marmota, y con sangre en las manos. Era la sangre de un asesino pero eso no le convertía a él en inocente, había matado y no había servido de nada, o tal vez sí, tal vez fuera otro de los juegos mentales de Dark para desequilibrarle y empujarle a hacer una tontería, podía ser, demasiadas posibilidades y pocas certezas.

No esperaría más, no esperaría palabras de consuelo de sus compañeros pues sabía que no llegarían, los muy hipócritas, como si ellos no fueran culpables también, se podían ir todos al infierno. Si Dark no cumplía el trato su vida no tenía sentido, a no ser que pudiera adelantarse y matarlo antes de que diera la orden de matar a su hija, y si lo cumplía, su vida habría valido para comprar la de su hija así que se levantó y empezó a subir las escaleras. Al llegar a la planta baja se dirigió por el ramal de la izquierda decidido, sin parar a pensar de los pitidos de protesta de los escalones 5 y 13. En la primera planta pudo ver el reloj de pared destrozado, con algunos de los números desparramados por el suelo, otros ausentes, aunque parecía que Dark había perdido las ganas de ir quitando un número por cada asesinato, si es que los quitaba Dark. Sangre, en gran cantidad y trozos de metal, y, lo que parecía parte de la mano de Nate, pero no había rastro de Dark por lo que decidió subir hacia la habitación del asesino.

El vestíbulo estaba en silencio, de hecho toda la casa estaba en silencio a excepción de unos pasos que se dirigían hacia el segundo piso de forma apresurada. Vanessa maldijo no poder ver quien era el que había subido y dudó sobre cual era el siguiente paso. Seguir los pasos o tratar de reunirse con los demás en el sótano? La escalera y sus pitidos eran arriesgados, quedarse quieta también.

Maldito Dark, a él también le dibujaría una sonrisa en su gaznate y se bañaría con su sangre.

Dark en teoría debería bajar y Nadia y Gustave deberían estar abajo y hacia arriba sólo había oído unos pasos así que o uno de ellos había muerto o Wallace había subido solo pero entonces ¿dónde estaba el mayordomo?En silencio Vanessa se dirigió hacia el sótano con el cuchillo en la cintura y el rifle en alto por si le aparecía alguien que tuviera que golpear

Vanessa bajo hacia el sotano para encontrar respondida una de sus dudas. el cuerpo del mayordomo estaba tendido en el suelo sobre un charco de sangre, la suya propia. El cuerpo del señor como se llamara estaba cosido a puñaladas. Alguien se habia ensañado con el pero estaba solo, no habia rastro de Wallace, Nadia o Gustave.