-Si vamos mañana por la mañana tendremos más suerte con los resultados, así que vete a casa, que no quiero que tu madre entre por la puerta en forma de basilisco cuando se entere de que has estado aquí. Si sigues preocupado puedes pasarte por la tarde, pero ahora estoy liada con unos asuntos urgentísimos que no puedo demorar y casi se me ha pasado la hora del té.
-De acuerdo. Gracias, señora Van Doren.
El joven esbozó una sonrisa y pareció querer alargar la mano para tocar a la pooka, aunque en el último momento se arrepintió y salió de allí. Cuando Van Doren miró la hora se dio cuenta de que se le hacía tarde. Tenía que encontrarse con Eddie en Nob Hill.
Cuando llegó era la una y cinco. Eddie la esperaba sentado en una de las mesas del fondo. Había gente, pero el ambiente no era asfixiante. Una suave melodía de piano animaba la comida y hasta habían encendido las velas pese a la temprana hora. El redcap se levantó al verla llegar y le separó la silla para que tomase asiento frente a él.
-Hola Eddie -saludó la mujer sin muchas ganas, pues no le gustaba nada tener que llamarle por su nombre mortal. A Van Doren le seguía pareciendo ridícula la forma en la que el redcap se había dejado llevar por la banalidad, aunque también le preocupaba con la misma intensidad. Después de todo habían sido amantes y aquello no se podía olvidar facilmente; no le deseaba mal alguno.
La pooka tomó asiento a una distancia prudencial; después de todo hacía tiempo que solo eran socios.
-Hola, Anne. Estás espléndida. Me gusta cómo te brillan los colmillos con esta luz -dijo el redcap con una sonrisa mientras se sentaba y desenvolvía la servilleta para ponerla sobre sus rodillas-. ¿Había mucho tráfico?
Eddie se inclinó hacia delante. Era un hombre atractivo a pesar de lo extremo de su aspecto. El pelo rojo cortado a la moda contrastaba con su piel cetrina, de un tono parecido al de la leche agria. Sus ojos eran de un gris acerado y solían estar enrojecidos, como si estuviese acatarrado. Lo más llamativo, como siempre en los redcap, era su boca. Eddie sabía hacer muchas cosas con la boca y morder no era la única ni la mejor. Aquí y allá le quedaban las marcas de los piercing que había llevado. Se los había quitado todos cuando entró en el mundo de los negocios en serio. Los únicos que le quedaban estaban bajo la ropa, y Van Doren los conocía bien.
-Me he tomado la molestia de pedirte un gin tonic -comentó señalando el vaso burbujeante frente a ella-. Sabía que no tardarías mucho en llegar.
Lo estaba haciendo otra vez. A Eddie no le gustaba la idea de que Van Doren hubiese encontrado su espacio y se hubiese posicionado a su nivel. Aquellos pequeños detalles eran muestra de control y dominio, el mismo que le gustaba ejercer en la cama.
Van Doren sonrió enseñando esos colmillos que a Eddie tanto parecían gustarle. Pero no lo hizo por sentirse alagada, sino por darse cuenta del despliegue de medios que había hecho Eddie en un momento. Le conocía demasiado bien como para no darse cuenta de que estaba a punto de intentar venderle la moto, de intentar llevársela a la cama, o ambas cosas a la vez.
-Gracias, aunque no es mi favorito -dijo acercando la copa al borde, pero sin moverla de la mesa. Eddie seguía siendo igual de guapo que siempre, y el quitarse los piercings de la cara había sido una muy buena idea, pero a Van Doren no le gustaba nada el camino que había tomado. El redcap hacía mucho que había dejado el mundo feérico y ya no tenía nada que le llamase la atención a la pooka a excepción de su parte del negocio-. ¿Por qué estoy aquí Eddie? Hace mucho tiempo que no nos vemos y me sorprende que hayas llamado tan pronto desde nuestro último encuentro.
-Tengo una propuesta que no podrás rechazar. O, al menos, que no deberías rechazar -dijo Eddie. El camarero se acercó con las cartas y el redcap no tardó en decidirse-. También queria verte fuera de la Casa. Encontrarnos en un sitio tan cargado de energía sexual puede conllevar malentendidos, ¿no crees?
Eddie tomó un sorbo de su bebida y tamborileó sobre la mesa.
-Hablando de energía sexual... Supongo que estarás al corriente de las últimas ordenanzas del ayuntamiento.
Van Doren había oído que se instaba a las saunas y lugares de encuentro gay a que cerrasen los establecimientos. Eddie poseía unas cuantas de esas y lo habían hecho rico.
-Creo que ya no hay lugar para chanchullos... -dijo Van Dorne intentando mantenerse serena frente a los intentos de Eddie por sacar el tema de su viejo romance. No quería resultar borde, pero si debía hacerlo no dudaría un instante en dejarle las cosas claras socio a socio-. Lo se. He tomado medidas al respecto, he hablado con los chicos sobre el tema de la higiene y ahora van a limpiar hasta por dentro de las paredes. El Gobierno de Estados Unidos debe de entender que el contacto físico es menor que el que pueda haber entre los jugadores de un equipo de rugby. Creo que existen menos posibilidades de que nos cierren a nosotros que a alguno de tus parques infantiles.
Esta vez Van Doren si que dio un trago, la boca se le estaba empezando a quedar seca y aquella conversación no había hecho más que empezar.
-Lo tengo todo bajo control, no se mueve ni una mosca dentro de mi casa sin que la vea, si eso es lo que te preocupa.
-No me preocupan las moscas: sé que eres una excelente cazadora. No, no hablaba sobre nuestra criatura -dijo Eddie con una mueca. El camarero les pidió la nota y se fue, momento en que su socio reanudó la conversación-. Me importa más que vayan a cerrar mis locales a golpe de ordenanza. No te imaginas la cantidad de dinero que saco de las saunas. O quizá sí, la belleza no es tu única virtud. La cuestión es que, como puedes imaginar, no quiero perderme la oportunidad de invitarte a sitios como estos de vez en cuando por falta de capital.
Trajeron la comida. Eddie había pedido cordero con salsa de menta y lo atacó con apetito.
-Quiero que evites que me cierren los locales. Ve a ver al concejal de sanidad y convéncelo.
Van Doren por su parte había pedido una chuleta poco hecha con salsa de queso y el olor era mucho más atrayente que las palabras del redcap, así que empezó a comer antes de decir nada.
-Y supongo que quieres que le lleve de paseo y le haga carantoñas -dijo con sorna.
-Hace tiempo que dejaste de ser mi puta. No voy a enviarte a que seas la de otro -respondió Eddie sin inmutarse-. No he pensado nada en particular, la verdad. En materia de persuasión tú me ganas por goleada. Yo soy más partidario de partirle las piernas y, como puedes imaginarte, eso podría enviarme tras las rejas. Y la cárcel no suele sentar bien a los duendes. Soy un redcap, ¿qué le voy a hacer? En cambio, tú eres una pooka. Se te da bien hacer que la gente confíe en ti y baile a tu son. Estoy seguro de que encontrarás la forma de hacerle cambiar de opinión.
-Tampoco podrías enviarme a ser la de otro, la vida ya no funciona así. Si quieres que haga algo vas a tener que darme una prenda a cambio. Si consigo convencer al concejal quiero tu parte del pastel, quiero llevar yo sola el Terciopelo Azul -dijo tajantemente. Hacía tiempo que Eddie le resultaba una carga a la hora de llevar el negocio del BDSM. Para el redcap era una fuente de dinero más, pero para ella era su vida; un santuario donde practicar sus creencias, y las decisiones de Eddie al respecto le parecían que cada vez interferían más en su destino.
-Precisamente ésa iba a ser mi oferta -contestó Eddie-. Ten en cuenta que si no consigues evitar el cierre, antes o después acabarían cerrando el Terciopelo Rojo también. Así funciona. Cuando se aburran de los gays, atacarán al resto de depravados de la ciudad. Hasta que acabe el revuelo por todo este asunto del sida, será mejor asegurarnos de que el negocio siga adelante. Si consigues que se pare el cierre de saunas, mejor si sólo son las mías, te prometo que te daré mi parte del Terciopelo y no tendrás que volver a verme la cara nunca más. ¿Trato hecho?
-Tu y yo sabemos que la segunda cláusula del contrato es poco plausible... Pero trato hecho -Van Doren dejó los cubiertos sobre la mesa y estiró una mano hacia Eddie con intención de cerrar aquella discusión.
-Sé que me echarías de menos -respondió Eddie estrechándole la mano-. Y ahora, cuéntame cómo te van las cosas.
La comida era de calidad y la bebida entraba fácil. Eddie no habría escatimado recursos en hacer pasar a Van Doren una buena mañana. Una vez tratados los negocios, hablar con el redcap no era tan desagradable.
Cuando acabaron de comer y salieron hacia los coches, Eddie acompañó a Van Doren hacia el suyo. El viento frío se enredó en el cabello de la pooka y un cierto rubor cubrió las mejillas de Eddie. Cada día hacía más frío. Eddie le dedicó una sonrisa, aunque sus ojos no le acompañaron. Dejó que abriera el coche y se metió las manos en los bolsillos del abrigo con aire de suficiencia.
-Dime una cosa, y no mientas. ¿Me echas de menos?
Van Doren abrió la puerta del coche y se dio la vuelta para mirar a Eddie a los ojos. Aún agarrada al metal, se quedó un momento escudriñando el rostro de su socio antes de ponerse de puntillas y darle un beso en los labios. Cuando terminó se apartó y le miró con una sonrisa y ojos ladinos.
-No -aquella palabra se trasformó en vaho y rozó la nariz del redcap.
Van Doren se sentó en el asiento del copiloto y cerró la puerta del coche antes de arrancarlo.
Cuando arrancó y sacó el coche de allí, Van Doren vio por el retrovisor que Eddie seguía junto a la acera, manos en los bolsillos y sonriente.
Ganas un punto de Glamour temporal por inspirar un poco a Eddie con el juego de mentira y verdad.
Van Doren: 2 px