La planta siguiente parece completamente desierta. La criatura atraviesa las paredes una tras otra, husmeando alrededor en busca de criaturas vivas. Pero no encuentra nada, salvo un cadáver atravesado por una espada tirado en las escaleras y habitaciones con las puertas destrozadas a golpes: varias son estancias privadas, mientras que otra más grande parece un barracón de tropa. Ninguna luz ilumina esta planta, pero el ser no necesita de luz para percibir a las criaturas que busca torturar. Unos pasos resuenan en la planta superior y comienzan a bajar cautelosamente...
El espectro deambula por todas la sala en busca de sus enemigos, sin prisa, pues el tiempo es eterno para él. Así que desciende por donde se supone que bajaron los que iban con él. Horen ya empieza a olvidar sus nombres, y a veces hasta el suyo propio.
De nuevo el espectro encuentra muerte en la torre. Las figuras de dos guardias y sus ballestas yacen cerca de la puerte sobre sendos charcos de sangre, heridos por saetas mortíferas. La criatura gira trazando círculos mientras atraviesa las paredes de la edificación buscando sobre quién abatirse y descargar su ira. Pasa por unas cocinas dotadas de una despensa llena de víveres, por los que el espectro ya no siente apetito alguno. Un barracón de soldados, un almacén de ropa, unas escaleras de caracol y finalmente, una habitación donde de nuevo encuentra criaturas dotadas de vida: un hombre y una mujer están encerrados en una pequeña habitación. La mujer, sentada en la cama, se frota las manos de manera nerviosa contínuamente y parece escuchar con temor de lo que ocurre fuera. El hombre, armado patétiamente con una escoba, pretende tranquilizarla, quizá haciéndole creer que puede defenderla con el trozo de madera que tiene en las manos. Cuando irrumpe en la habitación, ambos se quedan sin aliento del susto. La mujer trata de gritar pero no lo consigue y, cayendo de rodillas junto a la cama se toca la frente, el hombro izquierdo y luego el derecho en ese orden formando un triángulo con el gesto y juntando las manos comienza a rezar una plegaria. El hombre, también aterrado, da un paso atrás y tropieza con la cama, cae al suelo y retrocede arrastrándose hasta la pared...
El espectro mira a los presentes en la habitación sin ningún atisbo de emoción. Morirán, todos morirán, pero debe cumplir su objetivo primero. ¡Asesinos! ¡Gaaaaabriel! Las palabras son apenas entendibles, como un susurro en una ventisca, pero las dos personas de la sala pueden oír las palabras como si se las hubieran gritado al oído, que permanecerán grabadas a fuego en sus recuerdos. Morirán, pero antes tiene una promesa que cumplir. El espectro sale de la estancia atravesando la pared, y se dirige al piso inferior rápidamente.
El espectro deja a la pareja de asustados aldeanos en su habitación y se mueve a través de las paredes para luego descender a la planta inferior, el sótano. Allí aparece en una mazmorra fría y solitaria, con varias celdas vacías, una de las cuales está abierta y con un manojo de llaves colgando de la cerradura. Cuando sale de allí a una estancia grande iluminada por otra antorcha solitaria, descubre unas escaleras que ascienden al piso superior, un par de criaturas encapuchadas hechas pedazos junto a la pared sur y un grupo heterogéneo de personas que intentan derribar una robusta puerta en la pared este, cosa que el viejo armado con un hacha de mango largo parece a punto de conseguir. El enano que está a su lado sostiene un báculo terminado en una figura de plata en el extremo superior, de la que emana una luz mágica. En la otra mano lleva una enorme maza que sin duda ha recogido de uno los dos cuerpos inertes que yacen inmóviles junto a la pared sur. Los otros tres hombres del grupo van equipados con espadas y escudos, y parecen prestos para el combate. Todos se giran al ver al ser que se presenta ante ellos, y a pesar de que el miedo se dibuja en sus rostros, también lo hace una férrea determinación.
NOTA: Se cierra esta escena y el Espectro pasa a la escena "La vanguardia del ataque".