El fornido humakti renquea de un lado a otro de la habitación mientras el cuerpo de El Que Llora arde cada vez con más fuerza. No tiene prisa... su único, su último objetivo en la vida era acabar con la execrable criatura que habitaba en esta torre. Y ahora, con su fantasma.
Para ello está dispuesto a destruir la edificación hasta los cimientos, lenta, sistemáticamente. No cejará hasta vengar a su familia, a su clan, a los suyos.
Le da una patada a la cabeza de Samaliman para que caiga entre las llamas crepitantes mientras pasa por su lado, casi con desgana, al recoger todo el material combustible que haya en la habitación.
Pero todavía tiene cuidado con los objetos mágicos que han usado en el rito pagano. Busca con la mirada capas, sacos, cuerdas... cualquier cosa que le sirva para intentar salvar el ídolo troll. Si no lo consigue, no le quedará más remedio que aferrar el grimorio, apretarlo contra su pecho herido y salir de la habitación cuando no quede nada más por quemar.
Al fin y al cabo, un contrato es un contrato.
Las llamas ascienden cada vez más altas conforme Groth las alimenta con los muebles y los legajos del mago. Además, algunos de los líquidos y sustancias que la mesa situada más al norte parecen altamente inflamables, pues el fuego se aviva por momentos, cambia de color, y las llamas cambian de color empiezan a soltar humo de distintos colores que poco a poco comienza a llenar la estancia.
Groth no va a ser capaz de coger los pedazos del ídolo de los trolls, ni siquiera podría con ambas manos, cuanto menos con una. Así que se limita a coger como puede el libro mohoso y comienza a subir las estrechas escaleras de caracol.
Arriba, un grito agónico e inhumano, surgido de la ira y la desesperación de algún ser ajeno al plano mundano, desgarra el silencio en el que ha quedado la torre...
Groth llega arriba renqueante y ve la puerta de la torre entreabierta, por la que se cuelan las primeras luces del alba. No hay rastro de los compañeros, que ya deben haberla abandonado hace rato. Sin embargo, sí que está allí la figura traslúcida del fantasma de Samaliman. Se halla postrada, débil y languicediendo, como si estuviera abandonando este plano...
La criatura parece ya incapaz de hacer nada contra nadie, y se lamenta en un pozo de frustración
- ¡NooooOoOOoo!... ¡no es posible!... ¡no puede terminar así todo... no puedo ser derrotado por... estos seres insignificantes!
Entonces repara en Groth, que aparece humeante en la puerta del sótano.
- Tú, un mortal insignificante... ¿cómo es posible?... ¿cómo he podido subestimaros? ¿cómo he sido tan estúpido?
El humakti aparece renqueante, manchado de hollín y con el pesado grimorio sostenido con fuerza contra su pecho malherido con su brazo útil. Al contemplar la aparición translúcida y doliente, no muda el gesto hosco y tose dos veces. El humo empieza a subir por el hueco de la escalera.
- Porque hace mucho tiempo que dejaste de ser humano, asquerosa parodia de vida -gruñe con la voz ronca- Y tras tantos años de jugar con la Muerte, ahora viene a cobrarte con intereses.
Una mueca de desprecio cruza su cara mientras avanza lentamente hacia la criatura. Cuando pasa a su lado le lanza un esputo negro que la atraviesa y deja una enorme mancha en el suelo de piedra tras ella.
- Soy Groth, hijo de Lars, del Clan del Oso Negro, el mismo que destruiste hace más de una década en las colinas de Lankst. He cumplido mi deber con mis antepasados. Espero que te consumas en el infierno más oscuro por toda la Eternidad. Hoy encontrarás la Muerte definitiva, aunque creo que hace muchos años que estás muerto.
No hay más que decir. Ahora solo queda salir a recibir la difusa luz de un nuevo amanecer, de una nueva vida sin venganza.
Groth deja atrás a la patética figura de Samaliman difuminándose y desapareciendo con un lánguido gemido de desesperación. Camina con dificultad por la herida del pecho y sale al exterior, donde las primeras luces del amanecer le reciben. Lleva puesto el casco de Holguer y su brazo izquierdo es un muñón sanguinoliento. Con el derecho aferra el voluminoso grimorio rescatado de la sala del ritual. Sus pulmones exhalan humo con cada espiración. Poco a poco cruza el patio y se dirige a uno de los dos edificios del recinto de la empañizada: Arbar y Vorkadung parecen montar guardia en el que parece un almacén y le saludan con un gesto cuando le ven salir de la torre. Junto a ellos, descansa el cadáver de Argörath.
Cuando llega hasta la puerta del almacén, Arbar y Vorkadung se han vuelto a mirar algo en el interior, así que cuando aparece en el dintel de la puerta, echa un rápido vistazo. Heenshen parece haber terminado de curar con poderosa magia al otro de los enanos heridos: Thorkegar, que parecía al borde de la muerte y ahora está en perfecto estado. Krunk está a su lado con unas vendas en la mano.
Palgrem el granjero y Sokendal el uroxi también están ahí dentro. Sokendal sigue luciendo una fea herida en el pecho, pero un vendaje le ha mejorado lo suficiente para poder incorporarse trabajosamente. Vaerles también está consciente, siendo atendido por uno de los guardias de la torre, que al parecer fue capturado por Heenshen, claramente demostrando su voluntad de colaborar con sus captores sin rencor alguno tras la batalla. Darnor, el granjero que fue herido en las tripas, está recostado contra una de las paredes del almacén, pues no puede andar con el vendaje provisional que alguien le hizo la pasada noche.
Heenshen se levanta al ver a Groth y avanza hacia él: "¡Lo has conseguido, mercenario!. Ya estamos todos entonces. Todo ha terminado."
NOTA: Se cierra esta escena y Groth pasa a la escena "Reunidos tras la batalla" junto con Vorkadung, Krunk, Thorkegar, Arbar, Vaerles, Heenshen, Sokendal, Palgrem, Darnor y el guardia capturado.