Holguer dormía, pero su sueño siempre ha sido ligero como una lluvia otoñal temprana. Oyó de lejos el ruido de cascos acercarse a su choza solitaria en mitad de los Páramos Orientales, a medio camino entre las tierras de los clanes norteños de Delela y la desolada y salvaje región de Karia. Un jinete solitario, se dijo, nada de lo que preocuparse. Además no ocultaba su llegada con pasos sigilosos y acechantes, por lo que probablemente sería un viajero que había visto el humo de su chimenea y quizá buscaba un refugio para la noche. Cuando el viajero bajaba del caballo, Holguer ya había abierto la puerta tras valorar su aspecto por la ventana: un hermano uroxi, se veía a la legua. Notó una rara sensación en el pecho, como un presentimiento, cuando los ojos del guerrero se encontraron con los suyos...
El viejo Holguer asoma por el dintel de la puerta, envuelto tan sólo en la piel de oso con la que se protege del frio de los páramos, pero con el casco puesto, como siempre ha hecho… pues en él reside Sönke, su inseparable Espíritu Aliado. Lleva tantos años en una permanente comunión espiritual con él que no soporta la idea de distanciarse un solo instante. Es una extensión de su propio ser.
- Se bienvenido a mi humilde morada, hermano uroxi, como todo viajero que llegue en plena noche con la buena fe por delante – saluda con la fórmula tradicional – Te ofrezco abrigo y refugio. Comparte conmigo el agua y la sal. Te recibo en paz y marcharás en paz, mientras respetes las viejas tradiciones de la hospitalidad.
Ríe un poco entre dientes, pensando en el efecto que tendrían las palabras en su interlocutor si este no fuera un montañés. Pero se trata de un uroxi, no le cabe duda. Uno de los nuestros. Alguien que sin duda entiende la mentalidad de las gentes agrestes de estas tierras salvajes y duras. Si no le dispensas el saludo adecuado al recién llegado, haría bien en sospechar que piensas acuchillarle al alba para robarle su caballo. Y la culpa sería solo suya, por confiarse. Son cosas que la gente debería saber…
Pero ahora que ya ha cumplido con las formalidades, no tiene sentido perder el tiempo.
- ¿Qué te trae ante mi puerta, hermano? – pregunta yendo directo al grano, como tiene por costumbre – Porque intuyo que no estás aquí por simple azar en tu camino…
El guerrero se baja del caballo y echa un rápido vistazo a la morada del viejo, con el gesto valorativo, al tiempo que da unas vueltas descuidadas a las riendas del caballo sobre el tronco de la valla. Mientras camina los pocos pasos que le separan del venerable berserker sagrado al que ha ido a visitar, formula la respuesta a la invitación.
- Acepto el agua y la sal que conmigo compartes, te brindo respeto y honraré el techo bajo el que me cobijas.
Luego, llegado ya a la altura de su interlocutor, se estrechan los antebrazos con fuerza como saludo y se palmean el hombro con la otra mano. Comprueba que el viejo es algo más bajo que él y está delgado pero fibroso. Sin duda su brazo fue más poderoso en otro tiempo, pero aún se le nota fuerte. Agacha la cabeza para pasar por el dintel de la puerta y asiente satisfecho ante la construcción sencilla pero tradicional en la que el khan se cobija en soledad. Observa un hacha de mango largo apoyada en una pared y el fuego arranca brillos de su filo, prueba de que el viejo guerrero no descuida sus herramientas. Se quita las pieles con las que se protege del frío, deja sus hachas de batalla gemelas sobre ellas y se sienta con las piernas cruzadas en el lugar que el viejo le ofrece junto al fuego.
- Eres Holguer, al que llaman el Viejo -afirmó, en lugar de preguntar, dando pistas así de su carácter directo. Soy Sokendal, hijo de Laerber de los Melenamarrón de Lansk, al oeste, al otro lado del lago Guredo. Me uní a los hermanos muy joven y en mi sagrada batalla contra El Enemigo he recorrido Ralios de oeste a este hasta asentarme cerca de aquí, hace pocos años. Hoy he venido en tu busca, porque necesito consejo y ayuda. Y si en lugar de agua, bebemos el vino de mi bota, mi relato seguramente será más ameno -termina mientras se descuelga el pellejo de cabra que lleva en bandolera exhibiendo una sonrisa lobuna, poco simpática, pero de camaradería entre hermanos.
La simple mención del Enemigo hace que el gesto del viejo se endurezca por un breve instante, mientras un brillo muy peculiar asoma fugazmente en su mirada. El odio es muy fuerte todavía. Nunca se apaga. Por mucho tiempo que pase y por más sangre que haya derramado, esa sed no puede saciarse… le ha acompañado toda su vida y sabe que se lo llevará a la tumba.
Pero enseguida desaparece toda manifestación visible de ese fuego interno que le consume. Todo se borra en un momento para volver a plasmar una expresión neutra en su curtido y avejentado rostro, adoptando un aire más relajado, bien que calculador e inquisitivo.
Y por supuesto se interesa…
- Trae aquí ese pellejo entonces – le espeta devolviendo la sonrisa cómplice – Y empieza con el relato, mientras comemos algo de carne adobada de un venado que cacé hace tres días, ya debe estar en el punto preciso de maceración…
El vino riega las gargantas y la sabrosa carne en adobo calienta el estómago. El curtido guerrero, lejos de dar rodeos, sigue fiel a su estilo directo.
- Creo que me he topado con algo que no sé si podré manejar solo, venerable hermano Holmar. Desde hace unos años suelo pasar algunas estaciones en Karia, al norte. Una tierra dura de cojones que, por lo que sé, solo desde hace una o dos décadas está siendo de nuevo poblada por colonos procedentes de Delela. La mayoría es gente que no tiene nada que perder, porque lo ha perdido todo, y se marcha allí a probar suerte.
Echa un largo trago de la bota de vino, que maneja con evidente soltura, antes de continuar.
- Y allí quedan monstruosidades todavía... de los tiempos de Nysalor, según dicen. De vez en cuando llegan hasta aquí... ya sabes: algún pulpandante, alguna partida de broos, algún caracol-dragón. Como bien sabes, los hermanos asentados en las fronteras de Delela se encargan de ellos antes de que traspasen las piedras de la tula de este o aquél clan. ¡Carajo, tú mismo habrás dado cuenta de algunos! -concluye con un gesto de reconocimiento. Pero aquellas gentes del norte... yo fui directamente allí a ver cómo se las apañaban los colonos que veía partir, y no te engaño, a ganarme la vida allí con la fuerza de mi brazo, el filo de mi hacha y el favor de Urox, que supuse que haría mucha falta. Y sí, merodean por allí engendros de diverso pelaje, pero menos de los que los asustaviejas del sur cuentan. Y lo cierto es que los colonos se las apañan... o al menos los que aguantan el primer invierno, porque allí no hay sitio para los débiles. Llevo tres años pasando dos o tres estaciones allí y luego bajando al sur, para que no se me olvide como es el calor de la entrepierna de una mujer de verdad o el sabor de los buenos licores. Apenas pasa por allí una caravana al año al final de la estación del fuego a abastecerlos de lo que allí no pueden fabricar, y suelo aprovechar para venirme con ellos y pasar el invierno aquí abajo. Pero luego, tras el día grande de Urox, termino volviendo.
Se queda mirando el fuego, como buscando alguna razón para lo de esa última frase.
- El año pasado al volver me encontré con que llegó gente nueva por allí. Gente civilizada. Me contaron que llegaron con carromatos, sirvientes, escoltas. Alguien procedente de algún ducado o condado, una probable víctima de sus politiqueos sin sentido que se exilia forzosamente. O eso contaban. Curiosamente, los colonos estaban contentos, a pesar del olor a meldek -escupe al fuego, que sisea con el salivazo. No menos de veinte hombres de armas traían. Un pequeño ejército, una protección seria. Las cosas mejorarían con semejante protector en la zona, así que supongo que eso ayudó a suavizar bastante su rechazo natural. Samaliman el Compasivo se hace llamar. Y lo cierto es que para cuando yo llegué a final del año, sus jinetes ya habían dado cuenta de un trío de broos salvajes que merodeaban las granjas situadas más al este -un apunte de rencor se evidencia en su tono. Y los trabajos de reconstrucción de una vieja torre en las montañas occidentales estaban muy avanzadas, gracias a la entusiasta colaboración de muchos colonos agradecidos. Ya era habitable cuando yo llegué, y él y su séquito ya estaban instalados. Pero a mi no me olía bien todo aquello.
Mira de lado a Holmar con una mueca que pretende ser una sonrisa, pero le hace parecer más bien un lobo enseñando los dientes.
- El tal Samaliman llegó a un acuerdo con los colonos: ellos lo mantenían con lo imprescindible y él les proporcionaba protección. No lo llamó tributo, manutención fué la palabra. Al principio solo era eso. Luego, algunos colonos recurrieron a él para asuntos de disputas en lugar de reunirse en consejo como manda la tradición. Un día se ofreció en persona a curar a un enfermo, víctima de una insidiosa trampa dejada por Malia y sus secuaces. Le llevaron a su torre al muchacho en unas parihuelas y a los dos días salía andando por su propio pie -de nuevo el rencor sale a flote en su tono. La falta de unidad, el no ser un clan, ha sido el punto débil que ese astuto meldek ha usado para hacerse con ellos poco a poco. Están alejados de los dioses, por que tan solo un acólito itinerante pasa por allí en el día sagrado para ordenar las ceremonias anuales y luego se marcha. No disponen de las bendicions de Ernalda ni de Chalana. Pero lo peor no es que se esté ganando a las gentes y las aleje de sus costumbres ancestrales...
Ahora mira a Holmar directamente a los ojos, y este los ve ardientes, coléricos, como los de un guerrero llevado por la furia en combate.
- Empezaron a llevarle a los enfermos con cierta regularidad. Y a todos los curaba. Al menos al principio -se inclina hacia adelante, como si alguien pudiera oirle. Pero en las últimas dos estaciones han muerto dos enfermos. Ancianos, los dos; cosa normal, podría decirse. Casi todos lo creyeron así. Pero entonces enfermó otro -asiente despacio, como si eso confirmara alguna sospecha- y murió. Otro anciano, claro. Conocía a su hijo, Palgrem, les había liberado de más de una plaga. El cuerpo envuelto en el sudario, estaba dispuesto para el funeral. La pira sobre la colina lista. Así que antes de que lo llevaran en procesión me las ingenié para echarle un vistazo al cuerpo... ¡por la polla del Toro, estaba consumido! La enfermedad no había hecho eso, por mucho que me intentaran convencer -parece alterado, como si el recuerdo de lo que contempló le turbara, a él, un uroxi curtudo. Por los dioses que no.
Se detiene un momento, recuperando la serenidad.
- A partir de ahí estuve vigilando sus movimientos. Me acerqué a su torre, a ver si podía verle en persona. Pero siempre estaba ocupado, nunca podía recibirme. Todo se trata siempre mediante sus intermediarios, cinco o seis lugartenientes que también apestan a meldek. Ellos coordinan la recogida de las donaciones estacionales de los colonos, tramitan las peticiones o salen y entran con jinetes de escolta en viajes que les llevan semanas. No logré sacar nada en claro con lo que convencer a los colonos de que Samaliman no es lo que aparenta... pero hace varias semanas ocurrió algo.
Se echa hacia atrás con gesto satisfecho, como si lo que fuera a decir fuera una prueba concluyente.
- Iba yo de nuevo a la torre, para tratar de verme con el tipo con la enésima excusa, y coincidí con la partida de varios de sus secuaces. Tenían preparadas tres carretas y una docena de jinetes se preparaban ya sobre sus monturas. Subidos al pescante de las carretas junto a sus secretarios había hombres encapuchados, y no solo eso, cubiertos de vendas hasta las manos. Personajes extraños cuando menos. Criaturas antinaturales que interesa mantener ocultas de miradas curiosas, sospecho. Traté de acercarme y los jinetes me alejaron con malas maneras. A esas alturas yo ya era una mosca cojonera para ellos que no paraba de incordiarles. Y cuando me di media vuelta dispuesto a marcharme, lo sentí. Noté un escalofrío y el vello de todo mi ser se puso tieso como púas de puerco espín. Mi corazón palpitaba a toda velocidad, como si estuviera batiéndome con el Enemigo. Me giré y miré hacia arriba, de forma instintiva. Y allí arriba, en la oscuridad de un ventanal, noté una presencia que me observaba.
Baja la vista, como si se avergonzara de lo que sigue.
- Piqué espuelas y me alejé de allí al galope, con la sensación de que en cualquier momento uno de sus hechizos de meldek fuera a levantarme de la silla, a partirme en dos o hacerme reventar la cabeza. Pero no ocurrió nada. Llegué a la granja de Palgrem presa de una excitación que asustó a todos. Le conté lo sucedido cuando me calmé, varias jarras de aguardiente más tarde. Palgrem me cree, es un orlanthi decente y fiel a las costumbres. Llevó a su padre al meldek solo por desesperación, y con cierta vergüenza. Algunos colonos más también tienen sus sospechas y sus recelos, pero la mayoría están seducidos por los recién llegados y las ventajas aparentes que proporciona su presencia. No he podido convencerles con estos argumentos. Ahora con la distancia, incluso yo me pregunto si lo que sentí al pie de la torre no fue el aviso de Urox de que el Enemigo estaba cerca, sino solo un simple escalofrío provocado por un espíritu que pasaba cerca. Necesito de tu experiencia, venerable hermano. Necesito que tú vengas y lo veas con tus ojos expertos y sabios, y si es preciso actúes. Me tendrás a tu lado dispuesto a dar la vida. El momento es ahora, cuando varios de ellos han partido. Con suerte, llegaremos antes de que vuelvan y serán menos los enemigos a enfrentar.
Ahora mira al anciano mientras le pasa de nuevo el pellejo de vino, intentando penetrar en su mirada, intentando comprobar qué efecto ha hecho el relato en él. Si está en lo cierto, no se trata de acabar con una banda de broos o un monstruo descerebrado que siembra el terror aleatoriamente por donde pasa, sino un mal taimado y peligroso que acecha a toda una comunidad en secreto, ocultando sus malignas intenciones hasta estar listo para actuar abiertamente y sin máscaras.
Cuando su huésped termina de relatar su larga historia, el viejo Holguer permanece largo rato sin decir ni media palabra, masticando lentamente la carne adobada y dando de vez en cuando pequeños tragos del pellejo de cabra, hasta que se acaba el vino.
Cualquier hombre civilizado hubiera pensado que ha prestado escasa atención a cuanto le han narrado, pero un verdadero montañés sabe perfectamente que sólo los necios se abalanzan a opinar, perdiéndose en su propia palabrería, sin haber meditado bien lo que deberían pensar sobre un tema concreto. Y en este en particular, hay muchos datos a ponderar.
Desde luego Sokendal ha hecho muy bien en acudir en busca de ayuda, en lugar de intentar afrontar en solitario un peligro semejante. Ha demostrado inteligencia y prudencia, sin dejarse llevar por la sed de gloria personal. Eso es bueno. Incluso cuando lograse levantar a los colonos en armas para que le respaldasen, y eso es mucho decir viendo cómo parecen estar las cosas por allí, serían una fuerza muy inferior a un grupo con experiencia militar y bien organizado, ocupando una posición fortificada.
Y encima contando con que son meldek… mal asunto, muy malo… esa gente piensa, razona y se comporta de una forma que no es natural, nunca puedes estar seguro de nada con ellos, salvo de que jamás van a escoger el camino honorable para hacer las cosas.
Pero sin embargo tienen que hacerse. Por muy complicadas que se pongan. Tal vez esta sea su última misión entonces, aquella que está esperando para abandonar dignamente este mundo, en el que ya lleva demasiado tiempo. A Holguer “el viejo” no se le escapa que su epíteto, aparentemente respetuoso, encierra un matiz envenenado, pues todo el mundo comparte la opinión de que un berserker uroxi debe morir en combate, enfrentándose al Enemigo. Y por consiguiente, miran con una disimulada suspicacia a quien parece haber alcanzado una longevidad excesiva para ese canon de comportamiento. Si ha llegado vivo hasta esa edad, será que no ha mostrado tanta bravura como los que le han precedido en el camino hacia el Otro Mundo…
Por supuesto nadie tiene valor de decirlo a la cara, de cuestionar su valentía o su entrega. Pues quieren seguir vivos. No le importaría si fuera un noble Thane o una tierna doncella, quien le insultase de ese modo desataría ineludiblemente su furia asesina, esa que sólo cede cuando el guerrero sagrado cae muerto o absolutamente agotado, bañado en la sangre de cuantos le rodeaban. Y desde luego nadie podrá en tela de juicio su fanático odio al Enemigo, de hecho más de una vez le han echado en cara que se deja llevar por su sed de venganza, empujando a otros a hacer locuras para seguirle. Así murieron aquellos valientes muchachos de su clan, y sus madres aun no le han perdonado por ello. Sabe que nunca lo harán. Por eso vive aquí en solitario, para no cruzarse con sus familiares y tener que soportar esas miradas, culpándole por haber vuelto con vida mientras hombres más jóvenes y vigorosos habían caído. Aunque Holguer sabe que hizo lo correcto, cumplió con su deber erradicando todo rastro del Enemigo, a cualquier precio, sin compasión ni piedad, a sangre y fuego, hasta el fin del mundo si fuera preciso… Porque lo que debe hacerse, tiene que hacerse. Y punto.
Así que cuando finalmente habla, solo unas pocas frases salen de sus cuarteados labios:
- Ahora duerme, amigo Sokendal - dice mientras le tiende la piel de oso con la que se cubría y quedando desnudo, mostrando un cuerpo enjuto y arrugado pero duro como una raíz de roble - Descansa unas horas. Cuando rompa el alba nos pondremos en marcha. Nos espera un largo camino.
Entonces sale al exterior y se empieza a frotar vigorosamente con la nieve para lavarse... tiene muchos preparativos que hacer y poco tiempo para ello.
Los dos hombres pasan la fría noche descansando. Al amanecer les espera un duro camino de no menos de seis jornadas hacia el norte, hasta llegar a la región conocida como Karia, lugar donde algunos colonos se han estado asentando desde hace solo unos lustros, disputando el territorio a bestias salvajes y engendros del Caos.
Los otros grupos ya han tenido suficiente tiempo de ponerse al día y están casi todos a punto. Si hay que hacer alguna puntualización, hazla en la siguiente entrada y luego cierro la escena.