Partida Rol por web

Los orgullosos ejercitos de Dorne se han reunido en Sepulcro del Rey bajo el mando de Quentyn Martell, la mano del rey, y su hermana Arianne, la bella y fiera mujer que dirige la casa Martell desde Lanza del Sol.

Pero los honorables caballeros y leales soldados no están solos. En la parte más exterior de los más de 8000 efectivos que componen el ejercito de Dorne se encuentran los mercenarios, los hombres libres, los caballeros y soldados sin honor, los bandidos y demás escoria. Aunque llevan poco más de tres días en las afueras de la ciudad su campamento ya parece un vertedero, lleno de desperdicios. Sólo la constante presencia de patrullas impide las peleas, apuñalamientos y otro tipo de actividades ilícitas.

En ese caos un hombre se mueve con naturalidad.

Un hombre solitario descansaba alejado de las luces de las hogueras con la espalda apoyada contra un escudo. Su pequeño ojo oscuro observaba todo lo que ocurría a su alrededor como si estuviera contemplando un espectáculo memorable. Bebía pequeños sorbos de un pellejo de vino por costumbre más que por vicio y su mente, siempre inquieta, planeaba, maquinaba... E imaginaba. 

Un salvaje sin miedo a la muerte o al dolor. Un hombre sin nada que perder y, aparentemente, sin nada que ganar. Un ser malvado y sin escrúpulos que, sin que nadie pudiera saberlo, conocía bien el juego de tronos. Y se movía en él con una facilidad verdaderamente siniestra. 

Le llamaban, sencillamente, 'el tuerto', y la mayoría de los bandidos y mercenarios que por cuestiones fortuitas se habían convertido en sus compañeros le evitaban como si fuera la peste. Había algo en él verdaderamente inquietante que ponía nerviosos a quienes eran lo bastante osados como para compartir su compañía. Pero tampoco le importaba. Muy al contrario, parecía divertirle. 

Se consideraba a sí mismo un artista; un actor sumergido en una constante representación... Y si sus cálculos eran ciertos, muy pronto volvería a verse inmerso en 'el juego'. O, como lo llamaba él para sus adentros, 'la danza'. Desembarco del Rey, a buen seguro, estaba revuelto como un avispero. Los bandos estarían ya hechos y las luchas de poder comenzando... Y a buen seguro alguien se acercaría a intentar dialogar con Lord Mantell. ¿Cómo podía perderse aquello? Era contrario a su naturaleza misma. 

Se puso en pie y echó un último trago al pellejo, que se anudó al cinto. Limpió los labios con el antebrazo y se puso a caminar, entre las sombras danzantes que proyectaban los fuegos como si fuera una más de ellas en dirección al campamento principal. O, al menos, a algún lugar donde pudiera observar la llegada de emisarios de Desembarco del Rey. 

Mientras recorres las zonas más "civilizadas" del campamento escuchas como los soldados y caballeros se preparan para viajar a Desembarco del Rey en el amanecer del día que se avecina.

Por lo que puedes escuchar de los grupos de guerreros, los cuales no parecen intimidados por tu presencia, Lord Quentyn se ha reunido con su hermana, con otros grandes nobles y con los mejores caballeros del reino en una carpa impresionante con espacio para más de doscientas personas. Escuchas que en dicho lugar al que te diriges están celebrando ya la coronación del principe de Dorne como rey de todo Poniente.
Sin embargo también escuchas que la entrada es restringida y que indeseables como tu no son bien recibidos en tal noble lugar.

Probablemente la muerte de Lord Martell generaría unas consecuencias completamente imprevisibles para Poniente. La sola idea embraveció y removió las entrañas de Nightingale. Pero, por supuesto, no iba a ser tan estúpido como para intentar asesinar a la Mano del Rey y futuro monarca. Al menos no abiertamente y sin posibilidad de salir ileso. Además, de cualquier forma Quentyn ya parecía sospechar que alguien podía intentar atentar contra su vida. O, al menos, que su coronación no iba a ser muy bien vistas por todos. De lo contrario, ¿por qué se había hecho con más de ocho millares de hombres para marchar hacia Desembarco del Rey?

Desde donde estaba, miró la carpa con su único ojo y esbozó una leve y extraña sonrisa. A continuación continuó su errático paseo entre la soldadesca con total naturalidad. Por supuesto no tenía intención de detenerse a hablar con nadie, pero sí le resultaba interesante detenerse a escuchar cuantos rumores y habladurías tuvieran lugar entre los distintos grupúsculos. Uno nunca sabía cuándo podía conseguir algo de información jugosa de pasada... 

Te llama la atención un conjunto de guerreros y guardias de Dorne que revolotean alrededor de un grupo de dos docenas de mercenarios. Los guardias parecen nerviosos, observan en pequeños grupos a los guerreros sin mirarlos durante mucho tiempo, como si trataran de evitar molestarlos.

En el medio del grupo los bárbaros y criminales mantienen relaciones con prostitutas sin ninguna muestra de pudor, manteniendo partes de armadura en sus cuerpos y sus afiladas armas al alcance.

La situación parece irse de las manos cuando uno de los mercenarios agarra a una de las mujeres mientras la monta y comienza a ahogarla con su brazo. Un par de guardias dan algunos pasos pero enseguida son detenidos por sus compañeros que se mantienen quietos.

Nadie hace nada mientras la mujer trata de gritar y de coger aire.

Nightingale asistió a aquella dantesca escena con una absoluta falta de empatía, indolente. Es más, no le fue extraña o sorprendente aquella muestra de salvajismo para con una ramera. Lo que le llamó la atención fue el respeto con el que aquellos soldados, supuestos guardias encargados de preservar el orden del campamento, no movieran un dedo para hacer tal cosa. 

¿Acaso tenían miedo de un simple grupo de salvajes? Muy interesante. Quizá eran en exceso peligrosos y por ello muy temidos entre las filas de Martell. ¿Qué pasaría si...? 

Harland sonrió con malicia. Su único ojo brilló, su mano acarició el mango del hacha... Comenzó a caminar tranquilamente hacia alguno de los braseros que iluminaban el campamento. Se aseguró de que nadie le veía y lo volcó, de una patada, sobre una tienda, que comenzó a rodear con naturalidad para surgir por el otro lado de la misma. Al salir continuó caminando hacia el salvaje que acometía la violación... 

Mientras todos los presentes observaban la grotesca escena ya fuera con repugnancia o admiración, según cada caso, te mueves tranquilamente por entre las tiendas y, cuando estás al lado de un brasero, miras a tu alrededor buscando posibles ojos fijos en tus actos.

Por suerte todos están absortos con el conflicto y nadie te presta ninguna atención. El brasero caé con un fuerte golpe pero las voces que rodean al campamento ocultan tus acciones. Sales por el otro lado de la tienda con tranquilidad y comienzas a andar hacia el mercenario.

¡Fuego! ¡Fuego! -escuchas gritar a algunos guardias. Pronto la situación se vuelve caótica, los guardias parecen haber perdido su miedo a los mercenarios y corren cerca de estos para tratar de apagar el fuego. La mayoría de los mercenarios, a su vez, han dejado las mujeres y se han acercado al fuego, con las manos en las armas.

Sólo el hombre que viola a la mujer y otros pocos mercenarios continuan absortos en sus propias tareas, sin prestar atención al incendio que has provocado.

La sonrisa de Harland se ensanchó un poco más. Su cuerpo temblaba. No necesitaba ver el fuego directamente, sentía los efectos de sus actos... Toda la atención en las llamas, las miradas alejadas de él... Era en esos momentos cuando verdaderamente sentía la grandeza de la creación. 

El hacha salió de su funda y el mango de madera se deslizó entre sus dedos con suavidad. Al menos a él se lo pareció así. Lo cierto era que Harland no era un sádico, propiamente dicho. Llevaba segando vidas desde hacía tanto tiempo que lo había olvidado, pero no era el acto en sí lo que le agradaba... Sino las consecuencias. Y matar a un mercenario de un grupo al que todos parecían temer... Bueno, podía tener unas consecuencias francamente dignas de contemplar. 

Sus pasos, rápidos aunque tranquilos, por fin le pusieron tras el violador. No dudó ni un solo instante. Asió el cabello del hombre, tiró con fuerza de él y al mismo tiempo descargó su golpe más furioso sobre un lado del cuello del bastardo. No le hacía falta cortar la cabeza... Sabía que con un primer golpe aquél hombre se desangraría sin remedio y tampoco podría proferir grito alguno. 

El golpe de tu hacha se clava profundamente en el cuello del gigantesco mercenario, provocando que la sangre salga a borbotones del musculoso cuello, manchando el filo del hacha y salpicando con gotas rojas tu cuerpo.

La mujer, sintiendo que la presión disminuye, logra separarse de su agresor que aún se mantiene en pie. La prostituta corre, perdiendose de tu vista antes de que el mercenario se desplome en el suelo aún con tu arma clavada, sin vida.

Uno de sus compañeros se levanta cuando el cuerpo de su compañero cae, advirtiendo tu presencia y lo que has hecho.

Maldito cerdo, te despellejaré aqui mismo y me haré un traje con tu piel -grita el hombre levantándose y llevando su mano a la espalda para desenvainar, acercándose para atacarte.

Algunos de sus compañeros parecen percatarse de la situación y centran su atención en el combate o se levantan para acercarse.

Harland alzó las cejas y esbozó una sonrisa divertida. Sacó el hacha del cuello de aquél hombre y al mismo tiempo sacó de nuevo el pellejo de vino de su cinto, pero no bebió todavía. Tan solo lo destapó. En situaciones como esas habría preferido algo más fuerte... Algo como una vodka. Mas a falta de pan... 

-Así que sabes hablar -dijo, jocoso. Tenía la voz rasgada y grave... Resultaba de lo más incómoda al oído-. Buen perro...

Ahora sí se llevó el pellejo a los labios, pero no tragó el vino; lo mantuvo en la boca. No había ninguna necesidad de ello, pero había decidido que iba a matar a aquél mercenario. Después ya se marcharía corriendo o se inventaría algo que le salvara el cuello.

Dio un par de zancadas hacia el mercenario que acababa de levantarse y escupió todo el vino que guardaba en la boca sobre su cara, procurando castigar los ojos. Lo siguiente fue descargar un golpe vertical del hacha sobre el centro de su cráneo. Empezó a tensar las piernas... Iba a tener que ser rápido, pero la excitación del momento iba a darle alas. 

Cegado momentaneamente por el vino el mercenario sólo es capaz de retroceder un par de pasos, acción que más que salvarle lo condena.

Tu hacha roza su craneo sin llegar a clavarse en él, rozando su cuero cabelludo. Pero la trayectoría del hacha no se detiene y acaba clavándose profundamente en la cara del hombre, partiendola literalmente en dos partes desiguales.

Al menos tres de sus compañeros desenfundan sus armas y se lanzan a por ti rugiendo gritos de guerra. Gracias a los dioses o por designios del azar su carga se ve interrumpida por los ataques de soldados y caballeros de Dorne.

Los guardias se lanzan al combate contra tus enemigos, ya sea por la distracción que has ocasionado, por el riesgo de perder la vida de un mercenario tan valioso como tu o por la masiva llegada de guardias que han acudido a pagar el fuego. Los guardias, envalentonados, hieren a sus enemigos con sus espadas y hachas, los derriban con sus escudos o los eliminan con sus ballestas.

En medio de esa batalla te encuentras tu, con el hacha aún clavada en el rostro de tu enemigo y con el pellejo de vino en la otra mano, sin ningún enemigo que te desafie.

El extraño ser que era Harland reía para sus adentros con regocijo mientras observaba el resultado de sus imprevisibles acciones. Lo cierto era que no se le había ocurrido la posibilidad de que llegaran más guardias con el incendio... Pero así solía ocurrir siempre: él actuaba y el universo le permitía salir siempre ileso... O casi.

Si existían los dioses, en verdad debían divertirse con sus actos, pues durante más de treinta años le habían sido favorables. Sólo le habían exigido como pago un ojo, pero no era gran cosa comparado con toda la diversión que había conseguido. 

Extrajo el hacha de un tirón y la limpió en el pecho del difunto, tras lo que comenzó a dar pasos hacia atrás hasta perderse de nuevo entre las tiendas, alejándose del tumulto. Los sonidos de lucha que iba dejando atrás eran música para sus oídos; el olor a tela quemada de la tienda era para él tan delicioso como el aroma de una flor... Había sido una buena noche, y Harland sólo tenía ganas de reír a mandíbula batiente. 

Echó otro trago de vino. Buena noche... Buen lugar, aquél campamento... 

Una sombra te aborda desde un lateral, sorprendiéndote. Es un guerrero, un guardia, con la insignia de la casa Martell en su pecho -He visto lo que has hecho, como te has jugado la vida para evitar esa violación, como has luchado usando tu ingenio y tu destreza. Estoy seguro de que mi superior podrá darte un cargo más acorde con tus dones y cualiades -te dice indicándote que le sigas.

Si algo le molestó fue saber que alguien había visto lo que había hecho. Aunque sólo fuera un poco, le pareció terriblemente molesto. Por lo demás, su rostro permaneció impasible e incluso asintió con total seriedad a la propuesta de aquél soldado; pero por dentro reía sin parar. ¿Preocupado por una violación? ¡La violación era lo de menos! Lo que había llamado la atención de Harland fue el miedo de los soldados para con ese grupo de mercenarios... Que el bárbaro violador hubiera sido escogido para morir obedecía únicamente a que era el que más estaba destacando en ese momento. 

Sin embargo, ¿cómo negarse a un posible ascenso? Eso le ponía más cerca de Lord Martell y, por tanto, le permitía un mayor margen de maniobra. ¿Cómo podía imaginar que por asesinar a un par de perros iba a ser 'ascendido'? A lo sumo habría esperado gratitud por parte de la ramera, lo que le habría sido beneficioso: información de primera mano y un polvo cada noche. Pero aquello era mucho mejor sin duda alguna.

-Sólo cumplía con mi deber... -dijo, escueto. Más bien mintió. 

Con todo Harland, desconfiado con naturaleza, siguió al guardia ojo avizor y con la mano sobre el mango de su hacha. Nunca se sabía cuándo a uno le estaban tendiendo una trampa...