Los jugadores representarán a los miembros de una corte, que ante el desarrollo de una fatal epidemia, decide encerrarse junto a su soberano en una de sus fortificaciones. Los personajes deciden olvidar la muerte y la enfermedad, acogiéndose a la seguridad que les ofrece su Príncipe. Placeres, manjares y divertimentos de toda índole se despliegan para su disfrute y deleite mientras al otro lado de las murallas el pueblo desfallece.
La nobleza de su sangre o su lealtad hacia el Príncipe Próspero han procurado que no deban sufrir el azote de la Muerte Roja, que jamás les alcanzará en el lugar en el que se encuentran.
Mas, ¿no es jamás una palabra demasiado absoluta? La Muerte es quizá tan vieja como el Diablo. Y si el Diablo por viejo es sabio, ¿no lo será por igual la Muerte?
La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en muy poco tiempo.
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a los caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada.
Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.
Partida a la que, por el momento, se accede mediante invitación.