El juego de cartas avanzaba sin contratiempos. Las bazas cambiaban de manos con facilidad haciendo el juego muy entretenido. Al parecer la diosa de la fortuna no quiere apoyar causa alguna en esta justa.
El pedido de ingresar del señor Roderigo me llama la atención, no pensaba que las cartas llamaran a un hombre como él. Estoy por darle una negativa debido a la necesidad de pareja de este entretenimiento cuando noto al bastardo Enzo mirándonos. Acabándose una de las bazas sonrío. -Perfecto mis señores Roderigo y Enzo se encargarán de ser la tercera pareja en disputa.- Le reparto cartas. –Deberíamos comenzar a apostar algo para hacerlo más emocionante.-
No obstante no alcanzamos a jugar ni una sola baza ya que un iracundo torbellino de acontecimientos nos atrapa. Por un lado caen tanto el pirata como el príncipe y todos corren asustando por las convulsiones de ambos. No soy un hombre particularmente valiente con lo que corro cual mujer tras el resto. –Esperadme-
De repente nos hallábamos en otra sala que no conocía. Este castillo tiene secretos entre los secretos. Poco a poco todos van llegando haciendo que mi corazón se tranquilice y disminuye su correr. Ya que el galope que lleva me puede conducir a la tumba antes que me alcance el demonio con su enfermedad.
Maldita suerte la que tenemos, somos actores de reparto en una obra inconclusa. Lo que significa que somos descartables y la verdad es que no quiero morir y menos regurgitando mi propio humor. Pensaba molesto y asustado, sin saber que hacer.
En medio de mis cavilaciones veo caer a Fioona la cual rápidamente se incorpora y apenada se disculpa. Petrificado entre las palabras de la muerte y las disculpas de la noble, no alcanzo a decir nada y esta cae al suelo desmayada.
Podar las hierbas, plantar mi semilla. ¿Qué podría ser lo que dijera este espectro. ¿Acaso entre nosotros hay quienes pueden enfermarnos como indica el señor Guisseppe? Meto las manos a los bolsillos y saco unos florines de oro. Con esto podría ir a la posada y comprar vino y algunas mujeres para pasar la noche. Estúpida fiesta y estúpido yo de aceptar venir.
Me agacho a ver cómo está Fionna en las buenas manos de Salvatore y Patricia. La niña no necesita más consuelo que el que pueda hallar en ellos pero sus palabras me interesan y mucho. Después de todo no soy útil en forma alguna en este momento. Pero si salgo con vida escribiré esta historia y se presentara en las cortes de toda europa.
-Mi señora Fionna. Es un alivio verla mejor.- Miraba su mano pero no podía entender a qué se refería. Tomo la copa de vino que diligentemente no deje caer en medio de la carrera y se la acerco. -No es agua pero puede ayudarla a calmar la sed por el momento.-
Espero pacientemente que hablen y entonces le pregunto directamente. –Mi señora Fionna, ¿os importaría relatarme lo que habéis visto?- Mi historia necesita todos los detalles.
Observo a mi hermana con preocupación pero aliviada de que ya esté bien, o al menos tan bien como parece estar. Miro a quiénes están a mi alrededor, agradeciendo que tanta gente se haya preocupado por mi hermana. Al menos parece que no tiene síntomas de la Muerte Roja, pero el corte...
- ¿Quieres decir que la Muerte te ha estado...haciendo daño en el plano de Morfeo? ¿Por qué? ¿Qué fue lo que te dijo? -le facilito la copa que Fausto gentilmente le ofrece a mi hermana- Quizás tenga razón y te siente bien para paliar los nervios.
Ayudo a mi hermana a quedar en posición sentada para que pueda beber con facilidad. No soy la única que está interesada en lo que ha vivido la pequeña Fionna, pero tampoco quiero nublar su mente con montañas de preguntas.
- No me des más sustos de éste tipo, cariño... -casi murmuro en un tono de voz cargado de preocupación y miedo. El miedo es la única verdad que de momento estamos conociendo.
Fionna aún intentaba asimilar lo que había visto y ver que tanta gente se acercaba a ella, la ponía un poco nerviosa. Estaba acostumbrada a pasar desapercibida y de repente tanta atención la deslumbraba un poco. Las palabras de su hermana la enternecieron un poco y sonríe, dejando que ella la ayude a sentarse. Recibe el vino y toma un sorbo generoso. Realmente estaba sorprendida.
La insistencia de Fausto le parecía algo brusca pero de cierta forma entendía. No era común escuchar algo así todos los días y ella tampoco lo entendía muy bien. Siempre permanecía allí pero... Su madre, Lautone y el príncipe Prospero...
- La muerte me había atrapado y vi cómo tomaba mi forma, al igual que sucedió con nuestra madre. Luego de eso, comenzó a destajar mi piel y pude verme rodeada de sangre. Sentía que moría y todo se hizo oscuridad... - paró por un momento. No sabía si podría continuar pues si era cierto que había un aliado de la muerte entre ellos, esto podría costarle la vida y esta vez sería de verdad. - Me he encontrado con un lugar similar a éste pero totalmente destajado, acabado. Era un lugar lleno de muerte. Podía sentirla - dice con pesar y una lágrima corre por sus mejillas. - Mi madre... Ella... -.
Agarró a su hija con cariño y aunque primero dudó y miró su mano, acabó por acariciar su vientre.
- Hija mía. Lo sé... Y lo lamento tanto... - Reconoció. - Estoy aquí para ti... aunque la Muerte Roja nos acorrale, y aún habiendo perdido a nuestro príncipe, y al conde, estamos juntas, como siempre, mi pequeña. Pero tú estás bien, ¿verdad, querida? - Sacó de nuevo su abanico y lo abrió, pero esta vez para abanicar a su hija. - Respira, Elisabetta, respira.
Cuando la vio algo más tranquila, escuchó a lo que decían los demás. Al parecer, la joven Fionna se había encontrado mal y decía que la Muerte Roja le había hecho daño.
- ¿Habéis visto a vuestra madre, Fionna? ¿Creéis que eso que os ha hecho la Muerte Roja podría haberos impregnado? - Le preguntó, con algo de miedo mientras miraba fijamente la sangre que manaba de aquella herida. Miró hacia su hija y le acarició la cara. - Quédate aquí, pequeña: No quisiera que te expusieras a esta aflicción más aún de lo que ya nos la han echado encima. Por el bien de tu pequeño...
Se volvió a girar hacia el resto de personas.
- Si puedo seros de ayuda de alguna forma, decídmelo.
Fionna mira a Lucrezia con algo de sorpresa y le responde un poco confundida. - No creo estar enferma, mi señora. A excepción de lo que he estado relatando, me siento bien - dice un poco asustada.
¿Cómo explicar lo de su madre? ¿Cómo hacérselo entender sin que la consideraran como aquella manchada por Satanás o la próxima víctima de la muerte? ¿Qué hacer?
- No... No sé si la he visto o si fue un producto de la imaginación. Aún no me siento capaz de decir si fue una jugarreta de mi mente. De la mente de una niña que echa de menos a su madre -.
En cuanto Chiara pide agua al chambelán, este se mueve presto entre la corte hasta la mesa, donde llena una copa de agua y se la acerca a la joven.
- Tened, mi señora - Dice tendiéndole el vaso - Sed sabedora de que, pese a la pérdida que hemos sufrido, hasta que esto termine, sigue contando con mis servicios.
Dicho eso, procura mostrar una sonrisa no nuy efectiva y se levanta para dirigir su mirada a Enzo.
- Eso también va por vos, mi señor. Erais la mano derecha de nuestro bienamado príncipe, y en lo que a mi respecta, eso sigue así.
La caída de mi hija me deja por unos instantes bloqueado, sin capacidad de reaccionar hasta que por fin puedo y veo a mi niña rodeada de gente, con semblantes preocupados.
- ¡Fionna, hija mía! - Me hago un sitio apartando con todo el cuidado que el pánico me permite a quien me bloquee el camino y me sitúo a su lado. - ¿La muerte roja? ¿Dices que te ha hablado? ¿Te ha dañado ella? - Pregunto bien conocedor de la respuesta, pero al decirlo siento que me desahogo en parte del dolor. - Mi niña, no volváis a darme un susto así... - Le digo imitando a mi Patricia hundiendo su cabeza en mi pecho, y giro mi cabeza hacia los que acudieron en su auxilio antes que yo. - Mis señores, les agradezco de corazón que se preocupen así por mi hija... - Sonrío nervioso a Fausto y Salvatore. - Creo que ese vino puede ayudar a calmar sus nervios, y siendo joven no dudo que le haga un efecto importante. - Animo a Fionna a seguir bebiendo, le doy un beso en la mejilla y la llevo a Patricia para que se refugie en sus brazos.
¿Qué hemos hecho para que tal maldición caiga sobre mi familia? Camelia, ¿no tienes suficiente con ella, seas quien seas? ¿También quieres a mi hija? No puedo permitírtelo... Camino lentamente hacia Giuseppe, quien no ha parado de incluir a Satanás en los sucesos, y a lo mejor tiene razón.
- Señor, usted parece un hombre de Dios por el modo en que habla... ¿Sabe si hay algún modo de alejar a ese demonio de mi retoño? - Pregunto suplicante, ya no sé a quien más acudir por su bien.
Enzo se quedó sorprendido cuando Fabiano se dirigió a él con el respeto que inflinge un señor, había esperado que todos lo miraran con el típico desde que infunde una persona como él que ha obtenido de la noche a la mañana el favor del señor del castillo, lo lógico hubiera sido que una vez muerto el príncipe lo repudiaran, por eso su mirada inicial de sorpresa tornó en gratitud hacia el joven sirviente.
- Gracias Fabiano- sonrió tímidamente- por lo que a mi respecta creo que tenemos posibilidad de escapar de aquí si conseguimos conocer la identidad de las malas hierbas, lo de quemar los cuerpos es una buena idea mi señora Julianna, peor el problema es que no debemos hacerlo en esta misma sala, corremos el riesgo de incinerarnos nosotros mismos. Si vuestras mercedes lo consideran oportuno creo que deberíamos tratar de localizar otra salida y de averiguar quienes de nosotros podrían estar infectados con la muerte roja.
Después se acercó a Roderigo y le dio un crucifijo.
- Era de mi madre, no se si servirá pero es lo único que se me ocurre que puede valer contra el demonio.
La joven Martina permanecía unida a su padre, cada vez mas. Su inocencia le impedía salir corriendo de su lado y dirigirse a cualquier otro lugar. Era una prisionera en una cárcel sin puertas, si se iba de su lado no seria capaz de arreglarselas sola. Tras esos pensamientos su mirada se poso en todos los soldados de la sala pensando en si alguno de ellos podría ser capaz de protegerla en esta situación. Pero su padre no querría eso, aun que el también necesitaba ser protegido.
Se destapo al fin la cara quitandose la mascara y miro a su padre con los ojos un poco aguados.
-Padre... Quiero salir de aquí ya...
Sus ojos recorrían nerviosos todas las puertas y ventanas buscando una salida por la cual salir corriendo lo mas pronto posible. Cuando el Conde Roderigo le dirige la palabra a Giuseppe Martina se gira para escuchar atentamente la conversación. Tanto ella como su padre eran personas de fe... Aun que Martina la había perdido con el tiempo.
Desde que madre murió la fe parece abandonarme por momentos... Espero que la fe de padre sea lo suficiente fuerte para compensar la mía.
Chiara traga saliva cuando Juliana se dirige a ella. Es difícil olvidar dos años de miedo hacia esa mujer que siempre la ha tratado como un estorbo. Asiente con la cabeza, esforzándose por no rehuirle la mirada. — Gracias. — Responde simplemente a su ofrecimiento. Cuando ella señala las manchas de su vestido, se da cuenta de su existencia por primera vez y las mira durante unos instantes con los ojos empañados al pensar en lo que implica que estén ahí, recordando los últimos momentos de Próspero.
La joven parpadea varias veces, antes de alzar la mirada otra vez hacia Juliana y de nuevo mueve su cabeza afirmativamente, sin ser capaz de pronunciar ninguna palabra, sintiendo un nudo en la garganta difícil de tragar. Empieza entonces a intentar arrancar los pedazos de tela manchada de sangre, como hizo la mujer antes. Los dedos se le traban con los hilos mientras intenta desprenderse de ellos con torpeza.
En esta actividad la sorprende Fabiano con el agua que había pedido y Chiara mira al hombre, dedicándole una breve sonrisa triste al escuchar sus palabras y aceptar el vaso. Se lo bebe a pequeños sorbos, refrescando su garganta, dolorida de llorar. — Muchas gracias, Fabiano. — Responde con sinceridad al chambelán. — Sois un buen hombre. Vuestra entereza me parece admirable.
Después le devuelve el vaso vacío y continúa arrancando pedazos de su vestido ensimismada, sin preocuparse de destrozarlo, y dejando los trozos de tela rasgada sobre la mesa, junto a los del vestido de Juliana.
No me quedan lagrimas que derramar por mi buen Lautone. Me he quedado sola. Una vez más mi estricta madre y yo.
Pero me quedaba Chiara, mi amiga, y Martina... su amiga. Todavía había esperanzas para mi.
Lucrezia, mamá -hago una genuflexión en su dirección -con vuestro permiso... voy a dar mis condolencias a Chiara. Estará dolida, como todos, por la perdida del príncipe.
Me acerco a Chiara y le doy un fuerte y caluroso abrazo. Siento mucho tu pérdida... amiga. Y las lágrimas que pensé que no me quedaban, vuelven a brotar al darme cuenta de la situación en la que nos encontrábamos.
En cuanto siente a Elisabetta junto a ella, Chiara se levanta y abraza a su amiga con fuerza, sin saber si está consolándola o dejándose consolar, o las dos cosas a la vez. — Yo también siento la tuya, querida. — Le responde en un susurro, escondiendo el rostro en su cuello. En estos momentos sentía la necesidad de mantenerse cerca de sus amigas, si estaban unidas podrían salir adelante a pesar de todo.
Cuando se separan tras varios minutos, la joven coge a su amiga de la mano y la lleva hacia la mesa para sentarse a su lado. Entonces la mirada de Chiara se dirige hacia abajo. — ¿Cómo estás tú? ¿Cómo está el niño? — Pregunta a su amiga, frunciendo el ceño preocupada. Ahora que parecía que la situación de Elisabetta podría mejorar con el conde a su lado, volvía a quedarse sola y Chiara no puede evitar sentir su tragedia casi tanto como la propia.
Giuseppe interrumpe su conversación con Nicola para atender a Roderigo. Posando una mano sobre él le invita a unirse en su debatir con Nicola.
Mi buen Roderigo.... ojalá pudiese portarle buenas nuevas... precisamente hablaba con Nicola sobre el tema...
Mucho me duele decir que Satanás y alguno de sus esbirros se encuentra entre nosotros... Satanás nos invita a descubrir quienes son sus esbirros y, aunque lo lógico sería pensar que ellos son los portadores de la muerte me inclino por pensar que no es más que un juego para fomentar la desconfianza entre nosotros y que matemos a gente inocente....
Sospecho que el aliado de Satanás nos hará enfermar pero él no dará muestras de dicha enfermedad... será difícil que consigamos descubrirlo y desafortunadamente no disponemos de un sacerdote que pueda bendecir agua o detectar al maligno....
Estoy consternado por las muertes y ahora mismo necesitamos reflexionar y sobre todo rezar y hacer acopio de fe...
Le hizo un gesto a su hija cuando le pidió irse con el que le daba su bendición para que fuera con su amiga.
- Dale mis condolencias también. Iré a hablar con la dama Juliana... - Le dijo, con una leve sonrisa. Dicho eso, cruzó sus manos ante su regazo y buscó a Juliana con la mirada. Cuando la encontró, se dirigió hacia ella. Vio que había estado tomando retales de su vestido manchado de sangre para alejar de sí el fluido morboso.
- Mi querida dama. - Hizo una discreta reverencia como exigía la situación. - Sabed que además de lo que me apena directamente la muerte de nuestro amado príncipe Próspero, también duelo por vuestra pérdida, Juliana. Lamento muchísimo la tristeza que debéis estar sufriendo. - Buscó un asiento y se puso junto a ella. - ¿Puedo ayudaros con algo, mi señora, para que os aflijáis menos?
Juliana aún estaba recuperándose cuando vio que la propia Chiara hacía lo mismo que ella había hecho. se dirigió entonces a Enzo para hablar.
- Mi señor, me refería a quemar los trozos de nuestros vestidos manchados de sangre. - responde entonces, señalando el montoncito de trozos de tela que tanto ella como Chiara habían acumulado.
Un instante después, cuando Lucrezia se acerca, Juliana niega con la cabeza, despacio.
- Gracias, mi señora, pero con vuestra compañía será suficiente. No se me ocurre nada más con lo que podáis ayudarme. ¿Cómo os halláis vos? ¿Cómo se halla vuestra hija?
Lucrezia no pudo evitar sonreír con cierta melancolía.
- Yo estoy afligida. Pero sobre todo preocupada por mi hija. No negaré que el conde Lautone no era mi hombre favorito, pero mi hija lo quería... Y ahora se ha quedado de nuevo indefensa. ¿Y si yo muero a manos de la enfermedad? ¿Qué será de ella? - Miró de reojo a Elisabetta y sintió un nudo en la garganta. Cogió su abanico y comenzó a revolver el aire a su alrededor mientras miraba al suelo. Sus ojos se habían vuelto levemente vidriosos. - Pero debemos ser fuertes. Nosotras y todos. Mucho me temo que las amenazas de la Muerte Roja son ciertas, y que ha sembrado las semillas de la discordia entre nosotros. Hay que saber manejar bien esa información y no acusarnos los unos a los otros, sino encontrar a quien sea que está dando cabida a su maldad a cambio de lo que sea que le ha ofrecido ese demonio pestilente.
Paró de abanicarse y llevó una mano a su frente.
- Oh, Señor. Qué locura. Yo siempre fui una mujer temerosa de Dios. Mejor dicho, lo creí. Ahora veo que cumplir una cita con lo divino no protege de la Ira Divina. ¿Hemos hecho algo para merecerlo? - Se rió y volvió a abanicarse. - Perdonadme, querida... Me temo que aún me dura el sofoco. Os ayudaré a quemar esos retales.
Se levantó y comenzó a recoger con cuidado, usando su propio vestido como contenedor improvisado, los trozos de tela manchados. Lo hacía con parsimonia y con gracia, mirándolos con curiosidad, y en cuanto tuvo todos los que podía llevar, fue hacia el fuego dispuesta a lanzarlos para luego volver con Juliana.