El bastardo quedó sin fuerzas ni animos de seguir hablando con Chiara, ya lo había sentenciado y todo lo que dijera sería utilizado en su contra. Dolía, aquello dolía y mucho más que el mero hecho de pensar que sería su padre quien le cercenara la cabeza.
- No sabes nada, mi señora Chiara, no sabes nada...-le dijo mientras veía como se marchaba de su lado.
-Sincéramente, Chiara, espero que tengáis razón con Enzo, pues o bien sois la mayor de nuestros aliados, o nos estáis manipulando a todos. Habéis dado datos que hacen creer sobre vuestra legalidad, y espero que así sea.
Si resultase que nos estáis engañando, Enzo moriría, y eso implicaría que sois vos esa semilla del mal. Haciendo caso a las palabras de Lucrezia, cuando acabó con el señor Lautone, quedaban dos de esos esbirros de la muerte roja, así que una vez Enzo muerto y alguien más infectado por la enfermedad, dos a cinco. Con poco que alguien haya sido convencido a unirse a esa mala empresa, seríamos tres a cuatro... demasiado ventajoso para el enemigo, la verdad.
Rezaría a Dios si no fuese porque creo que no tiene cabida en estas paredes.
Chiara escucha las palabras del chambelán, pero no es capaz de prestarle la atención suficiente para entender nada más allá de que el hombre sospecha de ella. Le dedica una mirada confusa, sin entender las cuentas que ha hecho Fabiano. Finalmente se encoge de hombros un tanto dolida por esas dudas. Ella lo apoyó cuando él se derrumbaba y desde entonces sólo ha recibido de él dudas, desconfianzas y reproches.
— Si esto no termina con Enzo y deseáis que os pruebe mi inocencia, podré observaros a vos después del juicio y os hablaré de vuestra motivación más profunda. Es lo único que puedo ofreceros.
-Me temo que si esto no termina con Enzo... decirme algo que muchos serían capaz de saber, no dejaría de hacerme pensar que nos habríais llegado engañando todo este tiempo. Y temo que ya habríamos caído todos... Por eso espero que las infecciones terminen con él.
Giuseppe observó toda la escena desde la lejanía y, en ningún momento se atrevió a intervenir entre los dos jovenes enamoradizos. Sin duda alguna para que una mujer enamorada hablara así de su amado no podía más que deberse a la cruda realidad.
De alguna forma, la joven había descubierto que Enzo era uno de los aliados del maligno... Sin embargo las palabras de Fionna le preocuparon y su voz se dirigió a ella fuerte y clara.
Joven Fionna, ¿Qué quieres decir cuando dices que los muertos piden que Enzo viva? Si es verdad es el último aliado de Satanás.... ¿los muertos pasarán la eternidad en aquella sala?
Chiara observa a Fabiano y se encoge de hombros antes de responder lacónicamente, sin entender muy bien qué más se esperaba de ella. — Espero lo mismo, mi señor. Aunque aparentemente lo hayáis olvidado, estamos en el mismo bando.
Después se gira a escuchar las palabras de Giuseppe hacia Fionna. Antes no pudo prestarle la atención debida a la joven, pero podría ser importante. — ¿Los muertos podrían salir de ese lugar si dejamos a una de las semillas con vida? No lo comprendo... ¿Podríais explicaros mejor, Fionna?
-Yo también creo que estamos en el mismo barco, y por eso tengo fe en vos y creeré en vuestras palabras.
Entonces sí que es él. Tiene a su verdadero padre, mi hija... ¿Asesina? ¿Cómplice de la muerte? Me niego a creerlo. Meneo la cabeza en negativa.
- Fionna, hija mía, estos hechos... No cambian nada, pues Patricia, hija de quien fuese, ha sido criada en esta familia. No voy a rendirme con ella, y si tengo alguna manera de sacarla, salvarla y redimirla lo haré... - Acaricio la barbilla de mi pequeña. - Estáis siendo muy valiente y demostrando un aplomo envidiable, por lo que me fío de vos, y dirigiré mi voto a quien creáis que es el culpable. Aunando fuerzas daremos fin a esto.
Dirijo una mirada cargada de inquina a Enzo y a Chiara.
Yo... mis señores -digo mientras acarició la vida que llevo en mi interior. Yo... confío en Chiara. No miente al decir que no siento ningún aprecio por ninguno de ustedes, ni por la corte en general. Chiara y yo hemos vivido cosas juntas. Le conté mis sueños más profundos de libertad. Abandonar la corte y viajar. Pensé que Lautone me podría ofrecer tal cosa.
Miro a Fionna -mi señora Fionna, por favor, os lo ruego, pedid explicaciones a Lautone, pues entre mi madre y él siempre elegiré a mi madre. Decid a mi madre que la quiero, que le agradezco todo lo que ha hecho por mi. Que se que hizo lo que hizo por protegerme y cuidar de mi... -mis labios tiemblan y una lagrima brillante se desliza por mi rostro -decidle -continuo agarrando sus manos -decidle que rezaré por que su alma se reuna con la de padre y mi hermano, todos los días del resto de mi vida. Pero esta tarde, votaré a Enzo. Por que no quiero que haya más muertes. Por que quiero que todo esto acabe ya. Ahora debo cuidar de mi hijo como ella cuidó de mi.
Dadle un beso de mi parte, mi señora Fionna.
-Yo también confío en ella, pero eso no hace que deje de cuestionarme que si nos ha engañado... estaríamos contra las cuerdas.
Lo cierto es que los comentarios de Fabiano empiezan a resultar bastante molestos a Chiara, que termina mirando al chambelán frunciendo levemente el ceño. Como si no tuviese suficiente después de sentir la traición de Enzo en su propia piel, todavía tenía que seguir aguantando que las dudas cayeran sobre ella, que era prácticamente la única que había aportado información en voz alta sobre el resto.
— Me gustaría saber qué habéis aportado vos para sentiros con el derecho de dudar así de mi palabra una y otra vez. Sin decirlo claramente, pero tratando de sembrar la duda en todos los demás. Pues yo he demostrado ya con hechos y en varias ocasiones que mis palabras son ciertas, pero vos os habéis dedicado a arremeter contra el dramaturgo por vuestras rencillas personales, sin ninguna intención aparente de dar luz al problema que nos ocupa. — Una pequeña idea empieza a tomar forma en la mente de la joven, que entrecierra sus ojos observando a Fabiano. — Sinceramente, mi señor, empiezo a preguntarme si todas esas dudas que decís tener sobre mí no serán un burdo intento de desviar la atención que pueda recaer después sobre vos.
Nicola no se había movido prácticamente de su lugar apoyado en la pared desde que había llegado a él, a la vuelta de la sala naranja. Su apariencia de cansancio no había remitido, sino que había ido a peor. En determinado momento, se vio incapaz de seguir de pie, y en vez de ir a sentarse en una de las sillas, simplemente se dejó caer hasta llegar al suelo.
No había hablado con nadie, y se había mantenido apartado del resto. Conforme la noche se acercaba, gotas de sudor empezaban a aparecer en la frente del caballero, y algunos breves ataques de tos hacían acto de presencia.
Giuseppe se acercó a Nicola y le miró con gesto serio. Acerco una de las sillas y después de limpiarla con un pañuelo se sentó y miró a los ojos a Nicola.
Querido Nicola, ¿os encontráis bien? Me temo que tanto dará si os acercáis a la gente u os apartáis... Si tenéis la muerte roja en vuestro interior dará lo mismo... Me temo que la enfermedad no se contagia como las enfermedades que conocemos si no que es el Maligno o sus propios esbirros los que nos la pasan a nosotros....
Se acerca un poco más a Nicola para evitar escuchas no deseadas...
Por otra parte.... he notado cierta conexión entre vos y mi hija... He tratado de obviar la situación porque nos acucian otros problemas pero... ¿cuales son sus pretensiones para con mi hija?
El aspecto de Nicola, como el caballero ya suponía, había empeorado, hasta el punto de que ya resultaba imposible ocultar la realidad. Giuseppe se acercó a hablar con él, mirándole a lo ojos. Y el ex caballero no apartó la mirada, aunque sus ojos estaban febriles y los párpados apenas podían sostenerse.
-Me temo que es cierto... A la vuelta de la sala naranja, me noté empeorar súbitamente... A veces me pareció ver mis manos manchadas de carmesí. Puede que no sea uno de los genios de la corte, pero incluso un ex caballero como yo sabe ver lo evidente. Alguno de los siervos de la Muerte Roja ha decidido que supongo una amenaza, y me aparta a un lado. Tarde o temprano debía suceder-dijo Nicola, intentando esbozar una sonrisa. Aunque el intento se quedó en éso, un intento.
-Amo a vuestra hija, Giuseppe. No era consciente de ello antes, pero en este encierro me he dado cuenta. Mis intenciones, cuando solucionáramos la situación, eran casarme con ella... Pero ya poco importa, temo que estoy condenado.
Los cánticos se prolongan a lo largo de la tarde. La luz titilante de las llamas llena la sala de destellos brillantes cuando cae la noche, dando un aspecto infernal y fantasmagórico a la estancia, que sin lugar a dudas venía a ser una metáfora de la situación actual de aquellos que se encontraban en ella.
Tal y como temían todos, las toses volvieron a escucharse. A lo largo de las horas, Nicola, comenzó a presentar un estado lamentable, que empeoró a pasos agigantados. Sentado, sobre el suelo, parecía esperar abatido el momento de su muerte mientras la mayoría prefería alejarse de él.
El reloj, incesante en su transcurso, llenaba con su tic-tac cada segundo, volviendo los silencios interminables, las pequeñas distancias que separaban a los invitados y sirvientes de Próspero grandes océanos y los temores miedos profundos que carcomían la esperanza a pequeños y ponzoñosos mordiscos.
Poco antes de la medianoche, Alfredo volvía a convocar un consejo. Una reunión macabra más, y previsiblemente, la antesala de una nueva muerte. Los invitados de Próspero se miraron los unos a los otros, atemorizados, y sin embargo, seguros de que aquello era lo que debían hacer.
El primero en hablar fue Giuseppe, que presentó acusaciones contra Fabiano.
Su hija, Martina, por el contrario, dirigió una mirada desesperada a Nicola, abrazándose a él antes de proponerse a si misma como posible culpable. Este último, visiblemente afectado por las declaraciones de la muchacha, y ya agonizante, señaló a Enzo, y a él se unieron Fabiano, Roderigo, Fionna y Elisabetta.
Chiara, llevándose las manos al rostro, declaró con la voz rota — Me propongo voluntaria. No puedo votar a Enzo a pesar de saber que es un heraldo de la Muerte Roja, y no puedo votar a un inocente...
Ante estas palabras, Elisabetta se acercó a ella, compungida, susurrando a su oído palabras desesperadas. Primero su madre y ahora su amiga también… No quería quedarse sola, con un hijo en el mundo, y así se lo hizo saber a Chiara, que, aún deshecha, retiró su alegación.
Todas las miradas se posaron entonces sobre Enzo, cuyos ojos humedecidos no se habían despegado en ningún momento de Chiara. El bastardo se propuso a si mismo como culpable, y Alfredo hizo una seña a los guardias, que apresaron al joven, obligándole a postrarse sobre el suelo.
Éste,dedicó una última mirada a Chiara. Una mirada exenta de odio o rencor, que expresaba un amor sincero y profundo.
Uno de los guardias alzó su espada, dispuesto a emplear su fuerza bruta para concluir con la ejecución, pero Alfredo le hizo un gesto y se detuvo.
El Senescal se acercó al joven postrado en el suelo, y se agachó, tomando su babilla para obligarlo a mirarle a los ojos. Con la mirada cargada de desprecio, habló, al tiempo que su hijo bastardo le escupía al rostro— Debí haberte matado cuando aún estabas en el vientre de tu madre. Me habría ahorrado un gran dolor de cabeza.—se levantó, secando su mejilla con la manga de sus caros ropajes, tomando la espada del guardia entre sus manos, posicionándose a un lado del muchacho.
Alfredo alzó sus brazos, e hizo descender seguidamente el metal. De nuevo, un gorgoteo, un ruido metálico, húmedo y desagradable. Y sangre.
Entonces, el reloj volvió a sonar, y cada una de sus campanadas encendió en cada uno de los presentes aquel sentimiento de huida ineludible que ya todos conocían tan bien, y contra el que cada vez presentaban menos resistencia.
Los muertos, de nuevo, volvían a quedar abandonados a su suerte. Y la sala, vacía, de vida y de esperanza.