Una sala idéntica a la anterior, excepto por el color, recibe a los supervivientes que logran salir por su propio pie de la sala verde. El miedo aún invade los corazones ateridos de los presentes, cuando una luz anaranjada, similar a la de un mortecino atardecer, incide sobre sus rostros, obligándolos a entrecerrar los ojos durante unos instantes.
La sensación de abandono en esta sala es mayor que en la anterior. La comida se encuentra definitivamente en un estado que a todas luces grita que no es recomendable ingerir prácticamente nada de lo que se encuentra en la sala. El vino tiene un aspecto más turbio, y el barniz de los muebles parece haberse apagado.
El color de los cortinajes ha perdido su lustro y el estampado de las paredes luce más difuminado, como si el sol hubiera estado devorando aquella habitación desamparada durante un tiempo, sin que nadie le hubiese prestado ningún cuidado.
La percepción, subjetiva o no, de enfrentarse a un cansancio desproporcionado para la edad de algunos, de haber perdido aún más vitalidad, de que cada uno de los que allí respiraban aún se aproximaban de manera inexorable a su fin, volvía el aire más denso y agobiante, y pululaba en lo más hondo de cada uno de los invitados y sirvientes del fallecido príncipe.
Fionna mira aterrada cómo Cecile es escogida por Alfredo, violando las votaciones. Ella misma no había cambiado su voto pues votar a Salvatore era al único a quien consideraba pertinente. A pesar de eso, mira con pesar cómo la vida de las dos damas se extingue frente a sus ojos. Mira con enojo al chambelán y al senescal. - ¡No es justo! ¡Habéis manipulado las votaciones! ¡Inmorales! - Cecile no era su amiga pero confiaba en su corazón en su inocencia y ellos habían violado su derecho a decidir.
Fionna corre hacia donde está su padre aunque la hambruna y la falta de sueño la debilitan por un momento en el cual por poco cae. Se repone y dice - Por favor, aquel que ha dado una segunda oportunidad al señor Giuseppe y a mí misma, tened piedad de la señora Lucrezia y la señora Cecile para que ellas puedan volver con nosotros - dice con voz triste mientras permanece en el suelo, de rodillas.
El chambelán entra a la sala casi a la carrera. La visión de la comida en ese estado casi le producen arcadas. Inicialmente lanza una mirada de desprecio hacia Fausto, pero después, con un gesto más normal, se vuelve hacia la joven.
- ¿Y qué proponéis que hiciese, mi señora? ¿Aceptar la manipulación de ese falso hombre que necesita del engaño para intentar hacer prevalecer su opinión y morir sin más? ¿Qué habríais hecho vos si el cobarde ewcritor de novelas infantiles hubiese levantado al servicio contra vos, vuestra hermana o vuestro padre? ¿Lo habríais aceptado sin más?
Giuseppe se encontraba totalmente desesperanzado.... La ira y el odio habían hecho mella en parte de los presentes y en los que no, era la desesperanza y la rendición lo que les movía... hasta el absurdo de votarse a sí mismos...
En las anteriores salas, Giuseppe se obligó a comer por mero automatismo pero ahora la comida y la bebida le repugnaban tanto que prefería escuchar al hambre dentro de sí que probar un solo pedazo de aquella comida mancillada.
Agarro de su mano a Martina y miró a Nicola antes de pronunciar sus palabras... ¿Se puede saber porqué os habéis votado a vosotros mismos? Se que este juego es macabro y que ahora mismo no tenéis la esperanza necesaria dado que Satanás infunde esta sensación en vosotros pero... no lo hagáis más... morir no sirve para nada salvo para provocar la sonrisa del maligno que ve como en cada una de estas perversas salas su juego avanza hacia donde el quiere... Por favor Martina hija, no le des ese placer al Maligno...
El rostro de Nicola no reflejaba miedo, ni desesperanza... Pero sí cansancio, frustración, e ira. Una ira que no se le veía desde hace años, cuando agrandaba el poder del Príncipe a golpe de espada. La mano con la que sostenía la espada aún desenvainada tenia los nudillos pálidos y temblaba levemente al apretar con gran fuerza la empuñadura del arma.
-No es desesperanza, Giuseppe. He colaborado con los aquí presentes, he arriesgado mi vida abandonando estas salas en busca de comida para todos, o alguna pista, demostrando un valor del que está claro que carecen todos los presentes aquí reunidos-dijo, sin poder evitar alzar bastante la voz, y que la frustración e ira se reflejaran en ella-y, aún así, me encuentro con que soy candidato a la guillotina. Y además, de parte de alguien a quién no creo haber ofendido. ¿Saben qué? No pienso seguir esforzándome, bien merecemos morir de inanición y de sed. Y en cuanto a la que me ha votado-dijo, fulminando con la mirada a Patricia-no podéis ser tan estúpida como para no daros cuenta de que no he hecho mal a nadie, más bien al contrario. Así que creo, y os acuso formalmente, delante de todos, que sois una aliada de la Muerte Roja, puesto que no quedan motivos para sospechar de mí, ya no.
Expulsando aire con fuerza por la nariz, intentando purgar la ira que sentía, Nicola envainó su arma, antes de que le acusaran de amenazar a alguien o tener intención de matarle, por muchas ganas que tuviera. Cuando se encontró más relajado, se encaró a Martina.
-Vos no deberíais votar por vuestra muerte. No lo hagáis, o me obligaréis a protegeros incluso de los guardias, siguiéndoos poco después.
Por si el dantesco espectáculo anterior no hubiera sido suficiente para ambientar la escena, las votaciones son un caos. No me decido por quién votar y señalo a Nicola. Está callado y nadie está de malas con él, es un buen candidato para que mi voto no dañe a nadie. Por otra parte a mí me vota Chiara. Mi padre retira su voto para conseguir que le vote a él la persona a la que le ha retirado el voto. Y Fionna señala a Salvatore, aunque él languidece muerto desde hace un buen tiempo ya.
Sale elegido el chambelán, con ayuda del servicio. ¿Nos tenemos que votar entre nosotros únicamente pero el servicio puede votarnos? ¿Soy la única a la que le suena absurdo? Afortunadamente, no hacen caso de esta maniobra pero por desgracia eligen a Cecile. Otra a la que pensaba que nadie iba a votar porque no hace mal a nadie. Todo sucede muy rápido, la prenden y de nuevo ese terrible sonido... viscoso... tan penetrante que incluso habiendo pasado horas se te queda en la mente grabado. Por otra parte, los gritos de Elisabetta confirman que su madre ha fallecido, lo que me hace recordar el angustioso momento en el que vi en los ojos de mi madre como se le escapaba la vida, frente a mí.
Todo ello provoca que de nuevo todos intentemos buscar una salida, aunque la sensación de estar en una ratonera es evidente. Al llegar a la siguiente sala la comida es putrefacta. Cada vez una sala más deprimente que la anterior. Me acerco a mi familia, agotada tanto física como anímicamente. No puedo más. Fionna de nuevo casi se cae, no para de caerse. También debe de estar débil.
- ¿Estás bien? -le pregunto, ofreciéndole mi mano por si quiere levantarse, pues parece aprovechar para rezar o algo así.
El que parece llevarlo mejor es mi padre, aunque lo más seguro es que sea fachada para tratar de darnos calma y seguridad. ¿Cuánto más vamos a tener que soportar? Por si no tuviera suficiente, Nicola, se enfrenta ante todos, incluyéndome a mí también debido a mi voto. No me sorpende su ordinariez de utilizar los insultos pero tampoco le puedo pedir más. Donde no hay, no busques. Aún así, no tengo nada contra su persona, así que trato de explicárselo de una manera que hasta él lo pueda llegar a entender. Si no lo entiende, es que le he sobrevalorado.
- Os voté a vos porque estoy convencida de que nadie os desea mal alguno. Mi señor, llegan las votaciones y he de votar a alguien -le aclaro al acalorado ex combatiente- ¿A quién voto? Voy escogiendo al azar, aterrorizada por ver qué sucede con mi voto, con el voto de cada uno de los presentes. He de elegir a alguien y es verdaderamente difícil ya que nadie de los aquí presentes me ha hecho daño alguno. Al igual que la señora Chiara, que me ha votado sin yo conocerla de nada y encima creyendo más en su postura cuando discutia con la señora Lucrezia. ¿Y qué? ¿He de odiarla por tener que votar? Nos obligan a ello, señor, no lo hemos escogido nosotros, pero os recuerdo que vos mismo os habeis votado así que no comprendo éste súbito arrebato de indignación y de ir insultando a cuantos os apetezca cuando vos mismo deseabais ser elegido. Anteriormente yo misma estaba en vuestra misma situación, me elegí porque no veía lógico elegir a alguien que yo creo es inocente pero mi padre me pidió que no lo hiciera más; de no ser por ello, esta vez habría repetido la misma votación anterior. Quiero que todo termine, como todos los presentes... -mi voz se denota abatida en este punto. Estoy cansada de todo esto, tan cansada...Y encima he de dar explicaciones cuando la situación es obvia- Solo me queda pediros disculpas por la parte que me toca. Aceptadlas o declinadlas, eso ya es cosa de vuestra educación y condición, no recae en mi mano, mi señor.
Tras mis palabras, estoy segura que la situación no va a cambiar. Es del tipo de personas obtusas que cuando se le mete algo entre ceja y ceja no hay quién le mueva de su lugar. Como los animales de tiro. Suspiro pesadamente y tomo asiento, no encontrándome animada ni para permanecer de pie. Sólo quiero que todo acabe, descansar, despertar y que todo haya sido una terrible pesadilla. Nada más.
Corro... No, troto... tampoco. Camino como puedo con la esperanza de lograr pasar a la nueva habitación. El tétrico tañido de ese maldito reloj me obliga avanzar. He visto cosas suficientes que me generan una basca aberrante. Mas trato de mantenerme lo mas tranquilo posible. Después de todo mi estomago no es que contenga grandes recursos, y con lo poco que he comido vomitar es una forma de acercarme al mas allá.
Chiara huye de nuevo tras el juicio, impulsada por el sonido terrible de cada campanada. Se siente débil después de no haber comido prácticamente nada en el día anterior, pero encuentra las fuerzas suficientes para la huida. La sala naranja es aún más putrefacta que la anterior. Pero quién sabe cuánto tiempo más deberán pasar en ese encierro... Mientras la gente se distribuye por la sala, ella busca algún trozo de pan o algo similar, algo que no tenga gusanos y que pueda ingerir sin empezar a vomitar de nuevo.
Su mente no puede olvidar los momentos pasados recientemente. A Cecile siendo obligada a inclinarse. La espada cortando su cuello con ese desagradable sonido... Las terribles imágenes pasan por su mente a cámara lenta, una y otra vez. Es cierto que Cecile estaba comportándose de manera extraña desde que todo comenzó. Pero también lo es que era su amiga. Después de varios días viviendo en un horror continuo, Chiara se ha insensibilizado hacia la muerte. Ya no le produce la misma impresión ver a alguien morir que hace una semana. Y sin embargo, una pequeña lágrima se desliza en silencio por su mejilla mientras piensa en su amiga.
De lejos oye a Patricia mencionar el voto que le ha dedicado unos momentos antes, pero no se molesta en responder, ni en explicar nada, demasiado ensimismada en sus pensamientos. No es hasta que Fausto se dirige directamente a ella que reacciona, mirándolo con rostro serio y limpiando sus ojos con el pañuelo que gentilmente le cedió Enzo un rato antes.
— Yo no sé nada sobre vuestro pasado, mi señor. Ya os lo dije, solamente soy una persona observadora, nada más. No sé qué os llevó a dejaros consumir por la ira. — Chiara hace una pausa entonces, valorando las palabras del dramaturgo. — Fabiano siempre fue un buen amigo para mí y si Alfredo ha decidido no ejecutarlo, quizá sea porque sabe algo sobre él que desconocemos... Pero si lo deseáis, puedo fijarme en él, por si algún detalle en sus gestos me llamase la atención.
- Dramaturgo, - dice evitando a propósito llamarlo "mi señor" - Cuando en la noche anterior os voté, lo hice sin motivo, hoy no. Hoy os voté porque me desagrada que me tratéis como un miembro del servicio, y, como no tengo ninguna información sobre quién ha sido elegido por la muerte roja como su adalid, prefiero que muera alguien que me desagrada.
Se queda mirándolo fíjamente.
- Pero lamento decir que me parecéis bastante locuaz y que no pensáis antes de hablar. Si he conseguido evitar que utilizando al servicio acabarais con mi vida, ha sido porque mi señor conde es bien sabedor del tiempo que llevo sirviendo a esta casa y que aún lo sigo haciendo. Pero me acusáis de propagar la muerte roja simplemente porque os he votado. De lo que no os habéis dado cuenta es de que, con esas palabras es más que seguro que vuestra vida toque a su fin. Las "malas hierbas" os infectarán con la enfermedad de la muerte, y yo seré acusado de ello, consiguiendo tanto salvarse de poder ser vinculados con la muerte como acabar con dos de un solo movimiento. Yo no os considero uno de los que busca nuestra muerte, aunque sí busquéis la mía; y estoy convencido de ello, pero mientras no tenga ningún indicio de quién realmente puede ser uno de los asesinos, os votaré por el mismo motivo que lo he hecho hoy, si queréis no obstante seguir cargando contra mi, adelante, mas cuanto más nos enfrentemos, más probable es su muerte y posteriormente la mia.
Fionna mira a su hermana y sonríe - No es nada, hermana. Disculpa - se dirige a todos los presentes con un tono de preocupación y un poco de confusión.
- La señora Lucrezia y la señora Cecile han develado datos importantes en la Sala Negra - sabía que esto podría costarle mucho pero debía decirlo.
- La señora Lucrezia dice que ella comió una de las cartas de Fausto y pudo ver que él se encontraba airado cuando votó a Juliana. También dice haber visto que al señor Fausto le arrebataron un amor del servicio. No sabe si es un asesino pero sin duda es un mentiroso - lo mira y luego continúa.
- Cecile ha dicho que tiene la plena certeza de que aún quedan esbirros entre nosotros y sospecha de alguien - traga saliva y luego dice - Sospecha del señor Giuseppe porque ha visto una visión del pasado: Una mano manchada de carmesí salía del suelo y agarraba al señor Giuseppe, colocando en su muñeca un lazo rojo. Luego, una mano putrefacta, repetía lo mismo pero esta vez le colocaba un lazo negro. Finalmente su rostro cambió, motrándose totalmente demacrado - finaliza Fionna y mira a Martina.
- También dice que vos lo sabéis señorita Martina, pero por ser una buena hija, lo ocultáis e incluso le ayudáis a esconderse. Pero que sabéis que vuestro padre no es un buen hombre. Eso es todo -.
Miro sorprendido a mi hija. Está siendo la persona más útil entre estas paredes... Se comunica con el más allá, es increíble.
- ¿Estáis segura de lo que decís, hija mía? - Pregunto acelerado ante su declaración. - Yo me fío de vos, pues sois mi hija, y tenéis la misma meta que yo: escapar de aquí, juntos, y no hacer el mal a nadie... - Trago saliva y miro al acusado Giuseppe. - Mi señor, ¿tenéis algo que decir sobre dichos lazos? ¿Sobre un pacto con satanás quizá?
Giuseppe matuvo la calma, evidentemente tarde o temprano las miradas se centrarían en él eso lo tenía muy claro. Volver de las garras de la muerte y presentarse vivo ante el resto de la sala no podía dar como resultado más que las dudas y miradas de recelo de los vivos. Sin embargo su determinación era fuerte, aún quedaban esbirros de Satanás y él tenía claro que no era uno de ellos.
Mi buen Roderigo... es normal el recelo de todos los presentes y lo asumo y acepto al igual que acepto el macabro juego al que Satanás nos tiene jugando desde hace algún tiempo.
Ya fui preguntado sobre este respecto cuando el Altísimo tuvo a bien rescatarme de la muerte y así os lo hice saber en ese momento, tal y como puede atestiguar tu hija.
Efectivamente Satanás me ofreció un pacto. Me ofreció devolverme a la vida si le ayudaba en sus macabros planes. Dicha oferta me fue realizada antes de llegar a la putrefacta sala donde van a parar los que aquí abandonan el mundo de los vivos más yo no ofrecí respuesta positiva a Satanás y, como el resto habité en dicha sala....
Yo no pacte ni con el Maligno ni con la muerte roja y sin embargo regresé al mundo de los vivos por la mano de nuestro Señor más no hay otro poder que me haya podido devolver a la vida.
Comprendo y acepto que los presentes recelen de mí, más si ustedes miran en sus corazones verán que todas mis acciones desde mi vuelta han ido encaminadas a aportar cordura a los aquí presentes. Incluso puedo defender mis votaciones que han sido realizadas no desde el odio, la ira o los meros desaires... como así han sido las votaciones de algunos de los presentes...
Evidentemente pueden creer o no mi versión pero si miran en el fondo de su alma verán que no hice ningún mal a ninguno de los presentes y que todos mis actos se rigen por la moral cristiana.
Las horas habían transcurrido como en las anteriores ocasiones, de nuevo el reloj indicó el paso del tiempo acercándolos aún más a su destino... aquello se hacía cada vez más complicado y angustioso. ¿Cuando terminaría aquella tortura? ¿Cuando podrían dejar de seguir huyendo y tener que recorrer aquellas salas del castillo?
Enzo se dejó conducir por el resto de invitados, aliviando el paso... Cuando sus ojos se posaron en la putrefacta comido, tuvo que reprimir una arcada, aquello decididamente no era comestible, lo que le recordó a determinados momentos de su infancia, cuando su madre y él debían seguir adelante y mantenerse con alimentos en peores condiciones que aquellos... El bastardo se reprimió así mismo, la vida en la corte lo había malacostumbrado.
De manera que se acercó a una de las bandejas y cogió un trozo de pan... no estaba mohoso, tan sólo más duro que una piedra, buscó una jarra con agua, la olisqueó y roció un poco de ella en el pan para reblandecerlo. Cuando se percató de que Chiara buscaba con la mirada algo de sustento, no tardó en ofrecérselo, con un ligero titubeo.
- Esto al menos evitará el desmayo, no lo saboreéis- le sugirió.
Entonces, prestó mucha atención a la conversación que tuvo lugar a continuación.
- Mi señor Giusseppe, es cierto que al igual que el señor Fausto, la señora Chiara, la señora Fionna y gran parte de los presentes... estáis aportando vuestro sentido común a toda esta locura en la que nos vemos inmersos... También lo es que la visión que ha comentado mi señora, es más que intrigante. Dada, la situación en la que nos encontramos, no me parece prudente juzgarnos a nosotros mismos por nuestro pasado, sino por nuestro presente más inmediato. Entre nosotros se encuentran las malas hierbas de la muerte roja. Ya hemos identificado a uno de ellos, nos restan dos, según la señora Lucrezia. Hace unos días jamás hubiera dado crédito a ningún tipo de sueño, magia o brujería, pero a tenor de estos acontecimientos... mi sentido común me está pidiendo que preste mucha atención a todo.
Chiara escucha en silencio a todos, paseando su mirada de unos a otros y deteniéndola durante unos instantes sobre Fabiano y Giuseppe.
Sin embargo, cuando Enzo se acerca a ella, se esfuerza por ofrecerle una sonrisa al joven, mientras acepta el alimento que le tiende. — Muchas gracias, mi señor. — Lo cierto es que siempre había sido gentil con ella, pero en los últimos días se estaba convirtiendo realmente en un gran apoyo para Chiara, ayudándola a no sentirse sola.
La joven mordisquea el pan, buscando con la mirada a Elisabetta mientras el muchacho participa de la conversación. Cuando la localiza, apoya suavemente la mano sobre el brazo de Enzo, para que entienda que va a buscar a su amiga, intentando no interrumpirle, y se acerca a ella para cogerla de la mano y llevarla hacia una silla. — Querida, ¿cómo estáis? Sé que ha sido un tremendo golpe para vos, pero no perdáis la esperanza. Mirad a maese Giuseppe. Si él pudo volver, quizá vuestra madre también lo logre...
Me sobresalto ante el contacto con Chiara y sus palabras. Aunque en estado de shock. Perdida en mi propio interior para proteger mi poca cordura de los hechos que acaecen en estos momentos, he escuchado todo lo dicho.
Lautone... Luc...mamá... -musito intentando volver.
No lo se Chiara ya no se nada. Es todo tan... irreal. No se en quién confiar, a quién votar, a dónde ir.
Acaricio mi vientre. Parece como si en estos días hubiese crecido, sin embrago soy consciente de que he adelgazado. Llevo mucho sin comer. Desde... Lautone...
Una vez sustraje a mi madre unos dulces. A ella no le gustaba que comiese esas cosas, los escondí en un cajón y olvidé comerlos. Unos días más tarde una sirvienta los encontró y me los dió. Lloré por que pensé que se habían echado a perder, pero me explicó que al ser dulce se conservaban mejor.
Me acerco a la mesa buscando algo dulce, con miel, o similar. Necesito comer. Alimentar a mi bebé.
Me clavo el tenedor en el brazo, focalizo mi mente en el dolor. Esto es real Elisabetta... el dolor, es lo único real, lo único de lo que puedes fiarte.
Si no hay comida dulce en mejor estado me gustaría saberlo. Quizá haga una expedición a la sala anterior... o a la anterior incluso.
La duda es palpable en mi rostro ante la respuesta de Giusseppe.
- Espero que no me toméis por pagano por decir que en las circunstancias en las que nos hayamos, que no me sienta especialmente religioso... - Dios nos ha abandonado a nuestra suerte. Suspiro y callo unos segundos. - No pienso juzgaros, mas espero que entendáis mi preocupación.
Mis hijas, sólo quedamos nosotros y otros ocho individuos, tengo que sacarlas de aquí. Sea como sea...
Giuseppe miró a Roderigo y asintió con la cabeza.
Entiendo perfectamente su situación y, aunque yo no he perdido en estos muros a mi mujer sí que tengo, al igual que usted, una hija encerrada aquí. Yo he tenido la suerte de volver de entre los muerto gracias al Altísimo. Le recomiendo que mantenga su fe y se aferre a ella pues ya poco más nos queda a lo que aferrarnos.