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La máscara de la Muerte Roja

El gran baile

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08/07/2013, 22:55
Enzo

Tal y como había imaginado, el principe había estado tramando algo... cuando vió entrar corriendo a la joven desdichada supo lo que iba a pasar. Si fuera un hombre de valor, si fuera un hombre honesto y de corazón puro, podría haberse interpuesto o tratar de implorar piedad por la joven, tan sólo tenían que haberla apresado y expulsado, su muerte no era necesaria...pero en primer lugar, Enzo no era ni valeroso, ni honesto ni puro, era un simple bastardo que tan sólo gozaba del favor de su padre, la persona del mundo que más odiaba y, en segundo lugar a Prospero le gustaba la sangre, por eso eligió la máscara de los rubíes, aunque a juzgar por el guiño del principe no había sido muy buena elección, Enzo no pudo evitar un cierto sentimiento de regocijo por ello, pero se obligó a refrendarse, debía tratar de ganar su afecto, no su animadversión, especialmente si quería conservar la cabeza en su sitio.

De manera inconsciente dedicó una inaudible oración por la campesina, cogió una copa y realizó el brindis en silencio.

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09/07/2013, 01:26
Roderigo

Con una sonrisa cansada respondo a mi Patricia, asintiendo.

- Entiendo, hija mía. - Bajo nervioso la mirada y ahora veo a Fionna, a la que hablo con más ternura. - Supongo... Que era algo necesario, no somos quién para cuestionar nada, pues sólo somos invitados...

Escruto de arriba a abajo a Salvatore, que quería bailar con mis hijas.

- De buena vista y criterio estáis provistos, y estoy seguro de que mi hija Patricia estará encantada de bailar con vos más tarde. - Remarco el nombre de Patricia y le sonrío por un instante, recuperando un rostro un poco más serio.

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09/07/2013, 02:03
Reloj

El transcurso incesante del tiempo era inexorable. Y a pesar de resultar despiadado en los momentos en los que el reloj volvía a emitir su tañido reverberante, se convirtió en distracción suficiente y necesaria para olvidar el incidente de la campesina. La mayoría de los invitados de Próspero decidieron desechar cualquier clase de pensamiento funesto, y se entregaron de nuevo al baile, a los placeres culinarios y al vino, que llenaba tonas las copas.

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09/07/2013, 02:04
Director

Fue entonces cuando sucedió. El reloj estaba a punto de sonar de nuevo, dando las doce campanadas de la medianoche.

De nuevo la música volvía a detenerse. Pero al contrario de lo que muchos pensaron en un primer momento, no era a causa de aquel sonido escalofriante y amenazador que llenaba la sala a cada hora. Era el propio Príncipe, ahora de pie, quien había ordenado acallar la algarabía.Como cada vez que él deseaba intervenir, se formó un silencio sepulcral.

Próspero frunció el ceño, mostrándose abiertamente a disgusto. Su boca se torció en una expresión cargada de desprecio y su mano se alzó para señalar hacia las puertas. Las miradas se desplazaron raudas hacia las mismas, e inevitablemente se posaron sobre una figura en la que nadie parecía haber reparado antes.

Se trataba de una figura alta y enjuta, envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja ensangrentada. La máscara que cubría su rostro era blanca como el alabastro, salpicada de un vivo carmesí, y bajo ella, se intuía una piel de aspecto cadavérico y repugnante. Un fuerte olor a herrumbre invadió el gran salón, al tiempo que se alzaba un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa, espanto, horror y repugnancia.

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09/07/2013, 02:05
Príncipe Próspero

Si bien era cierto que al convocar aquella mascarada el príncipe no había impuesto ningún criterio a la hora de escoger disfraz o ardid, las vestiduras del recién descubierto desconocido suponían todo un ultraje. 

¿Quién se atreve? —preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban— ¿Quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? 

El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba en aquellas cuestiones. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar, y atreverse a insinuar de una forma tan evidente la presencia de la Muerte Roja en aquellas tierras, era sin duda un acto de claro desprecio hacia Próspero y hacia sus invitados.

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09/07/2013, 02:06
Muerte Roja

— ¿Tal es mi disfraz que no eres capaz de reconocerme, Próspero?— respondió la figura, con una voz neutra, cristalina, que no mostraba matiz ni emoción alguna. Con un movimiento lento y solemne, como para dar relieve a su papel, aquella aparición espectral comenzó a caminar entre los bailarines, que se alejaban presurosos a su paso.

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09/07/2013, 02:07
Príncipe Próspero

¡Muéstranos tu rostro si no quieres probar el acero de mis guardias!—tras sus palabras, todos los caballeros que se encontraban en la sala, desenvainaron sus espadas.

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09/07/2013, 02:07
Muerte Roja

Sin inmutarse ante aquella advertencia, la figura continuó deslizándose entre los invitados de Próspero, acercándose hasta aquel de entre ellos que había sucumbido al pánico de una forma más evidente. 

Camelia, la mujer del Conde Roderigo, comenzó a temblar de manera incontenible cuando se percató de que la figura se dirigía hacia ella. Incapaz de mover una sola parte de su cuerpo, aterrada como se encontraba, comenzó a proferir angustiosos sollozos cuando una mano cadavérica surgió de la mortaja carmesí para posarse sobre su mejilla. 

Con un gesto delicado, tomó su barbilla, y giró su rostro hacia un lado, para que ambos, a la vez, pudieran contemplar al príncipe. 

— La muerte no tiene rostro, Próspero. No hasta el día de tu propia muerte— comenzaron a escucharse gritos de puro horror al tiempo que la máscara de aquel espectro comenzaba a mutar de manera grotesca sin que nadie posase sus manos sobre ella, adquiriendo exactamente la misma faz que la esposa del conde, que en ese preciso momento emitió un gemido ahogado. 

La sangre comenzó a brotar de entre sus labios de manera violenta y repentina y su cuerpo se desplomó sobre el suelo, agitándose en una lucha agónica. Su respiración se volvió un murmullo ahogado y húmedo. Lágrimas carmesí se deslizaban por sus mejillas al tiempo que buscaba desesperada a su esposo y a sus hijas, que habían acudido en su ayuda, aún aterrados.

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09/07/2013, 02:09
Director

Lo que sucedió entonces nadie lo hubiera podido explicar con exactitud. 

El príncipe, lejos de mostrarse iracundo, retrocedió, aterrado— ¡Apoderaos de él y desenmascaradle, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas!—ordenó, con voz temblorosa. 

La mayoría de sus guardias ni siquiera se atrevieron a dar un solo paso, y aquellos desafortunados que intentaron apresar a la figura espectral, cayeron fulminados de la misma forma en la que lo había hecho Camelia. Había ya varios cuerpos agonizantes sobre el suelo, ahora encharcado de sangre, cuando de pronto, el reloj volvió a sonar. 

Y esta vez, con cada tañido, un terror irrefrenable y profundo se apoderaba en cuerpo y alma de cada uno de los presentes, que pronto vieron todos sus nervios crispados. Una sensación de peligro inminente invadió sus corazones, y un poderoso instinto de huida se despertó en todos ellos. Incluso el conde y sus hijas, ante aquel sonido premonitorio, ante aquella sentencia de muerte segura, se vieron impelidos a alejarse del cuerpo de Camelia, buscando un lugar en el que refugiarse.

Todas las puertas y ventanales se cerraron en un exabrupto, y los gritos, que habían estado presentes desde el momento en el que la desdichada esposa del conde había recibido el abrazo de la muerte, aumentaron su caudal al tiempo que muchos se hacían con sillas y arrancaban las patas de las mesas en medio de una actividad frenética, y golpeaban las ventanas, que por más que recibiesen embistes parecían ahora inquebrantables. 

La desesperación y el pánico dominaban el salón cuando de pronto, una de las puertas cedió ante la feroz insistencia de los presentes, y todos supieron de inmediato, sin necesidad de meditación alguna, que se encontraban ante la única salida posible. Ante la única posibilidad de alejarse del horrible tañido del reloj, que aún reverberaba en los oidos de cada uno de los invitados de Próspero a pesar de haber enmudecido ya.

Casi al unísono, se abalanzaron hacia el dintel de la puerta, abandonando en tropel la gran sala opulenta, y en medio de la huida frenética, nadie se atrevió a mirar atrás.