Partida Rol por web

La máscara de la Muerte Roja

2. Sala Azul - 2ª parte.

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22/07/2013, 15:10
Lucrezia

Contestó a Roderigo con suavidad.

- Ni nadie de los que estamos aquí podremos presumir de haber elegido correctamente. Incluso quienes señalen a un verdadero cómplice de la Muerte, lo habrán hecho probablemente por azar. Ahora solo hay confusión...

La confesión de Elisabetta le arrancó un suspiro ahogado. Su abanico se aceleró y en su rostro níveo se fue arremolinando la sangre en sus mejillas, como rosetones. Apretó los labios en un mohín de enfado contenido, sintiéndose agraviada por cómo su hija acababa de acusarla públicamente de buscar su mal cuando únicamente había luchado por su bienestar. Sin embargo, al escuchar sus preguntas y ver su tristeza, una duda más oscura aún se generó en su cabeza.

- Hija... - Dijo, con algo de dificultad, entre el enfado y el miedo. - No estarás diciendo que quieres... dejarnos, ¿no? - Sus párpados empezaron a temblar, y hacía un esfuerzo enorme por no llorar ante la perspectiva tan nihilista de su hija. Su voz fue bajando, perdiendo energía. - Tienes toda una vida por delante si conseguimos salir de aquí... No puedes estar diciendo que quieres morir. ¿He hecho que quieras morir, Elisabetta? - Pronunció el nombre de su única hija viva con dolor, y una lágrima se le escapó.

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22/07/2013, 15:35
Enzo

Enzo escuchó a todos los presentes con el ceño fruncido,la situación se estaba complicando cada vez más, el sentimiento claustrofóbico por permanecer encerrado en las habitaciones del castillo con el acecho continuo de la muerte roja, estaba pasando factura sobre los invitados y el echo de tener que votar a otra persona, no ayudaba demasiado.

- Damas y caballeros, debemos tratar de templar nuestros nervios y tratar de pensar con claridad. A veces lo más evidente puede llegar a confundirnos. Mi señora Fionna, ha sufrido un desmayo y se ha producido un corte en el brazo, y mi señor Nicolai acompañó a Lautone para traernos comida, pero eso no los convierten en sospechosos... al menos en mi humilde opinión. Yo creo que una persona que se encuentre marcado por tan terrible enfermedad actuaría de otra manera, pero sólo es mi opinión, vuestras mercedes son mucho más inteligentes y están mejor capacitados para resolver este misterio que yo. 

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22/07/2013, 16:02
Cecile

Poco a poco las discusiones se calmaban. Cecile acompañó con tristeza la mirada de Nicola hacia las hijas del conde Roderigo

No había coincidido a penas con la familia, por lo que no se había relacionado con ellos. Pero desde luego parecían ser la diana a la mayoría de las desgracias que estaban ocurriendo.

Cecile observó cómo Salvatore se encargaba de enfrentarse a las acusaciones que iban dirigidas a Fionna. Le pareció un gesto muy atento por su parte, pero su forma de exaltarse le pareció algo extraña.

Aún posando las manos en la espalda de Attilio y con la mirada baja, habló para todos. - Ya no sé qué es lo más justo que podemos hacer... Pero las palabras de ese ser maligno fueron claras y parece que no tenemos elección... - Estaba nerviosa y se veía reflejado en los temblores de su voz al hablar.

Levantó la mirada para observar a los presentes y se dio cuenta de que Giuseppe mostraba algo de malestar y la cara le brillaba por sus sudores. - Es difícil... De una forma u otra todos tenemos seres queridos aquí... - ... pero hay que hacerlo. 

Volvió a observar a Roderigo con sus hijas y no pudo evitar entristecerse todavía más. Seguidamente miró a Martina, preocupada, apartando la mirada rápidamente para observar de nuevo a su padre. Todos... Todos tenemos seres queridos...

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22/07/2013, 16:37
Fausto

Las palabras de Elizabetta me conmueven. Dejo de lado mi actitud altanera y burlona. Y me levanto de mi puesto para poder hablarle lo más francamente posible.

-Tal como os dicen mi señora Elizabetta. No debéis sentiros mal por aquello que crece en vuestro interior. Existen muchos libros e infinidad de historias donde se habla del milagro de la vida. Lo que tenéis en vuestro cuerpo es un milagro de Dios y prueba de un amor creo advertir según sus palabras.-

No soy un hombre especialmente sensible, pero es mucho lo que he leído y escrito sobre el contacto humano. Quizás solo quizás pueda librar un poco de dudas a esa pobre muchacha.

-Nos preguntáis por el lugar donde se esconde la esperanza… Y tan asustada estáis que no lo notáis estando tan cerca.- Señalo su vientre. –Estamos en una pesadilla de muerte y enfermedad, sin embargo, vuestro cuerpo carga la promesa de la vida. No tenéis que buscar más allá de vos misma. La esperanza yace en vuestro ser.-

Luego me giro a los demás. -¿Ya les conté la historia de Petra la Oveja?-

-Hace mucho tiempo, en un pastizal verde y sano; Cuya extensión abarcaba el ancho y largo que alcanzaba la vista.

Como era de esperarse, estos pastizales eran el lugar predilecto de un grupo de ovejas. Entre ellas se encontraba una muy especial. Era golosa, comía sin parar lo que le había creado un cuerpo demasiado pesado para correr. Lo que le generaba la desidia de sus hermanas. Su nombre era Petra.-

Tomo un poco de vino de una copa que encuentro en una mesa. -La vida de las ovejas era plena y feliz para todas. Solo comían cuando tenían hambre, retozaban sobre la misma verde y confortable hierba y en caso de tener sed. Caminaban hasta el rio uno cuantos metros al sur.

Las ovejas en términos generales eran felices aunque a Petra la hacía la vida imposible. Entre esas molestosas se hacía presente una en especial Antonia. Por algún motivo erza feliz molestando a la gorda Petra.-

-Todo era felicidad hasta que un día apareció Antonia degollada y devorada sus entrañas en medio del pastizal. Aterrorizadas las ovejas entraron en pánico y no falto mucho tiempo hasta que señalaron a Petra. Por supuesto la pobre oveja era inocente. No solo su peso que le impedía moverse con libertad, sino por el hecho de ser vegetariana igual que todas las ovejas del lugar. ¿Pero entonces si ella no lo hizo quien fue?-

-El caos reinaba en el antiguo remanso de paz. Temerosos hasta de su sombra las ovejas no encontraban como volver a su antigua vida. Estaban devastadas y con el paso de las horas el temor las comenzó a llevar a la desesperación.

¡¿Cómo es que no te he visto comer cerca de sauce?! Gritaban unas. ¡Como su dieta ahora es de hermanas no necesita hierba fresca! Gritaban otras. El estado de alerta era tal que un simple ir a comer a otro lugar les hacía sospechosas a ojos de los demás.

Mientras todo es vendaval de culpas caían de un lado al otro. La gorda petra estaba devastada y triste. El único momento en que no la acosaban sus hermanas era cuando ellas habían decidido pelear entre ellas. Ohh destino que cruel juegas conmigo.-

Y mientras las lágrimas le enjuagaban el rostro, mientras su respiración entrecortada le impedía el pensar con claridad. Cuando contemplaba impotente como su mundo se derrumbaba. Opto por tirar al suelo y entregarse al llanto primario. Aquel del que no caía desde que era una cachorra sin destetar. Aquel cuando volvemos y esperamos a nuestra madre para calmarnos.-

Tomo otro trago de vino.

-Pero su madre no vino. Hacia muchas lunas desde su muerte natural. Desconsolada siguió en el suelo pues no tenían ánimos para levantarse y fue entonces cuando lo noto.

Viendo las patas de sus hermanas por debajo de la hierba, pudo ver que no todas eran iguales. Mientras la mayoría tenía pesuñas como petra misma. Había unas cuantas con garras, como si de cuchillos se tratasen. El llanto de Petra paso a la incredulidad. ¿Desde cuándo las ovejas tenemos garras? Y luego paso a la resolución. ¡Tenemos lobos entre nosotras! Grito a pleno pulmón. Lo que siguió después de eso fue algo notable ver como se agruparon y rodearon a Petra, para luego pedirle que revisara a todas las hermanas y así dar con las infiltradas.-

-Hemos hablado sobre encontrar muestras de enfermedad entre nosotros para saber a quien votar. Es por supuesto una idea acertada pero tal como podemos ver nadie da muestras de enfermedad.- Señalo a Fioona. –No sé ustedes pero yo nunca había visto a un espectro y menos uno que me amenazara. Por lo que así como eso era imposible y ahora veo real. Estoy dispuesto a creer en Fioona y su habilidad de ver a los muertos.- Me encojo de hombros. –No es más inverosímil que todo lo demás.- Me giro a todos. -Así que, partiendo que Fioona dice la verdad. Mis señores y señoras. ¿Alguno de ustedes ha visto o sentido algo especial? Es decir. ¿Alguno de los presentes tiene la buena vista de nuestra querida Petra? Si magias malignas nos metieron en esto, no es descabellado pensar que dones celestiales como el de Fioona nos ayuden en estos momentos de penurias.-

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22/07/2013, 16:46
Fionna

Fionna se deja abrazar por su padre, a pesar de sentirse aún triste. Ni su familia creía en sus palabras, aunque no podía esperar más. Ella era la más joven de la corte y bueno, qué podía esperar... Siendo la más joven de la corte no podía esperar que sus palabras tuvieran mayor credibilidad.

Elisabetta se le acerca y ella parece creerle. Aunque su deseo es algo oscuro y manifiesta un profundo dolor. Con la cara, casi compartiendo su tristeza, le responde con un hilo de voz - Mi señora, no querrá ir allí. El señor Lautone se encuentra igual de descontento. Es un terrible lugar - dice con tristeza y vuelve a guardar silencio.

Su familia habló por ella pero su tristeza era grande pues a pesar de todo, seguían diciendo que la caída le había hecho disvariar. Era injusto pero expresarse sólo le había traído problemas.

Las palabras de Fausto le dan un poco de luz pues era el primero en apoyar su razonamiento, en decir que cosas increíbles venían pasando y que ella no estaba loca. Fionna sonríe en señal de agradecimiento y permanece en silencio.

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22/07/2013, 17:06
Giuseppe

Giuseppe hizo un gesto con la mano para que Elisabetta se acercase a él y Martina.

Por supuesto Elisabetta, ven con nosotros.

Después escuchó atento la historia de Fausto y aunque no era partidario de las historias ni de la música, en momentos como éste, agradeció tremendamente que Fausto hablase de la esperanza.

Fausto, tu historia me ha conmovido y creo, que en estos escasos momentos que nos quedan antes de dictaminar sobre la vida y la muerte de uno de los presentes, deberíamos hacer acopio de fuerzas y rezar todos juntos. Propongo estrecharnos las manos los unos a los otros en un gesto de confianza hacia los demás y rezar a nuestro señor todopoderoso para que ilumine el camino que debemos seguir y si está en su voluntad que nos ofrezca algo de luz en este encierro de tinieblas...

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22/07/2013, 17:11
Chiara

Chiara se mantiene en silencio largo rato, observando y escuchando, tratando de tomar una decisión. Las palabras de su amiga le duelen en el alma. ¿Realmente sufría tanto que quería terminar con su vida?

Hay algunos detalles que le han llamado la atención durante este rato, y sin embargo, la decisión se hace difícil de tomar para ella. Le cuesta prestar atención al cuento de Fausto esta vez, distraída como está en sus pensamientos. 

Finalmente se levanta y se acerca a Elisabetta, que se dispone a rezar junto a Martina y Giuseppe. Asiente con la cabeza hacia el hombre cuando propone un rezo conjunto y coge las manos de sus dos amigas, comenzando a formar el círculo que pide el padre de Martina.

Mientras lo hace, se inclina hacia Elisabetta para susurrar en su oído. — Por favor, no digas que no hay esperanza, Fausto tiene razón, ahora tú y tu bebé sois la esperanza para nosotros. Si conseguimos que ese niño pueda nacer fuera de aquí, lleno de salud... No habrá sido todo en balde.

Cuando está preparada dirige su mirada hacia Giuseppe y luego hacia el resto. — Tenéis razón, mi señor. Recemos y ojalá el Señor nos ilumine en este difícil momento que vivimos, para que podamos seguir el camino correcto a Sus ojos.

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22/07/2013, 21:08
Juliana

Juliana asiente y forma una pequeña sonrisa ante las palabras que le dirige Patricia, agradecida porque la haya escuchado en lugar de dejarse dominar por el pánico como su hermana.

Cuando comienza a tratarse el tema de la criatura que Elisabetta lleva dentro, Juliana trata de reconfortar a Lucrezia. Sabe que a ella nunca le ha gustado tratar el tema de una forma tan directa, pero más aún se centra en ella cuando la joven comienza a hablar del deseo de la propia muerte.

- Está asustada, eso es todo. - dice, para tratar de suavizar la situación - Con ella dos vidas penden de un hilo, y es una enorme responsabilidad. Todos estamos asustados, y podemos llegar a decir cosas que se nos pasen por la cabeza sólo un instante, aunque no sean algo firme. Calma. - pide, mientras echa una mirada a Elisabetta, contrariada por las cosas que ella ha dicho. Todos aquí pensando que en unas horas cualquiera podría morir... y ella dice que tiraría su vida, cometiendo el pecado más mortal de todos... Espero que de verdad sea sólo el miedo quien hable por su boca.

La historia de Fausto, esta vez sí, le era completamente desconocida. Trata de recordar felicitarle luego, en otro momento, pero ahora no quiere abandonar a Lucrezia, que bastante debe estar sufriendo.

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23/07/2013, 01:57
Director

Las horas transcurren.

Tres días y tres noches después del encierro al que los invitados de Próspero han sido sometidos, los nervios están a flor de piel y la esperanza comienza a flaquear.  Las miradas cargadas de sospechas atraviesan la sala, los susurros, la desconfianza…

A pesar de que en un principio la propuesta de Alfredo escandaliza a algunos, todos van convenciéndose poco a poco de que aquel es el camino a seguir, aunque suponga un juego macabro en el que unos deban señalar a otros. En el que alguien sea condenado irremediablemente y quizá no haya tenido nada que ver con la desidia que había caído sobre todos los que habitaban en ese castillo.

Poco a poco, todos comienzan a hacerse a la idea de que cuando suene el reloj, huirán, siendo menos de los que habían llegado a aquella sala.

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23/07/2013, 01:57
Director

A lo largo de la tarde, mientras muchos tratan aún de poner en orden sus ideas y de afrontar la tarea que han de afrontar, alguien, de nuevo, comienza a mostrar signos de clara enfermedad. En cuanto las toses comienzan, todos aquellos que rodean a Giuseppe, se alejan prudencialmente de él, a sabiendas de que lo más seguro es que se haya convertido en una víctima más de la Muerte Roja.

Su expresión de resignación y su rápido empeoramiento no dejan lugar a dudas. El desconsuelo que muestra su hija, Martina, tampoco.

Muchos se preguntan en esta circunstancia si aún así el Senescal seguirá adelante con su propuesta.

Alfredo, lejos de amedrentarse ante los acontecimientos, encuentra en el hallazgo de un nuevo enfermo una razón de peso para declarar en ese mismo momento que no va a retractarse de sus palabras.

Tal y como varios de los presentes temían, poco antes de la medianoche, con un agonizante Giuseppe entre sus filas, los invitados de Próspero se reúnen en consejo macabro, flanqueados por los pocos guardias que aún quedan en pie.

Alfredo preside la reunión, y va cediendo el turno de palabra a cada uno, siguiendo un orden circular, desde su derecha, hasta llegar a aquel que se encuentra a su izquierda.

La primera en declarar sus conjeturas es Juliana, que señala a una de las doncellas del servicio. La joven rompe a llorar, asustada, y la señala a ella a su vez. Tras este intercambio de acusaciones, Cecile señala a Salvatore.

La familia del conde Roderigo es la siguiente en señalar a uno de los presentes. El propio conde y su hija menor, Fionna, señalan a Fabiano. Por el contrario, Patricia decide señalar a Juliana.

Lucrezia y Elisabetta toman la palabra. La viuda, cierra el abanico que había estado batiendo durante la reunión con evidente nerviosismo, y señala con él a Chiara. Elisabetta por el contrario, se propone a si misma como posible origen de aquella desgracia, para sorpresa de su madre, que se muestra temerosa ante la idea de que otros decidan votar a su hija a partir de ese punto.

Fabiano, visiblemente contrariado, decide señalar a Fausto. Fausto a su vez decide señalar a Nicola. El caballero retirado se encoje de hombros, y señala a Attilio, y a él se unen el agonizante Giuseppe, y su hija, Martina, que señalan al bardo.

Attilio, sin poder ocultar su nerviosismo, señala a Lucrezia, y observa, asustado, a las tres personas que aún quedan por votar.

Una titubeante Chiara, señala a Fionna, mostrándose incómoda al verse obligada a señalar a alguien de aquella manera.

Todas las miradas se posan entonces sobre Enzo y Salvatore, y éstos tras meditarlo durante unos instantes, deciden señalar a Juliana, que en ese momento empalidece y comienza a mirar alrededor, aterrorizada.

Alfredo asiente, y ante su gesto, los guardias que rodeaban el consejo, toman a Juliana por los brazos, obligándola a postrarse sobre el suelo como hicieran aquella noche que ahora parecía tan lejana con la joven campesina que había irrumpido durante la mascarada de la sala opulenta en la que había comenzado la desgracia.

Juliana se retuerce entre los brazos de los guardias, grita, pide clemencia, pero la decisión del conjunto, y sobre todo, la determinación del Senescal, son inamovibles.

De nuevo uno de los hombres que portaban armadura, desenvaina su espada, y alza los brazos, mientras los gritos de horror y las expresiones de culpabilidad e incredulidad llenan la sala azul a partes iguales.

La antigua amante de Próspero, grita, llena de horror, mientras las lágrimas resbalan por sus mejillas, y el metal desciende, provocando un ruido húmedo y desagradable al toparse con su cuello.

La sangre comienza a manar, formando un charco carmesí sobre el suelo. Sin embargo, aquella no es la única sangre que comienza a verterse. 

El llanto desconsolado de Martina llama la atención de los presentes, que aún temblorosos en su mayoría por lo que acaba de acontecer, observan cómo Giuseppe se ve envuelto en la misma lucha en la que se vieron envueltos Camelia y Lautone. Una lucha en la que una bocanada de aire es la diferencia entre la vida y la muerte. Una lucha sangrienta, sin agresor, pero igualmente cruenta.

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23/07/2013, 02:00
Reloj

El mercader no tarda en expirar, entre los brazos de su hija, y tal y como muchos temían, el reloj comenzó a sonar nuevamente, dando las doce campanadas de la medianoche.

La locura comenzó a extenderse entre los invitados de Próspero, que ya de por sí se encontraban alterados en mayor o menor medida. De nuevo el sentimiento de huida obligaba a cada una de las damas, a cada caballero, a tomar cualquier objeto contundente e intentar romper las ventanas, y a forcejear las puertas con toda la fuerza de la que disponían.

De nuevo, sólo una de ellas cedió, justo cuando la última campanada de la medianoche reverberaba entre las paredes de la Sala Azul, y no hubo razonamiento posible que permitiese a ninguno de los presentes permanecer en la misma.

Tal y como habían huido la noche anterior, volvían a huir, sin remedio, amenazados por la Muerte, que parecía perseguirlos allá donde iban.